miércoles, 20 de junio de 2018

Un reto para los evolucionistas




UN RETO PARA LOS EVOLUCIONISTAS

La teoría de la evolución, popularizada por Charles Darwin, es sin duda una de las grandes mentiras de nuestro tiempo. Es una mentira que se enseña desde la más tierna edad en los colegios; se adoctrina a la población en el evolucionismo en todos los ámbitos educativos y culturales; y ha llegado a ser una parte fundamental de la cosmovisión de la inmensa mayoría de la gente en el mundo desarrollado. El avance de esta mentira en el último siglo ha sido realmente espectacular, tanto como el catastrófico declive del cristianismo en Occidente, al que el primer fenómeno va unido. Hoy en día podemos decir, sin temor a equivocarnos, que posicionarse en contra del evolucionismo significa estar en una minoría muy pequeña. Los números importan, porque en este caso los números representan almas. ¡Cuántas almas se condenarán por creer en las mentiras del Demonio! Ojalá nadie creyera en las mentiras del evolucionismo, pero también debemos recordar que, aunque el 100% de las personas crean en una mentira, sigue siendo mentira.

Podemos demostrar que la teoría de la evolución es mentira, y esto es precisamente lo que pienso hacer con este artículo, igual que he hecho ya con otros artículos sobre el mismo tema. Sin embargo, antes de proseguir, una advertencia: el poder de esta mentira no estriba principalmente en sus argumentos racionales, que no llegan a ser más que sofismos y conjeturas fantasiosas, sino en la fuerza de seducción que ejerce, especialmente sobre personas sensuales, alejadas de Dios. Nuestro Señor avisó que en los últimos tiempos, en los que estoy convencido que vivimos, llegarían falsos profetas. Animó a Sus discípulos a “estar atentos”, a no dejarse engañar. (Marcos 13:5) La fuerza de seducción de la teoría de la evolución es muy grande para una persona que quiere prescindir de Dios, porque le permite justificar su rechazo de cualquier moral impuesta y vivir de forma autónoma. Es realmente la antesala del ateísmo, porque ataca la Palabra de Dios. Si crees las mentiras de Darwin, tienes que tirar las Sagradas Escrituras al cubo de la basura, porque ambas cosas son claramente incompatibles. Así razona el evolucionista: si el primer libro de la Biblia no es más que una bonita fábula, lo mismo serán todos los demás libros. Además, si resulta que lo que nosotros llamamos moralidad es una mera estrategia de supervivencia que ha evolucionado a lo largo de millones de años, quebrantar las leyes de conducta que impone cualquier sociedad no tiene nada de malo en un sentido objetivo. Toda moral se vuelve completamente subjetiva, y cada uno decide por sí mismo qué reglas seguir.

Conviene recordar que, a diferencia de los seguidores de cualquier falsa religión, que por ignorancia o falta de curiosidad no han conocido la verdad, no hay ateos de buena voluntad. San Pablo nos recuerda en su carta a los romanos que los ateos que niegan las pruebas de la existencia de Dios en Su creación “no tienen excusa”. (Romanos 1:18). Esto hay que tenerlo en cuenta cuando hablamos con evolucionistas, especialmente si su fe en el evolucionismo apoya el ateísmo. El presente artículo va dirigido más bien a personas de buena voluntad, cristianos que no han recibido la fe tradicional de la Iglesia, sino una versión modificada, “adaptada” a la modernidad, para encajar con la teoría de la evolución. Es posible que un católico de hoy nunca le ha dado importancia a este asunto; o bien porque nunca le han hablado de la incompatibilidad entre el evolucionismo y la fe verdadera; o bien porque no se ha tomado la molestia de reflexionar sobre las consecuencias lógicas de lo que nos dice el Sistema sobre la evolución. Para todos los católicos dudosos, que aún creen en una evolución teísta, que piensan que Dios hizo lo contrario de lo que nos reveló y que todos los cristianos hemos estado engañados durante más de 19 siglos, propongo un reto.

El reto es en principio un experimento mental, pero si algún ingeniero quiere llevarlo a la práctica bienvenido sea. Consiste en transformar un coche en un avión. La idea es que si una máquina biológica, en este caso, un reptil, tipo dinosaurio pequeño, pudo transformarse en un pájaro, como afirman los evolucionistas, no debería ser imposible hacer algo parecido con una máquina hecha por el hombre. Hay varias condiciones que habría que respetar para lograr el reto.

Habría que hacer muchas pequeñas modificaciones al diseño del coche, y cada una de ellas le acercaría más a su transformación en un avión. Por poner un número concreto, serían 1000 pequeñas modificaciones.

Cada modificación tendría que ser tan pequeña que apenas sería visible a simple vista. Serían de este tipo: las ruedas delanteras tienen 1 centímetro menos de diámetro, o se añade un tornillo aquí o se quita de allí.

Ninguna modificación tendría que perjudicar en nada el funcionamiento del coche. Después de cada paso el coche funcionaría igual o mejor que antes.

Del paso 999 al paso 1000 el coche, ahora convertido en avión, despegaría y volaría. Si el avión no volara perfectamente no se lograría el reto. De nada sirve un avión que se estrella nada más despegar, o que es torpe en el aire. Tendría que volar con tanta facilidad como cualquier otro avión ahora en el mercado.

Es evidente que este reto no se puede lograr, por la misma razón que un reptil no puede transformarse en un pájaro. Las condiciones que he estipulado en el reto no son arbitrarias; se ajustan al proceso evolutivo descrito por Darwin en su libro El Origen de las Especies. En el capítulo sobre las transiciones entre especies, Darwin escribe:

Si se pudiera demostrar que existió un órgano complejo que no pudo haber sido formado por modificaciones pequeñas, numerosas y sucesivas, mi teoría se destruiría por completo.


Archaeopteryx, el supuesto eslabón entre reptiles y pájaros


Darwin describió pequeñas variaciones entre individuos de cada especie, y se dedicó a describir una supuesta descendencia común de todos los seres vivos, gracias a la acumulación de dichas variaciones. Con los conocimientos modernos en el campo de la biología molecular, especialmente en relación a la genética, se propuso que las mutaciones (errores en la transmisión del ADN entre generaciones) podrían ser el “motor” de los cambios necesarios para la evolución, desde los organismos unicelulares hasta el homo sapiens. Así nació el neo-darwinismo, la fusión de las ideas originales de Darwin con la biología molecular.

De momento vamos a olvidar que las mutaciones no pueden ser la causa de la macro-evolución (el cambio de una especie a otra), porque, lejos de crear información necesaria para nuevos órganos y funciones biológicas, sólo DESTRUYEN información. Tras décadas de experimentación, los científicos no han podido verificar un solo ejemplo de una mutación que haya creado información genética nueva, algo que habría ocurrido incontables veces, de ser cierta la teoría de la descendencia común de las especies.

De momento también vamos a olvidar que los millones y millones de años de los que hablan los evolucionistas son pura fantasía. En otros artículos me he dedicado a defender una Tierra joven, con no más de 10.000 años. Sin sus millones de años de una Tierra vieja, la teoría de la evolución es evidentemente imposible. Como el truco de un prestidigitador, al invocar millones de años, los darwinistas corren una cortina de humo delante de nuestros ojos. El tiempo en sí no puede ser una fuerza creadora, pero quieren que creamos en sus cuentos si todo ocurrió “hace mucho, mucho tiempo”. La teoría de la evolución no es en sentido estricto un teoría científica, porque para serlo tendría que ser falsificable y observable. No es falsificable porque dicen que es algo irrepetible que ocurrió en el pasado, y no hay un solo experimento que se puede hacer para demostrar que pasó así. Tampoco es observable porque nos afirman que sólo pudo ocurrir a lo largo de espacios de tiempo larguísimos, y nadie puede hacer un experimento que dure millones de años. Es más bien una fábula que apoya una creencia religiosa materialista.

Si el relato evolucionista que hace Darwin, del cambio gradual de las especies mediante pequeñas variaciones aleatorias, fuera mínimamente plausible, habría que encontrar infinidad de formas transicionales; es decir, seres vivos que aún están en proceso de transformarse en otra especie, como el reptil a medio camino de convertirse en pájaro. El problema para la teoría, que ya es un secreto a voces en círculos académicos, es que dichas formas transicionales NO EXISTEN. Esto ya lo sabía Darwin en la segunda mitad del siglo XIX, y reconoció el problema, pero confiaba en que se encontrarían según avanzara la disciplina de la paleontología. No sólo no han aparecido, sino ya sabemos que nunca aparecerán. Ni siquiera haría falta cavar en la tierra buscando restos de animales de otros tiempos; bastaría con observar los que viven actualmente. Si hoy en día se observa que TODOS los animales están perfectamente adaptados a su medio y cumplen al 100% las funciones biológicas necesarias para su supervivencia, podemos afirmar que la teoría de la evolución es una gran mentira. Si todas las especies estuvieran en un estado permanente de cambio, tendríamos que observar cosas similares al hipotético dinosaurio que se transforma en pájaro; un bicho extraño, que ni corre ni vuela.

La razón por la que no observamos estos animales hoy en día es porque no sobrevivirían en la naturaleza. Según Darwin, un animal que no está perfectamente adaptado a su medio natural tiene menos posibilidades de sobrevivir y de pasar sus genes a la siguiente generación. Es por la supervivencia del más apto, un concepto clave en el darwinismo, que el evolucionismo se puede refutar. En otras palabras, la teoría de la evolución se refuta a sí misma.

Volviendo al reto, a cada paso de la transformación del coche en avión, el ingeniero se enfrenta a un dilema: o empeora el diseño del coche para que se acerque más a un avión, o mejora el diseño del coche, en cuyo caso se alejará más de ser un avión. Es imposible transformar el coche en avión mediante muchos pequeños pasos, sin perjudicar el funcionamiento original de la máquina. Cualquier ingeniero que sepa de lo que habla te dirá que un buen motor de un coche sería un mal motor para un avión. Hay varias razones; una es que el motor de un coche no está diseñado para funcionar a revoluciones muy elevadas durante mucho tiempo, sino para acelerar y mantenerse a unas revoluciones más bajas. Sin embargo, un avión está diseñado para funcionar a un 100% de su capacidad de revoluciones al despegar hasta llegar a su altitud de crucero y luego al 75% durante todo el tiempo restante de vuelo; si intentas esto con un motor de un coche lo quemas. Además, el motor de un avión tiene que soportar cambios fortísimos en la presión y la temperatura atmosféricas, mientras que el de un coche no.

Es exactamente así para el reptil que supuestamente se convirtió en un pájaro. Si sus patas delanteras tuvieron que transformarse en alas, llegaría un punto en que le estorbarían para correr pero todavía no valdrían para volar. En este caso sería incapaz de escapar de los depredadores y de cazar su comida. Tendría cero posibilidades de transmitir sus genes y se extinguiría. Aparte de la transformación de las patas delanteras en alas, hay otros procesos transformativos, que igual se nos escapan a simple vista, que tendrían que ocurrir para pasar de un reptil a un pájaro. Entre ellos:

El metabolismo de los reptiles, animales de sangre fría, es muy lento, mientras que el de los pájaros, de sangre caliente, es altísimo.

Los huesos de los reptiles son densos y pesados, mientras que los huesos de los pájaros, para favorecer el vuelo, son huecos y ligeros.

Los pájaros tienen un sistema de respiración único en el reino animal, que consiste en un flujo unidireccional del aire. Todos los demás animales, incluidos los reptiles, respiran inhalando oxígeno y exhalando dióxido de carbono y en los pulmones el aire circula en dos direcciones: hacia dentro y hacia fuera. El diseño de los pulmones aviares es único y especialmente apto para volar, ya que obtienen un flujo constante de aire fresco. Es totalmente imposible que este diseño fuera el producto e la evolución, porque nunca podría existir un animal con unos pulmones a medias entre la respiración unidireccional y bidireccional.

Las plumas de los pájaros tienen un diseño complejísimo, especialmente pensado para el vuelo, y siempre han supuesto un auténtico misterio para los evolucionistas. Ellos afirman que las plumas se desarrollaron a partir de las escamas de los reptiles, que no son más que pliegues en la piel; es como decir que la catedral de Chartres se desarrolló a partir de una roca. No hay evidencia en el registro fósil de ninguna cosa intermedia entre las escamas y las plumas.

La única manera de superar estos problemas es rompiendo una de las reglas fundamentales del reto y de Darwin mismo: un salto brusco de un diseño a otro. Igual que un ingeniero competente sería capaz de reciclar las piezas de un coche para fabricar un avión, añadiendo otras piezas y cambiando drásticamente el diseño de la máquina, algunos evolucionistas, ante la falta absoluta de formas transicionales, han propuesto la idea del monstruo prometedor, un ser vivo que por un milagro del azar da un salto evolutivo, en lugar de pasar por el proceso gradual de pequeños cambios que describió Darwin. El primero en proponer esta teoría fue el geneticista Richard Goldschmidt en 1940. En su momento la idea fue universalmente ridiculizada por el mundo académico, no sólo porque contradice frontalmente la ortodoxia darwinista, sino porque en el fondo es recurrir a la magia para defender una teoría científica. A pesar de ser una idea tan risible, un intento desesperado por apuntalar una teoría que hace aguas, en 1977 Stephen Jay Gould, el evolucionista de mayor prestigio de los últimos tiempos, volvió a proponer la teoría del monstruo prometedor como la mejor explicación a la descendencia común de las especies.

El biólogo ateo Richard Dawkins, el profeta más beligerante de la religión evolucionista de nuestro tiempo, dijo que los organismos biológicos tiene la apariencia de haber sido diseñados. Por supuesto, como buen ateo, él cree que no fueron diseñados, que sólo lo parecen. Dawkins, con su fe ciega en el azar, cree que todos los seres vivos somos frutos de errores aleatorios que han ocurrido a lo largo de miles de millones de años. Siguiente el principio de la navaja de Occam, que dice que en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable, si los seres vivos tienen apariencia de haber sido diseñados, es lógico pensar que lo fueron. ¿Quién los diseñó? Dios. La respuesta la saben muy bien los ateos, y es precisamente por esta razón que se agarran a su absurda teoría de la evolución, a pesar de sus múltiples contradicciones. Espero que con este artículo haya abierto los ojos a algunos católicos que daban por hecho que la teoría de la evolución era una evidencia científica. Nada más lejos de la realidad. Es una gran mentira, una creencia supersticiosa, fabricada a conciencia y promovida hoy con el fin de destruir la fe en el Creador.

Por Christpher Fleming
Visto en Adelante la Fe





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