JESUS
NOS ENSEÑA A ORAR,
EL
PADRE NUESTRO (Mt 6:9-13)
9 Así, pues, habéis de
orar vosotros: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre, 10 venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, como en el
cielo, así en la tierra. 11 El pan nuestro de cada día dánosle hoy, 12 y
perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, 13 y
no nos pongas en tentación, mas líbranos del mal.
El
Padre Nuestro, lo encontramos en los Evangelios de san Mateo 6 y
Lucas 11, san Marcos 11 solo hace una breve alusión. Los contextos en que están
relatados son distintos, Mateo lo hace después del Sermón del Monte, Marcos
hace su alusión después de la entrada mesiánica de Jesús en
Jerusalén y según Lucas, Jesús enseña esta oración a los apóstoles a petición
de éstos, como el Bautista enseñaba a orar a sus discípulos.
San
Lucas, trae esta oración en forma más breve. Buscando documentación sobre esta
oración enseñada por Jesús, encontramos diversas conclusiones que aseguran cual
es la versión original y cual es un ampliación de la otra. El hombre por lo
general busca simplificar las cosas y seguramente los antiguos copista tendría
más la tendencia a suprimir más que añadir. Por ahora, es mejor suponer que en
lo importante, el núcleo es el mismo.
Esta
oración, en su forma de ser, es judía, aunque tiene su originalidad particular,
donde las expresiones tienen vinculado un sentido nuevo y trascendente. La
oración tiene una introducción, Así, pues, habéis de orar vosotros tres
deseos relativos a la gloria de Dios, Padre nuestro, que estás en los
cielos, santificado sea tu nombre y cuatro peticiones relativas a los hombres venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo, así en
la tierra. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras
deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos pongas en
tentación, mas líbranos del mal.
San
Agustín es el que ha distinguido en el Padre Nuestro introducción y siete
peticiones, sin embargo, la sentencia hoy ordinaria es que consta de seis
peticiones, ya que las dos últimas no son más que doble aspecto de una misma.
Lo que también puede decirse de las tres primeras, que, conceptualmente, son
una misma y así se puede llegar a opinar que la oración tiene solo cuatro
peticiones.
Introducción
Toda
oración, máxime de petición, debe comenzar dirigiendo a Dios alguna alabanza
que le haga grato al que ora. Esta oración, estructurada en el medio ambiente
judío, refleja, en esta introducción, la estructura ambiental de otras
oraciones judías. Sin embargo, la característica de esta introducción es la
sobriedad y densidad que encierra. No obstante, también otras oraciones
rabínicas comienzan con un paralelo con ésta, aunque luego en el desarrollo no
sean tan sobrias.
Así
se lee otra oración: Padre nuestro, que estás en los cielos, hacednos
misericordia por amor de vuestro gran nombre, que es invocado sobre nosotros, y
cumplid en nuestro favor, ¡OH Yahvé, nuestro Dios! lo que está escrito. En esos
días, yo os conduciré…
Pero
en esta paralela a la introducción en el Padre Nuestro que oramos leva un
contenido totalmente nuevo y trascendente. En el A.T., Dios aparece llamado
varias veces Padre. Unas es Padre del pueblo elegido; otras se le llama Padre
de cada uno de los israelitas, que son sus hijos sobre todo después del
destierro babilónico; otras es el ser humano “justo,” que aparece como hijo de
Dios; otras se lo dice de David y los suyos. Esta denominación, no frecuente en
el A.T., vino a encontrar su auge en la Sinagoga, y de aquí pasó al pueblo. En
el ambiente judío neo-testamentario esta expresión está divulgada. Dios es
Padre de Israel. Sin embargo, este concepto no pasaba de ser metafórico, basado
en las relaciones de especial providencia de Dios sobre su pueblo. Pero no pasó
a un concepto de verdadera filiación sobrenatural.
Jesús,
en cambio, cuando habla de su Padre, lo hace dirigiéndose a Él con una
vinculación única. Dios es el Padre de Jesús, su Hijo unigénito.
Pero
aquí, en esta oración, poniéndose en lugar de los que han de recitarla, no dice
mi Padre, sino Padre nuestro, y cuyo determinativo último omite Lucas, y puede
interpretarse a un estrecho nacionalismo o por preferencias de una oración que
primitivamente comenzaban por sólo Padre (véanse Gal 4:6; Rom 8:15; Ef. 3:14;
Mc 14:36; Lc 22:42).
¿Cuál
es el intento de la expresión “Padre nuestro”? Marcos, lo usa una sola vez
(Mc 11:25). El nuestro es característico de Mateo, que lo usa 20
veces en su evangelio. Otra pregunta: ¿Tiene aquí el verdadero sentido de
paternidad y filiación divina de los cristianos?
El
concepto de Reino orienta a esto. En los Evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y
Lucas) se describe éste en su aspecto exterior y social, sin embargo en San
Juan tiene el sentido de “vida eterna.” Y en éste había de ingresarse
y establecérse mediante el bautismo (Mt 28:11), que confiere la gracia -vida- al “nacer del agua y del Espíritu Santo” (Jn 3:5). Es así como un día se
podrá ingresar en la fase celeste del mismo. “Venid, benditos de mi Padre,
poseed el Reino que os está preparado desde el principio del mundo” (Mt 25:4).
Por
eso, pidiéndose en el Padre Nuestro el establecimiento del reino y
siendo cristianos los usuarios del mismo, y siendo hijos de Dios por
participación de la gracia, sería por lo menos improbable que se diese a esta
expresión un sentido metafórico, cuando en ella se incluía un sentido tan real,
sobre todo a la hora de la composición del Evangelio.
Por
último se sitúa a Dios en los cielos, Lucas omite esto, es propio
de Mateo, que retransmite seguramente la fórmula aramaica primitiva. Que Dios
está en todas partes, está abiertamente enseñado en la Escritura (Sal
139:7a-12). En los circuitos primitivos de cultura, máxime orientales,
imaginativos, se sitúa a la divinidad en espacios y lugares concretos. Así
aparece en los primeros libros bíblicos: Dios se pasea en el Edén (Gen 28:16).
Pero entonces fue un gran progreso en el pensamiento religioso nombrar a Dios
el Dios del cielo. Situado en el cielo es ya imaginativamente una elevación
rica en contenido: era situarlo en una región trascendente y reconocer su alto
dominio.
Este
concepto y esta localización de Dios en los cielos estaba ya en la voz popular,
ya en el siglo I por obra de la literatura rabínica. Al hablar de Dios como
Padre se le hacía seguir de esta determinación: “que estás en los cielos”.
TRES DESEOS RELATIVOS
A LA GLORIA DE DIOS
Primer
deseo “Santificado sea tu nombre”
Este
primer deseo es común en los dos Evangelios. Esta es una de las expresiones del Padre
Nuestro que está formulada con una acusada terminología del A.T. y también
con las fórmulas rabínicas de la piedad judía. En Efecto, el “Nombre,” de Dios,
es un circunloquio (un rodeo) que está por su persona. Es efecto del respeto y
escrúpulo judío para no pronunciar el nombre divino. Para ello buscaron otras
fórmulas que indirectamente lo representasen. Y una de ellas es precisamente la
palabra: nombre (Dt 12:4v).
Estando
así unido Dios a su pueblo, este "nombre" puede ser profanado, sea
porque el pueblo obra contra la ley de Yahvé, desobedeciéndole (Jer 34:16),
entregándose a idolatrías (Lev 19:21) o de otras maneras. Pero también hay otra
forma por la cual puede ser profanado este "nombre", y es que,
ligado a este pueblo, que participa en alguna manera de la suerte del mismo.
Humillado o vejado éste, queda también humillado o vejado el "nombre" de
Yahvé, que está en él. No castigo a mi pueblo “por mí, por mí lo hago, puesto
que, de lo contrario, sería profanado (mi nombre)” (Is 48:9.11; Ez 20:9, etc.).
En
contraposición a esta profanación de su nombre, está el que éste
puede ser santificado. Naturalmente, no se refiere a ninguna
santificación esencial de Dios, sino a una santificado extrínseco.
Y ésta aparece en el A.T. en un doble sentido:
- El
pueblo escogido es el que “santifica” el nombre de Yahvé, sea alabándole, al
contemplar sus intervenciones maravillosas (Is 29:23), sea guardando los
mandamientos (Lev 22:31-32), sea fiándose totalmente de Él (Núm 20:20), de su
providencia, etc.
- Dios
mismo es el que “santifica” su “nombre,” pero correlativamente a esto, Dios
ejerce una acción sobre su pueblo. Un pasaje de Ezequiel expresa muy
precisamente este aspecto. Israel ha sido desterrado a Babilonia y allí no se
comporta como conviene y profana el nombre de Yahvé. Pero éste anuncia la
santificación del mismo al renovar al pueblo en virtud y aparecer así Él lleno
de grandeza y majestad (Ez 36:20v).
En
la evolución del pensamiento judío sobre la santificación del nombre de Dios
hay un progreso.
A
la vuelta del destierro babilónico y después de pasado un suficiente lapso de
tiempo, los judíos vueltos de la cautividad se convencieron de que las
profecías de los profetas de la cautividad no iban a tener un cumplimiento
inmediato. Mas siendo palabra de Dios, habían de cumplirse. De ahí que
proyectasen su cumplimiento para los tiempos escatológicos. Más aún, se
concretó que esta plena santificación del nombre de Dios estaba reservada al
Mesías. Esto es precisamente lo que se ve en las peticiones rabínicas, que se
recitaban en los mismos días de Jesús.
De
lo expuesto se ve cuál sea el sentido de esta petición. Se pueden distinguir en
ella varios aspectos.
El
concepto profético-rabínico general sobre la santificación del nombre de Dios
se refiere a una gran intervención de Dios en el mundo para realizar esta gran
obra. Así se lee: Santificado sea su gran nombre, “Glorificado y
santificado sea el nombre del Señor, que debe renovar el mundo, Si vosotros
santificáis mi nombre, yo también santificare mi nombre por vuestro medio.
Esta
gran intervención de Dios es concretamente su obra mesiánica. En ella se
santifica por excelencia el nombre de Dios.
Como
esta oración se inserta en los evangelios, con el reino ya establecido, se
comprende que en su momento histórico se pedía por el establecimiento del reino
a venir, ello no obstante, esta oración tiene una perspectiva recitativa
indefinida; su valor en labios ya cristianos pide la constante actualización y
difusión del mismo geográfico-temporal, y su mayor penetración en las almas. Es
su adaptación plenaria.
Conforme
a los textos citados en esta petición se incluye la acción de una doble
conjunción en la realización y actualización de esta obra: Dios y el ser
humano. Cada uno, desde su puesto, contribuye a la santificación del Nombre de
Dios.
Segundo
deseo: “Venga tu reino”
El
segundo deseo también es común en los dos Evangelios de Mateo y Lucas. Ya el
concepto de este “reino,” aunque su naturaleza exacta permaneciese velada,
estaba expresado en el A.T. Israel tiene una concepción de su estructura
social, teocrática. Yahvé “reina” en su pueblo. Era una concepción análoga a la
de los otros pueblos del Oriente bíblico. Pero en la historia de Israel, este
concepto del reinado de Dios en su pueblo vino a cobrar una nueva perspectiva.
El concepto de este grandioso e ideal reinado, que anunciaron los profetas, al
verse, sobre todo al regreso de la Cautividad, que no se cumpliría
inmediatamente, pero que, siendo palabra de Dios, había infaliblemente de cumplirse,
se lo proyectó para una perspectiva más lejana. Y se lo concretó en la
perspectiva escatológica: la era ideal que esperaba Israel. El Mesías sería el
que instauraría esta era y este ideal reinado de Dios. Es la concepción que
reflejan los escritos rabínicos. Se lee en sus plegarias: “Que el reino de Dios
se manifieste o aparezca.” Y en otra: “y vos reinad sobre nosotros.”
Sin
embargo, la descripción profética de este reinado no llevaba excesivas
precisiones sobre su carácter “espiritual.” De ahí el lento proceso sobre su
espiritualización, lo mismo que el haber dado lugar a malas interpretaciones,
incluidos, antes de Pentecostés, los mismos discípulos (véase Lc 24:21; Act
1:6). Esta es la línea de concepción que va del A.T. a la literatura rabínica.
Pero es Él, el que ha de dar el sentido exacto de esta petición.
El
Evangelio no es otra cosa que el establecimiento del reino esperado. El
preludio lo tiene Juan Bautista: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos
llegó o se acerca” (Mt 3:2). Pero en él, hay dos grupos de textos sobre el
tiempo en que se establecerá este reino: unos lo ponen como un hecho ya
presente: “el reino de Dios está en medio de vosotros” (Véase Lc 17:20.21;
11:20); otros como una realidad futura (Véase Mt 4:17; 10:7; Lc 22.18; Mc 9:1;
11:10). Esta divergencia tiene una armonización perfecta en la persona de
Cristo. En diversos pasajes evangélicos se identifica el reino con la persona
misma de Cristo. En la entrada mesiánica en Jerusalén las multitudes le aclaman
con un paralelismo, en el relato de Marcos, manifiestamente sinónimo: “¡Bendito
el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene de David,
nuestro padre!” (Mc 11:9.10). Otros pasajes, en cambio, aunque vienen a
identificar el reinado con la persona o la presencia de la misma en
determinados acontecimientos, le dan una proyección más distante por buscar, en
realidad, una Epifanía que haga ver la realidad del reino instaurado, aunque no
sea ella el momento mismo constitutivo. Hay algunos que no morirán hasta que
hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su reino (Véase Mt 16:28; Mc 9:1; Mt
c.24, par.; Mt 26:64, par.).
Ya
esta identificación autoriza para que por el hecho de la presencia de Jesús en
el mundo se dé por aparecido también el Reino de Dios. Con todo, si se tienen
en cuenta todos los textos, hay que decir que esa aparición no es más que en
esperanza, pues la venida terrestre de Cristo no era todavía un advenimiento
majestuoso y triunfal, y por eso el reino de Dios, encarnado en la persona de
Jesús y ligado a su suerte, esperaba la glorificación de Cristo para revelarse.
Esto es lo que significan multitud de textos. Acaso también se
pudiera pensar en una interpretación de textos a la hora del kerigma o de la
composición del Evangelio, respetando unas “fuentes” el sentido histórico y
otras expresando ya, ante los hechos, su realización.
Nos
preguntamos: ¿Cuál es, pues, aquí el sentido de esta petición del Padre
Nuestro? Su valoración es analógica a la de la petición anterior. En su
momento histórico se pedía por esa futura “santificación mesiánica del nombre
de Dios.”
Si
profundizamos conceptos de diferentes autores, entraríamos en un extenso
trabajo Teológico Doctoral que no es el propósito de esta reflexión, por tanto
nos quedamos en el concepto de reino, aunque enriquecido y precisado por Jesús,
es el reino anunciado en el A.T. y esperado en los días de Cristo. Según la
concepción de entonces, se admitía el reinado de Dios sobre el mundo, pero lo
que sobre todo se esperaba y pedía era, conforme a los profetas, la
universalidad del mismo. Es el sentido de adaptación que tiene por su inserción
en los evangelios, con el reino ya establecido. Es un desenvolvimiento de
contenido implícito en el concepto del reino.
Literariamente
la formulación acusa más directamente, como es lógico en esta mentalidad, la
acción de Dios en el establecimiento de su reino, que el apoyo del ser humano.
Tercer
deseo: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así sobre la tierra”
Este
deseo es exclusivo del Evangelio de Mateo. Investigando por qué el de Lucas no
lo incluye, nos quedamos con la idea de que no es una pérdida de la forma
original y podría ser que Mateo la haya sumado a la oración. El “hágase tu
voluntad” procedería de Getsemaní, y la expresión “en cielo sobre la
tierra” sería de él, ya que es una de sus favoritas expresiones (Véase Mt
5:18.34; 11:25; 16:19; 18:18.19; 23:9, etc.). Se añadiría a esto que el Padre
Nuestro ya comenzaba por esta expresión, lo que atraería la de Getsemaní.
Con esta añadidura se lograría literariamente el número siete, recordando que
este es el número bíblico y característico de Mateo. Así estructurada, podía
resultar más práctica en el uso litúrgico. Mas no dejaría de extrañar que una
fórmula de Cristo hubiese sido alterada así por Mateo. Según algunos, podría ser
la fórmula usada en la liturgia y pasada al evangelio de Mateo. La misma
formulación en sí de un querer abstracto no deja de extrañar. Sólo el contexto
puede venir a concretarlo.
Como
es lógico suponer, también cabe la pregunta ¿Acaso la liturgia agrupó a la
oración primitiva de Jesús otras peticiones por oportunidad pastoral?
En
todo caso, la “voluntad de Dios,” cuya realización aquí se pide, es aceptar que
es Dios quien determina el plan que se ha de cumplir como tal. Si los seres
humanos entran en él como beneficiarios o ejecutores, esa voluntad tiene un
valor previo, inflexible e independiente. Es decir, se expresa una acción que
sólo Dios puede realizar.
Pero
también se agrega que debe cumplirse la voluntad de Dios “como en el cielo, así
sobre la tierra,” Toda las determinaciones trascendentales dependen
definitivamente de la voluntad de Dios, como es en este caso. Y se menciona en
el cielo y la tierra, porque esta voluntad divina ha de ser sobre algo
concreto. Y encuadrada en el contexto de las dos anteriores, ha de ser la gran
voluntad divina en el establecimiento del reino. Si originariamente tuvo otro
contexto, en éste parece ha de interpretársela de la instauración del reino
mesiánico. Si es insertado por el evangelista o su “fuente,” se pide, como en
las otras, con el reino establecido, su extensión y penetración: su valor
moral, tan propio de la redacción de Mateo.
CUATRO PETICIONES
RELATIVAS A LOS HOMBRES
Cuarta
Petición:”El pan nuestro de cada día dánosle hoy”
Continuamos
con la misma numeración, pero pasamos de la palabra deseo a petición, son
sinónimos de aspiración o pretensión de algo, pero para mejor comprensión
queremos que se distinga entre lo relativo a la gloria de Dios a las de
pretensión de los hombres. Esta petición es común en Mateo y Lucas.
El
pan cotidiano, se debe entender por el pan necesario, permanente, El pan, es el
alimento del día, de mañana y del día siguiente. San Jerónimo dice que en el
Evangelio según los hebreos, se lee: “Dadnos hoy nuestro pan de mañana”. Otros
le dan una mayor amplitud, el del futuro, de todo el tiempo que yo viva (San
Atanasio, San Cirilo).
Pero
también Jesús dice: “No os inquietéis, pues, por el mañana.” (Mt 6:34). Otro
antecedente que podemos añadir está en función del Éxodo, donde se
lee que el “maná” sólo se lo permitía tomar para “cada día” (Ex 16:4). Podría
ser esta una confirmación, de fondo Mateano, sobre lo mismo. En el caso del
relato de Lucas parece darle una situación más “ética,” de cotidiana vida
cristiana.
Pero
también cabe algo más, este “pan” del que aquí se habla es metafórico, y
representa un alimento. Sin embargo nos surgen nuevas preguntas, este pan, es:
¿material o espiritual? Es sabido que varios Padres de la Iglesia, lo
interpretaron espiritualmente, y hasta, concretamente, de la Eucaristía.
Es
necesario para nosotros el Pan Espiritual, nos ayuda a defendernos del mal.
Pero en su forma actual es metáfora por el alimento corporal de “cada día”. La
expresión es tan específica que, sin una matización en contrario sólo se la
puede interpretar del alimento diario, también don de Dios. ¿Por qué haya de
pedirse el pan de cada día?, es por la dependencia que tenemos en todo de Dios.
Quinta
petición: “Y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a
nuestros deudores”
También
esta es una petición común entre Mateo y Lucas, pero con alguna variante. Lucas
pone: “y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo
el que nos debe” (Lc 11) Mateo pone la palabra deuda por pecador, sin embargo
Lucas en el primer hemistiquio, pone pecados por la palabra deudas, pero luego
en el segundo vuelve a usar la palabra deuda a todo el que nos debe. El “a
todo” es característico de Lucas, y el cambio que hace es para no desorientar a
sus lectores con deudas pecuniarias.
Se
pide que nos perdone “como nosotros perdonamos.” No se pide un perdón de
igualdad, como tratando de decir que Dios nos perdone ya que nosotros
perdonamos, porque el perdón de Dios sobrepasa siempre al de la criatura.
También parecería sugerir que se exige primero nuestro perdón para que Dios
perdone. Que el hombre haya de pedir perdón, perdonando él, no es más que el
hombre tiene que amar a Dios, lo que es imitarle. Y el amor a Dios exige amarle
como Él es y con lo que Él determina. Y la norma de la perfección cristiana la
expuso Él: “Amad a vuestros enemigos.” “Sed misericordiosos como vuestro Padre
es misericordioso” (Véase Lc 6:35-36; Mt 5:48;). Esta necesidad del perdón fue
ilustrada por Jesús con la parábola del perdón, ¿Señor cuantas veces tengo que
perdonar? (Mt 18:21-35).
Sexta
y Séptima petición:”Y no nos pongas en tentación” “más líbranos de mal.”
Estás
son dos peticiones en forma positivo-negativa, una refuerza la otra. La primera
parte es común en Mateo y Lucas, pero Lucas no trae la segunda. Podemos suponer
que Lucas ya la considera incluida en el hemistiquio primero. Esta es la
opinión de San Agustín. Pero también pudo haber sido añadida por Mateo, como ya
hemos dicho de sus preferencias estructurales por el número siete.
Para
algunos puede ser chocante entender no nos lleve a la tentación, ¿pero se puede
pensar que Dios nos introduzca en la tentación? Para suavizar esto se buscaron
traducciones que la suavizasen. San Agustín decía: “Muchos, cuando rezan,
dicen: 'No permitas que seamos puestos en tentación.” Y San Hilario testifica
que se leía en algunos códices: “No nos abandones a una tentación que no
podamos soportar.” La razón de esta frase insólita es un semitismo. Todo lo que
de alguna manera se puede aplicar a Dios, frecuentemente, se lo aplican sin
más; no distinguen a este propósito querer permitir, no impedir, consecuencias
a seguirse, etc. (Ex 4:31v).
Una
situación que explica lo anterior, en el caso de la tentación, es la que
aparece en la Escritura con un triple matiz:
a)
Tentación mala o pecado. Un grupo de textos la presenta como pecado, o mejor,
hacen ver el peligro fulminante a que conducen ciertas tentaciones (Eclo
26:41). Tal es el caso de Getsemaní. Jesús manda orar para “no entrar en
tentación” (Mt 26:41). Esta no era que su prendimiento no sucediese, sino que
ellos tuviesen la fortaleza necesaria para no escandalizarse al ver al Mesías
prendido.
b)
Tentación “experimento.” Otro grupo de textos presenta la tentación, no como
algo malo o peligroso, sino como ocasión de méritos y experimentación de la
virtud. Clásico el caso de Abraham: “Dios lo tentó” Y de la prueba salió
victorioso y obtuvo la promesa de una descendencia numerosa (Gen 22:1.16v). De
ella dice el Eclesiástico: “En la tentación fue hallado fiel” (Eclo 44:21). O como
se dice a Tobías: “Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te
probara” (Tob 12:13.14). En este sentido llama Cristo “tentaciones” (Lc 22:28)
a sus tribulaciones y a las que compartieron con Él sus apóstoles.
c)
Sentido “escatológico” de la tentación. También se propone un tercer aspecto
posible en la tentación: su aspecto “escatológico.” Con la venida de Jesús al
mundo se inaugura este gran período y con él la gran lucha entre Jesús y Satán
(Véase: Jn 12:31; 16:15; 13:3; 6:70-71; 8:39-44; 1 Pe 5:8). La tentación, en
este caso, sería la proveniente de Satanás, en esta hora “escatológica,” para
boicotear o procurar destruir el reino del Mesías. Muchas veces, cuando Mateo
habla de “tentación” (Véase Mt. 16:1; 19:3; 22:18.35; 26:41), habla de una
prueba diabólica, que procede del exterior.
En
los escritos talmúdicos aparece con el sentido amplio de prueba,
preferentemente con este sentido. Jesús, en esta petición,
probablemente se ciñe a esta formulación en curso. Igualmente se limita a la formulación
semita de atribuir a Dios como causa lo que sólo permite. “Nadie diga en la
tentación: 'Soy tentado por Dios', porque Dios no tienta a nadie” (Sant
1:13.14).
Fuentes
Bibliográficas
Los
documentos utilizados para este estudio del Evangelio de San Mateo, son los que
he recibido en mi preparación teológica sobre los Evangelios, y las fuentes
Bibliográficas externas son: Estudios de los Evangelios por Manuel de Tuya, O.
P., con adaptaciones pedagógicas diversas.
El
Maestro Jesús, (Publicado en mi página WEB), trabajo que he preparado para
fines didáctico de Escuela de Formación
“Gratis
lo hemos recibido y gratis lo damos”
Pedro
Sergio Antonio Donoso Brant
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