Meditaciones
para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para
todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. Andrés
Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del
Cardenal Cheverus).
EVANGELIO SEGÚN SAN
JUAN (8, 46-59)
En
aquel tiempo decía Jesús a un gran número de judíos y a los príncipes de los
sacerdotes: “¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Pues, si os digo la
verdad, ¿Por qué no me creéis? Quien es de Dios, escucha las palabras de Dios.
Por eso vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios”. A esto respondieron
los judíos, diciéndole: “¿No decimos bien nosotros, que eres un samaritano y
que estás endemoniado?” Jesús les respondió: “Yo no estoy poseído del demonio, sino
que honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado a Mí. Pero Yo no busco mi
gloria; otro hay que la promueve y El me vindicará. En verdad, en verdad os
digo que quien observare mi doctrina no morirá para siempre”. Dijeron los
judíos: “Ahora acabamos de conocer que estás poseído de algún demonio. Abrahán
murió, y murieron también los profetas, y tú dices: ‘Quien observare mi
doctrina no morirá eternamente’. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre
Abrahán, el cual murió, y que los Profetas, que asimismo murieron? Tú ¿por
quién te tienes?” Respondió Jesús: “Si Yo me glorifico a Mí mismo, mi gloria,
diréis, no vale nada; pero es mi Padre el que me glorifica; Aquél que decís
vosotros que es vuestro Dios; vosotros, empero, no le habéis conocido; Yo sí
que le conozco. Y si dijere que no le conozco, sería, como vosotros, un
mentiroso. Pero le conozco bien y observo sus palabras. Abrahán, vuestro padre,
ardió en deseos de ver este día mío: viólo y se llenó de gozo”. Los judíos le
dijeron: “Aún no tienes cincuenta años y ¿has visto a Abrahán?” Respondióles
Jesús: “En verdad, en verdad os digo que antes que Abrahán fuera criado, Yo
existo”. Al oír esto, recogieron piedras para tirárselas; mas Jesús se escondió
y salió del templo.
La santa quincena en que vamos a entrar está destinada a honrar los padecimientos del Salvador: y, para apreciar cuánto amor nos atestigua Jesús en este misterio, consideraremos: 1º Quién es el que padece y por quién padece; 2° Cómo padece; 3° Qué bienes nos acarrean sus padecimientos.
La santa quincena en que vamos a entrar está destinada a honrar los padecimientos del Salvador: y, para apreciar cuánto amor nos atestigua Jesús en este misterio, consideraremos: 1º Quién es el que padece y por quién padece; 2° Cómo padece; 3° Qué bienes nos acarrean sus padecimientos.
—Nuestra resolución será: 1° De pasar esta quincena en sentimientos particulares de piedad, recogimiento y amor a Jesús crucificado; 2º De tener constantemente el crucifijo a nuestra vista y besarlo a menudo con cordial efusión. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “Me amó y se entregó por mí”.
Adoremos
a Jesucristo sumergido en un mar de padecimientos e ignominias. Digámosle con
el Apóstol: “Su amor a mí es lo que le ha reducido a este estado”. Amemos y
bendigamos tanto amor; compadezcamos tanto dolor.
¿QUIÉN ES EL QUE
PADECE? ¿POR QUIÉN PADECE?
Nada
más propio que el contraste de estos dos pensamientos para hacer resaltar el
amor de Jesucristo a nosotros en el misterio de su Pasión. “¡Gran Dios!
—exclama Santo Tomás— Aun cuando fuerais mi esclavo y yo vuestro señor, habría
en la abnegación de ese esclavo que tales cosas padeciera por su señor, un heroísmo
de amor capaz de dejar estupefacta al alma más insensible. ¿Qué debo pensar en
la suposición contraria, que es la única verdadera?” Porque, lo sabemos bien,
el Dios del Calvario es el Señor y dueño de todas las cosas, y se humilla y
muere por su esclavo; es el Rey eterno de los siglos, que se inmola por su
súbdito; es Dios muriendo por un gusano de la tierra. ¡Oh abismo de amor! Si a
lo menos la persona por quien este gran Dios se humilla y muere fuera un amigo
digno de su interés y de su amor; pero no: es enteramente nada por su
naturaleza, puesto que no tiene sino una existencia prestada; es el pecado por
origen y por malicia: es la bajeza misma, rebelada contra Dios; y Dios, contra
quien se ha revelado, muere para expiar su rebelión. Es una criatura
desvergonzadamente audaz, que ha osado ofender a su Creador; y Dios ofendido
quiere morir por el ofensor. Es un ingrato que no tendrá, Dios lo sabe bien,
ningún agradecimiento por tan gran sacrificio que verá con ojos enjutos y
corazón insensible la imagen del crucifijo; que celebrará con frialdad los
santos días consagrados a la memoria de tan conmovedor misterio; más aún: es un
pérfido que violará sus juramentos, que renovará sus insultos, que crucificará
de nuevo a su Dios en cuanto de él dependa, y esto no una vez, sino millares de
veces. ¡Y, sin embargo, por una criatura tan abominable, tan digna de los
anatemas del cielo y de la tierra, un Dios se humilla y muere! ¡Oh abismo de
amor! ¡Oh misterio insondable de amor!
MAGNITUD DE LOS
PADECIMIENTOS DEL SALVADOR
Aquí se abren de nuevo los abismos del amor. Jesucristo podía, con una sola gota de su sangre, una sola lágrima de sus ojos, un solo suspiro de su corazón, rescatar a todo el género humano; pero, como se atestigua más amor a medida que más se padece, se ofreció a todas las ignominias y a todos los dolores. Lo sacrificó todo: Su libertad, porque se dejó atar como un cautivo; Su honor, porque consintió en pasar por un loco, por un criminal, por un blasfemo, por un hombre peor que Barrabás, ladrón y asesino, peor que los dos ladrones entre quienes fue crucificado; por el más culpable de ellos; sacrificó Su cuerpo, porque de la planta de los pies a la coronilla de la cabeza, no tiene sino llagas abiertas, sangre que corre, huesos desnudos; sacrificó Su alma, porque la entregó a las agonías de la muerte y al abandono de las criaturas y de su propio Padre; sacrificó, en fin, Su vida, inmolándola por amor en el ara de la cruz; y de su propio grado y de su entera voluntad, perfectamente libre, la ofrece por nosotros a su Padre. ¡Oh amor, cuan incomprensible eres y cuan profundos son tus abismos! Y nosotros, ¿Cómo hemos correspondido hasta el presente a tanto amor? ¿Qué hacemos por quien tanto ha hecho por nosotros?
BIENES INMENSOS QUE
NOS ACARREAN
LOS PADECIMIENTOS DEL
SALVADOR
La generosidad de un
bienhechor no se mide solamente por la grandeza de los sacrificios que hace,
sino también por la excelencia de los bienes que da; y aquí se abren de nuevo
los abismos de amor, porque son verdaderamente inefables los bienes que la Pasión
del Salvador nos obtuvo. Estos son: 1º El cielo abierto, el infierno cerrado;
la muerte y el pecado vencidos. Sin la Redención todo el género humano estaba
condenado; por la Redención se salva el que quiere, y sólo se condenan los que
quieren condenarse. 2º Los títulos de hijos de Dios, herederos del reino
eterno, coherederos y miembros de Jesucristo. ¡Qué felicidad y qué gloria! 3º
LA FE, sin la cual seríamos como los pueblos salvajes sin creencias y sin
costumbres; LA ESPERANZA, que consuela y sostiene; LA CARIDAD, que una a los
hombres entre sí y con Dios; LA IGLESIA, que nos enseña y nos dirige; EL
SACERDOCIO, sol del mundo moral; EL SACRIFICIO, verdadero lazo misterioso entre
el cielo y la tierra; LOS SACRAMENTOS, canales por donde la Sangre del Salvador
lleva a todas partes la gracia, la fuerza y la vida. ¡Oh! ¡Cuántos tesoros y
riquezas, frutos de la muerte del Salvador! ¡Feliz culpa de Adán que nos ha
valido un Redentor tan grande! Pero, ¡Infelices de nosotros, que hemos abusado
de tantas gracias! Decidámonos, en fin, a amar y servir mejor al autor de
tantos bienes.
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