“Vengo pronto; retén firme lo que
tienes,
para que nadie tome tu corona”.
(Apocalipsis 3:11)
Todas
las apariciones de la Santísima Virgen son consecuencia del amor de Dios que
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Como toda manifestación de Dios, cada aparición tiene un propósito específico;
ciertamente que la presencia de la Santísima Virgen va encaminada a nuestra
salvación al recordarnos el camino que nos dejó señalado nuestro Señor
Jesucristo, sin embargo, cada manifestación tiene, dentro de este fin genérico
de salvación, un objetivo concreto y bien definido.
Por
tanto, las apariciones de la Santísima Virgen, las verdaderas, las auténticas,
las que vienen de Dios, tienen un propósito específico que se deja adivinar por
una serie de elementos que las distinguen de las demás, ya sea el contenido de
sus mensajes, ya sea el lugar donde se llevan a cabo, ya sea por las prendas
que aparecen en su vestimenta, ya sea por el número de apariciones que hubo o
por la advocación con la que se aparece, etc.
En
este sentido, en las apariciones de la Virgen en la Salette y en Fátima ya se
habla de un llamado a los apóstoles de los Últimos Tiempos.
En
la parte conducente del mensaje en la Salette se lee lo siguiente:
“Yo
dirijo un apremiante llamado a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos del
Dios vivo que reina en los cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo
hecho hombre; llamo a mis hijos, a mis verdaderos devotos, a los que ya se me
han consagrado a fin de que los conduzca a mi divino Hijo, a los que llevo, por
decirlo así, en mis brazos; a los que han vivido de mi espíritu; finalmente,
llamo a apóstoles de los Últimos Tiempos, a los fieles discípulos de
Jesucristo, que han vivido en el menosprecio del mundo y de sí mismos, en la
pobreza y en la humildad, en el desprecio y en el silencio, en la oración y en
la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el
sufrimiento y desconocidos del mundo. Ya es hora que salgan y vengan a
iluminar la tierra. Id y mostraos como hijos queridos míos. Yo estoy con
vosotros y en vosotros, siempre que vuestra fe sea la luz que os alumbre en
esos días de infortunio. Que vuestro celo os haga hambrientos de la gloria de
Dios y de la honra de Jesucristo. Pelead, hijos de la luz, vosotros, pequeño
número que ahí veis; pues he aquí el Tiempo de los Tiempos, el Fin de los
Fines.”.
La
principal vidente de la Salette, la pastorcita Melania, tuvo una visión que la
Santísima Virgen le mostró sobre estos apóstoles:
“… en
otras partes yo vi a los apóstoles de los Últimos Tiempos. Se trataba de
hombres libres, de jóvenes, que, no sintiéndose llamados al sacerdocio, aunque
deseando abrazar la vida cristiana, trabajaban empeñosamente en su propia
santificación y en la salvación de las almas. Eran muy celosos de la gloria de
Dios. Estos discípulos estaban junto a los enfermos que no querían confesarse;
estaban en las reuniones públicas, las asambleas sectarias, y he aquí que estos
ángeles terrestres trataban por todos los medios imaginables de convertirlos,
de conducirlos a Dios, de salvar esas pobre almas, cada una de las cuales tiene
el valor de la sangre de Jesucristo, loco de amor por nosotros… Había también
mujeres que, sin atreverse a pronunciar votos de religión, deseaban servir al
buen Dios, trabajar por su salvación y llevar una vida retirada del mundo,
tanto los hombres como las mujeres hacían esta promesa a la Santísima Virgen:
Darse a Ella, y darle, para las almas del purgatorio y a favor de la conversión
de los pecadores, todas sus oraciones, todas sus penitencias, en una palabra,
todas sus obras meritorias.” (León Blois “La que Llora”. Mundo Moderno,
Buenos Aires, 1947).
Por
su parte, la Virgen en Fátima el 13 de octubre de 1917, dijo entre
otras cosas, lo siguiente:
“Yo
llamo a todos los verdaderos imitadores de mi Hijo Jesucristo, a todos los
verdaderamente cristianos, a los apóstoles de los Últimos Tiempos. El Tiempo de
los Tiempos llega y el Fin de los Fines si la humanidad no se convierte y si
esta conversión no viene de lo alto, de los dirigentes del mundo y de la
Iglesia.”.
Hemos
querido citar estos textos de la Salette y de Fátima para darnos cuenta que
desde el principio de la era mariana, con las apariciones del siglo XIX y
principios del XX existe este llamado de la Santísima Virgen a los apóstoles de
estos tiempos; incluso la Virgen de la Salette le pidió a Melania que se
constituyera la “Orden de la Madre de Dios de los Apóstoles de los Últimos
Tiempos”, pero Satanás y algunos pastores de la Iglesia – cegados por el
mismo demonio – lucharon a brazo partido para impedir que se cumpliera la
voluntad de Dios, o por lo menos, que se cumpliera tal y como lo mandó la
Virgen en la Salette.
Así
mismo, la Santísima Virgen a través del sacerdote Esteban Gobbi, habló también
de los apóstoles de los Últimos Tiempos:
“Como
apóstoles de los Últimos Tiempos, deben anunciar con valentía las verdades de
la fe católica, proclamar el Evangelio con fuerza, desenmascarar con decisión
las herejías peligrosas, que se disfrazan de verdades para engañar mejor las
mentes y de este modo alejar de la fe un gran número de fieles.”. (8 de junio
de 1991).
San
Luis María Grignion de Monfort
Todo
este plan de salvación para la Iglesia por medio de la Santísima Virgen y con
el auxilio de los apóstoles de este tiempo, fue proféticamente anunciado a
principios del siglo XVIII por Luis María Grignion de Monfort. De sus obras se
desprende con claridad la misión de María Santísima en estos tiempos a través
de estos apóstoles.
Dice
San Luis María Grignion de Monfort:
“María
ha producido, junto con el Espíritu Santo, la cosa más grande que ha existido y
existirá jamás (…): un Dios hombre. Y Ella producirá consecuentemente las cosas
mayores que se darán en los Últimos Tiempos: la formación y la educación de
grandes santos que existirán hasta el fin del mundo.” (no. 35).
Más
adelante dice el santo Luis María: “…porque el Altísimo y su santa Madre
formarán grandes santos para sí, que sobrepasarán a la mayoría de los otros
santos en santidad, como los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños
arbustos. Estas grandes almas llenas de gracia y fervor, serán elegidas para
enfrentarse con los enemigos de Dios, los cuales descargarán su furia por todas
partes. Estas almas serán especialmente devotas a nuestras Señora, iluminadas
por su luz, fructificadas por su alimento y guiadas por su espíritu, sostenida
por su brazo y cobijadas por su protección. Lucharán derrocando y aplastando a
los herejes con sus herejías, a los cismáticos con sus cismas, a los idólatras
con sus idolatrías y a los pecadores con sus impiedades… a través de su palabra
y su ejemplo atraerán a todo el mundo a la verdadera devoción a María.”.
Para
entender con más claridad la función de estos apóstoles, el libro del
Génesis nos dice que Satanás pondrá asechanzas al talón de
María: “… Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tus
descendientes y los de ella. Y tú le asecharás el calcañar y ella te
aplastará la cabeza.” (3, 15). El talón o calcañar de nuestra Señora
al que se hace alusión lo constituyen los humildes servidores e hijos que Ella
suscitará para luchar por su causa y la de Dios; estos son los apóstoles de
estos tiempos y que Grignion de Monfort dice que serán “pobres según el
mundo, rebajados y humildes delante de todos; hollados y oprimidos como el
talón respecto a los demás miembros, pero ricos en gracia de Dios que María
distribuirá copiosamente entre ellos; grandes y excelsos en santidad delante
del Señor, superiores a los demás por su celo ardoroso, los cuales, apoyados en
el socorro divino, en unión con María y humildes cual otro talón, aplastarán al
demonio con todas sus huestes y harán triunfar la causa de Jesucristo.” (no.
54).
Grignion
de Monfort sigue diciendo que estos discípulos de Jesucristo “serán
hogueras ardientes que propagarán por todas partes el fuego del amor divino…;
serán hijos de Leví bien purificados con el fuego de grandes tribulaciones y
bien unidos a Dios, portadores de su amor en el corazón, que mantendrán
encendido con el incienso de la oración de su espíritu y con la mirra de la
mortificación de su cuerpo…”. (no. 56).
Estos
hombres y mujeres que María irá formando por encargo del Altísimo, “esparcirán
la palabra de Dios y la vida eterna, tronarán contra el pecado, vocearán contra
el mundo, atacarán de frente al demonio y sus secuaces e irán de una parte a
otra, en son de vida o de muerte, con la espada de dos filos de la palabra de
Dios…” (no. 57).
“Serán
los verdaderos apóstoles de los Últimos Tiempos – dice Grignion de Monfort
– a quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza
necesaria para realizar maravillas, que caminarán tras las huellas de pobreza,
humildad, desprecio del mundo y caridad, enseñando el camino estrecho de Dios
con la pura verdad conforme al Evangelio y no con las máximas del mundo…
llevando en su boca la palabra de Dios, sobre sus hombros el estandarte de la
cruz, en la mano derecha el crucifijo; en la izquierda el Rosario; en el
corazón los Sagrados corazones de Jesús y de María y en toda su conducta la
modestia y mortificación de Jesucristo.” (no. 59).
La
presencia de María Santísima en este tiempo es pues un misterio dentro del plan
salvífico de Dios, y en sus apariciones nos anima, entre otras cosas, a caminar
por la senda de la salvación y a protegernos con su manto en estos tiempos de
confusión; pero específicamente viene a preparar a la humanidad para el triunfo
de su hijo Jesucristo y de Su reino. Para lograr este propósito, la Santísima
Virgen hace un llamado a hombres y mujeres que estén dispuestos a librar contra
Satanás y sus ejércitos del mal la batalla de los Últimos Tiempos, apóstoles
que se han venido preparando en estos últimos años en diversas manifestaciones
y apostolados para formar parte de una nueva estirpe de cristianos
verdaderos, semilla digna de las futuras generaciones que poblarán la tierra y
que habrán de adorar a Dios por sobre todas las cosas, pero entrenados
sobrenaturalmente para dar la gran batalla de la restitución final.
Estos
apóstoles nos son otros sino aquellos que buscan cumplir ese llamado de
Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto.” (Mt 5, 48).
Para
lograr este propósito, la Santísima Virgen en sus mensajes deja establecido un
plan de entrega y crecimiento espiritual para alcanzar esa santidad que, como
dijo San Luis María Grignion de Monfort, “sobrepasarán a la mayoría de los
otros santos, como los cedros del Líbano exceden a los pequeños arbustos”; este
plan de crecimiento está encaminado a alcanzar la plenitud o perfección del
hombre y consiste en lo siguiente:
1.
Imitar a Jesucristo nuestro Señor;
2. Llevar
una vida disciplinada en la oración; por la mañana, al mediodía, por la tarde y
concluyendo el día con el rezo del Santo Rosario;
3. Ayuno
frecuente;
4. Abstinencia
de carne los días viernes;
5. Llevar
una vida de alegría sin fin proporcionada por la gracia de Dios pese a la cruz
y el sufrimiento;
6.
Tener una disposición amplia a la penitencia y al sacrificio;
7.
Hacerse partícipes de la purificación de la humanidad mediante la mortificación
de los sentidos;
8.
Frecuencia de sacramentos especialmente el de la eucaristía que deberá de
recibirse de manera íntima e intensa;
9.
Llevar un apostolado firme, constante y diligente.
Conforme
avance el reloj de la historia en este tiempo la lucha que el demonio está
librando en contra de María y los hijos de María se hará más terrible, pues el
demonio, sabedor que le queda poco tiempo para perder a las almas, redobla sus
esfuerzos y ataques… pero Cristo triunfará y María aplastará con su talón la
cabeza de la serpiente, y serán sus apóstoles los que coadyuvarán a hacer
realidad en la tierra en plenitud el reino de Cristo sobre todos y sobre todas
las cosas, a fin de que Él sea servido, adorado y glorificado.
¿Quizá
algún lector está llamado a ser apóstol de estos tiempos?
Probablemente
sí, pues es el tiempo de la hora del seglar, la hora del laico, quien sintiendo
en su corazón el llamado de Dios a su servicio por mediación de María
Santísima, han sido escogidos para librar la gran batalla de estos Últimos
Tiempos que Satanás ha desatado en contra del reinado de Jesucristo. Que esta
gracia de María Santísima y la misión que encomienda a cada uno de estos
apóstoles, contribuya aumentar la fe, fortalecer la paciencia y fomentar la
esperanza, porque a pesar de la Gran Tribulación que se avecinan y de la
oscuridad que invadirá a la Iglesia, la realidad de las cosas es que Cristo
nuestro Señor vencerá y se convertirá en Rey de reyes y Señor de señores, y
premiará espléndidamente a todos aquellos que permanezcan firmes y
perseverantes hasta el fin.
“Y
todo aquél que haya dejado casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o
hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno – en esta vida – y heredará
la vida eterna.” (Mt 19, 29).
A
estos apóstoles fieles de María Santísima en estos tiempos, por la misma
dificultad de la perseverancia en la fe y por el difícil crecimiento
espiritual, le está reservado grandes premios que Dios nuestro Señor está presto
a recompensar - como se lee en el libro del Apocalipsis -a los vencedores de
cada una de las siete Iglesias:
“Al
que venciere será llamado vencedor y gozará del Árbol de la Vida que está en el
centro del paraíso de Dios.” (Apoc 2, 7).
“Al
que venciere se le dará un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo
recibe.” (Apoc 2, 18).
“Al
que venciere se le entregará el lucero de la mañana, esto es, Cristo mismo.” (Apoc
2, 28).
“Al
que venciere, Cristo se le declarará por ellos delante de su Padre y de todos
sus ángeles.” (Apoc 4, 5).
“Al
que venciere Cristo le dará el poder sobre las naciones.” (Apoc 2, 26).
“Al
que venciere, será revestido con vestiduras blancas y brillará como el sol en
el reino de su Padre.” (Apoc 4, 5).
“Al
que venciere se le hará columna en el santuario de Dios, del que no saldrá ya
jamás.” (Apoc 4, 2).
“Al
que venciere Cristo le grabará en su frente el nombre de Dios, de la ciudad de
Dios, la nueva Jerusalén que baja del cielo enviada por Dios y el nombre nuevo
de Jesucristo, el verbo del Padre, el amén del Padre.”
Y
finalmente,
“Al
que venciere, Cristo lo sentará en su trono, como Él también venció y se sentó
con su Padre en su trono.” (Apoc 4, 21).
El
que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.
Luis Eduardo López
Padilla
Carta a la Iglesia de
Filadelfia
Escribe al Ángel de la Iglesia de Filadelfia: "El Santo, el que dice la
Verdad, el que posee la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, el
que cierra y nadie puede abrir, afirma: "Yo conozco tus obras;
he abierto delante de ti una puerta que nadie puede cerrar, porque a pesar de
tu debilidad, has cumplido mi Palabra sin renegar de mi Nombre. Obligaré a
los de la sinagoga de Satanás —que mienten, porque se llaman judíos y no lo
son— a que se postren delante de ti y reconozcan que yo te he amado. Ya
que has cumplido mi consigna de ser constante, yo también te preservaré en la
hora de la tribulación, que ha de venir sobre el mundo entero para poner a
prueba a todos los habitantes de la tierra. Yo volveré pronto: conserva
firmemente lo que ya posees, para que nadie pueda arrebatarte la corona. Haré que el vencedor sea una columna en el Templo de mi Dios, y
nunca más saldrá de allí. Y sobre él escribiré el nombre de mi Dios, y el
nombre de la Ciudad de mi Dios —la nueva Jerusalén que desciende del
cielo y viene de Dios— y también mi nombre nuevo". El que pueda
entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias".
(Apocalipsis 3, 7-13)
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