«Luego vi el cielo
abierto y apareció un caballo
blanco. Su Jinete se llama "Fiel" y "Veraz"; él juzga y
combate con justicia. Sus ojos son como una llama ardiente y su cabeza está cubierta de numerosas
diademas. Lleva escrito un nombre que solamente él conoce y está vestido con
un manto teñido de sangre. Su
nombre es: "La Palabra de Dios". Lo
siguen los ejércitos celestiales, vestidos con lino fino de blancura inmaculada
y montados en caballos blancos. De su boca sale una espada afilada, para herir a los pueblos
paganos. Él los regirá con un cetro de hierro y
pisará los racimos en la cuba de
la ardiente ira del Dios todopoderoso. En su manto y en su muslo lleva escrito
este nombre: Rey de los reyes y Señor de
los señores.»
(Apocalipsis
19:11-16)
Mientras almorzaba la semana pasada, llamó mi
atención la etiqueta de la gaseosa que la secretaria parroquial había comprado
para unas visitas que tuvimos, y cuyo sobrante encontré en la heladera.
“Cortá con tanta dulzura. Lo
dulce no quita la sed”
Y más allá de la finalidad comercial del slogan —que, dicho sea de paso,
es verdadero en gran medida— me hizo pensar en el “sabor” del Evangelio de
Cristo, de la entera Palabra de Dios y de la enseñanza de la Iglesia.
Y es que hoy por hoy abundan mensajes “cristianos” “católicos”
que ya no tienen el sabor de la palabra de Cristo, y el vigor de la predicación de Pedro
y Pablo, y de Esteban —ese “fundamentalista”— y de Santiago, y de Juan…
Un cristianismo dulzón, empalagoso, almibarado, al que se
le ha quitado o minimizado todo rastro de exigencia, de intransigencia, de
invitación a la conversión… No solamente ya no es cristianismo, sino que —como
dice la etiqueta de la gaseosa— es incapaz de quitar la SED más profunda de nuestra
alma.
El sabor de la Escritura, y del mismísimo
Evangelio, es, en cambio, una perfecta combinación de textos “dulces” con otros
“amargos” y muchos más “salados” o “ácidos”. Y por eso toda dulcificación del Evangelio es, necesariamente, mutilación
o distorsión. Y, por ende, traición.
Lo que quita la SED que anida
en lo más hondo de nuestro corazón es el verdadero Jesús, y la verdadera fe
transmitida por la Iglesia en su Tradición.
Ese Jesús es verdaderamente
fascinante y atractivo… el Jesús
“dulzón” se transforma en apenas una figurita decorativa en el elenco de
personas “espirituales” de la historia.
Ese Jesús me fascina, y a ese
Jesús quiero predicar.
Ese Jesús tan libre, sólo atado a la Voluntad del Padre, y absolutamente
independiente de los respetos humanos y
lo “políticamente correcto”.
El Jesús que comienza su gran predicación diciendo: “El Reino de Dios
está cerca…” para añadir, de inmediato: “conviértanse,
y crean en el Evangelio.”
El Jesús que abre su primer gran discurso con la palabra:
“Felices", y que a los pocos minutos nos promete que seremos “perseguidos
a causa de Él".
El que se hace Buen Samaritano, que camina por los caminos del mundo
inclinándose sobre el hombre herido y medio muerto, pero que nos dice también: “ancho y espacioso es el camino que conduce
a la condenación, y muchos van por él”
El que grita: “el que tenga sed, que venga a mí y beba", y que
dice, compasivo: “vengan a mí los afligidos y agobiados, y yo los
aliviaré"; pero que no busca la popularidad a cualquier precio, y dice a
los suyos, vacilantes: “y ustedes, ¿también quieren irse?”.
Ese Jesús tan capaz de abrazar a los niños como de hacer un látigo de cuerdas para expulsar a los vendedores del templo.
El que nos promete el Cielo como una grandiosa fiesta de bodas… pero que
nos advierte que podemos quedar fuera y llorar eternamente si no tenemos aceite
en nuestra lámpara.
El que en medio de la Pasión es capaz de mirar a Pedro que lo acaba de
negar, y de prometer el Paraíso al Buen ladrón… pero calla ante el rey Herodes.
El que, resucitado, concede a Tomás la gracia de meter su mano en el
costado, a la vez que lo reprende por su incredulidad.
El que pregunta a Pedro por tres veces: “¿me amas?” y le confía las
ovejas, a la vez que le anuncia su manera de morir.
ESE ES EL
JESÚS QUE AMO, ese es el
Jesús que me apasiona: tan tierno como exigente, tan misericordioso como
radical, tan condescendiente como idealista.
Tan humilde como majestuoso, tan hombre como Dios,
tan frágil como Todopoderoso.
No me
quieran vender un Jesús “edulcorado”.
No me
falsifiquen a Jesús.
Porque ningún falso Jesús es capaz de quitar mi SED, y la de la
humanidad.
Leandro Bonnin
Sacerdote de
la Archidiócesis de Paraná, Argentina.
Visto en
Infocatólica.
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