"Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos;
mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo".
(Santa
Teresa de Jesús)
Hoy, 15 de octubre, festividad de Santa Teresa de Jesús, fundadora de la Orden de los Carmelitas Descalzos y Doctora de la Iglesia.
Breve
Nace Teresa en Ávila el 28 de marzo de 1515. A los dieciocho
años, entra en el Carmelo. A los cuarenta y cinco años, para responder a las
gracias extraordinarias del Señor, emprende una nueva vida cuya divisa será: «O
sufrir o morir». Es entonces cuando funda el convento de San José de Ávila,
primero de los quince Carmelos que establecerá en España. Con san Juan de la
Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro
en los caminos de la plegaria y de la perfección. Murió en Alba de Tormes, al
anochecer del 4 de octubre de 1582. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia
el 27 de septiembre de 1970.
Vida de Santa Teresa
Se cree que la palabra "Teresa" viene de la
palabra griega "teriso" que se traduce por "cultivar";
cultivadora. O de la palabra "terao" que significa "cazar",
"la cazadora". Como bien dice el Padre Sálesman en su
biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella
"Cultivadora" de las virtudes y "cazadora" de almas para
llevarlas al cielo.
Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y
admirables de la historia. Es una de las tres doctoras de la Iglesia. Las otras
dos son Santa Catalina de
Siena y Santa Teresita del
Niño Jesús.
Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y
Ahumada. La santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres
hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al
referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por la
gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo".
Teresa nació en la ciudad castellana de Ávila, el 28 de
marzo de 1515. A los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de
las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que
acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el
pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al
conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios
para siempre, para siempre, para siempre…”.
Busca el martirio
Teresa y su hermano consideraban que los
mártires habían comprado la gloria a un precio muy bajo y resolvieron partir al
país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de
su casa a escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo;
pero en Adaja se toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los brazos
de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su
hermana.
Toma a la Virgen como Madre
La madre de Teresa murió cuando ésta tenía
catorce años. "En cuanto empecé a caer en la cuenta de la pérdida que
había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una
imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija
suya".
El peligro de la mala lectura y las modas
Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a
leer novelas de caballerías y aun trataron de escribir una. La santa confiesa
en su "Autobiografía": "Esos libros no dejaron de enfriar mis
buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas
de caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una
entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en
vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y
a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi
condición". El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de
preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años de edad a educarse en
el convento de las agustinas de Ávila, en el que solían estudiar las jóvenes de
su clase.
Enfermedad y conversión
Éxtasis
Ingenio y franqueza
Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y
su padre la llevó a casa. La joven empezó a reflexionar seriamente sobre la
vida religiosa que le atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió
llegar a una decisión fue la colección de "Cartas" de San Jerónimo, cuyo
fervoroso realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre
que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que esperar a
que él muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo flaquear en su
propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era
religiosa en el convento carmelita de la Encarnación, en Ávila, con la
intención de no volver, si Juana le dejaba quedarse, a pesar de la pena que le
causaba contrariar la voluntad de su padre. "Recuerdo . . . que, al
abandonar mi casa, pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía
ser peor a la que experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no
era suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".
La santa determinó quedarse en el convento de la
Encarnación. Tenía entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó
de oponerse a su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco
después, se agravó un mal que había comenzado a molestarla desde antes de
profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a hacer
compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos. Desgraciadamente, el
tratamiento no hizo sino empeorar la enfermedad, probablemente una fiebre
palúdica. Los médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la
enferma se agravó.
Teresa consiguió soportar aquella tribulación,
gracias a que su tío Pedro, que era muy piadoso, le había regalado un librito
del P. Francisco de Osuna, titulado: "El tercer alfabeto espiritual".
Teresa siguió las instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración
mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director
espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa recobró la
salud.
Disipaciones, lucha con la oración y
justificaciones
Su prudencia, amabilidad y caridad, a las que
añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima de todos los que la
rodeaban. Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época,
las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba
gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a
descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima
convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de
conversar familiarmente con Dios. Además, la santa se decía para
tranquilizarse, que no había ningún peligro de pecado en hacer lo mismo que
tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su descuido de la
oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin
embargo, añade la santa, "el pretexto de mi debilidad corporal no era
suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor
y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores
enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se
puede orar en la soledad".
Poco después de la muerte de su padre, el
confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su alma y le
aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la abandonó
jamás desde entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a
Dios ni a renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al
intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de
indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba jamás de oír
sermones "por malos que fuesen"; pero el tiempo que empleaba en la
oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la
campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas
santas".
La penitencia y la cruz
Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa
invocaba con frecuencia a los grandes santos penitentes, San Agustín y Santa
María Magdalena, con quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en
la vida de la santa. El primero, fue la
lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una
imagen de la Pasión del Señor: "Sentí que Santa María Magdalena acudía en
mi ayuda . . . y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual".
A la santa le atraían mas los Cristos
ensangrentados y manifestando profunda agonía. En una ocasión, al detenerse
ante un crucifijo muy sangrante le preguntó: "Señor, ¿quién te puso así?,
y le pareció que una voz le decía: "Tus charlas en la sala de visitas, esas fueron las
que me pusieron así, Teresa". Ella se echó a llorar y
quedó terriblemente impresionada. Pero desde ese día ya no vuelve a perder
tiempo en charlas inútiles
y en amistades que no llevan a la santidad.
Visiones y comunicaciones
Una vez que Teresa se retiró de las
conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y de faltas
(los santos son capaces de ver sus faltas), Dios empezó a favorecerla
frecuentemente con la oración de quietud y de unión. La oración de unión ocupó
un largo periodo de su vida, con el gozo y el amor que le son característicos,
y Dios empezó a visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la
inquietó, porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que
el demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque
estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad la
llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no todas esas
personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la noticia de las
visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran confusión suya.
Una de las personas a las que consultó Teresa fue
Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un modelo de virtud. Este la
presentó al Padre Daza, doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que
Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios
concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella
pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a
quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos
de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién
fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita,
a quien expuso su manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita
le aseguró que se trataba de gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el
verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba
convencido de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de
resistir durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en
vano.
Otro jesuita, el P. Baltasar Álvarez, le aconsejó
que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus
ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus".
Así lo hizo Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue
arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que converses con los hombres sino
con los ángeles".
…Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace
adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que
lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas
fuerzas".
La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas
experiencias de palabras divinas afirma que son más claras y distintas que las
humanas; dice también que las primeras son operativas, ya que producen en el
alma una tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de
la verdad de lo que ha escuchado.
Persecuciones
En la época en que el P. Álvarez fue su director,
Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos
años, atravesó por un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por
momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que
Dios le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban
estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la acusaron de
hipocresía y presunción.
El P. Álvarez era un hombre bueno y timorato, que
no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió
confesándola. Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría. Estos se
molestan ante la auténtica santidad porque no saben cómo lidiar con las
intervenciones sobrenaturales por claras que sean. Prefieren descartarlas o
ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o el desequilibrio.
Para justificar su posición apelan a las verdaderas exageraciones y
desequilibrios y agrupan lo auténtico con lo falso. En otras palabras, carecen
de discernimiento espiritual.
En 1557, San Pedro de Alcántara pasó por Ávila y,
naturalmente, fue a visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le
parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las
persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que
Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios
le enseñaron a ser humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la
encendieron en el deseo de poseer a Dios.
En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la
santa una descripción detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de
aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero
que muero porque no muero”. A este propósito, comenta Teresa: Dios "no
parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este
cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados". En
esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor
y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo
comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo
que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de
tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las
experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales
espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.
Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre
el fenómeno de la transverberación: "Vi
a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso
que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones.
Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones
intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta
estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los
ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos
querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía
un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón
y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las
entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de
Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la
dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo
querido verme libre de ella.
El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse
con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor.
A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es
sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la
santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda.
El año siguiente (1560), para corresponder a esa
gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto
y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las
fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo.
Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.
Escritora Mística
El relato que la santa nos dejó en su
"Autobiografía" sobre sus visiones y experiencias espirituales da
muestra de una extraordinaria sencillez de estilo y de una preocupación
constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica de
"celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la oración del día de su
fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al descubierto los rincones
más recónditos del alma humana. La santa explica con una claridad casi
increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era
una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común
lengua castellana de los habitantes de Ávila, que ella había aprendido "en
el regazo de su madre"; una mujer que escribió sin valerse de otros
libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de
escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que
sometió sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al
juicio de la Iglesia. La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato
de su confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras".
Por otra parte, el mejor comentario de las obras
de la santa es la paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las
acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las
tormentas y dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que
demostró en todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa
subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los
frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que
estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de carmelitas
reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan
testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de recogimiento.
Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para
dirigir a sus religiosas, y el libro de las "Fundaciones" para
edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior", puede considerarse que lo escribió para
instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la santa como
verdadera doctora de la vida espiritual.
Fundadora
Las carmelitas, como la mayoría de las
religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a principios del siglo XVI.
Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Ávila eran una especie
de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte,
las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que
el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin
problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa
y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de Ávila había 140
religiosas.
Santa Teresa comenta más tarde: "La
experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de mujeres. ¡Dios nos
guarde de ese mal!" Ya que tal estado de cosas se aceptaba como normal,
las religiosas no caían generalmente en la cuenta de que su modo de vida se
apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa
Teresa, que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Ávila, le
sugirió la idea de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como
una especie de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que
llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica la idea
y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda muy
rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.
San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el
obispo de Avila, aprobaron el proyecto, y el P. Gregorio Fernández, provincial
de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el
revuelo que provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase
el permiso y Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas,
de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibáñez,
dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña
Guiomar. Doña Juana de Ahumada, hermana de Santa Teresa, emprendió con su
esposo la construcción de un convento en Ávila en 1561, pero haciendo creer a
todos que se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el curso de la
construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los
escombros al pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando.
Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso
en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según
consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a
su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones
debía el verse privado del cielo.
Por entonces, llegó de Roma un breve que
autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de Alcántara, Don
Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y
la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562.
Durante la misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo
la sobrina de la santa y otras tres novicias.
La inauguración causó gran revuelo en Ávila. Esa
misma tarde, la superiora del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa
y la santa acudió con cierto temor, "pensando que iban a
encarcelarme". Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y
al P. Ángel de Salazar, provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no
faltaba razón a sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le
prometió que podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la
excitación del pueblo.
La fundación no era bien vista en Ávila, porque
las gentes desconfiaban de las novedades y temían que un convento sin fondos
suficientes se convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El
alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si
no los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa
no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el
asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.
Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros
partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote para que
defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron
al obispo y al provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y,
cuatro meses más tarde, el P. Salazar dio permiso a Santa Teresa de volver al
convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.
Convento de San José
La santa estableció la más estricta clausura y el
silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor
pobreza; Las religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias en vez de
zapatos (por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la
perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a
trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de
limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.
Teresa, la gran mística, no descuidaba las cosas
prácticas sino que las atendía según era necesario. Sabía utilizar las cosas
materiales para el servicio de Dios. En una ocasión dijo: "Teresa sin la
gracia de Dios es una pobre mujer; con la gracia de Dios, una fuerza; con la
gracia de Dios y mucho dinero, una potencia".
Más fundaciones
En 1567, el superior general de los carmelitas,
Juan Bautista Rubio (Rossi), visitó el convento de Ávila y quedó encantado de
la superiora y de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes
para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había
sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de
frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.
Santa Teresa pasó cinco años con sus trece
religiosas en el convento de san José, precediendo a sus hijas no sólo en la
oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y
el hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años más
tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto
había deseado mi alma . . . Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para
vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que
nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".
La santa no se contenta con generalidades, sino
que desciende a ejemplos menudos, como el de la religiosa que plantó
horizontalmente un pepino por obediencia y la cañería que llevó al convento el
agua de un pozo que, según los plomeros, era demasiado bajo.
En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el
segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A
petición de la condesa de la Cerda se fundó un convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última
fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados
al comenzar; pero, según escribía, "Teresa
y cinco ducados no son nada; pero Dios, Teresa y cinco ducados bastan y
sobran".
Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de
virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería
consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No
entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo
sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa
rechazare la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en
un pretexto para faltar en humildad.
La reforma de los religiosos carmelitas
La santa había encontrado en Medina del Campo a
dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era
Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro,
Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.
Aprovechando la primera oportunidad que se le
ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo
en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la
mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de
conventos de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.
Nuevas fundaciones, dificultades y gracias
extraordinarias
La santa fundó también en Pastrana un convento de
carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado
a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse
carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren
de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la
humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a
Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.
En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó
posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por
ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era
un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la
compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya
acostadas en sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un
nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"),
Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió:
"Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este
momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa
que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la
vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin
embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de
pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".
En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo
oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Ignacio de Azevedo
y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy.
La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado
directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Álvarez,
quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo
comprobar la exactitud de la visión de la santa.
Nombrada superiora de La Encarnación
Por entonces, San Pío V nombró a varios
visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación
de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los
carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El
efecto que le produjo el convento de La Encarnación de Ávila fue muy malo, e
inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo.
La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que
separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que,
desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora.
Al principio, las religiosas se negaron a
obedecer a la nueva superiora, cuya sola presencia producía ataques de histeria
en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en
instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de
ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de
la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el
que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es serviros . . . No
temáis mi gobierno. Aunque he vivido largo tiempo entre las carmelitas
descalzas y he sido su superiora, sé también, por la misericordia del Señor,
cómo gobernar las carmelitas calzadas". De esta manera se ganó la simpatía
y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina
entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco
prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho
a ciertos caballeros de Ávila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo
el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización
característicamente teresiana.
Sevilla
En Veas, a donde había ido a fundar un convento,
la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que
extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la
reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.
Fuera de la fundación del convento de San José de
Avila, ninguna otra fue más difícil que la de Sevilla; entre otras
dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas
descalzas ante la Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.
La persecución lleva a la separación entre
calzados y descalzos
Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el
progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de
España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El
P. Rubio, superior general de la orden, quien hasta entonces había favorecido a
santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo
general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio
apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de
los carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio;
por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella
eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos.
La santa, al mismo tiempo que encomendaba el
asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió
que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó
al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del
Carmelo.
En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los
carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y
consolaciones de mi vida, pues en aquellos veinticinco años nuestra orden había
sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro.
Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos
del servicio de Dios".
Águila y paloma
Indudablemente Santa Teresa era una mujer
excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su
imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez
de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el
respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo
los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la
paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las
más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le
hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: "Guardaos
de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la
verdad. Y no fue un abuso de autoridad lo que la movió a tratar con dureza
implacable a una superiora que se había incapacitado a fuerza de hacer
penitencia. Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta
que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada:
"Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan
buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde
tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os
profeso". La santa tomó a su cargo a la hija ilegítima y a la hermana del
joven, la cual tenía entonces siete años: "Las religiosas deberíamos tener
siempre con nosotras a una niña de esa edad".
Ingenio y franqueza
El ingenio y la franqueza de Teresa jamás
sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta
ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos,
Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a
verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de
mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres",
demuestran el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.
Criticando un escrito de su buen amigo Francisco
de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor Salcedo repite constantemente:
'Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de
necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición".
Selección de novicias
La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre
todo en la elección de las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la
piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque
sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una
persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que
tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus
faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí
misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta joven los
dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de
suerte que será siempre una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos guarde
de las monjas tontas!"
Últimos años
En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de
las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su
salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos
conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no
eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una
especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en los monasterios por
el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.
Dios tenía reservada para los últimos años de
vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del
testamento de su hermano Lorenzo, cuya hija era superiora en el convento de
Valladolid. Como uno de los abogados tratase con rudeza a la santa, ésta
replicó: "Quiera Dios trataros con la cortesía con que vos me tratáis a
mí". Sin embargo, Teresa se quedó sin palabra cuando su sobrina, que hasta
entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento
de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a
la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas,
que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve
pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".
En la fundación del convento de Burgos, que fue
la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento
estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Ávila, pero
se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la
duquesa María Henríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no
estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se
desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al
llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente. Tres días
más tarde, dijo a la Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de
mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le
preguntó donde quería que la sepultasen. Teresa replicó sencillamente:
"¿Tengo que decidirlo yo? ¿Me van a negar aquí un agujero para mi
cuerpo?" Cuando el P. de Heredia le llevó el viático, la santa consiguió
erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora
de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada
por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la
noche del 4 de octubre de 1582.
Precisamente al día siguiente, entró en vigor la
reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la
fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.
Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes,
donde reposan todavía sus reliquias.
Su canonización tuvo lugar en 1622.
El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció
el título de Doctora de la Iglesia.
Fuente: Corazones.org
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