“El ángel
le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, vas a
concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del
Altísimo (...).
Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tú palabra.” (Lucas
1, 30-32, 38)
Solemnidad de la Anunciación a la Santísima Virgen María
Se
llama "anunciación" a la visita del Arcángel Gabriel, enviado por
Dios a la Virgen María para pedirle que sea la Madre del Verbo por la gracia
del Espíritu Santo. Ella, consciente de su dignidad y al mismo tiempo su
pequeñez, consintió entregándose sin reservas a la voluntad de Dios. El
"Sí" de María Santísima abre el camino a la Encarnación que ocurre en
ese momento. En ese instante el Verbo se hizo carne. Dios eterno vino a habitar
en ella asumiendo la naturaleza humana.
Celebramos
la Anunciación el 25 de Marzo por ser 9 meses antes de la Navidad (Nacimiento
del Señor).
María
Santísima un 25 de marzo le dijo a Bernardita en Lourdes: "Yo soy la
Inmaculada Concepción".
Recordamos
la anunciación:
Rezando
el Angelus, al mediodía.
Rezando
el primer misterio gozoso del Rosario.
Celebrando
el día del niño por nacer.
El
día de la Anunciación el Verbo se hizo carne; La Segunda Persona de la Trinidad
asumió la naturaleza humana y comenzó a vivir en el vientre de María Santísima.
Aquí en Nazareth sucede al contrario que en Jerusalén. En Jerusalén las
mujeres deben permanecer en el atrio sin poder penetrar en el Templo, pues sólo
los sacerdotes tiene acceso al Santuario. Pero en Nazareth, una Virgen es ella
misma el Templo, ya que el Santo de los Santos está en él. El Sumo Sacerdote
está en ella, la única que tiene acceso a El. ¿Qué conmovedor y maravilloso es
todo esto, y al mismo tiempo, tan simple y natural! Las palabras de David en el
Salmo 45 han encontrado cumplimiento: “El Altísimo ha santificado su
Tabernáculo. Dios está en su interior y no vacilará”.
Nota:
La anunciación del Arcángel Gabriel a María
según relato de las visiones de la Beata Ana Catalina Enmerich
Una vez que hubo
entrado, la Santísima Virgen se ubicó tras la mampara de su lecho; allí se puso
un largo vestido de lana blanca con un ceñidor ancho y cubrió su cabeza con un
velo blanco amarillento. La servidora, mientras tanto, trajo un candil y
encendió un lámpara de varios brazos que colgaba del techo. Entonces la
Santísima Virgen tomó una mesita baja ubicada junto a una pared y la colocó en
el centro de la habitación. Un tapete rojo y azul con una figura bordada en su
parte media (ya no recuerdo si se trataba de una letra o de un ornamento)
cubría la mesita. Sobre ésta había un rollo de pergamino escrito.
La mesa se encontraba
entre el lecho y la puerta, en un lugar donde el suelo estaba cubierto por una
alfombra. La Virgen Santísima colocó delante de sí un pequeño cojín redondo
sobre el cual se arrodilló, ambas manos apoyadas sobre la mesita. La puerta de
la habitación estaba delante de ella y a su derecha; ella daba su espalda al
lecho.
María cubrió su rostro con el velo y juntó las manos frente al pecho, mas
sin entrecruzar los dedos. Así la vi mucho tiempo, orando con ardor: invocaba
la Redención, la venida del Rey prometido a Israel, imploraba también tener
parte en tal misión. Permaneció largo rato de rodillas, arrebatada en éxtasis.
Luego inclinó su cabeza sobre el pecho.
Entonces del techo de la habitación y en línea algo sesgada, bajó una
masa tan grande de luz que me obligó a volver el rostro hacia el patio donde
estaba la puerta. En medio de esa luz vi un joven resplandeciente, flotante la
rubia cabellera, descender a través del aire hasta llegar junto a ella: era el
ángel Gabriel. Le habló y vi salir las palabras de su boca como letras de
fuego. Pude leerlas y comprender su significado. María torció un tanto hacia la
derecha su rostro velado. En su modestia no llegó a mirar al ángel, quien
continuó hablándole.
Entonces, y como quien obedece una orden, María dirigió sus ojos hacia
él, levantó un poco el velo y le respondió. El ángel volvió a hablar. María
alzó totalmente el velo, miró al ángel y pronunció las palabras sagradas: “He aquí la esclava del Señor.
Hágase en mí según tu palabra”.
La Virgen Santísima se
hallaba en éxtasis profundo. La cámara estaba inundada de luz. Ya no podía ver
el resplandor de la lámpara ni el techo de la cámara. El cielo parecía abierto y mis
ojos siguieron por sobre el ángel una ruta luminosa, en cuyo término contemplé
la Santísima Trinidad como un triángulo de luz cuyos rayos se penetran
recíprocamente. En ello reconocí el misterio que excede toda definición y sólo
permite ser adorado: Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y sin
embargo un sólo Dios Todopoderoso.
Al decir la Santísima Virgen “Hágase en mí según tu palabra” observé la aparición alada del
Espíritu Santo que, sin embargo, no se asemejaba a la representación ordinaria
bajo la forma de paloma. Su cabeza tenía algo de humano. La
luz irradiaba hacia ambos lados. Semejantes a alas, tres torrentes luminosos
partían de allí para juntarse en el costado derecho de la Virgen Santísima.
Cuando esta
irradiación la penetró, ella misma quedó resplandeciente, diáfana. Como la
noche se retira ante la llegada del día, así la opacidad desapareció de su
cuerpo. La plenitud de luz hizo que ya nada en ella fuese obscuro u opaco.
Resplandecía, completamente bañada por la claridad.
Luego el ángel
desapareció: la vía luminosa de la que había salido dejó de ser visible. Era
como si el cielo hubiese aspirado y aquel fulgor se hubiese recogido en su
seno… Tras la desaparición vi a la Santísima Virgen en intenso arrobamiento,
ensimismada por completo. Conocía y adoraba en ella la Encarnación del
Salvador: era como un pequeño cuerpo humano luminoso, totalmente formado y
provisto de todos sus miembros.
Nota:
La Beata Ana Catalina Emmerick fue una monja católica agustina, mística, estigmatizada y visionaria alemana que vivió en el siglo XVIII Y XIX, y que tuvo las visiones que luego dieron origen al libro la “Vida de María”. Estos Párrafos corresponden a parte de ese libro. Las visiones de Emmerick fueron compiladas por Clemens María Brentano.
Las Visiones de Emmerich se usaron durante el descubrimiento de la casa de la Virgen María en una colina cerca de la ciudad de Éfeso, y fueron también usadas por Mel Gibson para su film “La Pasión de Cristo”.
Oración a María para sus fieles esclavos
Salve,
María, amadísima Hija del Eterno Padre; salve, María, Madre admirable del Hijo;
salve, María, fidelísima Esposa del Espíritu Santo; salve, María, mi amada
Madre, mi amable Señora, mi poderosa Soberana; salve, mi gozo, mi gloria, mi
corazón y mi alma. Vos sois toda mía por misericordia, y yo soy todo vuestro
por justicia. Pero todavía no lo soy bastante. De nuevo me entrego a Vos todo
entero en calidad de eterno esclavo, sin reservar
nada ni para mí, ni para otros.
Si
algo veis en mí que todavía no sea vuestro, tomadlo en seguida, os lo suplico,
y haceos dueña absoluta de todos mis haberes para destruir y desarraigar y
aniquilar en mí todo lo que desagrade a Dios y plantad, levantad y producid
todo lo que os guste.
La
luz de vuestra fe disipe las tinieblas de mi espíritu; vuestra humildad
profunda ocupe el lugar de mi orgullo; vuestra contemplación sublime detenga
las distracciones de mi fantasía vagabunda; vuestra continua vista de Dios
llene de su presencia mi memoria, el incendio de caridad de vuestro corazón
abrase la tibieza y frialdad del mío; cedan el sitio a vuestras virtudes mis
pecados; vuestros méritos sean delante de Dios mi adorno y suplemento. En fin,
queridísima y amadísima Madre, haced, si es posible, que no tenga yo más
espíritu que el vuestro para conocer a Jesucristo y su divina voluntad; que no
tenga más alma que la vuestra para alabar y glorificar al Señor; que no tenga
más corazón que el vuestro para amar a Dios con amor puro y con amor ardiente como
Vos.
No
pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni contentos, ni aun espirituales.
Para Vos el ver claro, sin tinieblas; para Vos el gustar por entero sin
amargura; para Vos el triunfar gloriosa a la diestra de vuestro Hijo, sin
humillación; para Vos el mandar a los ángeles, hombres y demonios, con poder
absoluto, sin resistencia, y el disponer en fin, sin reserva alguna de todos
los bienes de Dios.
Esta
es, divina María, la mejor parte que se os ha concedido, y que jamás se os
quitará, que es para mí grandísimo gozo. Para mí y mientras viva no quiero
otro, sino el experimentar el que Vos tuvisteis: creer a secas, sin nada ver y
gustar; sufrir con alegría, sin consuelo de las criaturas; morir a mí mismo,
continuamente y sin descanso; trabajar mucho hasta la muerte por Vos, sin
interés, como el más vil de los esclavos. La sola gracia, que por pura
misericordia os pido, es que en todos los días y en todos los momentos de mi
vida diga tres amenes: amén (así sea) a todo lo que hicisteis sobre la tierra
cuando vivíais; amén a todo lo que hacéis al presente en el cielo; amén a todo
lo que hacéis en mi alma, para que en ella no haya nada más que Vos, para
glorificar plenamente a Jesús en mí, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
San
Luis María Grignion de Montfort
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