Meditaciones
para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para
todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André
Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del
Cardenal Cheverus).
Consagraremos
nuestra meditación de hoy a considerar el Viernes Santo: 1° Como un día de
amor; 2º Como un día de conversión.
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De pasar este día en el recogimiento y en frecuentes aspiraciones de amor a Jesús crucificado; 2° De hacer en honor de la Cruz algunas pequeñas mortificaciones, juntamente con el sacrificio que más nos cueste. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “La caridad de Jesucristo me apremia, pensando que Él ha muerto por todos a fin de que los que viven no vivan para sí mismo”.
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De pasar este día en el recogimiento y en frecuentes aspiraciones de amor a Jesús crucificado; 2° De hacer en honor de la Cruz algunas pequeñas mortificaciones, juntamente con el sacrificio que más nos cueste. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol: “La caridad de Jesucristo me apremia, pensando que Él ha muerto por todos a fin de que los que viven no vivan para sí mismo”.
Transportémonos
en espíritu al Calvario; adoremos allí a Jesús enclavado en la Cruz por
nosotros; y, a la vista de su cuerpo convertido en una sola llaga, dejemos
desbordar de nuestros corazones la compasión, el agradecimiento, la contrición,
la alabanza y el amor.
EL VIERNES SANTO, DÍA
DE AMOR
Contemplemos
amorosamente al divino Crucificado desde los pies hasta la cabeza, desde el
menor movimiento de su Corazón hasta sus más vivas emociones; todo nos obliga a
amarle; todo nos dice: “Hijo mío, dame tu corazón”. Sus brazos extendidos dicen
que nos abrazan a todos sin distinción; su cabeza, que no puede reposar sino
sobre las espinas de que está erizada, se inclina hacia nosotros para darnos el
beso de paz y de reconciliación; su pecho, desgarrado por los golpes, se
levanta por los latidos del corazón lleno de amor; sus manos y pies, taladrados
por los clavos; su vista apagada, sus venas desangradas, su boca seca por la
sed, todas las llagas, en fin, que cubren su cuerpo, forman como un concierto
de voces que nos dicen: “¡Ved cuánto os he amado!” ¡Ah! SI PENETRÁRAMOS EN ESE
CORAZÓN, LO VERÍAMOS TODO OCUPADO EN CADA UNO DE NOSOTROS PARA AMAR; PIDIENDO
MISERICORDIA POR NUESTRAS INGRATITUDES, NUESTRA FRIALDAD Y NUESTROS PECADOS;
SOLICITANDO PARA NOSOTROS TODOS LOS SOCORROS DE GRACIAS QUE HEMOS RECIBIDO Y
RECIBIREMOS; OFRECIENDO POR NOSOTROS A SU PADRE SU VIDA, SU SANGRE, TODOS SUS
DOLORES INTERIORES Y EXTERIORES; EN FIN, CONSUMIÉNDOSE EN ARDORES INDECIBLES DE
AMOR, SIN QUE NADA PUEDA DISTRAERLO. ¡Oh amor! ¿Sería demasiado morir de amor
por tanto amor? ¡Oh buen Jesús!, os diré con San Bernardo, “Nada me enternece
tanto, nada me abrasa y enciende en mi corazón en vuestro amor, como vuestra
Pasión. Es ella la que me atrae más a Vos, la que me une más estrechamente, la
que con más viveza me conmueve”. ¡Oh! ¡Cuánta razón tenía San Francisco de
Sales al decir que el monte Calvario es el monte del amor; que es allí, en las
llagas, donde las almas fieles encuentran la miel del amor; y en el Cielo
mismo, después de la bondad divina, vuestra Pasión es el motivo más grande, más
dulce y más poderoso para arrebatar de amor a los bienaventurados! Y yo,
después de esto, ¡oh Jesús crucificado! ¿Podría tener otra vida que la de
amaros?
EL VIERNES SANTO, DÍA DE CONVERSIÓN
PARA
PROBAR A JESÚS CRUCIFICADO QUE LE AMO VERDADERAMENTE, ES PRECISO CONVERTIRME,
ES DECIR, HACER MORIR AL PIE DE LA CRUZ TODO LO QUE HAY DE TERRENO EN MÍ, todas
mis negligencias y todas mis tibiezas, todo mi amor propio y mi orgullo, todas
las delicadezas, deseo de goces y placeres, tan enemigos de lo que mortifica o
desagrada; la susceptibilidad, que de todo se resiente; el espíritu de crítica
y la maledicencia, que de todo murmura; la ligereza, la disipación y el vagar
del espíritu, que no quiere asentarse en el recogimiento; la intemperancia de
la lengua, que lanza afuera todo lo interior; en fin, todo lo que es
incompatible con el amor que pide a los suyos Jesús crucificado. Hay que
sustituir todas estas malas inclinaciones por las sólidas virtudes que la Cruz
nos enseña: La humildad, la mansedumbre, la caridad, la paciencia, la
abnegación. Jesús nos pide todo esto, por todas sus llagas, como por otras
tantas lenguas. ¿Podríamos rehusárselo? ¿Podría yo conservar mis apegos, cuando
le veo desnudo en la Cruz? ¿Podría no hacer mi vestido de su desnudez, mi
librea de sus oprobios, mi riqueza de su pobreza, mi gloria de su confusión,
mis alegrías de sus padecimientos?
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