EL VÍA CRUCIS
El Vía
Crucis o Camino de la Cruz, es una de las formas más expresivas, más sólidas y
extendidas de la devoción del pueblo cristiano a la Pasión de
Cristo.
Desde los
primeros siglos los peregrinos de Jerusalén veneraban los lugares santos,
especialmente el Gólgota y el Sepulcro. Según las revelaciones de Dios a Santa
Brígida, luego de la muerte de Cristo, el mayor consuelo de su Madre era
recorrer los lugares de aquel sagrado camino regados con la sangre de su Hijo.
La imposibilidad de ir a Jerusalén o el deseo de recordar con frecuencia en su
propia tierra los momentos de la Pasión, hizo nacer en la cristiandad diversas
formas de representar aquellos lugares para ser recorridos en una especie de
peregrinación espiritual.
Su ejercicio tiene indulgencia plenaria
cuando se hace ante estaciones legítimamente erigidas. Aunque es costumbre
laudable leer un texto y rezar determinadas oraciones, puede hacerse meditando
mentalmente lo que propone cada estación.
Dice San Bernardo: “No hay cosa tan eficaz para curar las llagas de nuestra conciencia y purgar y perfeccionar nuestra alma como la frecuente y continua meditación de las llagas de Cristo y de su Pasión y Muerte”.
Le dijo Jesús Misericordioso a Santa Faustina Kowalska: "Son pocas las almas que contemplan Mi Pasión con verdadero sentimiento; a las almas que meditan devotamente Mi Pasión, les concedo el mayor número de gracias".
PROMESAS
PARA LOS DEVOTOS DEL VÍA CRUCIS
1.- Yo concederé todo
cuanto se me pidiere con fe, durante el rezo del Vía Crucis.
2.- Yo prometo la
vida eterna a los que, de vez en cuando, se aplican a rezar el Vía Crucis.
3.- Durante la vida,
yo les acompañaré en todo lugar y tendrán Mi ayuda especial en la hora de la
muerte.
4.- Aunque tengan más
pecados que las hojas de las hierbas que crece en los campos, y más que los
granos de arena en el mar, todos serán borrados por medio de esta devoción al Vía
Crucis. (Nota: Esta devoción no elimina la obligación de confesar los pecados
mortales. Se debe confesar antes de recibir la Santa Comunión.)
5.- Los que
acostumbran rezar el Vía Crucis frecuentemente, gozarán de una gloria extraordinaria
en el cielo.
6.- Después de la
muerte, si estos devotos llegasen al purgatorio, Yo los libraré de ese lugar de
expiación, el primer martes o viernes después de morir.
7.- Yo bendeciré a
estas almas cada vez que rezan el Vía Crucis; y mi bendición les acompañará en todas partes de la tierra.
Después de la muerte, gozarán de esta bendición en el Cielo, por toda la
eternidad.
8.- A la hora de la
muerte, no permitiré que sean sujetos a la tentación del demonio. Al espíritu
maligno le despojaré de todo poder sobre estas almas. Así podrán reposar
tranquilamente en mis brazos.
9.- Si rezan con
verdadero amor, serán altamente premiados. Es decir, convertiré a cada una de
estas almas en Copón viviente, donde me complaceré en derramar mi gracia.
10.- Fijaré la mirada
de mis ojos sobre aquellas almas que rezan el Vía Crucis con frecuencia y Mis
Manos estarán siempre abiertas para protegerlas.
11.- Así como yo fui
clavado en la cruz, igualmente estaré siempre muy unido a los que me honran,
con el rezo frecuente del Vía Crucis.
12.- Los devotos del
Vía Crucis nunca se separarán de mí porque Yo les daré la gracia de jamás
cometer un pecado mortal.
13.- En la hora de la
muerte, Yo les consolaré con mi presencia, e iremos juntos al cielo. La muerte
será dulce para todos los que Me han honrado durante la vida con el rezo del vía
Crucis.
14.- Para
estos devotos del viacrucis, Mi alma será un escudo de protección que siempre
les prestará auxilio cuando recurran a Mí.
MODO DE REZAR EL VÍA CRUCIS
✞ Por la señal de la Santa Cruz,
✞ de nuestros enemigos,
✞ líbranos Señor, Dios nuestro.
✞ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
✞ líbranos Señor, Dios nuestro.
✞ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo,
Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois,
bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón
de haberos ofendido, también me pesa porque podéis castigarme con las penas del
infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más
pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amén.
ORACIÓN INICIAL
Nosotros, cristianos, somos
conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el
camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada
gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que
tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su
muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.
Hoy queremos reflexionar con
particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que
nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la
gracia de una auténtica participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué
quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el
Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer,
a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia
espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar... Caminar a través de
la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está
sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).
Pausa de silencio
Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros
corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último
camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de
participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]
PRIMERA
ESTACIÓN
JESÚS
ES CONDENADO A MUERTE
V. Te adoramos,
oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
«Reo es de muerte», dijeron de Jesús
los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de
la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a
Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del
pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a
ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les
entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.
San Juan el evangelista nos dice que,
pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de
suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía
crucis.
Cuántos temas para la reflexión nos
ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos
hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro,
flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por
amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEGUNDA
ESTACIÓN
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Condenado muerte, Jesús quedó en manos
de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida
la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura
con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le
cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí
crucificarlo.
El peso de la cruz es excesivo para
las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus
enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el
final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y
flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo
cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
TERCERA
ESTACIÓN
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas
por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos
físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber
dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz.
Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y
expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a
empellones, logró levantarse para seguir su camino.
Isaías había profetizado de Jesús:
«Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que
soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la
cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades,
ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús,
que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que
también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen;
ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y
confianza buscando su ayuda y perdón.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia
de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
CUARTA
ESTACIÓN
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
En su camino hacia el Calvario, Jesús
va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de
buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista
de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un
momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo
destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de
ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que
ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se
transmiten.
Nos es fácil adivinar lo que padecerían
Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en
semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas
del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya
presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo.
María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de
corredentora.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
QUINTA
ESTACIÓN
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Jesús salió del pretorio llevando a
cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto
el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese
antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó
a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara
la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la
cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y
tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus
hijos el origen de su conversión.
El Cireneo ha venido a ser como la
imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen.
Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los
otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado
con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEXTA
ESTACIÓN
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Dice el profeta Isaías: «No tenía
apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar.
Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en
cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario,
con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el
polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió
paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el
rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su
Santa Faz.
Una letrilla tradicional de esta sexta
estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo
el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto
de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos
hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien
nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SÉPTIMA
ESTACIÓN
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Jesús había tomado de nuevo la cruz y
con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las
puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo
el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser
crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de
Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.
Nada tiene de extraño que Jesús cayera
si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo
se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo
frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y
que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a
Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se
siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como
el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten
derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la
ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
OCTAVA
ESTACIÓN
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Dice el evangelista San Lucas que, a
Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas
mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo:
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por
vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba
como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.
Mientras muchos espectadores se
divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que,
desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la
suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos
de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza
de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de
sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en
nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
NOVENA
ESTACIÓN
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Una vez llegado al Calvario, en la
cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por
tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que
venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su
decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los
hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del
altar en que había de ser inmolado.
Jesús agota sus facultades físicas y
psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y
desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más
caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de
nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de
beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la
gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Ya en el Calvario y antes de
crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa costumbre
de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado.
Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería
mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su
sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni
delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne
viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.
Para Jesús fue sin duda muy doloroso
ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y
especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse
privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal
solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
UNDÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
«Y lo crucificaron», dicen
escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la
crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le
taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de
Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un
saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este
palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la
condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron
con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
El suplicio de la cruz, además de ser
infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era
extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a
compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos.
Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el
mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces
clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su
corteza!».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DUODÉCIMA
ESTACIÓN
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Desde la crucifixión hasta la muerte
transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y de
altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los
presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y
escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen
ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos
refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la
cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego
dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo
la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo
Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le
acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el
espíritu.
A los motivos de meditación que nos
ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se
añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy
particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DECIMOTERCERA
ESTACIÓN
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Para que los cadáveres no quedaran en
la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los judíos, éstos
rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados
sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto,
uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José de
Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y
ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la
cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies
y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que
recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su
Hijo.
Escena conmovedora, imagen de amor y
de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y
llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado
de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la
María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DECIMOCUARTA
ESTACIÓN
JESÚS ES SEPULTADO
JESÚS ES SEPULTADO
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
José de Arimatea y Nicodemo tomaron
luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana
limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que
había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones
procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían acompañarlo,
y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban dónde y
cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta
la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.
Con la sepultura de Jesús el corazón
de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de
esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él
mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que
ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y
profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la
muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
DECIMOQUINTA
ESTACIÓN
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Pasado el sábado, María Magdalena y
otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí
observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no
hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a
Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después
llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres.
Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a
su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al
grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie
presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo
testigos presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y
trataron resucitado.
En los planes salvíficos de Dios, la
pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la
resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al
pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es
nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la
nueva condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste
y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido
acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y
sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos
caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has
enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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