martes, 10 de marzo de 2015

Llegar a la confesión con contrición sobrenatural



Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).

Consideraremos, en nuestra próxima oración, otros dos caracteres esenciales de la contrición, y veremos que debe ser: 1º Suma en el aprecio; 2° Sobrenatural.
     
—Tomaremos en seguida la resolución: 1° De despertar en nuestra alma la fe en estas dos verdades y de conservar en nosotros el sentimiento habitual de ellas; 2º De hacer sobre esto actos explícitos todas las noches, en nuestro examen y cada vez que nos confesemos. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Salmista: “Tengo horror al pecado y lo abomino”.

Adoremos a Jesucristo oprimido de dolor en el Huerto de los Olivos; ve los males espantosos que produce el pecado; el infierno abierto, el paraíso cerrado, Dios despreciado, el demonio entronizado; y esta vista le entristece hasta el punto que es menester que un ángel del cielo venga a confortarle. Tributemos a su amor afligido todos los homenajes de que son capaces nuestros corazones.

     
ES PRECISO LLEVAR A NUESTRAS CONFESIONES
UNA CONTRICIÓN SUMA EN EL APRECIO
      
Llámase así la contrición por la cual tenemos más dolor de haber ofendido a Dios, que de todos los males del mundo. Y, ¿Qué cosa más justa, ¡oh Dios mío!, que semejante dolor? ¿Acaso no merecéis ser amado sobre todas las cosas? ¿Acaso hay en la tierra un mal comparable al pecado, o al infierno, que es su castigo? ¿Acaso la pérdida de la fortuna, de la reputación, la muerte misma de nuestros padres o de nuestros amigos, puede equiparse a la pérdida de vuestra gracia y de vuestra amistad, a la pérdida del Cielo por toda la eternidad, que es la consecuencia del pecado? No, sin duda. El simple buen sentido nos lo dice. No es, ciertamente, necesario, que el dolor de haber pecado sea tan sensible como el dolor de haber perdido un padre o una madre; Dios no nos pide sensibilidad, porque ella no depende de nosotros: pero sí pide que detestemos el pecado como el supremo mal y que estemos prontos a perderlo todo y a sufrirlo todo antes que cometerlo una sola vez. Tampoco es necesario representarse todos los males, como los tormentos de los mártires, para preguntarnos si estamos dispuestos a soportarlos antes que pecar, pues no tenemos actualmente la gracia necesaria para esta prueba. Basta decirse: “Si me encontrara en este caso pediría a Dios con todo mi corazón que me concediera esta gracia; y tengo la confianza de que no me la rehusaría, y esta confianza me da valor para decir: Todos los males antes que el pecado”. Examinemos si hemos llevado a nuestras confesiones esta contrición.

        
DEBEMOS LLEVAR A NUESTRAS CONFESIONES
UNA CONTRICIÓN SOBRENATURAL
        
Si, en efecto, nuestra contrición fuera puramente natural en su principio, no podría tener valor en el orden sobrenatural. Nuestra naturaleza sola no puede elevarse al orden sobrenatural: “No podemos por nosotros mismo, dice San Pablo, tener ni un pensamiento útil para la salvación, ni decir una sola palabra meritoria”. Es pues a Vos, ¡oh Espíritu divino!, a quien debemos pedir la verdadera contrición, y de Vos sólo debemos esperarla; pero con la condición de fundarla en motivos sobrenaturales como en su principio. Si sólo detestáramos el pecado porque nos ha hecho desgraciados, porque nos vemos atormentados de remordimientos y de inquietudes, arruinados en nuestra fortuna, en nuestra salud o reputación, sería una contrición vana y estéril. La contrición útil mira más arriba: por ella el alma, sacando de la fe sus motivos tiene un sumo horror al pecado y profundo pesar de haberlo cometido, porque, cometiéndolo, ha renunciado a la amistad de Dios y a participar del paraíso, se ha dado al demonio y expuesto a la eterna condenación, ha incurrido en el odio y la maldición del Creador y Padre celestial, ha sido la causa de la Pasión de Jesucristo, de sus angustias mortales en el Huerto de los Olivos y de su agonía en la Cruz; pero, sobre todo, porque ha desagradado a Dios, a quien ama sobre todas las cosas: porque ha ofendido su infinita majestad y ultrajado su bondad y amor. He aquí lo que pone al alma inconsolable por sus faltas, lo que quebranta y humilla su corazón, más allá de toda expresión (Salmo L, 19). “¡Oh Jesús, crucificado por mis pecados! Vos solo podéis excitar en mí estos sentimientos. Dejad caer en mi corazón algunas gotas de vuestra Sangre para ablandarlo; hablad a este corazón por todas vuestras Llagas, como por otras tantas bocas, y que estas llagas produzcan en mí la contrición sobrenatural que purifica al alma y la dispone a no vivir más que para Vos y a no amar sino a Vos”. Entremos aquí en nosotros mismos y veamos si hemos llevado a nuestras confesiones una contrición verdaderamente sobrenatural en sus principios y en sus motivos.


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