«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto)»
(Mt 5, 48).
Non Serviam
El cambio de
estrategia de Satanás (1974)
Amalia de Estrada de
Shaw
El
mundo está reviviendo el pecado de los ángeles. El “non serviam” que fue el
grito de rebelión de Luz cuando enterado de la Encarnación del Verbo, le negó
el acatamiento y la adoración que le eran debidas a su Persona Divina, aún en
su naturaleza humana. Se auto-contempló. Vio su hermosura, su inteligencia, su
poder, su gloria y su felicidad. Pese a tantos dones recibidos en el orden
sobrenatural, no supo – o no quiso – reconocer al Hijo que se haría hombre por
amor a la pobre humanidad caída. Y se rebeló con aquella frase que es la
síntesis de la soberbia endiosada, y que han repetido a través de los siglos
todos aquellos que se atribuyeron como propios los bienes recibidos: “Non
serviam”.
Todos conocemos la historia y sus consecuencias. Eso fue el principio. Pero he
aquí que la historia se repite. Y cuando la vida de los tiempos toca a su fin,
retorna Lucifer a lanzar su reto a la Persona del Verbo. En esta batalla final
anunciada en el Apocalypsis, revelada por Dios a los profetas de todos los
tiempos, y contemplada por muchos santos videntes de nuestra época
materialista, vemos a Satanás con su soberbia irredenta, llevar nuevamente la
guerra a Jesucristo.
Sabe de antemano que su causa está perdida. Conoce que nada podrá contra la
omnipotencia de la Divinidad. No ignora que el ímpetu de sus furias se
estrellará eternamente contra los muros de su cárcel infernal. Sabe que esa
roca inconmovible en sus cimientos, que es la Iglesia de Cristo, sobrevivirá
rejuvenecida después de este temporal – que como los pasados - la sacude
y la azota despiadadamente… Hoy en día hay momentos en los que a los católicos
nos parece percibir el eco de sus blasfemias, y hasta palpar su presencia real,
como si se hubiera encarnado en algunos de sus corifeos. Lo que se ha olvidado,
es que después de disipadas las sombras del calvario, amaneció el día de la
resurrección; que al morir Cristo en la Cruz venció a la muerte; que del
encierro de su sepulcro, hizo brotar la vida; y que, como dice un pensador
católico: “cada dolor de la Iglesia, es un anticipo de su gloria”.
¿Cuándo comenzó esta batalla contra Cristo, directamente contra Él? Quiero
limitarme por una elemental prudencia hacia mis lectores al momento actual. La
lucha entre el cielo y el infierno es desde siempre. Desde el “non
serviam”, hasta el día del juicio universal. Pero, como digo, voy a limitarme a
la época en que para mal de nusetras almas y de nuestra salud, nos ha tocado la
suerte de vivir.
El demonio – dogma de fe – que no perdió en su caída su naturaleza ni su
inteligencia angélica, hace ya muchos… muchos años, que comprendió la
inutilidad de llevar de frente la guerra contra Dios. Ello producía reacciones
en los fieles que sacaban la cara en su defensa, y se lanzó por los atajos.
Pero llegaba un momento, en que el enfrentamiento con Dios era inevitable. Eso
lo condenaba al fracaso de su obra, que no es otra que arrancar de las manos de
Cristo las almas rescatadas con su redención, ya que nada podía contra Él. Y
fue a partir de entonces, que modificó todos sus planes. Usando el diccionario
post-conciliar, yo diría que fue el primero en “promoverse”… Piensa que su
obra será más eficaz de adentro hacia afuera, que a la inversa. Y así mata dos
pájaros de un tiro. Primero destruye por dentro el edificio, y luego visitiendo
el ropaje de la oveja, conquistará las almas que no sepan descubrir al lobo
bajo el disfraz del manso cordero. “Guardaos de los falsos profetas que
vienen a vosotros con vestidos de oveja, y por dentro son lobos feroces”(Mat.7
15-21).
La tarea fue fácil. Tan fácil, que arrastró no sólo almas ingenuas, sino,
incluso, las sacerdotales y religiosas, y hasta algunas altas jerarquías que
corrieron tras esos falsos profetas“que predican doctrinas que halagan sus
pasiones” (2da carta de San Pablo a Timoteo, Cap. 4 3-4-)
Estando en esta tarea, se le brinda una maravillosa oportunidad. El Papa ha
convocado un Concilio para reajustar todo aquello de origen eclesiástico que
precisaba ser reconsiderado. Introduce en él, esos corifeos de qu hablaba al
principio. Y él mismo, revestido de padre conciliar, se instala en el aula y
participa en sus deliberaciones. Presiona. Hace propaganda. Busca votos.
Desconcierta. Y casi diría, atemoriza.
Por eso “aquello que debió ser un nuevo amanecer para la Iglesia, como lo
recordara no hace mucho el propio Pontífice, se trocó en oscuridad y confusión,
como si el propio demonio hubiera introducido sus manejos”.
Nadie que haya seguido paso a paso las sesiones del Vaticano II, puede
sorprenderse de las reflexiones del Papa. Lo único realmente desconcertante, es
que se haya precisado el paso de ocho largos años desde su clausura, para
apercibirse de sus consecuencias. Pasados por alto mil detalles que daban la
pauta de la trama que se tejía, abreviaré para decir que allí, en ese aula
conciliar, tuvo lugar el ultimátum del demonio. Allí comenzó este combate final
del anticristo.
La primer manifestación externa, fue la furia iconoclasta que se desató en el
campo católico… En nombre de las reformas litúrgicas y de la pobreza
evangélica, se destruyeron los altares y las imágenes, incluyendo las
maravillas del arte de los siglos insolentemente llamados obscurantistas. Los
enviados de Satanás, se lanzaron por el mundo a predicar – lo que llamaron y
siguen llamando – el “nuevo evangelio”. Inconcebible audacia en quienes
sabían, y saben, que nada de origen Divino puede ser tocado ni cambiado. Bien
claramente se los dice San Juan en su Apocalypsis: “si alguno quita algo
de las palabras de este libro, Dios le quitará su parte en el árbol de la vida” (Apoc.
22, 19). Vale decir, que según la amenaza del Evangelista, todo aquel que toque
una palabra verá su nombre borrado del libro de la vida. No obstante, se
sostuvieron falsas doctrinas. Se disfrazaron de virtud muchos errores, se
pretendió en nombre del “aggiornamiento” demoler y destruir todo lo que estaba
constituido, y se terminó poniendo un cerco a la Persona del Verbo y a todo
cuanto le pertenece: Su Santísima Madre, su Iglesia, su Eucaristía, su
sacerdocio, sus Sacramentos, su Primado, y hasta la Santa Misa.
Por eso, después de las palabras de Juan, causa espanto escuchar ciertas
interpretaciones, traducciones y homilías, donde las verdades evangélicas se
barajan como los naipes en manos de un jugador tramposo, y donde no se sabe qué
admirar más, si la ignorancia teológica, o el desconocimiento total del
diccionario…
¡Sí! Este lamentable confusionismo en que vivimos, es el prolegómeno de la
lucha final del anticristo. Estas son las avanzadas del demonio, que a fuerza
de ser el “simio” de Dios – como alguien lo llamara – quería tener
también sus precursores. Hay una diferencia. El de Cristo, fue “el más
grande profeta nacido de mujer, y su voz clamaría en el desierto”. Los de
Satanás son muchos, que no tienen nada de de santos ni de profetas. Son sólo
trompetistas que atronan día y noche nuestros pobres oídos con voces altisonantes,
haciendo afirmaciones de fabricación casera, que luego tienen la audacia de
querer rotular como si fueran decretos conciliares. Evidentemente ¡subestiman a “sus
hermanos”! o queriendo rasar todo y a todos, los ponen en un mismo nivel de
ignorancia religiosa. Fomentan el odio de clases en nombre de la caridad
cristiana; incitan a la rebelión – primogénito pecado – llamando prejuicios a
los principios y libertad al libertinaje. Apegan los corazones a la tierra,
como si ella fuera lo definitivo, y se permiten hacer discriminaciones entre
réprobos y elegidos, dentro mismo del seno de la Iglesia, en olvido absoluto de
su catolicidad. Predican el desarrollo económico, el confort, el bienestar, sin
tener en cuenta para nada, el sub-desarrollo espiritual de nuestras almas.
Plagiando al padre Laburu, diría que predican una religión “amerengada”…
Por eso arrastran a las multitudes que siguen a la Bestia.
Hay entre estos satélites de Satanás algunos ciegos “que tienen ojos y no
ven”. Hay débiles incapaces de aferrarse a sus principios para capear el
temporal. Hay ignorantes con psicología de rebaño que se deja conducir con
mansedumbre vacuna. Hay víctimas inocentes, que son las más sencillas y los
jóvenes sin experiencia. Hay niños…, muchos niños, que a fuerza de serlo, y
como en el cuento de Caperucita, no sabrán descubrir al lobo en la figura de la
abuela, hasta que éste los haya devorado.
Pero también los hay – y no pocos – cobardes mercenarios. Hay Judas y Pilatos.
Hay Sanhedríam, y hay “sinagoga de Satanás”.
Para alcanzar éxito, el demonio sabe que antes hay que destruir la Iglesia de
Cristo, matar la devoción a María nuestra Madre, destrozar el primado, pisotear
los Sacramentos, y corromper el sacerdocio.
Tal vez podamos ir analizando poco a poco estas pertenencias de Cristo – para
demostrar, cómo, a imitación de las guardias pretorianas finalmente, el manto
de su Realeza. (“Repartieron entre sí mis vestiduras y sobre mi túnica echaron
suertes” Jn.19, 24). Desnudo ya el Señor, como en la cumbre del Calvario,
sólo resta poner nuestras sacrílegas manos sobre su Divinidad. La tarea ha
comenzado con la Eucaristía. Y si esto no se detiene a tiempo y con suprema
energía, nada sería de extrañar que las futuras generaciones lo vean despojado
de su Mesianismo y de su Filiación Divina. Quiera Dios que me equivoque.
Lo más peligroso, es que esta campaña, este satanismo que nos invade, y cuyo
ídolo moderno es el Hombre – con mayúscula – se hace en nombre de virtudes
reales: paz, caridad cristiana, “fraternidad universal” – con un dejo
de masonería – tolerancia, comprensión, etc.
Se cree que por esa escalinata cuyos tramos bajamos uno a uno casi sin
percibirnos, llegaremos a una utópica “unidad”. Y digo utópica, porque
ella será inalcanzable si ellos no renuncian a sus errores. En lo que a
nosotros respecta, no podemos renegar de nuestros dogmas. A Cristo para poner
precio a su Persona. Que nos ofrezcamos a quemar incienso delante de la estatua
de Nabudoconosor. O que sea para complacer a Salomé, entreguemos la cabeza
sangrante del Bautista.
Ese día – si llega – nos encontraremos con que, lejos de atraer a los ajenos,
habremos perdido a los propios.
Aún aquellos que profesan otros credos perderán todo su respeto hacia una
iglesia* que ya no tiene Martiriologio ni Santoral. Una iglesia que pacta
con el mundo. Que dicta normas de economía política y tratados de sociología,
pero que ha desterrado en la práctica, la Teología, la Moral, la Ascética y la
Mística, que fueron los muros impenetrables que durante dos mil años
custodiaron el Tabernáculo y la integridad de la Doctrina.
Amalia
de Estrada de Shaw
*Naturalmente
esta iglesia con minúscula, no tiene nada que ver con la verdadera Iglesia de
Cristo, aunque cuente con un aparato eclesiástico “católico”.
Revista ROMA - Año VIII -
N°35 - Bs. As., Agosto de 1974
“y tenía dos cuernos semejantes a
los de un cordero,
pero hablaba como dragón.”
(Apocalipsis 13:1)
“Yo
conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. !Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto
eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa
tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre,
ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que
de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas
para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus
ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y
castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al
que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he
vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
(Apocalipsis, capítulo 3, 15-22)
¡Maranatha!
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