LA MATANZA DE LOS INOCENTES
-VISIÓN DE LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH
Se apareció un Ángel a María y le
hizo conocer la matanza de los niños inocentes por el rey Herodes. María y José
se afligieron mucho y el Niño Jesús, que tenía entonces un año y medio, lloró
todo el día. He sabido lo siguiente: Como no volvieron los Reyes Magos a
Jerusalén, y estando Herodes ocupado en algunos asuntos de familia, sus temores
se habían calmado un tanto; pero cuando regresó la Sagrada Familia a Nazaret y
oyó las cosas que habían acontecido en el templo y las predicciones de Simeón y
de Ana en la ceremonia de la Presentación en el templo, aumentaron sus temores
y angustias. Mandó soldados que con diversos pretextos debían guardar los
lugares alrededor de Jerusalén, a Gilgal, a Belén hasta Hebrón, y ordenó hacer
un censo de los niños. Los soldados ocuparon esos lugares durante nueve meses,
mientras Herodes se hallaba en Roma. Después de su vuelta se produjo la
degollación de los inocentes. Juan tenía entonces dos años, y había estado
escondido en casa de sus padres antes que Herodes diera la orden para que las
madres se presentaran con sus hijos de dos años o menos ante las autoridades
locales. Isabel, advertida por un ángel, volvió a huir al desierto con el niño
Juan. Jesús tenía entonces año y medio.
La matanza tuvo lugar en siete
sitios diferentes. Se había engañado a las madres, prometiéndoles premios a su
fecundidad; por eso ellas se presentaban a las autoridades vistiendo a sus
criaturas con los mejores trajecitos. Los hombres eran previamente alejados de
las madres. Los niños, separados de sus madres, fueron degollados en patios
cerrados y luego amontonados y enterrados en fosos.
Hoy, al mediodía, vi a las madres
con sus niños de dos años o menos acudir a Jerusalén, desde Hebrón, Belén y
otro lugar donde Herodes había ordenado a sus soldados y funcionarios.
Se dirigían a la ciudad en grupos
diversos: algunas llevaban dos niños montados en asnos. Cuando llegaban eran
conducidas a un gran edificio siendo despedidos los hombres que las habían
acompañado. Las madres entraban alegremente, creyendo que iban a recibir
regalos y gratificaciones en premio a su fecundidad. El edificio estaba un
tanto aislado y bastante cerca del que fue más tarde el palacio de
Pílatos. Como se hallaba rodeado de muros, no se podía saber desde afuera lo
que pasaba adentro.
Parecía aquello un tribunal, pues vi
unos pilares en el patio y bloques de piedra con cadenas colgantes. También vi
árboles que se encorvaban y ataban juntos y luego, soltados rápidamente,
despedazaban a los desgraciados a ellos atados. Todo el edificio era sombrío,
de construcción maciza. El patio era casi tan grande como el cementerio que hay
al lado de la iglesia parroquial de Dülmen. Se abría una puerta entre dos muros
y se llegaba al patio, rodeado de construcciones por tres lados. Los edificios
de derecha e izquierda eran de un solo piso y el del centro parecía una antigua
sinagoga abandonada. Varias puertas daban al patio interno. Las madres eran
llevadas a través del patio a edificios laterales, y allí encerradas. Parecía
aquello una especie de hospital o posada. Cuando se vieron encerradas, tuvieron
miedo y empezaron a llorar y a lamentarse. Pasaron la noche allí dentro.
Marzo 9. — Hoy, después de mediodía,
vi el cuadro horrible de la matanza de los niños. El gran edificio posterior
que cerraba el patio tenía dos pisos. El inferior era una sala grande,
desprovista, parecida a una prisión, o a un cuerpo de guardia, y en el piso
superior había ventanas que daban al patio. Allí vi a algunas personas reunidas
en un tribunal; delante de ellas había rollos sobre una mesa. Creo que Herodes
estaría presente, pues vi a un hombre con manto rojo adornado de piel blanca,
con pequeñas colas negras. Estaba rodeado de los demás y miraba por la ventana
de la sala que daba al patio. Las madres eran llamadas una a una para ser
llevadas desde los edificios laterales hasta la sala inferior grande del cuerpo
que estaba detrás.
Al entrar, los soldados les quitaban
los niños, llevándolos al patio, donde unos veinte hombres los mataban
atravesándoles la garganta y el corazón con espadas y picas. Había niños aún
fajados, a los cuales amamantaban sus madres, y otros que usaban ya vestiditos.
No se ocuparon de desvestirlos, sino que tal como venían los tomaban del
bracito o del pie y los arrojaban al montón. El espectáculo era de lo más
horrible que puede imaginarse.
Entre tanto las madres eran
amontonadas en la sala grande, y cuando vieron lo que hacían con sus niños,
lanzaban gritos desgarradores, mesándose los cabellos y echándose en brazos
unas de otras. Al fin se encontraron tan apretadas que apenas podían moverse.
Me parece que la matanza duró hasta la noche.
Los niños fueron echados más tarde
en una fosa común, abierta en el mismo patio. Me fue dicho el número de ellos,
pero ya no me acuerdo. Creo que había setecientos, más una cifra donde había un
siete o diez y siete. Cuando vi este cuadro horrible no sabía dónde estaba
ocurriendo eso, y me parecía que era aquí, donde estaba yo. A la noche
siguiente vi a las madres sujetas con ligaduras y conducidas por los soldados a
sus casas. El lugar de la matanza en Jerusalén fue el antiguo patio de las
ejecuciones, a poca distancia del tribunal de Pilatos; pero en la época de éste
había sufrido varios cambios. Cuando murió Jesús, vi que se abrió la fosa donde
estaban los niños inocentes y que sus almas salieron de allí apareciéndose en
diversos lugares.
Ana Catalina Emmerick – Visiones
y Revelaciones completas – Tomo II. Ed Guadalupe Bs. As. 1952. Págs.
305-307
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