Visiones y revelaciones
relacionadas con el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Ciudad Mística de
Dios, María de Jesús de Ágreda.
Breve
Biografía
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Sor María de Jesús de
Ágreda nació el dos de abril de 1602 en Ágreda (Soria) y murió en el mismo
lugar el 24 de mayo de 1665.
La Venerable (como es
llamada en Soria) se llamaba en realidad María Coronel y Arana y era hija de
una noble familia agredeña Francisco Coronel y Catalina Arana.
Pronto alcanzó
notoriedad por su santidad, su inteligencia y misticismo. Sufría verdaderas
“muertes místicas” que la hacían permanecer durante varias horas inmóvil e
insensible, para seguidamente alcanzar el éxtasis que generalmente iba
acompañado de arrobamientos y levitación. Se elevaba con la cara enardecida y
adquiriendo una extrema levedad. Si lo anterior causa interés, lo siguiente,
cuanto menos, causa asombro. Cuenta la leyenda que tenía la Venerable el don de
la bilocación (tal como el Padre Pio de Pietrelcina). De tal modo, fue vista
por los indios xumanas de la Baja California. Existe una crónica narrada por un
franciscano que se encontraba allí, fray Alonso de Benavides, que cuenta, la
vio predicando a los indios, con un vestido azul, es por ello que se la sigue
llamando la Dama Azul.
CAPITULO 10
Nace Cristo nuestro bien
de María Virgen en Belén de Judea
468.
El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los
señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres,
era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se
retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres,
como queda dicho en el capítulo pasado. Era este lugar tan despreciado y
contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que
faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni
bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros
de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este
medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con
los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y
casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48), que para los rectos de corazón
había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la
noche símbolo de las del pecado que ocupaban todo el mundo.
469.
Entraron María santísima y San José en este prevenido hospicio, y con el
resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron
fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban, con gran consuelo y
lágrimas de alegría. Luego los dos santos peregrinos hincados de rodillas
alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era
dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría. De este gran
sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en santificando
con sus plantas aquella felicísima cuevecica, sintió una plenitud de júbilo
interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano
a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían
ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda
de unos peñascos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y
tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales,
pero el eterno Padre la tenía destinada para abrigo y habitación de su mismo
Hijo.
470.
Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guardaban a su Reina y
Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de
guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le
manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era
conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado
y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y
animar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor
aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo,
que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó
limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y
propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a
su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía
prevenirle por adorno de su templo.
471.
El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece
olvidaba en presencia de la humildad, la suplicó no le quitase a él aquel
oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y
rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la
humilde Señora. Y porque estando los Santos Ángeles en forma humana visible—parece que, a nuestro entender, se
hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a
este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron
toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió
fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se
llegaron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban
comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del
cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y
abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su
esposo.
472.
Dieron gracias al Señor, como acostumbraban, después de haber comido; y
deteniéndose un breve espacio en esto y en conferir los misterios del Verbo
humanado, la prudentísima Virgen reconocía se le llegaba el parto felicísimo.
Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya
la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y la pidió
que también ella hiciese lo mismo, y para esto aliñó y previno con las ropas
que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para
servicio de los animales que en ella recogían. Y dejando a María santísima
acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde
se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza
suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis
altísimo, do se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva
dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y
este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en
el paraíso (Gen 2, 21).
473.
En el lugar que estaba la Reina de las criaturas fue al mismo tiempo, movida de
un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce transformación que la
levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque
fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue
levantándose más con nuevos lumines y cualidades que la dio el Altísimo, de los
que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la
divinidad. Con estas disposiciones se le corrió la cortina y vio intuitivamente
al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento
angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Renovóse en
ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su
Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron
otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no
tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni palabras para manifestar lo
que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad
me hace pobre de razones.
474.
Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su
virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y
conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de
tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo
que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse
ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y
alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable
misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y
gracia para obrar dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo
humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche.
Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien
entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cuál era el criar y tratar como
madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo
cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente
lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló
hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de
Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este
oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente
Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo
lo que no puedo explicar con más palabras.
475.
Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora
inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en
sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su
virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había
estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este
movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como
sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda
en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos
tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado.
Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no
parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol
entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad
y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los
ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu
elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el
término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito
del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a
la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que
la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta
se me ha declarado es la cierta y verdadera.
476.
Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto, aunque todos los
fieles las suponen por milagrosas, pero como no tuvieron otros testigos más que
a la misma Reina del cielo y sus cortesanos, no se pueden saber todas en
particular, salvo las que el mismo Señor ha manifestado a su santa Iglesia en
común, o a particulares almas por diversos modos. Y porque en esto creo hay
alguna variedad, y la materia es altísima y en todo venerable, habiendo yo
declarado a mis Prelados que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para
escribirlos, me ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina
luz y preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos
Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen, algunas
particularidades que convenían a la mayor declaración del parto sacratísimo de
María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo cumplido con este mandato,
volví a entender lo mismo, y me fue declarado que sucedió en la forma
siguiente:
477.
En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que
dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justicia, Hijo del
eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su
virginal entereza y pureza más divinizada y consagrada; porque no dividió, sino
que penetró el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la
vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de
explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios
solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que nacen comúnmente
enredados los otros niños y están envueltos en ella en los vientres de sus
madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse
el error que se ha introducido de lo contrario. Basta saber y suponer que en la
generación del Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo poderoso del
Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad
y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero,
verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la
sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son
de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de
apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación
y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no derogan a
la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos de la
naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la
Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que
nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios
para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor
o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte
redundaba en mayor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de
negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de
recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna
Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina
diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se
extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible.
478.
Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese
virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando siempre
virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio la naturaleza,
pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no
estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo.
También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los demás,
pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima Madre, y por
esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la
naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos pureza que
contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era
justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como
consiguiente al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo
lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica
secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por haber estado
tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y
sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que
la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino
cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el
milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del
vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera.
479.
Nació, pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o
corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la
divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma
santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer,
participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2)
en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para
penetrar el claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque
sin estos dotes pudiera Dios hacer otros milagros: que naciera el niño dejando
virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q.
28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la
voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la
primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de
aquel objeto divino la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con
que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había
sido informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como
experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia
que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y
grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y
santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a
todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen
luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su
lealtad y fineza.
480.
El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Virgen, habiendo
parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre.
Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto
no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos
príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana
corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su
virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron
en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al
pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros
presentaron a los ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo
esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al
niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos,
hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y
transformada en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el
Príncipe celestial a su feliz Madre, y la dijo: Madre, asimílate a mí, que por
el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de gracia
más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y
hombre por imitación perfecta.
Respondió
la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos
(Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus
ungüentos. Aquí se
cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares; y entre el niño
Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se
refieren, como: Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para
mí (Cant 7, 10). Atiende qué hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma.
Atiende qué hermoso eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos
sacramentos que para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es
necesario este capítulo.
481.
Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo
juntamente la fueron patentes los actos interiores de su alma santísima unida a
la divinidad, para que imitándolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el
mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios
verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero
porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud
posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al
mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la presencia de la Santísima
Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía: Este es mi Hijo amado, en
quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5). Y la prudentísima Madre, divinizada
toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios
altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y
bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag
2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava
fiel vuestra divina voluntad. Oyó
luego una voz que le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y
advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como
madre y reverencíale como a tu verdadero Dios. Respondió la divina Madre: Aquí está
la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que
vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de
vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la
humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y
Criador.
482.
Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios
suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria
de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin
ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre
purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que
ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le
tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo: Dulcísimo amor mío,
lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora buena al mundo, Sol de
Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte.
Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne
a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra
esclava y suplid mi insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como
queréis que sea con vos.
Luego
se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo:
Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio
aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano
con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se
aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra
misericordia, pues para esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la
carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores.
Por este título los reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por
ellos. Vos, Señor poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin
merecerlo, porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero
debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha,
pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les
negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis
deseos y peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad.
483.
Convirtióse también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y hablando
con ellos dijo: Consuélense los afligidos, alégrense los desconsolados,
levántense los caídos, pacifíquense los turbados, resuciten los muertos,
letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo júbilo los
espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo y todas
las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus maravillas.
Venid, venid, pobres; llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho
cordero manso al que se llama león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido.
Venid por la vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que
para todos le tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No
queráis ser tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce
bien de mi alma, dadme licencia para que reciba de vos aquel deseado ósculo de
todas las criaturas. Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos y
castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las
esperaba como Hijo suyo verdadero.
484.
Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil
Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre. Y como la beatísima
Trinidad asistía con especial modo al nacimiento del Verbo encarnado, quedó el
cielo como desierto de sus moradores, porque toda aquella corte invisible se
trasladó a la feliz cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo
y peregrino. Y en su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico:
Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14).
Y con dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados de las nuevas
maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia, gracia,
humildad y hermosura de una doncella tierna de quince años, depositaría y
ministra digna de tales y tantos sacramentos.
485.
Ya era hora que la prudentísima y advertida Señora llamase a su fidelísimo
esposo San José, que, como arriba dije (Cf. supra n. 472), estaba en divino
éxtasis, donde conoció por revelación todos los misterios del sagrado parto que
en aquella noche se celebraron. Pero convenía también que con los sentidos
corporales viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo humanado, antes que
otro alguno de los mortales, pues él solo era entre todos escogido para
despensero fiel de tan alto sacramento. Volvió del éxtasis mediante la voluntad
de su divina Esposa, y restituido en sus sentidos, lo primero que vio fue el
niño Dios en los brazos de su virgen Madre, arrimado a su sagrado rostro y
pecho. Allí le adoró con profundísima humildad y lágrimas. Besóle los pies con
nuevo júbilo y admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le
conservara la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario
usar de ellos en aquella ocasión. Luego que el santo José adoró al niño, la
prudentísima Madre pidió licencia a su mismo Hijo para asentarse, que hasta
entonces había estado de rodillas, y administrándole San José los fajos y
pañales que traían, le envolvió en ellos con incomparable reverencia, devoción
y aliño, y así empañado y fajado, con sabiduría divina le reclinó la misma
Madre en el pesebre, como el Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7), aplicando
algunas pajas y heno a una piedra, para acomodarle en el primer lecho que tuvo
Dios hombre en la tierra fuera de los brazos de su Madre. Vino luego, por voluntad
divina, de aquellos campos un buey con suma presteza, y entrando en la cueva se
juntó al jumentillo que la misma Reina había llevado; y ella les mandó adorasen
con la reverencia que podían y reconociesen a su Criador. Obedecieron los
humildes animales al mandato de su Señora y se postraron ante el niño y con su
aliento le calentaron y sirvieron con el obsequio que le negaron los hombres.
Así estuvo Dios hecho hombre envuelto en paños, reclinado en el pesebre entre
dos animales, y se cumplió milagrosamente la profecía: que conoció el buey a su
dueño y el jumento al pesebre de su señor, y no lo conoció Israel, ni su pueblo
tuvo inteligencia (Is 1, 3). Doctrina de la Reina María santísima.
486.
Hija mía, si los mortales tuvieran desocupado el corazón y sano juicio para
considerar dignamente este gran sacramento de piedad que el Altísimo obró por
ellos, poderosa fuera su memoria para reducirlos al camino de la vida y
rendirlos al amor de su Criador y Reparador. Porque siendo los hombres capaces
de razón, si de ella usaran con la dignidad y libertad que deben, ¿quién fuera
tan insensible y duro que no se enterneciera y moviera a la vista de su Dios
humanado y humillado a nacer pobre, despreciado, desconocido, en un pesebre
entre animales brutos, sólo con el abrigo de una madre pobre y desechada de la
estulticia y arrogancia del mundo? En presencia de tan alta sabiduría y misterio, ¿quién se atreverá a amar
la vanidad y soberbia, que aborrece y condena el Criador de cielo y tierra con
su ejemplo? Ni tampoco podrá aborrecer la humildad, pobreza y desnudez, que el
mismo Señor amó y eligió para sí, enseñando el medio verdadero de la vida
eterna. Pocos son los que se detienen a considerar esta verdad y ejemplo, y con
tan fea ingratitud son pocos los que consiguen el fruto de tan grandes
sacramentos.
487.
Pero si la dignación de mi Hijo santísimo se ha mostrado tan liberal contigo en
la ciencia y luz tan clara que te ha dado de estos admirables beneficios del
linaje humano, considera bien, carísima, tu obligación y pondera cuánto y cómo
debes obrar con la luz que recibes. Y para que correspondas a esta deuda, te
advierto y exhorto de nuevo que olvides todo lo terreno y lo pierdas de vista y
no quieras ni admitas otra cosa del mundo más de lo que te puede alejar y
ocultar de él y de sus moradores, para que desnudo el corazón de todo afecto
terreno, te dispongas para celebrar en él los misterios de la pobreza, humildad
y amor de tu Dios humanado. Aprende de mi ejemplo la reverencia, temor y
respeto con que le has de tratar, como yo lo hacía cuando le tenía en mis
brazos; y ejecutarás esta doctrina cuando tú le recibas en tu pecho en el
venerable Sacramento de la Eucaristía, donde está el mismo Dios y hombre
verdadero que nació de mis entrañas. Y en este Sacramento le recibes y tienes
realmente tan cerca, que está dentro de ti misma con la verdad que yo le
trataba y tenía, aunque por otro modo.
488.
En esta reverencia y temor santo quiero que seas extremada, y que también
adviertas y entiendas, que con la obra de entrar Dios sacramentado en tu pecho
te dice lo mismo que a mí me dijo en aquellas razones: Que me asimilase a él,
como lo has entendido y escrito. El bajar del cielo a la tierra, nacer en
pobreza y humildad, vivir y morir en ella con tan raro ejemplo y enseñanza del
desprecio del mundo y de sus engaños, y la ciencia que de estas obras te ha
dado, señalándose contigo en alta y encumbrada inteligencia y penetración, todo
esto ha de ser para ti una voz viva que debes oír con íntima atención de tu
alma y escribirla en tu corazón, para que con discreción hagas propios los
beneficios comunes y entiendas que de ti quiere mi Hijo santísimo y mi Señor
los agradezcas y recibas, como si por ti (Gal 2, 20) sola hubiera bajado del
cielo a redimirte y obrar todas las maravillas y doctrina que dejó en su
Iglesia santa.
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