EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

domingo, 22 de marzo de 2015

Por quién padeció el Salvador




Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. Andrés Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).

        
EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (8, 46-59)
En aquel tiempo decía Jesús a un gran número de judíos y a los príncipes de los sacerdotes: “¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Pues, si os digo la verdad, ¿Por qué no me creéis? Quien es de Dios, escucha las palabras de Dios. Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios”. A esto respondieron los judíos, diciéndole: “¿No decimos bien nosotros, que eres un samaritano y que estás endemoniado?” Jesús les respondió: “Yo no estoy poseído del demonio, sino que honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado a Mí. Pero Yo no busco mi gloria; otro hay que la promueve y El me vindicará. En verdad, en verdad os digo que quien observare mi doctrina no morirá para siempre”. Dijeron los judíos: “Ahora acabamos de conocer que estás poseído de algún demonio. Abrahán murió, y murieron también los profetas, y tú dices: ‘Quien observare mi doctrina no morirá eternamente’. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abrahán, el cual murió, y que los Profetas, que asimismo murieron? Tú ¿por quién te tienes?” Respondió Jesús: “Si Yo me glorifico a Mí mismo, mi gloria, diréis, no vale nada; pero es mi Padre el que me glorifica; Aquél que decís vosotros que es vuestro Dios; vosotros, empero, no le habéis conocido; Yo sí que le conozco. Y si dijere que no le conozco, sería, como vosotros, un mentiroso. Pero le conozco bien y observo sus palabras. Abrahán, vuestro padre, ardió en deseos de ver este día mío: viólo y se llenó de gozo”. Los judíos le dijeron: “Aún no tienes cincuenta años y ¿has visto a Abrahán?” Respondióles Jesús: “En verdad, en verdad os digo que antes que Abrahán fuera criado, Yo existo”. Al oír esto, recogieron piedras para tirárselas; mas Jesús se escondió y salió del templo.
                 
La santa quincena en que vamos a entrar está destinada a honrar los padecimientos del Salvador: y, para apreciar cuánto amor nos atestigua Jesús en este misterio, consideraremos: 1º Quién es el que padece y por quién padece; 2° Cómo padece; 3° Qué bienes nos acarrean sus padecimientos.
    
—Nuestra resolución será: 1° De pasar esta quincena en sentimientos particulares de piedad, recogimiento y amor a Jesús crucificado; 2º De tener constantemente el crucifijo a nuestra vista y besarlo a menudo con cordial efusión. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “Me amó y se entregó por mí”. 

Adoremos a Jesucristo sumergido en un mar de padecimientos e ignominias. Digámosle con el Apóstol: “Su amor a mí es lo que le ha reducido a este estado”. Amemos y bendigamos tanto amor; compadezcamos tanto dolor. 


¿QUIÉN ES EL QUE PADECE? ¿POR QUIÉN PADECE?
    

Nada más propio que el contraste de estos dos pensamientos para hacer resaltar el amor de Jesucristo a nosotros en el misterio de su Pasión. “¡Gran Dios! —exclama Santo Tomás— Aun cuando fuerais mi esclavo y yo vuestro señor, habría en la abnegación de ese esclavo que tales cosas padeciera por su señor, un heroísmo de amor capaz de dejar estupefacta al alma más insensible. ¿Qué debo pensar en la suposición contraria, que es la única verdadera?” Porque, lo sabemos bien, el Dios del Calvario es el Señor y dueño de todas las cosas, y se humilla y muere por su esclavo; es el Rey eterno de los siglos, que se inmola por su súbdito; es Dios muriendo por un gusano de la tierra. ¡Oh abismo de amor! Si a lo menos la persona por quien este gran Dios se humilla y muere fuera un amigo digno de su interés y de su amor; pero no: es enteramente nada por su naturaleza, puesto que no tiene sino una existencia prestada; es el pecado por origen y por malicia: es la bajeza misma, rebelada contra Dios; y Dios, contra quien se ha revelado, muere para expiar su rebelión. Es una criatura desvergonzadamente audaz, que ha osado ofender a su Creador; y Dios ofendido quiere morir por el ofensor. Es un ingrato que no tendrá, Dios lo sabe bien, ningún agradecimiento por tan gran sacrificio que verá con ojos enjutos y corazón insensible la imagen del crucifijo; que celebrará con frialdad los santos días consagrados a la memoria de tan conmovedor misterio; más aún: es un pérfido que violará sus juramentos, que renovará sus insultos, que crucificará de nuevo a su Dios en cuanto de él dependa, y esto no una vez, sino millares de veces. ¡Y, sin embargo, por una criatura tan abominable, tan digna de los anatemas del cielo y de la tierra, un Dios se humilla y muere! ¡Oh abismo de amor! ¡Oh misterio insondable de amor! 


MAGNITUD DE LOS PADECIMIENTOS DEL SALVADOR 

     
Aquí se abren de nuevo los abismos del amor. Jesucristo podía, con una sola gota de su sangre, una sola lágrima de sus ojos, un solo suspiro de su corazón, rescatar a todo el género humano; pero, como se atestigua más amor a medida que más se padece, se ofreció a todas las ignominias y a todos los dolores. Lo sacrificó todo: Su libertad, porque se dejó atar como un cautivo; Su honor, porque consintió en pasar por un loco, por un criminal, por un blasfemo, por un hombre peor que Barrabás, ladrón y asesino, peor que los dos ladrones entre quienes fue crucificado; por el más culpable de ellos; sacrificó Su cuerpo, porque de la planta de los pies a la coronilla de la cabeza, no tiene sino llagas abiertas, sangre que corre, huesos desnudos; sacrificó Su alma, porque la entregó a las agonías de la muerte y al abandono de las criaturas y de su propio Padre; sacrificó, en fin, Su vida, inmolándola por amor en el ara de la cruz; y de su propio grado y de su entera voluntad, perfectamente libre, la ofrece por nosotros a su Padre. ¡Oh amor, cuan incomprensible eres y cuan profundos son tus abismos! Y nosotros, ¿Cómo hemos correspondido hasta el presente a tanto amor? ¿Qué hacemos por quien tanto ha hecho por nosotros? 


BIENES INMENSOS QUE NOS ACARREAN
LOS PADECIMIENTOS DEL SALVADOR
       

La generosidad de un bienhechor no se mide solamente por la grandeza de los sacrificios que hace, sino también por la excelencia de los bienes que da; y aquí se abren de nuevo los abismos de amor, porque son verdaderamente inefables los bienes que la Pasión del Salvador nos obtuvo. Estos son: 1º El cielo abierto, el infierno cerrado; la muerte y el pecado vencidos. Sin la Redención todo el género humano estaba condenado; por la Redención se salva el que quiere, y sólo se condenan los que quieren condenarse. 2º Los títulos de hijos de Dios, herederos del reino eterno, coherederos y miembros de Jesucristo. ¡Qué felicidad y qué gloria! 3º LA FE, sin la cual seríamos como los pueblos salvajes sin creencias y sin costumbres; LA ESPERANZA, que consuela y sostiene; LA CARIDAD, que una a los hombres entre sí y con Dios; LA IGLESIA, que nos enseña y nos dirige; EL SACERDOCIO, sol del mundo moral; EL SACRIFICIO, verdadero lazo misterioso entre el cielo y la tierra; LOS SACRAMENTOS, canales por donde la Sangre del Salvador lleva a todas partes la gracia, la fuerza y la vida. ¡Oh! ¡Cuántos tesoros y riquezas, frutos de la muerte del Salvador! ¡Feliz culpa de Adán que nos ha valido un Redentor tan grande! Pero, ¡Infelices de nosotros, que hemos abusado de tantas gracias! Decidámonos, en fin, a amar y servir mejor al autor de tantos bienes.


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