EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

sábado, 29 de agosto de 2020

San Juan Bautista, mártir por decir la verdad



SAN JUAN BAUTISTA, MÁRTIR POR DECIR LA VERDAD

San Juan el Bautista, “la voz que clama en el desierto”, sin duda, no es cualquier santo, pues de él dijo el Señor Jesucristo: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista” (Mt 11,11a); aunque también dijo que “sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él” (Mt 11,11b), lo cual puede interpretarse de diversas maneras, siendo una de ellas la de la “superioridad” del Nuevo Pacto, establecido por Cristo, sobre el Antiguo, al que todavía pertenecía el Bautista.
¿Y por qué murió mártir San Juan Bautista? Por decir la verdad. Y por decirla con claridad. Y por decírsela a un rey que en verdad reinaba -no como ocurre en muchas monarquías de hoy-. No creo que hubiera cambiado mucho la cosa si en vez de ser un rey hubiera sido un gobernador o un simple general romano. El caso es que la verdad ofende al que vive en la mentira y el pecado. Y proclamarla conlleva un peligro evidente cuando el acusado tiene entre sus manos la espada, la metralleta o el Boletín Oficial del Estado.
La Escritura afirma que la Iglesia es columna y baluarte de la verdad. Y no de cualquier verdad, sino de aquella que nos salva. Pero una verdad que no es proclamada no produce el efecto benéfico y liberador del que Cristo habló: “… y la verdad os hará libres” (Jn 8,32).
La verdad que la Iglesia tiene el deber de defender y proclamar no es una mera colección de sentencias, reglas y advertencias. La verdad es Cristo mismo, su persona. Pero no podemos separar a Cristo de su mensaje, de sus enseñanzas, de su ley. Decimos la verdad cuando afirmamos que Cristo nos salva. Pero también cuando advertimos que quien no cree en Él ni hace lo que Él dice, se condena. Decimos la verdad cuando afirmamos que el hombre no puede por sí solo cumplir la voluntad de Dios, y que necesita la gracia para que Dios obre el bien en él, pero también cuando advertimos que quien desecha la gracia se enfrenta a un juicio del que sólo se puede salir con el veredicto de culpabilidad y una pena de condenación eterna.
Decimos la verdad cuando afirmamos que el hombre tiene derecho a la vida desde su concepción hasta su muerte natural, pero también cuando decimos que el aborto es un asesinato y la eutanasia atenta contra Dios y la dignidad de los seres humanos. Decimos la verdad cuando afirmamos que el matrimonio ha de ser para siempre y abierto a la vida, pero también cuando, siguiendo las palabras de Jesús, llamamos adúlteros a quienes se divorcian y vuelven a casar.
La verdad ha de ser confesada y proclamada en su integridad. No caben medias verdades. No caben tibiezas. Si acaso, cabe una cierta prudencia fruto de la caridad. Pero la prudencia no puede convertirse en excusa para callar. La prudencia no puede ser el parapeto detrás del que se esconden los cobardes que no quieren arrostrar las consecuencias de decir una verdad que puede llevarles incluso al martirio.
Si San Juan Bautista murió decapitado por decir la verdad, no creo que sea mucho pedir que los cristianos suframos hoy algún tipo de “incomodidades” por decirle a la sociedad lo que esta no quiere oír. Si en este mismo momento hay cristianos que son perseguidos hasta el martirio en Asia o en los países musulmanes, no tiene nada de particular que los que vivimos en Occidente soportemos el desprecio por ser testigos de Cristo y del evangelio. Es más, si no ocurre tal cosa será porque no hacemos lo que estamos llamados a hacer.
Dice San Pablo: “Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones. En cambio los malos y embaucadores irán de mal en peor, serán seductores y a la vez seducidos” (2 Tim 3,12-13).
Ahora que vemos que nuestra sociedad está en manos de la cultura de la muerte, la voz de la Iglesia ha de sonar atronadoramente como sonó la de San Juan Bautista hace casi veintiún siglos. Hay que apuntar con el dedo y decir sus pecados, ofreciendo a su vez la salvación gratuita en Cristo. Los que se postran ante el ídolo de lo “políticamente correcto” -incluso de lo “eclesialmente correcto- sobran. Los que quieren pactar con los Herodes modernos, están de más. Y eso vale para todos los bautizados, pastores y ovejas. No hay otro camino. No hay atajos. San Pedro lo entendió cuando Cristo le llamó Satanás por aconsejarle evitar la cruz.
Hay cruz en decir la verdad. Pero sin cruz, no hay salvación. O hablamos nosotros o, como dijo Cristo, “si éstos callan gritarán las piedras(Luc 19,40). San Juan Bautista mostró el camino que Dios ha marcado para los que están llamados a ser testigos de la verdad. O lo recorremos o seremos desechados de su Reino.

Luis Fernando Pérez Bustamante

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Señor: te rogamos por tantas parejas que viven sin casarse y en pecado. Perdónales y concédeles la verdadera conversión. Y te suplicamos que nunca dejes de enviarnos valientes predicadores, que como Juan Bautista no dejen a los pecadores estar tranquilos en su vida de pecado por que los puede llevar a la perdición, y que despierten las conciencias de sus oyentes para que cada uno prefiera morir antes que pecar. Amén.

El evangelio de San Marcos nos narra de la siguiente manera la muerte del gran precursor, San Juan Bautista: "Herodes había mandado poner preso a Juan Bautista, y lo había llevado encadenado a la prisión, por causa de Herodías, esposa de su hermano Filipos, con la cual Herodes se había ido a vivir en unión libre. Porque Juan le decía a Herodes: "No le está permitido irse a vivir con la mujer de su hermano". Herodías le tenía un gran odio por esto a Juan Bautista y quería hacerlo matar, pero no podía porque Herodes le tenía un profundo respeto a Juan y lo consideraba un hombre santo, y lo protegía y al oírlo hablar se quedaba pensativo y temeroso, y lo escuchaba con gusto".

"Pero llegó el día oportuno, cuando Herodes en su cumpleaños dio un gran banquete a todos los principales de la ciudad. Entró a la fiesta la hija de Herodías y bailó, el baile le gustó mucho a Herodes, y le prometió con juramento: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino".

La muchacha fue donde su madre y le preguntó: "¿Qué debo pedir?". Ella le dijo: "Pida la cabeza de Juan Bautista". Ella entró corriendo a donde estaba el rey y le dijo: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista".

El rey se llenó de tristeza, pero para no contrariar a la muchacha y porque se imaginaba que debía cumplir ese vano juramento, mandó a uno de su guardia a que fuera a la cárcel y le trajera la cabeza de Juan. El otro fue a la prisión, le cortó la cabeza y la trajo en una bandeja y se la dio a la muchacha y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse los discípulos de Juan vinieron y le dieron sepultura (S. Marcos 6,17).

Herodes Antipas había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos porque está muy prohibido por la Santa Biblia y por la ley moral. Se había ido a vivir con la esposa de su hermano. Juan Bautista lo denunció públicamente. Se necesitaba mucho valor para hacer una denuncia como esta porque esos reyes de oriente eran muy déspotas y mandaban matar sin más ni más a quien se atrevía a echarles en cara sus errores.

Herodes al principio se contentó solamente con poner preso a Juan, porque sentía un gran respeto por él. Pero la adúltera Herodías estaba alerta para mandar matar en la primera ocasión que se le presentara, al que le decía a su concubino que era pecado esa vida que estaban llevando.

Cuando pidieron la cabeza de Juan Bautista el rey sintió enorme tristeza porque estimaba mucho a Juan y estaba convencido de que era un santo y cada vez que le oía hablar de Dios y del alma se sentía profundamente conmovido. Pero por no quedar mal con sus compinches que le habían oído su tonto juramento (que en verdad no le podía obligar, porque al que jura hacer algo malo, nunca le obliga a cumplir eso que ha jurado) y por no disgustar a esa malvada, mandó matar al santo precursor.

Este es un caso típico de cómo un pecado lleva a cometer otro pecado. Herodes y Herodías empezaron siendo adúlteros y terminaron siendo asesinos. El pecado del adulterio los llevó al crimen, al asesinato de un santo.


Juan murió mártir de su deber, porque él había leído la recomendación que el profeta Isaías hace a los predicadores: "Cuidado: no vayan a ser perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones a robar". El Bautista vio que llegaban los enemigos del alma a robarse la salvación de Herodes y de su concubina y habló fuertemente. Ese era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir por proclamar que es necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Fue un verdadero mártir.

fuente: EWTN


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