Homilía que pronunció el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, durante la misa que congregó el domingo de la Sagrada Familia a familias de Europa en la plaza de Lima en Madrid.
LA SAGRADA FAMILIA
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Una vez más, una Plaza madrileña, la Plaza de Lima, nos
ofrece un bello marco para celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia
públicamente ante la sociedad y ante el mundo como "una Misa de las
Familias": de las familias de Madrid y de toda España. Así sucedió el
pasado año. Hoy, además, como una Eucaristía de las familias de toda Europa. Me
es muy grato, por ello, saludar con afecto fraterno en el Señor a los Sres.
Cardenales, Arzobispos y Obispos de las Diócesis de España,
pero, especialmente, a los hermanos venidos de Roma y de diversos países
europeos. En un lugar destacado quisiera hacerlo con el Sr. Cardenal Prefecto
del Pontificio Consejo para las Familias, que subraya con su presencia el valor
pastoral que le merecen al Santo Padre y a sus colaboradores más próximos
nuestra iniciativa a favor de la familia. El luminoso y siempre certero mensaje
del Papa Benedicto XVI no nos ha faltado tampoco en esta ocasión en que la
Eucaristía de las familias cristianas de España se abre a las Iglesias
particulares de Europa. Mi saludo muy cordial se dirige también a los
innumerables hermanos sacerdotes españoles y europeos, cercanos siempre a las
familias que ellos atienden y sirven con cuidadoso celo y caridad pastorales.
Nuestro más efusivo saludo va dirigido, sin embargo, a las innumerables
familias - abuelos, padres, hijos, hermanos... - que se han sacrificado para
venir a Madrid y poder celebrar en esta fría mañana madrileña, unidos en una
extraordinaria asamblea litúrgica con los fieles de nuestra diócesis, la Acción
de Gracias eucarística con alegría jubilosa por el inmenso don de la familia
cristiana: familia que se mira en la Sagrada Familia de Nazareth como el modelo
insuperable y decisivo para poder vivir en plenitud la riqueza de la gracia del
matrimonio cristiano en el día a día del crecer y del quehacer de la propia
familia. La familia cristiana sabe, además, que en Jesús, María y José,
encuentra el apoyo sobrenatural necesario que le ha sido preparado amorosamente
por Dios para que no desfallezca en la realización de su hermosa vocación.
Vuestra multitudinaria presencia, queridas familias, y
vuestra participación atenta, piadosa y activa en esta celebración eucarística
habla un claro y elocuente lenguaje: ¡queréis a vuestras familias! ¡queréis a
la familia!; ¡mantenéis fresca y vigorosa la fe en la familia cristiana!;
estáis seguras, compartiendo la doctrina de la Iglesia una, santa, católica y
apostólica, de que el modelo de la familia cristiana es el que responde
fielmente a la voluntad de Dios y, por ello, es el que garantiza el bien
fundamental e insustituible de la familia para sus propios miembros -los padres
y los hijos en eminente lugar-, para toda la sociedad y, no en último lugar,
para la Iglesia. La Iglesia es, en definitiva, la "construcción de
Dios", "en la que habita su familia", como enseña el Vaticano
II; y la familia en ella es "Iglesia doméstica" (LG 6 y 11). Queridas
familias cristianas: sois muy conscientes, incluso en virtud de vuestras
propias experiencias de la vida en el matrimonio y en vuestra familia, de que
ese otro lenguaje de los diversos modelos de familia, que parece adueñarse,
avasallador y sin réplica alguna, de la mentalidad y de la cultura de nuestro
tiempo, no responde a la verdad natural de la familia, tal como viene dada al
hombre "desde el principio" de la creación y de que, por ello, es
incapaz de resolver la problemática tantas veces cruel y dolorosa de los
fracasos materiales, morales y espirituales que afligen hoy al hombre y a la
sociedad europea de nuestro tiempo con una gravedad pocas veces conocida por la
historia. Queridas familias: porque queréis vivir vuestra familia en toda la
verdad, la bondad y la belleza que le viene dada por el plan salvador de Dios,
estáis aquí como protagonistas del nuevo Pueblo y de la nueva Familia de Dios,
que peregrina en este mundo hacia la Casa y la Gloria del Padre, celebrando con
la Iglesia el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, culmen y fuente
de toda la vida cristiana -y consecuentemente ¡de la verdadera vida de vuestras
familias!- como una Fiesta, iluminada por la memoria, hecha actualidad, de la
Sagrada Familia de Nazareth.
Con la Sagrada Familia, formada por Jesús, María y José, se inicia el capítulo de la nueva y definitiva historia de la familia: el de la familia, que, fundada por el Creador en el verdadero matrimonio entre el varón y la mujer, va a quedar liberada de la esclavitud del pecado y transformada por la gracia del Redentor. Acerquémonos pues con la mirada de la fe, clarificada por la palabra de Dios, a la realidad de esta familia, sagrada y entrañable a la vez, que abre a las nuestras el tiempo nuevo del amor y de la vida sin ocaso. Llama la atención desde el primer momento de su preparación y constitución que lo que guía y mueve a María y a José a desposarse y acoger en su seno al Hijo, a Jesús, es el cumplimiento de la voluntad de Dios sin condiciones; aunque, humanamente hablando, les cueste comprenderla. María dice "Sí" a la maternidad de su Hijo, que era nada menos que el Hijo del Altísimo. Lo concibe por obra del Espíritu Santo, siendo Virgen y permaneciendo Virgen. José acepta acoger a María en su casa como esposa, castamente, sabiendo que el Hijo que lleva en sus entrañas no es suyo, ¡es de Dios! Se abandonan a su santísima voluntad, sabiendo que responden así a los designios inescrutables, pero ciertos, del amor de un Dios que quiere salvar al hombre por caminos que le sobrepasan por la magnitud infinita de la misericordia que revelan.
Con la Sagrada Familia, formada por Jesús, María y José, se inicia el capítulo de la nueva y definitiva historia de la familia: el de la familia, que, fundada por el Creador en el verdadero matrimonio entre el varón y la mujer, va a quedar liberada de la esclavitud del pecado y transformada por la gracia del Redentor. Acerquémonos pues con la mirada de la fe, clarificada por la palabra de Dios, a la realidad de esta familia, sagrada y entrañable a la vez, que abre a las nuestras el tiempo nuevo del amor y de la vida sin ocaso. Llama la atención desde el primer momento de su preparación y constitución que lo que guía y mueve a María y a José a desposarse y acoger en su seno al Hijo, a Jesús, es el cumplimiento de la voluntad de Dios sin condiciones; aunque, humanamente hablando, les cueste comprenderla. María dice "Sí" a la maternidad de su Hijo, que era nada menos que el Hijo del Altísimo. Lo concibe por obra del Espíritu Santo, siendo Virgen y permaneciendo Virgen. José acepta acoger a María en su casa como esposa, castamente, sabiendo que el Hijo que lleva en sus entrañas no es suyo, ¡es de Dios! Se abandonan a su santísima voluntad, sabiendo que responden así a los designios inescrutables, pero ciertos, del amor de un Dios que quiere salvar al hombre por caminos que le sobrepasan por la magnitud infinita de la misericordia que revelan.
Son cada vez más conscientes de que a ellos se les ha confiado
la vida y la muerte terrena de un niño, que es el Hijo de Dios, el Mesías, el
Señor. Sí, sobre todo, lo sabe su Madre María que lo acompaña, a veces desde la
distancia física, pero siempre desde una inefable cercanía del corazón hasta el
momento de la Cruz: ¡la hora de la expropiación total del Hijo y de la Madre en
aras del Amor más grande! En la escena del adolescente Jesús, perdido y hallado
por sus padres en el Templo de Jerusalén, que nos relata hoy el Evangelio de
San Lucas, se confirmaba y se preludiaba hasta qué grado de entrega y oblación
de la vida conllevaba la aceptación amorosa de la voluntad del Padre:
"¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi
Padre?". Y, aunque ellos no comprendieron del todo lo que les quería decir,
su angustia precedente quedó enternecedoramente compensada por el Hijo: Jesús
bajó con ellos a Nazareth y, bajo su autoridad, "iba creciendo en
sabiduría, estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres". Y "su
madre conservaba todo esto en su corazón". De aquel amor de María y José,
amor de total entrega a Dios, y, por ello, de una fecundidad humanamente
inimaginable, ¡sobrenatural!, surge la familia en la que nace, crece y vive el
Salvador del hombre, el Autor de la Nueva Vida, el Cabeza del Nuevo Pueblo de
Dios, el Primero entre una incontable multitud de hermanos, que habrían de
configurar la nueva familia humana.
Queridas familias cristianas de España y de toda Europa: miraos a vosotras mismas como esposas y esposos, padres e hijos, en el límpido espejo de ese prototipo de la nueva familia querida y dispuesta por Dios en su plan de salvación del hombre, que es la familia de Jesús, María y José.
Queridas familias cristianas de España y de toda Europa: miraos a vosotras mismas como esposas y esposos, padres e hijos, en el límpido espejo de ese prototipo de la nueva familia querida y dispuesta por Dios en su plan de salvación del hombre, que es la familia de Jesús, María y José.
¿Verdad que también vosotros podéis certificar que, cuando
todo ese edificio de íntimas relaciones personales entre vosotros y con
vuestros hijos se fundamenta en la vivencia fiel y siempre renovada de vuestro
compromiso contraído sacramentalmente en Cristo, ante Dios y ante la Iglesia,
os es posible e incluso sencillo y gratificante configurar vuestra familia como
esa íntima comunidad de vida y amor donde se va abriendo día a día, "cruz
a cruz", el camino de la verdadera felicidad? Entonces os sentís
"como elegidos de Dios, santos y amados, para revestiros "de la
misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión". Sabéis
pedir perdón y perdonáis. Sabéis sobrellevaros y ¿os santificáis mutuamente?
Colocáis por encima de todo "el amor" que "es el ceñidor de la
unidad consumada". ¿En quién y en dónde podrán encontrar los niños, que
van a nacer, los discapacitados, los enfermos, los rechazados... etc., el don
de la vida y del amor incondicional sino en vosotros, padres y madres de las
familias cristianas? ¿Hay quien responda mejor y más eficazmente a las
situaciones dramáticas de los parados, de los ancianos, de los angustiados por
la soledad física y espiritual, de los rotos por las decepciones y fracasos
sentimentales, matrimoniales y familiares, que la familia verdadera, la fundada
en la ley de Dios y en el amor de Jesucristo?
En esta madrileña Plaza de Lima, el día 2 de noviembre de
1982, el inolvidable Juan Pablo II, declarado Venerable el pasado día 19 de
diciembre por nuestro Santo Padre Benedicto XVI, celebraba una Eucaristía
memorable, convocada como "la Misa para las familias" en el tercer
día de su largo primer viaje por toda la geografía de las Diócesis de España
¡Viaje Apostólico inolvidable! En su vibrante homilía se encuentra un pasaje,
cuya vigorosa fuerza profética no ha perdido ni un ápice de actualidad.
Permitidme que os lo recuerde:
"Además, según el plan de Dios, -afirmaba el Papa- el matrimonio es una comunidad de amor indisoluble ordenado a la vida como continuación y complemento de los mismos cónyuges. Existe una relación inquebrantable entre el amor conyugal y la transmisión de la vida, en virtud de la cual, como enseñó Pablo VI, "todo acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisión de vida". Por el contrario, -como escribí en la Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio"-"al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal.
"Además, según el plan de Dios, -afirmaba el Papa- el matrimonio es una comunidad de amor indisoluble ordenado a la vida como continuación y complemento de los mismos cónyuges. Existe una relación inquebrantable entre el amor conyugal y la transmisión de la vida, en virtud de la cual, como enseñó Pablo VI, "todo acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisión de vida". Por el contrario, -como escribí en la Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio"-"al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal.
Pero hay otro aspecto aún más grave y fundamental, que se
refiere al amor conyugal como fuente de la vida: hablo del respeto absoluto a
la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede
ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana más inocente y
débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una
gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un
inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad."
Benedicto XVI nos enseña hoy, en medio de una crisis
socio-económica generalizada, un cuarto de siglo después de la homilía de la
Plaza de Lima, en su Encíclica "Cáritas in Veritate": "La
apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica...
Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir
proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del
matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la
dignidad de la persona. En esta perspectiva, los estados están llamados a
establecer políticas que promuevan la centralidad y la integridad de la
familia, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, célula
primordial y vital de la sociedad".
El panorama que presenta la realidad de la familia en la
Europa contemporánea no es precisamente halagüeño. El preocupante diagnóstico
del estado de salud de la familia europea, que hacía en octubre de 1999 la II
Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos y que, después, Juan
Pablo II recogía, detallaba y confirmaba en la Exhortación Postsinodal "La
Iglesia en Europa", se ha ido agravando más y más. La actualidad del
matrimonio y de la familia en los países europeos está marcada por la facilitación
jurídica del divorcio hasta extremos impensables hasta hace poco tiempo y
asimilables al repudio; por la aceptación creciente de la difuminación, cuando
no de la eliminación, primero cultural y luego legal de la consideración del
matrimonio como la unión irrevocable de un varón y una mujer en íntima
comunidad de amor y de vida, abierta a la procreación de los hijos; por el
crecimiento, al parecer imparable, de las rupturas matrimoniales y familiares
con las conocidas y dramáticas consecuencias que acarrean para la suerte y el
bien de los niños y de los jóvenes. A esta situación se ha añadido la crisis
económica, con la inevitable secuela del paro y el desempleo como factor
sobrevenido a la situación ya muy extendida de la crisis del matrimonio y de la
familia. El derecho a la vida del niño, todavía en el vientre de su madre -del
"nasciturus"-, se ve lamentablemente suplantado en la conciencia
moral de un sector cada vez más importante de la sociedad, y en la legislación
que la acompaña y la estimula, por un supuesto derecho al aborto en los
primeros meses del embarazo. La vida de las personas con discapacidades varias,
de los enfermos terminales y de los ancianos, sin un entorno familiar que las
cobije, se ve cada vez más en peligro. Un panorama a primera vista oscuro y
desolador. Sólo a primera vista. En el trasfondo alumbran los signos luminosos
de la esperanza cristiana: ¡Aquí estáis vosotras, las queridas familias
cristianas de España y de toda Europa, para dar testimonio de esa esperanza y
corroborarla. Con el "sí" gozoso a vuestro matrimonio y a vuestra
familia, sentida y edificada cristianamente como representación viva del amor
de Dios -amor de oblación y entrega, ofrecido y fecundo también en
"vuestra carne"- y con vuestro "sí" al matrimonio y a la
familia como "el santuario de la vida" y fundamento de la sociedad,
estáis abriendo de nuevo el surco para el verdadero porvenir de la Europa del
presente y del futuro. Europa, sin vosotras, queridas familias cristianas, se
quedaría prácticamente sin hijos o, lo que es lo mismo, sin el futuro de la
vida. Sin vosotras, Europa se quedaría sin el futuro del amor, conocido y
ejercitado gratuitamente; se quedaría sin la riqueza de la experiencia del ser
amado por lo que se es y no por lo que se tiene. El futuro de Europa, su futuro
moral, espiritual e, incluso, biológico, pasa por la familia realizada en su
primordial y plena verdad. ¡El futuro de Europa pasa por vosotras, queridas
familias cristianas!
Habéis recibido el gran don de poder vivir vuestro matrimonio y vuestra familia cristianamente, siguiendo el modelo de la Familia de Nazareth, y, con el don, una grande y hermosa tarea : la de ser testigos fieles y valientes, con obras y palabras, del Evangelio de la vida y de la familia en una grave coyuntura histórica de los pueblos de Europa, vinculados entre sí por la común herencia de sus raíces cristianas. Unidas en la Comunión de la Iglesia, alentadas y fortalecidas por la Sagrada Familia de Nazareth, por Jesús, María y José, la podréis llevar a un buen y feliz término.
Habéis recibido el gran don de poder vivir vuestro matrimonio y vuestra familia cristianamente, siguiendo el modelo de la Familia de Nazareth, y, con el don, una grande y hermosa tarea : la de ser testigos fieles y valientes, con obras y palabras, del Evangelio de la vida y de la familia en una grave coyuntura histórica de los pueblos de Europa, vinculados entre sí por la común herencia de sus raíces cristianas. Unidas en la Comunión de la Iglesia, alentadas y fortalecidas por la Sagrada Familia de Nazareth, por Jesús, María y José, la podréis llevar a un buen y feliz término.
¡Sí, con el gozo jubiloso de los que han descubierto y
conocen que en Belén de Judá, hace dos mil años, nos nació de María, la Virgen
y Doncella de Nazareth, el Mesías, el Señor, el Salvador, lo podréis!
Amén.
Amén.
CONSAGRACIÓN A LA SAGRADA FAMILIA
Oh Jesús, Redentor nuestro amabilísimo, que habiendo venido a iluminar al mundo con la doctrina y con el ejemplo, habéis querido pasar la mayor parte de vuestra vida, humilde y sujeto a María y a José en la pobre casa de Nazaret, santificando a aquella Familia que había de ser el modelo de todas las familias cristianas; acoged benigno la nuestra, que ahora se dedica y consagra a Vos. Dignaos protegerla, guardarla y establecer en ella vuestro santo temor, con la paz y concordia de la caridad cristiana, para que imitando el ejemplo divino de vuestra Familia, pueda alcanzar toda entera, sin faltar uno solo, la eterna bienaventuranza.
María, Madre de Jesús y Madre nuestra, con vuestra piadosa intercesión haced que sea aceptable a Jesús esta humilde ofrenda, y obtenednos su gracia y bendición.
Oh san José, custodio santísimo de Jesús y de María, socorrednos con vuestras plegarias en todas las necesidades espirituales y temporales, a fin de que en unión con María y con Vos, podamos bendecir eternamente a nuestro divino Redentor Jesús. Así sea.
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