Meditaciones
para la Cuaresma.Tomado de
"Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los
fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San
Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).
Hoy meditaremos: 1º Sobre los clavos con que clavaron a Jesús
en la cruz; 2° Sobre la lanza que abrió su sagrado costado.
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De vivir crucificados
por amor a Jesús y de no rehusarle ningún sacrificio; 2º De excitarnos a este
amor besando con frecuencia los Pies, las Manos y el sagrado Costado de nuestro
crucifijo, que nos recuerdan las llagas hechas por los clavos y la lanza al
cuerpo del Salvador. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San
Pablo: "La caridad de Jesucristo nos apremia".
Transportémonos en espíritu al Calvario; contemplemos allí a
Jesús en la cruz; peguemos nuestros labios a sus Pies y Manos, traspasados por
los clavos, y a su Costado abierto por la lanza; mezclemos nuestras lágrimas
con la sangre que corre; amemos al Dios que tanto nos ha amado.
DE LA DEVOCIÓN A
LOS SAGRADOS CLAVOS
Si no se ve en estos clavos sino un pedazo de hierro ordinario, sin duda que no merecen ningún culto; pero, si se les mira como empapados en la Sangre divina que hicieron brotar de las venas de Jesús, como unidos a la carne que desgarraron, como consagrados por su unión con esta misma sangre, ¿Quién no ve cuan venerables son y cuántas enseñanzas nos dan? Nos recuerdan el espíritu de obediencia y de sumisión, que es el verdadero espíritu del Cristianismo, tan opuesto al espíritu del siglo, que sólo sueña con la libertad e independencia. Los verdugos dicen a Jesús: "Extiende tus manos y alarga tus pies, para traspasarlos con estos clavos". Jesús obedece; le clavan en la cruz, y pierde la libertad de moverse; 2º Clavando de un modo visible a Jesús en la cruz, estos clavos nos muestran de un modo más sensible y nos hacen comprender mejor los lazos invisibles de su caridad, que le tenían tan fuertemente atado; 3º Nos dicen estos mismos clavos cuánto debemos llorar el mal uso que hemos hecho de nuestras manos y de nuestros pies, el desorden de nuestras obras y de nuestros afectos, puesto que tan caro le han costado a Jesús el expiarlos; 4º Nos predican la paciencia: ¿Quién podrá decir todo lo que sufrió Jesucristo y con qué paciencia lo sufrió, ora cuando los verdugos, hundiendo los clavos con fuertes martillazos en estas partes, las más llenas de nervios y las más sensibles del cuerpo, hicieron cuatro grandes llagas, de donde saltaron cuatro arroyos de sangre; ora cuando, después de haber sido levantado en la cruz, le dejaron caer en el hoyo con una terrible sacudida, que renovó todos sus dolores y ensanchó todas sus llagas? ¡Oh Salvador mío! Os adoro suspendido entre el cielo y la tierra, como víctima sobre el altar del sacrificio para reconciliar al uno con la otra; como a nuestro doctor y maestro en la cátedra desde donde nos enseñáis toda verdad. Yo amo, ¡oh Jesús!, vuestros brazos extendidos que nos dicen que nos abrazáis a todos en vuestro amor; vuestra cabeza erizada de espinas que, no teniendo dónde apoyarse, se inclina para darnos el beso de paz y de reconciliación; vuestro pecho, despedazado a golpes, pero que revela aún los latidos de amor que agitan vuestro Corazón; vuestras manos, que el peso del cuerpo suspendido en el aire tira con violencia, y vuestros pies, cuyas llagas se prolongan bajo el peso del cuerpo con que están cargados. ¡Ah! ¿Quién no amará a quien en estos clavos nos revela tanto amor?
DE LA DEVOCIÓN A LA
LANZA
QUE ABRIÓ EL
SAGRADO COSTADO DE JESÚS
San Buenaventura tenía una devoción especial a esta lanza que abrió el sagrado costado, "¡Oh feliz lanza, decía, que mereciste hacer esta abertura! ¡Ah! si yo hubiera estado en lugar de esta lanza, no hubiera querido salir del costado de Jesús; yo habría dicho: Este es el lugar de descanso que ha escogido mi corazón; aquí habitaré siempre, y nada podrá arrancarme de ahí. A lo menos, añade el piadoso doctor, yo me estaré cerca de la abertura; allí hablaré al Corazón de mi maestro y obtendré lo que yo quiera". San Bernardo pensaba lo mismo: "Esta bienaventurada lanza, decía, aunque manejada por la mano del soldado, era conducida por Jesús, que nos abrió así su sagrado Costado, a fin de mostrarnos por ella su divino Corazón palpitando de amor a nosotros, o más bien, a fin de dárnoslo y de hacernos entrar en él". ¡Oh misteriosa entrada! por ti se llega al Corazón de Jesús; a ese Corazón, sancta sanctorum, donde, encerrándose el alma, ora, adora y ama como debe; verdadera arca de salvación, donde debe refugiarse todo el que no quiere perecer en el diluvio del mundo. ¡Oh, mil veces venerada, mil veces bendita la lanza que nos ha abierto la puerta por la cual nos han venido tan grandes bienes, tantas gracias y tanto amor!
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