LOS SANTOS INOCENTES DE ENTONCES... Y LOS NIÑOS ABORTADOS DE AHORA
Por
Antonio José Sánchez Sáez
La Iglesia
celebra hoy a los Santos Inocentes, los niños asesinados por Herodes hace más
de 2000 años con la intención de matar, entre ellos, a Jesús.
Como
sabemos, el cap. 2º del Evangelio de San Mateo narra cómo los Reyes Magos
habían visto la estrella que anunciaba el nacimiento del Rey de los judíos (el
Mesías) y cómo le preguntaron inocentemente al monarca Herodes dónde se
encontraba. Herodes, consultando a los sumos sacerdotes y a los escribas,
fingió que le interesaba esa información porque quería ir también él a adorarle
y lo encontrarían probablemente en Belén, la ciudad del Rey David, donde según
la profecía de Miqueas 5, 2 nacería el Mesías. En realidad, celoso del poder
como era, tenía intención de eliminar a ese adversario, a ese Rey de los judíos
profetizado.
Sabemos que
Herodes I “El Grande”, idumeo, Rey de Judea, Galilea, Samaria e Idumea era un
rey extraordinariamente sanguinario como nos cuenta Flavio Josefo, describiendo
la tiranía de su reinado en sus “Antigüedades
de los judíos”. El pueblo israelita de entonces le odiaba, primero,
por ser idumeo (falso judío) y segundo, por aliarse con los romanos contra el
pueblo, al que tenía sometido de manera brutal. Como botón, baste decir que
asesinó a su propia mujer y a dos de sus hijos.
Pues bien,
la matanza de los santos inocentes no fue un cuento, ni una metáfora sino una
realidad truculenta. José fue avisado en sueños por un ángel (Mt., 2, 13 y ss.)
para que tomase a María y al Niño y huyeran a Egipto porque Herodes buscaba a
Jesús para matarlo.
Vemos aquí,
por cierto, el paralelismo entre San José, el esposo de la Virgen María, con el
patriarca José, hijo de Jacob, vendido por celos por sus hermanos a los
ismaelitas, que acabó en Egipto para prepararle, en los planes misteriosos de
Dios, una morada a la casa de Israel, para cuando llegaran los años de hambre.
El patriarca José salvó a Egipto y a Israel y fue llamado por los egipcios con
el nombre de “Zafnat Panea”, es decir, “Salvador del mundo”. Toda una
prefiguración de Cristo, Jesús (Jeoshua,
que significa literalmente, “Salvador”). También José, padre adoptivo de Jesús
y esposo de María huyó al mismo país, Egipto, para salvar a Jesús y a María.
Observemos
también cómo esa salvación in extremis de Cristo, huyendo a Egipto, está
prefigurada en la milagrosa salvación de Moisés de la muerte: recordemos que el
Faraón había ordenado a las comadronas que mataran a todos los niños varones de
las israelitas, pues eran muy fértiles y el número de la casa de Israel en
Egipto aumentaba cada día, lo que amenazaba la estabilidad del reinado del
Faraón. Y Moisés, hijo de una pareja israelita de la tribu de Leví, fue puesto
por su madre en el río, en una cesta calafateada (Ex. 1, 22; y 2) que acabaría
recogiendo finalmente aguas abajo la hija del Faraón, la cual, después de
devolvérselo a su madre para que lo amamantara, fue criado en la Corte como
hijo suyo.
Ana Catalina
Emmerick, la beata agustina alemana beatificada por JPII, que tantas visiones
maravillosas tuvo sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento y sobre el fin de los
tiempos, vio con todo detalle cómo fue la matanza de los inocentes a manos de
Herodes. Y fue mucho peor de lo que todos hubiéramos podido imaginar.
Aquí pueden leer esas visiones:
Herodes
ordenó matar a todos los niños de menos de 2 años de Belén y de otros seis
pueblos de alrededor. Fueron unos 700 niños, nos cuenta la beata alemana. Las
madres fueron atraídas a Jerusalén con la promesa de darles un premio por su fertilidad,
e iban felices, con sus hijos en brazos o caminando, adornados con trajecitos
de colores. Cuando llegaron a la fortaleza, los maridos fueron apartados y
degollados, y enterrados en fosas comunes. Y a las mujeres se las confinó toda
la noche en el edificio, hasta que por la mañana fueron llamadas una a una
(Herodes había encargado a un grupo de soldados 9 meses antes un censo de los
niños que habían nacido en la zona), les arrebataban a sus hijos de los brazos,
que eran llevados dentro del patio donde unos 20 soldados les cortaban la
garganta o les alanceaban en el corazón. Los gritos de las madres eran
desgarradores, inconsolables (Jer. 31, 15). Las madres luego fueron llevadas a
rastras a sus casas, atadas… Por cierto, Ana Catalina Emmerick nos cuenta luego
que María fue avisada por un ángel de que se había producido una matanza, y
Ella y el pequeño Jesús lloraron durante varios días.
De estos
terribles hechos podemos extraer algunas conclusiones.
El Demonio
se venga siempre en el hombre de su fallida rebelión contra Dios, por la que
fue justamente condenado al Infierno, por toda la eternidad.
Se vengó de
Dios en el hombre cuando indujo a Eva a pecar, y, desde entonces, los hombres
cargamos con nuestro pecado original de nacimiento, que nos quita el bautismo,
permaneciendo no obstante en nosotros la concupiscencia o tendencia al pecado (amartia)…
También se
vengó del hombre en los hijos varones de Israel que vivían en Egipto, a los que
el Faraón dio la orden de matar, salvándose Moisés, que, a su vez, sería usado
por Dios para salvar a Israel y, por tanto, a la estirpe del Salvador.
Tampoco pudo
matar a Jesús recién nacido, el Hombre con mayúsculas, Dios y hombre verdadero,
por lo que, usando como instrumento a Herodes, se cebó con los niños de Belén y
alrededores. Esos niños eran inocentes, como inocente, el cordero de Dios, era
Cristo.
E igualmente
se venga hoy a través del aborto. Porque inocentes son hoy también los cientos
de miles de niños abortados cada año en todo el mundo, pequeños hermanos
nuestros que no tienen la culpa de haber sido concebidos y no deseados por sus
padres, y que son asesinados, en masa, por una sociedad que considera esa
matanza un derecho y un bien, en aras de la “liberación” de la mujer.
Y esto lo
hacen “médicos”, “enfermeras” y “cirujanos” que aprendieron en las Facultades
de Medicina de todo el mundo a salvar vidas, faltando a su Juramento
hipocrático… dedicándose, por el contrario, a eliminar a niños indefensos de
las maneras más crueles y violentas que se puedan imaginar y con un sufrimiento
indescriptible para esas criaturas, que son despedazadas, aspiradas o quemadas
con sal.
Los
abortorios (bien que lo conozco) son lugares satánicos, donde la sociedad mata
a sus hijos, como los cananeos mataban a sus vástagos en el horno de fuego del
dios Moloch. En ambos casos, se trata de una ofrenda a Satanás, al que la
sociedad, así le abre la puerta por la que, finalmente, toma posesión de
nuestro mundo, que le tributa semejantes holocaustos, generando mayores pecados
y males de los que nunca antes hubo en la humanidad.
En España se
mataron el año pasado a 94.000 niños… Y llevamos más de 2,2 millones desde la
legalización del aborto en nuestro país. Imaginemos la cantidad de hombres y
mujeres de bien que hoy en día serían, a su vez, padres y madres de otros
muchos hombres… médicos, abogados, sacerdotes, ingenieros, fontaneros,
profesores, carpinteros, comerciales, campesinos…. Compatriotas y vecinos
nuestros a los que alguien decidió matar en lugar de darles en adopción. ¡Y ahora
nos rasgamos las vestiduras porque cada vez tenemos menos niños y nuestro
estado del bienestar es insostenible…!
Pero lo peor
de todo no es eso, pues, finalmente, esos niños irán a una parte especial del
Cielo donde serán cuidados por la Virgen y los ángeles. Lo peor es que esas
madres y padres que han consentido en el aborto, esos abuelos que, sabiéndolo
de antemano no hicieron nada para evitarlo (o que incluso animaron a ello),
esos amigos, esos familiares que indujeron el aborto sabiendo las gravísimas consecuencias
espirituales de apartamiento de la Iglesia que acarreaba su culpa están
excomulgados latae sententiae y
se condenarán eternamente si antes no media un arrepentimiento sincero y no
piden perdón de la manera debida en confesión.
Oremos,
pues, hermanos, por su conversión, por la nuestra y por la de una sociedad como
la española que, en gran parte, ve el aborto como un bien, llamando bueno a lo
malo y malo a lo bueno.
¡Ven,
Señor Jesús!
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