Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días
del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San
Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).
Terminamos hoy nuestras meditaciones sobre la
Transfiguración, considerando: 1° La humildad profunda que este misterio hace
brillar en Jesucristo; 2º El desprendimiento universal que este mismo misterio
revela en los Apóstoles.
—En seguida tomaremos la resolución: 1º De
unirnos a Dios solo, sin desear ninguna otra cosa; 2° De jamás decir ni hacer
nada por amor propio o en vista de las criaturas. Nuestro ramillete espiritual
serán las palabras de San Pablo: “Jesucristo lo es todo para el corazón”.
Postrémonos en espíritu a los pies de Jesús
transfigurado y admiremos la humildad que este misterio deja ver en Jesús y el
desprendimiento que revela en los tres Apóstoles presentes en el Tabor.
Roguémosle que trasmita a nuestra alma estas dos disposiciones.
LA
TRANSFIGURACIÓN DEJA VER EN JESUCRISTO
UNA
PROFUNDA HUMILDAD
Revelando Jesús la gloria a que tiene derecho su
Humanidad santísima, en virtud de su unión hipostática con el Verbo, nos hace
conocer en esto la profunda humildad que la lleva a tener constantemente oculto
tan magnífico privilegio. Es la única vez, en el transcurso de su vida, que
deja escapar algunos resplandores de su gloria; y todavía, si lo hace, sólo es
para afianzar la fe y sostener el valor de los suyos en medio de las
persecuciones que les esperan; sólo ante tres Apóstoles, en un lugar apartado y
solitario, para no dejar ver sino lo menos posible lo que podía atraerle honra
y alabanza; sólo por algunos instantes muy cortos, volviendo luego a su estado
pobre, humilde y oscuro; y, en fin, con el expreso mandato dado a los tres
Apóstoles de guardar el secreto de lo que habían visto, de no decirlo a nadie y
dejarlo todo en la oscuridad. ¡Oh humildad admirable! Su Transfiguración nos
hace ver que tiene a su disposición riquezas ante las cuales el oro y las
pedrerías palidecen como el barro, y, sin embargo, lleva la vida más pobre: las
fieras tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, y Él no tiene donde
recostar su cabeza. Su Transfiguración nos hace ver que es grande sobre todo
pensamiento, que Moisés y los profetas no son sino sus siervos y enviados, y
sin embargo, se oculta bajo las más humildes apariencias, esconde a las miradas
del mundo todo lo que le es glorioso, y si escoge más tarde a Jerusalén como el
teatro más elevado donde poder mostrarse, es para sufrir en el gran día el
oprobio y la confusión. Su Transfiguración nos hace ver que posee en Sí mismo
todos los gozos del Cielo; y, sin embargo, entregará su alma a las angustias,
su cuerpo al dolor, al hambre, a la sed, a la fatiga y a la muerte. ¡Qué
lección de virtud! Postrémonos, adoremos, amemos e imitemos. No pretendamos ya
mostrarnos por el lado honroso ni ocultar lo que nos humilla.
LA
TRANSFIGURACIÓN DEJA VER EN LOS APOSTOLES
UN
DESPRENDIMIENTO UNIVERSAL
Los Apóstoles están tan prendados de las bellezas
que descubren en Jesús, que ya no desean ninguna cosa aquí en la tierra. “Señor
—exclaman— ¡qué bueno es estar aquí!” Con Vos solo se tiene todo, y el corazón
no tiene nada más que desear en la tierra. En el mundo tenemos parientes,
amigos, conocidos, mil cosas a las cuales estábamos apegados; pero, Señor, en
Vos solo lo encontramos todo; por Vos solo consentimos de todo corazón en
abandonarlo todo; nos creemos bastante ricos si os poseemos, bastante felices
si estáis con nosotros, bastante honrados si estarnos en vuestra compañía; quedémonos
aquí. "Aquí es como un alma que se ha aficionado a Jesús y que ha
estudiado sus bellezas y encantos, se desprende de todas las cosas
creadas", dice San Ambrosio. "Ni la prosperidad la embriaga, ni la
adversidad la abate: que la alaben o que la vituperen, que esté en la
abundancia o en la miseria, poco le importa. Jesús solo lo es todo para ella.
Como los Apóstoles en el Tabor, sólo ve a Jesús en todas las cosas, sólo piensa
en agradarle y no ambiciona más que el aprecio y el amor a Jesús, y, fija la mirada
de su corazón en Jesús, todo lo demás es nada para ella. Y ¿Para qué, se dice
ella, apegarme durante la vida a lo que la muerte me arrebatará? ¿Para qué amar
en el tiempo lo que se me hará nada en la eternidad?” ¿Es así como nuestro
corazón está desprendido de todo lo transitorio y fijo en Jesús, que nunca
muere?
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