"Pues bien, la casa de ustedes va a quedar
desolada;
y les digo que ustedes no volverán a verme
hasta el día en que digan:
¡Bendito el que viene en nombre del Señor”!
(Lucas 13:35).
Oración de Pío XI, 259 papa de la Iglesia Católica,
entre 1922 y 1939.
Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos
humildemente postrados delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros
queremos ser y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y
cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo
Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos
despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. Oh Jesús benignísimo,
compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón
Sacratísimo.
Oh Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás
se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado;
haced que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no perezcan de hambre y de
miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de
discordia, viven separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la
unidad de la fe, para que, en breve, se forme un sólo rebaño bajo un sólo
Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la
idolatría o del islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.
Mirad, finalmente, con ojos de misericordia a los hijos
de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto: descienda también
sobre ellos como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí
reclamaron.
Concede, oh Señor, incolumidad y libertad segura a
vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced
que del uno al otro confín de la tierra no suene sino esta voz: ¡Alabado sea el
Corazón Divino, causa de nuestra salud, a Él se entonen cánticos de honor y de
gloria por los siglos de los siglos! Amén.
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