Profecías sobre París, Italia y Roma:
San
Juan Bosco Sueño 75 (Año 1870).
M.
B. Tomo IX. págs. 779-783; Tomo X, págs. 59-63
El
seis de enero, fiesta de la Epifanía o de la manifestación del Señor, se
celebró la segunda Sesión del Concilio Vaticano I, en la cual los Padres, según
el rito, hicieron uno después de otro, comenzando por el Sumo Pontífice, la
solemne profesión de fe. La víspera de aquella memorable solemnidad [San] Juan
Don Bosco vio en sueño cuanto vamos a exponer a continuación: fue el mismo
[Santo] quien escribió lo que vio y oyó.
Sólo
Dios lo puede todo, lo conoce todo y lo ve todo.
Dios
no tiene ni pasado ni futuro, para Dios no hay nada oculto; todas las cosas le
son presentes y para El no hay distancia de lugar o de persona. Sólo El en su
infinita misericordia y para su gloria puede manifestar las cosas futuras a los
hombres. La víspera de la Epifanía del corriente año de 1870 desaparecieron
todos los objetos materiales de mi habitación y me encontré ante la
consideración de cosas sobrenaturales. Fue algo que duró breves instantes, pero
fueron muchas las cosas que vi. Aunque de forma y de apariencias sensibles, no
se pueden comunicar a los demás sino con mucha dificultad con signos exteriores
o sensibles.
Cuanto
sigue podrá dar una idea de ello. En todo esto se encuentra la palabra de Dios
acomodada a la palabra del hombre.
«Del
Sur viene la guerra, del Norte viene la paz.
Las leyes de Francia
no reconocen ya al Creador y el Creador se hará conocer y la visitará tres
veces con la vara de su furor.
La primera abatirá su
soberbia, con las
derrotas, con el saqueo y con los estragos en las cosechas, en los animales y
en los hombres.
En la segunda, la
gran prostituta de Babilonia,
aquella a la que los buenos llaman, suspirando, el prostíbulo de Europa, será privada del jefe y entregada al
desorden.
¡París!
¡París! En vez de armarte con el nombre del Señor te rodeas de casas de
inmoralidad. Estas serán por ti misma destruidas: tu ídolo, el Panteón, será
reducido a cenizas, para que se cumpla lo que está escrito: mentita est
iniquitas sibi. Tus enemigos te colmarán de angustias, de hambre, de espanto y
quedarás convertida en la abominación de las naciones. Pero ¡ay de ti si
no reconoces la mano qué te hiere! Quiero castigar la inmoralidad, el abandono,
el desprecio de mi ley, dice el Señor.
En la tercera caerás
bajo una mano extranjera: tus
enemigos verán desde lejos tus palacios incendiados, tus casas convertidas en
montones de ruinas, bañadas en la sangre de tus héroes, que ya no existen. Pero
he aquí que un gran guerrero del Norte llevará un estandarte; sobre la diestra
que lo sustenta está escrito: “Irresistible
es la mano del Señor”.
En
aquel instante el Venerando Anciano del Lacio le salió al encuentro flameando
una antorcha de luz vivísima. Entonces el estandarte se extendió y de negro que
era se trocó blanco como la nieve. En el centro del estandarte estaba escrito
con caracteres de oro el nombre de Quien todo lo puede.
El
guerrero y los suyos hicieron una profunda inclinación al Anciano y se
estrecharon la mano. Ahora la voz del cielo se dirige al Pastor de los
pastores. Tú ahora estás en la gran conferencia con tus asesores; pero el
enemigo del bien no guarda un momento de reposo; estudia y practica toda
clase de argucias contra ti. Sembrará la discordia entre tus asesores;
suscitará enemigos entre mis hijos. Las potencias del siglo vomitarán fuego y
querrían que las palabras fuesen ahogadas en las gargantas de los custodios de
mi ley. Pero esto no sucederá. Harán el mal, pero en perjuicio de sí mismos. Tú
date prisa; si las dificultades no se resuelven, corta por lo sano. Si te sientes
angustiado, no te detengas, sino al contrario, continúa adelante hasta que le
sea cercenada la cabeza a la hidra del error. Este golpe hará temblar a la
tierra y al infierno, pero el mundo recobrará la seguridad y todos los buenos
se alegrarán.
Conserva,
pues, junto a ti solamente a dos asesores, pero a cualquier parte que vayas,
continúa y termina la obra que te fue confiada.
Los
días corren velozmente y tus años se acercan al número establecido; pero la
gran Reina será siempre tu auxilio y como en los tiempos pasados, también en el
porvenir será siempre magnum et singulare in Ecclesia proesidium.
Y
a ti, Italia, tierra de bendiciones, ¿quién
te ha sumergido en la desolación?… No digas que tus enemigos, sino tus amigos. ¿No oyes a tus hijos pidiendo el pan de la fe sin encontrar quien se lo
parta? ¿Qué haré? Heriré a los
pastores, ahuyentaré el rebaño, a fin de que los que se sientan sobre
la cátedra de [San] Moisés busquen buenos pastos y la grey escuche dócilmente y
se alimente.
Pero sobre la grey y sobre
los pastores caerá mi mano; la
carestía, la peste, la guerra, harán de manera que las madres lloren la sangre
de los hijos y de los esposos muertos en tierra enemiga.
De
ti, oh Roma, ¿qué será? Roma ingrata,
Roma afeminada, Roma soberbia. Has llegado al punto que no buscas ni admiras en tu soberano más
que el lujo, olvidando que tu gloria y la suya está sobre el Gólgota. Ahora él está viejo, achacoso, inerme,
despojado de todo; sin embargo, con tu esclava palabra, todavía
hace temblar el mundo.
Roma… Yo vendré cuatro
veces sobre ti.
En
la primera castigaré la tierra y tus habitantes.
En
la segunda llegará la ruina y el exterminio hasta tus murallas.
¿Todavía
no abres los ojos?
Vendré
la tercera vez y destruiré las defensas y los defensores y al dominio del Padre sucederá el reino del
Terror, del espanto y de la desolación. Pero mis sabios huyen, Mi ley es todavía pisoteada; por eso te
haré la cuarta visita.
¡Ay de ti, si Mi Ley
es todavía para ti un nombre vano! Se
darán prevaricaciones entre los doctos y los ignorantes. Tu sangre y la sangre
de tus hijos lavará las manchas que tú infieres a la ley de tu Dios.
La
guerra, la peste, el hambre, serán los flagelos con que será castigada la
soberbia y la malicia de los hombres. ¿Dónde están, oh ricos, vuestra
magnificencia, vuestras villas, vuestros palacios?
Convertido
se han en la basura de las plazas y de las calles.
Pero vosotros
sacerdotes, ¿por qué no corréis a llorar entre el vestíbulo y el altar,
pidiendo que cesen los castigos?
¿Por qué no tomáis el escudo de la fe y no vais por los tejados, por las casas,
por las calles, por las plazas y por todo lugar, incluso al inaccesible a
llevar la semilla de mi palabra? ¿Ignoráis que es terrible la espada de dos
filos que abate a mis enemigos?
Estas
cosas deberán venir inexorablemente una después de la otra.
Pero
la Augusta Reina de los cielos está
presente. El poder de Dios está en sus manos; disipa como niebla a sus
enemigos. El venerado anciano está
revestido de todas sus antiguas vestiduras.
Sobrevendrá
todavía un violento huracán.
La
iniquidad se ha consumado, el pecado tendrá fin y antes de que transcurran dos
plenilunios en el mes de las flores, el iris de la paz aparecerá sobre la
tierra.
El
gran Ministro verá a la esposa de su Rey vestida de fiesta.
En
todo el mundo aparecerá un sol, tan luminoso, que jamás existió desde las
llamas del Cenáculo hasta hoy, ni se verá otro semejante hasta el fin de los
días».
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