"Sí, yo sufro, por eso ofrezco
todo por los pecadores,
para desagraviar el Inmaculado Corazón
de María.
Oh Jesús, ahora podéis salvar muchos
pecadores
porque este sacrificio es muy
grande".
(Beata Jacinta Marto)
JACINTA
EN EL HOSPITAL –Vamos a exponer brevemente y en partes la vida y muerte de
Jacinta Marto. (Tomado del libro “Apariciones de la Santísima Virgen en Fátima”
por el Padre Leonardo Ruskovic O.F.M. Año 1946)
La
enfermedad continuaba su acción destructora en el cuerpo de Jacinta; sus
padres, alarmados, resolvieron llevarla al hospital de Vila Nova de Ourem. Este
pueblo, como ya dijimos al principio de esta historia, es de origen medioeval.
Muy cerca se encuentra C’astel, el último y bien patente vestigio musulmán.
Vila
Nova es ya bien conocida por nuestros pastores; allí pasaron tres días de duro
encarcelamiento, abandonados de todos, hasta de sus mismos padres.
Muy
penoso parecía a los padres de Jacinta comunicar a su pequeña esta resolución,
ignorando ellos que la enferma esperaba ya de antemano, con tranquila
resignación, este deseo de la voluntad Divina; sus padres quedaron admirados
viendo con cuánta serenidad y calma recibía de sus labios la triste noticia.
De
todos se despidió, especialmente de Lucía, a quien en esta ocasión le refirió
todo lo que la Santísima Virgen le había manifestado cuando se le apareció
durante su enfermedad.
—Pregunté
a Nuestra Señora — dijo Jacinta— si tú también irías a Vila Nova, y me dijo que
no; eso fué para mí lo más penoso. Me advirtió que me acompañaría mi madre al
hospital, y allí me quedaría sola.
Después
de un momento de silencio, Jacinta añadió:
—
¡Ah, si tú fueras conmigo!… Me cuesta separarme de ti. En el hospital estaré
sin ninguna compañía. ¡Cuánto sufriré allí!
Bien
conocía la pequeña enferma por qué iba al hospital; así lo manifestó a su prima
cuando le dijo:
—Nuestra
Señora quiere que vaya al hospital, no para curarme, sino para sufrir allí por
amor de Dios y por la conversión de los pecadores.
Y
estas proféticas palabras que le comunicara la Madre de Dios cumpliéronse al
pie de la letra.
Cuando
su madre la visitó por primera vez, no manifestaba otro anhelo que el de ver a
su prima Lucía.
En
la segunda visita llegó la señora Olimpia, acompañada de Lucía; cuando se
vieron las dos inseparables compañeras, se abrazaron tiernamente y recordaron
los lejanos días de inocente alegría. Los momentos transcurrieron veloces y
cuando se despidieron, mucho tenían aún que decirse mutuamente. A cuantos
preguntaban a Lucía por la salud de Jacinta, respondía:
—La
encontré como siempre, muy alegre. Su único deseo es sufrir por amor de Dios,
en honor del Inmaculado Corazón de María y por la conversión de los pecadores.
Sólo en eso piensa y de eso habla; es su único y mayor anhelo.
Después
de dos largos meses de permanencia en el hospital, Jacinta regresó nuevamente a
su casa sin la menor muestra de alivio. Al contrario, se le manifestó una gran
herida a modo de úlcera y que era necesario curarla con mucho dolor de la
paciente. Nueva penitencia que la bondadosa y paternal mano de Dios la enviaba
y ella aceptaba con entera resignación. No era para ella menos dolorosa cruz
las continuas y multiplicadas visitas que afluían ahora más numerosas, al
saberse la noticia de su grave enfermedad; a todas recibía con plácido
semblante, ofreciendo a Dios sus interiores sufrimientos, por la conversión de
los pecadores y en sufragio de las benditas almas del Purgatorio. Mucho le
complacía la visita de los pequeñuelos; con ellos pasaba dulces momentos,
enseñándoles los rudimentos de la doctrina cristiana; les hacía rezar el santo
rosario y les aconsejaba no ofender a Dios Nuestro Señor para no caer en el
infierno…, y los pequeñuelos se encontraban felices en la amable compañía de la
bondadosa paciente.
Nunca
olvidaba a su ya difunto hermano Francisco.
—
¡Ah, si pudiera verlo!… —repetía con frecuencia.
Su
prima la consolaba, diciéndole:
—Ya
pronto le verás; ya no te falta mucho para ir al cielo; en cambio, yo…
—Pediré
mucho para que pronto vayas al cielo— decía Jacinta —; es Nuestra Señora la que
desea que aún continúes viviendo en la tierra.
Visitó
un día Lucía al señor párroco de Olival, quien, como hemos dicho, se interesaba
mucho por el adelanto espiritual de los pastorcitos; al saber que Jacinta se
encontraba muy enferma y tan sumamente debilitada que no podía rezar de
rodillas sus oraciones, le ordenó que las recitara en su mismo lecho de dolor.
Al oír Jacinta el mensaje, contestó:
—
¿Y Nuestra Señora se quedará conforme con tal oración?
Lucía
le contestó que era voluntad de Dios el cumplimiento de los mandatos de sus
ministros.
Jacinta
manifestaba confidencialmente a Lucía lo siguiente:
—
¡Si supieras cuánto gozo todas las veces que digo a Jesús que le amo!; siento
en mi interior como si tuviera fuego.
Muy
resignada le dijo un día a Lucía:
—De
nuevo vi a la hermosa Señora y me dijo que me llevarían nuevamente al hospital,
en Lisboa, y que allí sufriré mucho y moriré sin verte… Pero me animó mucho a
sufrir todo por amor de Dios y que Ella misma me llevaría al Paraíso—, y
concluyó entre lágrimas:
—Nunca
más te veré; allá no irás a visitarme…
No
habían pasado varios días de este doloroso coloquio, cuando se presentó en
Aljustrel un especialista, el doctor Enrique Lisboa, y diagnosticando a nuestra
enferma declaró que era necesario llevarla a la capital, Lisboa, y allí
operarla, asegurando a sus padres que recobraría la salud.
Al
pensar Jacinta en su pronta y para siempre ausencia, no podía evitar que
furtivas lágrimas asomaran sus ojos. Y encontróla un día Lucía abrazando
tiernamente a una imagen de la Virgen y diciendo:
—
¡Oh, querida Madre Celestial!… ¿moriré tan lejos de mis padres y de Lucía?
¡Cuanto
más se acercaba la muerte, tanto más se acrecentaba en ella el deseo vehemente
de salvar pecadores!
—
¿Qué harás en el cielo? — le preguntó Lucía.
—Amaré
mucho a Jesús y al Inmaculado Corazón de María. Rezaré por los pecadores y por
el Santo Padre.
Y
terminó rogando a su prima que no revelase a nadie todo cuanto la Santísima
Virgen le había manifestado.
Llegó
el día fijado para partir hacia Lisboa. Momentos amargos y dolorosos fueron
para nuestra enferma aquellos en que dirigía el último adiós a los seres
queridos, de quienes ahora la distancia la alejaba y la muerte más tarde se
encargaría de sellar con su gélido hálito esta separación. Difícil es a la
palabra interpretar fielmente los sentimientos que unen a dos almas que
vibraron y latieron al unísono bajo el impulso de un mismo y santo ideal. ¿Qué
podremos decir de los últimos instantes que transcurrieron para Jacinta y
Lucía? Dejemos respetuosos correr las lágrimas que brotaron de ambos corazones,
que ellas, en su mudo lenguaje, nos hablarán con más elocuencia.
(Continuará...)
(Continuará...)
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