S a l m o 1 1 1
Felicidad del justo
1[¡Aleluya!]
Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
2Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita.
3En su casa habrá riquezas y abundancia,
su caridad es constante, sin falta.
4En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
5Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos.
6El justo jamás vacilará,
su recuerdo será perpetuo.
7No temerá las malas noticias,
su corazón está firme en el Señor.
8Su corazón está seguro, sin temor,
hasta que vea derrotados a sus enemigos.
9Reparte limosna a los pobres;
su caridad es constante, sin falta,
y alzará la frente con dignidad.
10El malvado, al verlo, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse.
La ambición del malvado fracasará.
CATEQUESIS DE JUAN PABLO
II
Felicidad del justo
1. Después de celebrar ayer la
solemne fiesta de Todos los Santos del cielo, hoy conmemoramos a todos los
Fieles Difuntos. La liturgia nos invita a orar por nuestros seres queridos que
han fallecido, dirigiendo nuestro pensamiento al misterio de la muerte,
herencia común de todos los hombres.
Iluminados por la fe, contemplamos el enigma
humano de la muerte con serenidad y esperanza. Según la Escritura,
más que un final, es un nuevo nacimiento, es el paso obligado a
través del cual pueden llegar a la vida plena los que conforman su vida
terrena según las indicaciones de la palabra de Dios.
El salmo 111, composición de
índole sapiencial, nos presenta la figura de estos justos, los cuales
temen al Señor, reconocen su trascendencia y se adhieren con confianza y
amor a su voluntad a la espera de encontrarse con él después de
la muerte.
A esos fieles está reservada una
«bienaventuranza»: «Dichoso el que teme al Señor»
(v. 1). El salmista precisa inmediatamente en qué consiste ese temor: se
manifiesta en la docilidad a los mandamientos de Dios. Llama dichoso a aquel
que «ama de corazón sus mandatos» y los cumple, hallando en
ellos alegría y paz.
2. La docilidad a Dios es, por tanto,
raíz de esperanza y armonía interior y exterior. El cumplimiento
de la ley moral es fuente de profunda paz de la conciencia. Más
aún, según la visión bíblica de la
«retribución», sobre el justo se extiende el manto de la
bendición divina, que da estabilidad y éxito a sus obras y a las
de sus descendientes: «Su linaje será poderoso en la tierra, la
descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y
abundancia» (vv. 2-3; cf. v. 9). Ciertamente, a esta visión
optimista se oponen las observaciones amargas del justo Job, que experimenta el
misterio del dolor, se siente injustamente castigado y sometido a pruebas
aparentemente sin sentido. Job representa a muchas personas justas, que sufren
duras pruebas en el mundo. Así pues, conviene leer este salmo en el
contexto global de la sagrada Escritura, hasta la cruz y la resurrección
del Señor. La Revelación abarca la realidad de la vida humana en
todos sus aspectos.
Con todo, sigue siendo válida la
confianza que el salmista quiere transmitir y hacer experimentar a quienes han
escogido seguir el camino de una conducta moral intachable, contra cualquier
alternativa de éxito ilusorio obtenido mediante la injusticia y la
inmoralidad.
3. El centro de esta fidelidad a la palabra
divina consiste en una opción fundamental, es decir, la caridad con los
pobres y necesitados: «Dichoso el que se apiada y presta (...). Reparte
limosna a los pobres» (vv. 5.9). Por consiguiente, el fiel es generoso:
respetando la norma bíblica, concede préstamos a los hermanos que
pasan necesidad, sin intereses (cf. Dt 15,7-11) y sin caer en la infamia de la
usura, que arruina la vida de los pobres.
El justo, acogiendo la advertencia constante
de los profetas, se pone de parte de los marginados y los sostiene con ayudas
abundantes. «Reparte limosna a los pobres», se dice en el
versículo 9, expresando así una admirable generosidad,
completamente desinteresada.
4. El salmo 111, juntamente con el retrato
del hombre fiel y caritativo, «justo, clemente y compasivo», presenta
al final, en un solo versículo (cf. v. 10), también el perfil del
malvado. Este individuo asiste al éxito del justo recomiéndose de
rabia y envidia. Es el tormento de quien tiene una mala conciencia, a
diferencia del hombre generoso cuyo «corazón está
firme» y «seguro» (vv. 7-8).
Nosotros fijamos nuestra mirada en el
rostro sereno del hombre fiel, que «reparte limosna a los pobres» y,
para nuestra reflexión conclusiva, acudimos a las palabras de Clemente
Alejandrino, el Padre de la Iglesia del siglo II, que comenta una
afirmación difícil del Señor. En la parábola sobre
el administrador injusto aparece la expresión según la cual
debemos hacer el bien con «dinero injusto». Aquí surge la
pregunta: el dinero, la riqueza, ¿son de por sí injustos?, o
¿qué quiere decir el Señor? Clemente Alejandrino lo explica
muy bien en su homilía titulada «¿Cuál rico se
salvará?» Y dice: Jesús «declara injusta por naturaleza
cualquier posesión que uno conserva para sí mismo como bien
propio y no la pone al servicio de los necesitados; pero declara también
que partiendo de esta injusticia se puede realizar una obra justa y saludable,
ayudando a alguno de los pequeños que tienen una morada eterna junto al
Padre (cf. Mt 10,42; 18,10)» (31, 6: Collana di Testi Patristici,
CXLVIII, Roma 1999, pp. 56-57).
Y, dirigiéndose al lector, Clemente
añade: «Mira, en primer lugar, que no te ha mandado esperar a que
te rueguen o te supliquen; te pide que busques tú mismo a los que son
dignos de ser escuchados, en cuanto discípulos del Salvador» (31,
7: ib., p. 57).
Luego, recurriendo a otro texto
bíblico, comenta: «Así pues, es hermosa la afirmación
del Apóstol: "Dios ama a quien da con alegría" (2 Co
9,7), a quien goza dando y no siembra con mezquindad, para no recoger del mismo
modo, sino que comparte sin tristeza, sin hacer distinciones y sin dolor; esto
es auténticamente hacer el bien» (31, 8: ib.).
En el día de la conmemoración
de los difuntos, como dije al principio, todos estamos llamados a confrontarnos
con el enigma de la muerte y, por tanto, con la cuestión de cómo
vivir bien, cómo encontrar la felicidad. Y este salmo responde: dichoso
el hombre que da; dichoso el hombre que no utiliza la vida para sí
mismo, sino que da; dichoso el hombre que es «justo, clemente y
compasivo»; dichoso el hombre que vive amando a Dios y al prójimo.
Así vivimos bien y así no debemos tener miedo a la muerte, porque
tenemos la felicidad que viene de Dios y que dura para siempre.
[Texto de la Audiencia general del
Miércoles 2 de noviembre de 2005]
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