miércoles, 5 de noviembre de 2014

La mansión eterna




Un día una señora falleció y llegó al cielo, allí junto a las más de cien mil personas que diariamente mueren, estaba haciendo fila para saber cuál sería su destino eterno.

De pronto apreció San Pedro y les dijo: Vengan conmigo, les mostraré la casa que le corresponde a cada uno, ella dependerá de la cantidad de amor que cada uno haya ofrecido a los demás, la caridad y el buen trabajo serán la cuota inicial con la que adquirirán  la habitación eterna.

Pasaron por barrios de lujos indescriptibles, en un barrio, donde todas las casas eran completas de oro, puertas ventanas, escaleras, techos, etc., San Pedro exclamó: “Aquí vivirán eternamente todos los que invirtieron su dinero en ayudar a los necesitados, los que por amor entregaron su vida, los que partieron el pan con el hambriento, los que regalaron sus vestidos a los pobres, los que consolaron a los presos y visitaron a los enfermos”. Esta señora presurosa se dispuso a entrar, pero un ángel la detuvo al tiempo que decía: “Perdóneme, pero usted en la tierra no dio ni migajas a los demás, jamás dio nada que en verdad costara ni tiempo, ni esfuerzo. Siga usted por favor, más adelante encontrará su hogar”.

Siguieron su camino y llegaron a un barrio, donde las casas estaban construidas de marfil, todo era blancura y elegancia. Aquí nuevamente la señora se dispuso a entrar, en tanto que otro ángel la tomaba del brazo y deteniéndola le dijo: “Me da pena señora, pero este barrio es solamente para aquellos que tuvieron un trato limpio y sincero hacia los demás; usted en cambio era una persona muy corriente en el hablar, dura, criticona, y  grosera en su trato.” Mientras observaba envidiosa como los que habían pagado su cuota inicial de amor y buen trato al prójimo, tomaban posición de sus habitaciones eternas, ella siguió su camino.

En un tercer barrio, todo era del más puro cristal, todo brillaba resplandeciente, la señora se quedó obnuvilada por el brillo y corrió  al lugar que ella creía propio. “Lo siento”, le dijo un ángel, que se interpuso en su camino. “Este lugar es tomado por los que se interesaron en instruir a los demás, para que se volvieran mejores personas y conocieran el amor de Dios por ellos; lamentablemente en su registro dice, que usted, no se interesó ni mucho ni poco en instruir a las personas en las cosas de Dios.”

Entristecida, la pobre mujer observaba como miles entraban alegres a tomar posesión de sus habitaciones, mientras ella, con un numeroso grupo de egoístas, era llevada, cuesta abajo hacia un barrio verdaderamente feo y asqueroso. Todas las habitaciones estaban construidas de desechos. El único material que se había utilizado para construir las casas era basura.

Lechuzas y ratones andaban por doquier, el olor a pestilencia era insoportable, el ángel del lugar se acerca y le dice: “Tome posesión de tu casa por toda la eternidad”. La señora angustiada gritaba: “No, esto es horrible, jamás seré capaz de vivir en semejante montón de basura!”. El ángel le dijo: “Señora, esto es lo único que hemos podido construir con la cuota inicial que usted envió desde la tierra, las habitaciones de la eternidad las hacemos con los materiales que las personas mandan durante su vida. Usted envío: egoísmo, malos tratos a los demás, murmuraciones, críticas, palabras hirientes, odios, tacañería, y envidia. Este es el resultado de las acciones de su vida, más no se pudo hacer”.

La mujer empezó a llorar desconsoladamente. Y haciendo un esfuerzo muy grande por zafarse de las manos del ángel, dio un salto y se despertó de tan terrible sueño. Empapada en sus propias lágrimas, aquella pesadilla le sirvió de examen de conciencia, y desde entonces no solo cambió su vida, sino también los materiales que mandaba al cielo para la construcción de su vivienda eterna. Aún estamos a tiempo de cambiar el tipo de material de nuestra cuota inicial, amemos a los demás como nos amamos a nosotros mismos.

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