EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

viernes, 3 de abril de 2015

Viernes Santo, día de amor y de conversión



Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).

Consagraremos nuestra meditación de hoy a considerar el Viernes Santo: 1° Como un día de amor; 2º Como un día de conversión.
     
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De pasar este día en el recogimiento y en frecuentes aspiraciones de amor a Jesús crucificado; 2° De hacer en honor de la Cruz algunas pequeñas mortificaciones, juntamente con el sacrificio que más nos cueste. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “La caridad de Jesucristo me apremia, pensando que Él ha muerto por todos a fin de que los que viven no vivan para sí mismo”. 

Transportémonos en espíritu al Calvario; adoremos allí a Jesús enclavado en la Cruz por nosotros; y, a la vista de su cuerpo convertido en una sola llaga, dejemos desbordar de nuestros corazones la compasión, el agradecimiento, la contrición, la alabanza y el amor. 


EL VIERNES SANTO, DÍA DE AMOR

Contemplemos amorosamente al divino Crucificado desde los pies hasta la cabeza, desde el menor movimiento de su Corazón hasta sus más vivas emociones; todo nos obliga a amarle; todo nos dice: “Hijo mío, dame tu corazón”. Sus brazos extendidos dicen que nos abrazan a todos sin distinción; su cabeza, que no puede reposar sino sobre las espinas de que está erizada, se inclina hacia nosotros para darnos el beso de paz y de reconciliación; su pecho, desgarrado por los golpes, se levanta por los latidos del corazón lleno de amor; sus manos y pies, taladrados por los clavos; su vista apagada, sus venas desangradas, su boca seca por la sed, todas las llagas, en fin, que cubren su cuerpo, forman como un concierto de voces que nos dicen: “¡Ved cuánto os he amado!” ¡Ah! SI PENETRÁRAMOS EN ESE CORAZÓN, LO VERÍAMOS TODO OCUPADO EN CADA UNO DE NOSOTROS PARA AMAR; PIDIENDO MISERICORDIA POR NUESTRAS INGRATITUDES, NUESTRA FRIALDAD Y NUESTROS PECADOS; SOLICITANDO PARA NOSOTROS TODOS LOS SOCORROS DE GRACIAS QUE HEMOS RECIBIDO Y RECIBIREMOS; OFRECIENDO POR NOSOTROS A SU PADRE SU VIDA, SU SANGRE, TODOS SUS DOLORES INTERIORES Y EXTERIORES; EN FIN, CONSUMIÉNDOSE EN ARDORES INDECIBLES DE AMOR, SIN QUE NADA PUEDA DISTRAERLO. ¡Oh amor! ¿Sería demasiado morir de amor por tanto amor? ¡Oh buen Jesús!, os diré con San Bernardo, “Nada me enternece tanto, nada me abrasa y enciende en mi corazón en vuestro amor, como vuestra Pasión. Es ella la que me atrae más a Vos, la que me une más estrechamente, la que con más viveza me conmueve”. ¡Oh! ¡Cuánta razón tenía San Francisco de Sales al decir que el monte Calvario es el monte del amor; que es allí, en las llagas, donde las almas fieles encuentran la miel del amor; y en el Cielo mismo, después de la bondad divina, vuestra Pasión es el motivo más grande, más dulce y más poderoso para arrebatar de amor a los bienaventurados! Y yo, después de esto, ¡oh Jesús crucificado! ¿Podría tener otra vida que la de amaros? 

      
EL VIERNES SANTO, DÍA DE CONVERSIÓN


PARA PROBAR A JESÚS CRUCIFICADO QUE LE AMO VERDADERAMENTE, ES PRECISO CONVERTIRME, ES DECIR, HACER MORIR AL PIE DE LA CRUZ TODO LO QUE HAY DE TERRENO EN MÍ, todas mis negligencias y todas mis tibiezas, todo mi amor propio y mi orgullo, todas las delicadezas, deseo de goces y placeres, tan enemigos de lo que mortifica o desagrada; la susceptibilidad, que de todo se resiente; el espíritu de crítica y la maledicencia, que de todo murmura; la ligereza, la disipación y el vagar del espíritu, que no quiere asentarse en el recogimiento; la intemperancia de la lengua, que lanza afuera todo lo interior; en fin, todo lo que es incompatible con el amor que pide a los suyos Jesús crucificado. Hay que sustituir todas estas malas inclinaciones por las sólidas virtudes que la Cruz nos enseña: La humildad, la mansedumbre, la caridad, la paciencia, la abnegación. Jesús nos pide todo esto, por todas sus llagas, como por otras tantas lenguas. ¿Podríamos rehusárselo? ¿Podría yo conservar mis apegos, cuando le veo desnudo en la Cruz? ¿Podría no hacer mi vestido de su desnudez, mi librea de sus oprobios, mi riqueza de su pobreza, mi gloria de su confusión, mis alegrías de sus padecimientos?


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