EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

jueves, 2 de abril de 2015

Institución de la Eucaristía y el sacerdocio en la Última Cena



Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).
      
Meditaremos en los dos grandes misterios que se recuerdan en este día, a saber: 1° La institución de la Eucaristía; 2º La institución del Sacerdocio.
        
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De hacer mañana la mejor comunión del año; 2º De pasar todo el día en vivos sentimientos de agradecimiento a Jesucristo por la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de un santo abad: “¡Oh Dios, pródigo de Vos mismo en fuerza de vuestro amor al hombre!” 

Transportémonos en espíritu a la última Cena, en la cual Jesucristo, la víspera de su muerte, reúne a sus Apóstoles, como el padre de familia próximo a su fin reúne a sus hijos en torno de su lecho de muerte para darles sus últimas voluntades y legarles la herencia que su amor les ha juntado. Sobre todo, entonces, les atestigua cuánto les ama. Asistamos con recogimiento y amor a este conmovedor espectáculo y meditemos en los dos grandes misterios del día: la institución de la Eucaristía y la institución del sacerdocio. 

      
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

Admiremos desde luego a Jesucristo arrodillado delante de sus Apóstoles, lavándoles los pies, para enseñar a todos la humildad profunda, la caridad perfecta, la pureza sin mancha que pide el Sacramento que iba a instituir y que ellos iban a recibir. Se sienta en seguida a la mesa, toma el pan, lo bendice, lo parte y lo distribuye a sus discípulos, diciendo: “Tomad y comed; ÉSTE ES MI CUERPO”. Y, tomando el cáliz, se lo da, diciendo: “Tomad y bebed; ÉSTA ES MI SANGRE, LA SANGRE DE LA NUEVA ALIANZA QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS EN REMISIÓN DE VUESTROS PECADOS”. ¡Oh! ¡Cuán bien se conoce el amor de Jesucristo! El divino Salvador, próximo a dejarnos, no pudo resolverse a separarse de nosotros. “No os dejaré huérfanos, había dicho; mi Padre me llama; pero, al irme a Él, no me separaré de vosotros; mi muerte está determinada en los decretos eternos; pero, muriendo, Yo sabré sobrevivirme para quedar con vosotros. Mi sabiduría ha ideado cómo obtenerlo y mi amor va a ejecutarlo”. En consecuencia, convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, en virtud de la indisoluble unión de la Persona divina con la naturaleza humana, lo que un poco antes no era sino pan y vino, es ahora la persona adorable de Jesucristo toda entera, su persona divina, tan grande, tan poderosa, como está a la diestra del Padre, gobernando todos los mundos y adorado de los mismos ángeles, que tiemblan en su presencia. A este milagro sucede otro. “Lo que yo acabo de hacer, dice Jesucristo, vosotros, mis Apóstoles, lo haréis; os doy para ello el poder, no solamente a vosotros sino a todos vuestros sucesores, hasta el fin de los tiempos, puesto que la Eucaristía será el alma de toda la Religión y la esencia de su culto, y debe durar tanto como ella misma”. Tal es la rica herencia que el amor de Jesucristo ha transmitido a sus hijos por toda la continuación de los siglos; tal es el testamento que este buen Padre de familia ha hecho, en el momento de su partida, en favor de sus hijos; sus manos moribundas lo escribieron, y en seguida fue sellada con su Sangre; tal es la bendición que este buen Jacob dio a sus hijos reunidos en torno a Él antes de dejarlos. ¡Oh preciosa herencia, querido y amable testamento, rica bendición! ¡Dios mío, Dios mío! ¿Cómo agradeceros tanto amor? 

       
INSTITUCIÓN DEL SACERDOCIO


Parece, Señor, que habíais agotado para con nosotros todas las riquezas de vuestro amor, y, sin embargo, he aquí nuevas maravillas. NO ES SOLAMENTE LA EUCARISTÍA LO QUE NOS DISTEIS EN ESTE SANTO DÍA, SINO TAMBIÉN EL SACERDOCIO, CON TODOS LOS SACRAMENTOS, CON LA SANTA IGLESIA, CON SU AUTORIDAD INFALIBLE PARA ENSEÑAR, EL PODER PARA GOBERNAR, LA GRACIA PARA BENDECIR Y LA SABIDURÍA PARA DIRIGIR. Porque todo esto se liga esencialmente con la Eucaristía, ya como preparación para disponer el alma para recibirla, ya como consecuencia para conservarla o para extender sus frutos. Por consiguiente, Jesucristo como Pontífice Soberano, quiso establecer, y estableció realmente, todos estos poderes a la vez con esta sola palabra: “Haced esto”. ¡Oh sacerdocio, que esclarecéis, purificáis y enardecéis las almas, que dispensáis sobre la tierra los misterios de Dios y que, socorriendo al alma caída como al alma justa, las riquezas de la gracia; sacerdocio que, socorriendo al alma caída como al alma justa, hacéis nacer el arrepentimiento y le abrís las puertas del cielo, acogéis a los pecadores y les volvéis la inocencia; sacerdocio, que sostenéis al alma vacilante y la hacéis avanzar en la virtud, que protegéis al mundo contra sí mismo y su corrupción, contra el Cielo y sus venganzas: sacerdocio, bienhechor inefable, yo os bendigo y bendigo a Dios por habernos dado a la tierra! ¡Ah! ¿Qué sería del mundo sin vos? ¡Sin vos, que sois su sol, su luz, su calor, su consuelo, su fuerza, y su apoyo! ¡Oh Jueves Santo, mil veces bendito, porque trajisteis tantas felicidades para los hijos de Adán! Jamás podremos celebraros con bastante piedad, fervor y amor.



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