EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

jueves, 25 de marzo de 2021

Solemnidad de la Anunciación a la Santísima Virgen María


“El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, 

a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo (...). 

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tú palabra.” (Lucas 1, 30-32, 38)


Solemnidad de la Anunciación a la Santísima Virgen María

Se llama "anunciación" a la visita del Arcángel Gabriel, enviado por Dios a la Virgen María para pedirle que sea la Madre del Verbo por la gracia del Espíritu Santo. Ella, consciente de su dignidad y al mismo tiempo su pequeñez, consintió entregándose sin reservas a la voluntad de Dios. El "Sí" de María Santísima abre el camino a la Encarnación que ocurre en ese momento. En ese instante el Verbo se hizo carne. Dios eterno vino a habitar en ella asumiendo la naturaleza humana.

Celebramos la Anunciación el 25 de Marzo por ser 9 meses antes de la Navidad (Nacimiento del Señor).

María Santísima un 25 de marzo le dijo a Bernardita en Lourdes: "Yo soy la Inmaculada Concepción".
Recordamos la anunciación:
Rezando el Angelus, al mediodía.
Rezando el primer misterio gozoso del Rosario.
Celebrando el día del niño por nacer. 
El día de la Anunciación el Verbo se hizo carne; La Segunda Persona de la Trinidad asumió la naturaleza humana y comenzó a vivir en el vientre de María Santísima.


La anunciación del Arcángel Gabriel a María

según relato de las visiones de la Beata Ana Catalina Enmerich

Una vez que hubo entrado, la Santísima Virgen se ubicó tras la mampara de su lecho; allí se puso un largo vestido de lana blanca con un ceñidor ancho y cubrió su cabeza con un velo blanco amarillento. La servidora, mientras tanto, trajo un candil y encendió un lámpara de varios brazos que colgaba del techo. Entonces la Santísima Virgen tomó una mesita baja ubicada junto a una pared y la colocó en el centro de la habitación. Un tapete rojo y azul con una figura bordada en su parte media (ya no recuerdo si se trataba de una letra o de un ornamento) cubría la mesita. Sobre ésta había un rollo de pergamino escrito.

La mesa se encontraba entre el lecho y la puerta, en un lugar donde el suelo estaba cubierto por una alfombra. La Virgen Santísima colocó delante de sí un pequeño cojín redondo sobre el cual se arrodilló, ambas manos apoyadas sobre la mesita. La puerta de la habitación estaba delante de ella y a su derecha; ella daba su espalda al lecho.

María cubrió su rostro con el velo y juntó las manos frente al pecho, mas sin entrecruzar los dedos. Así la vi mucho tiempo, orando con ardor: invocaba la Redención, la venida del Rey prometido a Israel, imploraba también tener parte en tal misión. Permaneció largo rato de rodillas, arrebatada en éxtasis. Luego inclinó su cabeza sobre el pecho.

Entonces del techo de la habitación y en línea algo sesgada, bajó una masa tan grande de luz que me obligó a volver el rostro hacia el patio donde estaba la puerta. En medio de esa luz vi un joven resplandeciente, flotante la rubia cabellera, descender a través del aire hasta llegar junto a ella: era el ángel Gabriel. Le habló y vi salir las palabras de su boca como letras de fuego. Pude leerlas y comprender su significado. María torció un tanto hacia la derecha su rostro velado. En su modestia no llegó a mirar al ángel, quien continuó hablándole.

Entonces, y como quien obedece una orden, María dirigió sus ojos hacia él, levantó un poco el velo y le respondió. El ángel volvió a hablar. María alzó totalmente el velo, miró al ángel y pronunció las palabras sagradas: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.

La Virgen Santísima se hallaba en éxtasis profundo. La cámara estaba inundada de luz. Ya no podía ver el resplandor de la lámpara ni el techo de la cámara. El cielo parecía abierto y mis ojos siguieron por sobre el ángel una ruta luminosa, en cuyo término contemplé la Santísima Trinidad como un triángulo de luz cuyos rayos se penetran recíprocamente. En ello reconocí el misterio que excede toda definición y sólo permite ser adorado: Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y sin embargo un sólo Dios Todopoderoso.

Al decir la Santísima Virgen “Hágase en mí según tu palabra” observé la aparición alada del Espíritu Santo que, sin embargo, no se asemejaba a la representación ordinaria bajo la forma de paloma. Su cabeza tenía algo de humano. La luz irradiaba hacia ambos lados. Semejantes a alas, tres torrentes luminosos partían de allí para juntarse en el costado derecho de la Virgen Santísima.

Cuando esta irradiación la penetró, ella misma quedó resplandeciente, diáfana. Como la noche se retira ante la llegada del día, así la opacidad desapareció de su cuerpo. La plenitud de luz hizo que ya nada en ella fuese obscuro u opaco. Resplandecía, completamente bañada por la claridad.

Luego el ángel desapareció: la vía luminosa de la que había salido dejó de ser visible. Era como si el cielo hubiese aspirado y aquel fulgor se hubiese recogido en su seno… Tras la desaparición vi a la Santísima Virgen en intenso arrobamiento, ensimismada por completo. Conocía y adoraba en ella la Encarnación del Salvador: era como un pequeño cuerpo humano luminoso, totalmente formado y provisto de todos sus miembros.

Aquí en Nazareth sucede al contrario que en Jerusalén. En Jerusalén las mujeres deben permanecer en el atrio sin poder penetrar en el Templo, pues sólo los sacerdotes tiene acceso al Santuario. Pero en Nazareth, una Virgen es ella misma el Templo, ya que el Santo de los Santos está en él. El Sumo Sacerdote está en ella, la única que tiene acceso a El. ¿Qué conmovedor y maravilloso es todo esto, y al mismo tiempo, tan simple y natural! Las palabras de David en el Salmo 45 han encontrado cumplimiento: “El Altísimo ha santificado su Tabernáculo. Dios está en su interior y no vacilará”.

Nota:

La Beata Ana Catalina Emmerick fue una monja católica agustina, mística, estigmatizada y visionaria alemana que vivió en el siglo XVIII Y XIX, y que tuvo las visiones que luego dieron origen al libro la “Vida de María”. Estos Párrafos corresponden a parte de ese libro. Las visiones de Emmerick fueron compiladas por Clemens María Brentano.

Las Visiones de Emmerich se usaron durante el descubrimiento de la casa de la Virgen María en una colina cerca de la ciudad de Éfeso, y fueron también usadas por Mel Gibson para su film “La Pasión de Cristo”.




Oración a María para sus fieles esclavos

Salve, María, amadísima Hija del Eterno Padre; salve, María, Madre admirable del Hijo; salve, María, fidelísima Esposa del Espíritu Santo; salve, María, mi amada Madre, mi amable Señora, mi poderosa Soberana; salve, mi gozo, mi gloria, mi corazón y mi alma. Vos sois toda mía por misericordia, y yo soy todo vuestro por justicia. Pero todavía no lo soy bastante. De nuevo me entrego a Vos todo entero en calidad de eterno esclavo, sin reservar nada ni para mí, ni para otros.

Si algo veis en mí que todavía no sea vuestro, tomadlo en seguida, os lo suplico, y haceos dueña absoluta de todos mis haberes para destruir y desarraigar y aniquilar en mí todo lo que desagrade a Dios y plantad, levantad y producid todo lo que os guste.

La luz de vuestra fe disipe las tinieblas de mi espíritu; vuestra humildad profunda ocupe el lugar de mi orgullo; vuestra contemplación sublime detenga las distracciones de mi fantasía vagabunda; vuestra continua vista de Dios llene de su presencia mi memoria, el incendio de caridad de vuestro corazón abrase la tibieza y frialdad del mío; cedan el sitio a vuestras virtudes mis pecados; vuestros méritos sean delante de Dios mi adorno y suplemento. En fin, queridísima y amadísima Madre, haced, si es posible, que no tenga yo más espíritu que el vuestro para conocer a Jesucristo y su divina voluntad; que no tenga más alma que la vuestra para alabar y glorificar al Señor; que no tenga más corazón que el vuestro para amar a Dios con amor puro y con amor ardiente como Vos.

No pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni contentos, ni aun espirituales. Para Vos el ver claro, sin tinieblas; para Vos el gustar por entero sin amargura; para Vos el triunfar gloriosa a la diestra de vuestro Hijo, sin humillación; para Vos el mandar a los ángeles, hombres y demonios, con poder absoluto, sin resistencia, y el disponer en fin, sin reserva alguna de todos los bienes de Dios.

Esta es, divina María, la mejor parte que se os ha concedido, y que jamás se os quitará, que es para mí grandísimo gozo. Para mí y mientras viva no quiero otro, sino el experimentar el que Vos tuvisteis: creer a secas, sin nada ver y gustar; sufrir con alegría, sin consuelo de las criaturas; morir a mí mismo, continuamente y sin descanso; trabajar mucho hasta la muerte por Vos, sin interés, como el más vil de los esclavos. La sola gracia, que por pura misericordia os pido, es que en todos los días y en todos los momentos de mi vida diga tres amenes: amén (así sea) a todo lo que hicisteis sobre la tierra cuando vivíais; amén a todo lo que hacéis al presente en el cielo; amén a todo lo que hacéis en mi alma, para que en ella no haya nada más que Vos, para glorificar plenamente a Jesús en mí, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

San Luis María Grignion de Montfort



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