EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

domingo, 30 de noviembre de 2014

Primer Domingo de Adviento



Primer Domingo de Adviento
“El Señor que viene”

»Vienen días —afirma el Señor—,
en que de la simiente de David
haré surgir un vástago justo;
él reinará con sabiduría en el país,
y practicará el derecho y la justicia.
En esos días Judá será salvada,
Israel morará seguro.
Y éste es el nombre que se le dará:
“El Señor es nuestra salvación.”


»Por eso —afirma el Señor— vienen días en que ya no se dirá: “Por la vida del Señor, que hizo salir a los israelitas de la tierra de Egipto”, sino: “Por la vida del Señor, que hizo salir a los descendientes de la familia de Israel, y los hizo llegar del país del norte, y de todos los países adonde los había expulsado.” Y habitarán en su propia tierra.»



Jeremías 23:5-8 (Predicación)


“El diablo y sus secuaces se encontraban elaborando planes para que la gente rechazara el Evangelio. “Vamos a ir a ellos y le diremos que no hay Dios”, propuso uno. Reinó el silencio. Cada diablo sabía que la mayoría de la gente cree en un ser supremo. “Vamos a decirles que no hay infierno, que no hay futuro castigo para los malos”, sugirió otro. También fue rechazado, porque la gente tiene, obviamente, una conciencia que les dice que el pecado debería ser castigado. El conclave iba a terminar en fracaso cuando se oyó una voz desde atrás que dijo: “Díganles que hay un Dios, que hay un infierno y que la Biblia es la Palabra de Dios, pero también díganles que hay un montón de tiempo para decidirse. Déjenles que “descuiden” el Evangelio, hasta que sea demasiado tarde. Todo el infierno estalló en una alegría macabra, porque sabían que si una persona se demoraba en decidirse por Cristo, por lo general nunca lo haría”.

Si ustedes observan bien, lo que hemos leído recién como texto de predicación fue una lectura del Antiguo Testamento. Una lectura del libro del profeta Jeremías, en este caso una profecía. Una profecía que, habla sobre un Señor salvador. Incluso de un salvador cuyo acto de salvación sería mejor considerado que, las proezas hasta entonces tenidas en cuenta. Una salvación que tendría mayor magnitud que la epopeya misma del éxodo. Esta profecía, lógicamente dirigida hacia el pueblo de Israel, atraviesa sin embargo las épocas y llega hasta los hebreos contemporáneos de Jesús y hasta nosotros hoy, e incluso hasta personas de cualquier creencia. Habla sobre la importancia del suceso salvífico de Jesucristo. Habla a fin de cuentas de que el sumo salvador es Jesucristo el Hijo de Dios. El es el mesías, el único elegido por Dios para traer la salvación al mundo. La primera pregunta en esta mañana podría ser: ¿Tú crees esto?

El pueblo hebreo esperaba un mesías, un elegido por Dios. Aunque muchas veces este mesías se representaba en la mentalidad de los israelitas como un héroe de tipo secular, de acciones políticas. No comprendían la dimensión espiritual de este elegido. La bendición que este mesías traería no sería sólo para los días en la tierra, sino que también que ofrecería la salvación, es decir el poder ser verdaderos hijos de Dios. La mayoría de los hebreos no aceptaron esta oferta de salvación. ¿La hemos aceptado nosotros que, nos decimos cristianos?

La lectura del Evangelio de Lucas para este domingo, nos confirma esto mismo precisamente, pero ya para los tiempos del nuevo Testamento. En esos tiempos, un hombre comienza a profetizar también por medio del Espíritu Santo que, la salvación ha llegado a este mundo. Un anuncio de fe y de esperanza es hecho de parte de Zacarías, el padre de Juan el bautista. La pregunta más importante que hoy queremos formularnos es: ¿Sabemos qué es la salvación?



¿Qué significa concretamente la palabra salvación? Para muchos esta palabra no tiene mucho sentido. Se preguntan: ¿Salvarme de qué? ¿Salvarme del infierno quizás? ¿No suenan todas estas preguntas, para nosotros hoy, como anticuadas o pasadas de moda? Hay mucha gente que aún hoy en día no puede entender la Biblia. Una vez un pariente mío me dijo que, no podía entender el lenguaje de la Biblia que, le parecía estar leyendo una obra literaria antigua y de locuciones arcaicas. Quizás sea verdad, a veces los cristianos tenemos parte de responsabilidad a la hora de actualizar correctamente las versiones bíblicas y otras veces tenemos la responsabilidad de no llegar con un mensaje conciso y directo desde la Palabra a aquellos que demuestran interés sincero por Dios.



Según el diccionario salvar(se) significa: “Librar de un riesgo o peligro, poner en seguro”. Cuando en la iglesia hablamos de salvación no hablamos de otra cosa que ponernos a resguardo –y obtener la protección y beneplácito de Dios.

Hablamos que los cristianos somos “hijos” de Dios. Esto significa que existe una filiación con Dios, una relación tal como la de padre o madre hacia un hijo. En esa relación afectuosa existe un interés de cuidar, de proteger, de permitir la prolongación de la vida. Pero para que eso suceda entre Dios y nosotros se debe establecer o certificar esa relación. Dios nos ofrece adoptarnos como hijos para ello. Como en una adopción, los padres se ofrecen con amor y entrega desinteresada a ocuparse de niños huérfanos. Hasta tanto nosotros no aceptemos esa adopción, seguiremos siendo huérfanos con las inseguridades que eso puede implicar para nosotros.

La mayor inseguridad es la falta de salvación o perdición. Perdernos la vida eterna, prometida por Dios más allá de esta vida en la tierra y la plenitud posible de bendiciones, otorgada también por Dios en esta vida para los que son sus hijos. De esto último también la Biblia por todas partes da fe de ello.

La fe cristiana, en muchos casos se nos ha transmitido por medio de la fe de nuestros padres, como parte de una educación. Pero por sobre todo se nos transmite constantemente por medio de la Biblia que, para nosotros cristianos es la palabra de Dios. La Biblia es texto escrito por seres humanos, pero inspirados por el Espíritu Santo de Dios, así como la profecía de Jeremías o la de Zacarías. Y eso have de la Biblia ya no más texto de hombres sino de Dios.

Para los judíos contemporáneos de Jesús, era difícil aceptar que Jesús era el Mesías, el escogido de Dios para traer las buenas nuevas de salvación. Hoy, para muchos, también, es difícil aceptar esta palabra de Jesucristo. Muchas veces hablamos, que creer es un don de Dios. Y es efectivamente así, si pensamos en tantas personas que no pueden creer.

En este primer domingo de Adviento recordamos que el Señor viene. El no viene sólo como parte de la celebración de Adviento o la Navidad. Así como lo anunciamos el domingo pasado él viene pronto, en su segunda venida. ¿Estamos preparados para recibirlo? ¿Podemos decir que pertenecemos a su familia, que somos verdaderamente hijos adoptivos de Dios? Una vez en un sitio web donde se produjo un debate entre la gente, una persona escribió:

“Pero si sólo Jesucristo es la salvación, ¿qué pasará con todos aquellos que no son cristianos, que son judíos, budistas, etc. que no han tenido la oportunidad de conocer o de aceptar a Cristo?".

Esta es una pregunta interesante. Aunque poco tiene que ver, y para nada echa por tierra la divinidad del Salvador. No sabemos lo que sucederá con esas personas. No tenemos ni la sabiduría, ni la clarividencia para eso. Sólo Dios es omnisciente. Lo único que Dios nos pide es aceptarle a él y tener la confianza de pertenecer a su familia. Estar preparados significa sólo aceptar su mensaje de buenas nuevas, aceptar creer en él como Dios Padre creador, Hijo salvador y Espíritu Santo reconfortador y fortalecedor.

Aceptar creer en él, no es otra cosa que aceptar consigo la oferta de su salvación.

“La vida del cristiano consiste en pronombres posesivos”, dijo Martín Lutero. Una cosa es decir: “Cristo es el Salvador”, y otra cosa es decir: “El es mi Salvador y mi Señor.” El diablo puede decir la primera cosa, sólo un verdadero cristiano puede decir la segunda.

Seguramente has sido educado en la fe desde niño. Seguramente al igual que yo, hayas sido bautizado también de niño como muchas personas de nuestra fe. Esto es algo muy hermoso, poder pertenecer a la familia de Dios, habiendo sido criado en la fe desde pequeño. Podemos decir que, si esto es así en tu vida eso significa una bendición de Dios. Pero para que toda esa bendición de Dios pueda convertirse en una certeza plena de salvación have falta un ingrediente más. Ese ingrediente es la fe. La fe no es otra cosa que poder creer plenamente en Dios, revelado por medio de su Palabra, la Biblia. Es así que, por eso se dice también en la Biblia: “El justo por la fe vivirá” (Gálatas 3:11).

Sabemos que la salvación, en primer lugar, se alcanza por la fe que depositamos en un Dios redentor. Poder creer en ese Dios, significa creer también en su palabra. ¿Podrías decir con todo tu corazón que crees en Dios y en su Palabra? ¿Podrías hoy decir que, esa fe te impulsa a creer en todo su poder celestial y que ese poder celestial también quiere manifestarse en tu vida terrenal, en tu vida de todos los días ya también desde ahora? ¿Puedes decir que tu Dios, además de ser un Dios que te promete la salvación es un Dios que está mostrándote sus bendiciones en tu vida presente?

Pues ese Señor que viene, es el único que promete la salvación y el que tiene todas las respuestas para las preguntas que te puedas estar formulando.

Que en este tiempo de Adviento que hoy comienza, el Espíritu Santo pueda fortalecer nuestra fe en Cristo que nos asegura la salvación prometida por su Padre. Amén.

Salmo: 24
Epístola: Ro 13:8-14
Evangelio: Lc 1:67-79

El Primer Domingo de Adviento se encuentra bajo la señal del Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén (la otra lectura del Evangelio propuesto: Mt 21:1-9). Hay que decir que, esta narración no tiene nada que ver con el Adviento y mucho menos con la Navidad. Pero cuando se va pensando más profundamente, se nos ocurre que sí, en estos tiempos podemos saludar de la misma forma a nuestro Señor como la gente de aquel entonces en Jerusalén – como el hijo de David, el Mesías- y que poco después despreciaron y lo llevaron a la cruz.

Con el Primer Domingo de Adviento comenzamos el nuevo Año de la Iglesia. Saludamos al Señor y Rey de este mundo y nos alegramos que él haya venido y nos haya permitido comenzar a ser parte de su comunidad con nuestro prójimo.

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