"El hombre no puede
ser separado de Dios,
ni la política de la
moral".
Santo Tomás Moro (More)
Mártir, canciller del rey inglés Enrique VIII.
Patrono de los gobernantes y los políticos.
Nace: 1478, muere 1535.
Fiesta: 22 de junio, junto con san Juan Fisher
Mártir, canciller del rey inglés Enrique VIII.
Patrono de los gobernantes y los políticos.
Nace: 1478, muere 1535.
Fiesta: 22 de junio, junto con san Juan Fisher
BIOGRAFÍA
Santo
Tomás Moro nació en Londres en 1477. Recibió una excelente educación clásica,
graduándose de la Universidad de Oxford en abogacía. Su carrera en leyes lo
llevó al parlamento. En 1505 se casó con su querida Jane Colt con quien tuvo un
hijo y tres hijas. Jane muere joven y Tomás contrae nuevamente nupcias con
una viuda, Alice Middleton.
Hombre
de gran sabiduría, reformador, amigo de varios obispos.
En
1516 escribió su famoso libro "Utopía". Atrajo la atención del rey
Enrique VIII quién lo nombró a varios importantes puestos y finalmente
"Lord Chancellor", canciller, en 1529. En el culmen de su
carrera Tomás renunció, en 1532, cuando
el rey Enrique persistía en repudiar a su esposa para casarse, para lo cual el
rey se disponía a romper la unidad de la Iglesia y formar la iglesia
anglicana bajo su autoridad.
Santo
Tomás pasó el resto de su vida escribiendo sobre todo en defensa de la Iglesia.
En 1534, con su buen amigo el obispo y santo Juan Fisher, rehusó rendir obediencia al rey como cabeza de la iglesia. Estaba
dispuesto a obedecer al rey dentro de su campo de autoridad que es lo civil
pero no aceptaba su usurpación de la autoridad sobre la Iglesia. Tomás y el obispo Fisher se ayudaron
mutuamente a mantenerse fieles a Cristo en un momento en que la gran mayoría
cedía ante la presión del rey por miedo a perder sus vidas. Ellos
demostraron lo que es ser de verdad discípulos de Cristo y el significado de la
verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio ya que fueron
encerrados en La Torre de Londres. Catorce meses más tarde, nueve días después
de la ejecución de San Juan Fisher, Sto.
Tomás fue juzgado y condenado como traidor. Él dijo a la corte que no podía
ir en contra de su conciencia y decía a los jueces que "podamos después en
el cielo felizmente todos reunirnos para la salvación eterna".
Ya
en el andamio para la ejecución, Santo Tomás le dijo a la gente allí congregada
que el moría como "El buen servidor
del rey, pero primero Dios" ("the King's good servant-but
God's first"). Nos recuerda las palabras de Jesús: "Al Cesar lo que
es del Cesar y a Dios lo que es de Dios." Fue decapitado el 6 de
julio de 1535. Su fiesta es el 22 de junio.
Qué
gran modelo es Santo Tomás Moro para todos, en especial para los políticos,
gobernantes y abogados. Pidámosle que su valentía les inspire para mantenerse
firmes e íntegros en la verdad sin guardar odios ni venganzas.
PENSAMIENTOS
DE SANTO TOMAS MORO
"Si
me distraigo, la Eucaristía me ayuda a recogerme. Si se ofrecen cada día
oportunidades para ofender a mi Dios, me armo cada día para el combate con la
recepción de la Eucaristía. Si necesito una luz especial y prudencia para
desempeñar mis pesadas obligaciones, me acerco a mi Señor y busco Su consejo y
luz".
"Estas
cosas, buen Señor, por las que rezamos, danos la gracia de trabajarlas".
"Es
más breve y rápido escribir herejías que responder a ellas".
NOTAS
SOBRE SUS ESCRITOS
-por
Esteban Kriskovich (Director Instituto Tomás Moro. Universidad Católica.
Asunción-Paraguay)
En
los catorce meses de prisión (17 de abril de 1534 a 6 de julio de 1535),
escribió varios cientos de hojas que forman uno de los más conmovedores
testimonios de la fidelidad de un ser humano a su conciencia, a la verdad y a
sus principios.
Además
de una numerosa correspondencia, que parcialmente se ha podido rescatar, y unas
cuantas conmovedoras oraciones encontradas en su libro de las horas, y una
"Instrucción para recibir el cuerpo de Cristo", ha escrito dos obras
impresionantes:
1-"Un
diálogo de la fortaleza contra la tribulación", en el cual dos personajes
Antonio y Vicente, uno anciano y el otro joven, dialogan ante una eminente
invasión turca de los peligros y adversidades que han debido sobrellevar los
cristianos perseguidos por su fe dentro y fuera de Inglaterra.
2-"La
agonía de Cristo", obra inconclusa que parece habérsele arrancado de las
manos justo cuando estaba en el capítulo de la aprehensión de Cristo luego de
la agonía en el huerto de los olivos. Su última expresión referida a la captura
de Cristo en el huerto fue "...echaron mano sobre Jesús".
La
imitación a Jesucristo es la plenitud del hombre, y el amor del cristiano. Como
muy bien lo dice Álvaro de Silva, Moro escribió este libro con lucidez, afecto
y ternura, pero sin ningún sentimentalismo. El cristiano ha de seguir los pasos de Cristo hasta el final,
empujado por el amor y la belleza de Cristo. El Calvario es una montaña, no un
hoyo oscuro. También la Cruz erguida es un desafío a la ley de la gravedad [3].
Sobre
ella quiero referirme explícitamente, porque creo que en algunas páginas existe
algo que luego de casi dos mil años, de casi quinientos años, permanece actual.
Moro hizo de la pasión
de Cristo, y de manera dramática, el centro de su contemplación durante su
encarcelamiento en la Torre de Londres
y todo el proceso. Para fortalecerse, Moro se ensimisma en Cristo, y sigue los pasos
de Cristo en su agonía, encarcelamiento, proceso, pasión y muerte [4].
Y
en un capítulo [5], que es el que quería recordar, reflexiona el hecho de que los Apóstoles, en el huerto de los
olivos, duermen mientras el traidor conspira, y Cristo les llama
tres veces seguidas y ellos se vuelven a dormir, tal vez por cansancio, tal vez
por pereza, tal vez por dolor, pueden existir miles de explicaciones, lo cierto es que se duermen mientras Cristo
los necesita. ¡Velad y orad!, les repite y ellos se vuelven a dormir.
Estado de somnolencia. ¿No es este contraste entre el traidor y los apóstoles
como un espejo, y no menos clara que triste y terrible, de lo que ocurre tantas
veces a través de los siglos, desde aquellos tiempos hasta nuestros días? La somnolencia. Con razón dice Cristo que
los hijos de las tinieblas son mucho más astutos que los hijos de la luz. Y
nosotros, ¿estamos despiertos mientras otros maquinan?; ¿estamos despiertos
en nuestras universidades fomentando una cultura de la vida humanizadora, mientras
otras universidades pueden estar produciendo tesis deshumanizantes?, ¿estamos
despiertos mientras nuestras leyes atentan contra la vida y la dignidad
humana?, ¿estamos despiertos mientras crean nuevos términos y manipulan
conceptos y el lenguaje?, legisladores, filósofos, educadores, periodistas,
estudiantes, juristas, jueces, médicos, pastores, intelectuales, religiosos,
hombres de gobierno, padres de familia, familias enteras, pueblo amante de lo
verdadero, ¿estamos acaso despiertos?
En todos sus últimos
escritos se puede notar que Tomás Moro está prácticamente solo. Si no fuera por la comprensión
incluso forzada de su hija Margaret estaría completamente solo. Pero "solo" en el convencimiento
de su participación en la verdad y la certeza de la comunión en esa verdad
con todos los santos. El excanciller es un hombre solo, pero ¿no es la libertad
original y auténtica precisamente estar solo el hombre delante de su Dios? [6].
No
se encuentra en los escritos de Moro ningún fenómeno que ocurrió a otros santos
como apariciones, voces celestiales, milagros ni arrebatos místicos. Moro
persevera anclado firmemente en la claridad de su conciencia cristiana frente a
todo lo que tiene por delante. Sólo
cuenta con su fe y su razón, su libertad anclada en el amor a Cristo y a la
Iglesia. Ha formado su conciencia durante largo tiempo. Con estudio y
reflexión. Su convicción es tan honda y tan pura que no tiene necesidad de
juzgar, despreciar o condenar a los demás. Ni disminuye su amor y respeto al
Rey que le envía a la muerte, ni su lealtad al país que tanto ama. Pero su amor
a Cristo y a la Iglesia es mayor, y fundado en la clara razón, en la verdad [7].
Por esto murió, no tanto por un
principio o idea o tradición, ni siquiera doctrina, sino por una persona, por
Cristo. No por un amor a Cristo en
abstracto, sino a su Iglesia y a la verdad revelada en ella, en su caso la
aceptación y defensa de la supremacía espiritual del Romano Pontífice, la
"roca". Moro amaba a Cristo y comprendió que negar aquella verdad
o punto doctrinal equivalía a renegar de Cristo.
Moro
dentro de su silencio escogió y valoró cada palabra para fabricar una de las
protestas más apasionadas y al mismo tiempo serenas a favor de la libertad del
espíritu humano, iluminado por la verdad. El
cristiano puede vivir sin muchas cosas, pero no puede vivir sin libertad. Su
pasión por la verdad debe necesariamente ir unida a su pasión por la libertad.
Moro ingresó en la Torre por seguir la
verdad de su conciencia. No se adhirió al juramento porque repugnaba su
conciencia cristiana. Hacerlo le hubiera llevado a perder su libertad
auténtica, con mayúsculas, adherida a la verdad, y por consiguiente a perderse
a sí mismo para adherirse a la auténtica libertad. Sin esa libertad original
del Espíritu, las demás libertades pueden ser cadenas, aunque produzcan
admiración y muy hermosas parezcan. Esto es lo que Moro tiene presente al
hablar en algunas cartas del "respeto a su alma".
Hablar
de conciencia individual y de inalienable libertad, no significa de ningún modo
que esté permitido tomar caprichosamente cualquier decisión, sino más bien, la aptitud y obligación de buscar la verdad
en cualquier asunto, según los medios de que se disponga. Y por eso fue al
suplicio sin hacer concesiones, cuando
le hubiera bastado aceptar un compromiso equívoco, que todo el mundo
esperaba de él, para hallarse de nuevo en el ocio con dignidad [8], o en la
mentira con una supuesta dignidad.
La
auténtica libertad es la fuente de la alegría: "La claridad de mi conciencia hizo que mi corazón brincara de
alegría", escribió a su hija Margaret, en los últimos meses de vida. Y
esto hacía que el santo, pueda perdonar, rezar por sus enemigos, y aún en esos
momentos difíciles y dolorosos, incluso en el cadalso, con el buen humor, fruto de la alegría de pertenecer a Cristo,
antes que al propio interés o a los intereses de Estado.
Un
contemporáneo de Moro, Nicolás Maquiavelo, escribió: "Amo a mi ciudad más
que a mi propia alma". En esta exclamación la trascendencia se borra, el
espíritu se aplaca, la conveniencia está por encima de la verdad, y el ser de
las cosas se manipula causando incalculables perjuicios. Las consecuencias las
conocemos mejor nosotros y mucho más trágicamente que Maquiavelo. [9]
Como
decía Chesterton, "dentro de la
Iglesia uno tiene que quitarse el sombrero, pero no la cabeza". No luchaba Moro obstinado en su concepción
personal ni subjetiva sino en defensa y amor a la verdad. No aspiraba a
"salirse con la suya", sino "con la de Dios". Moro
murió por una verdad que en su época había sido puesta en peligro. Moro era un
intelectual de primera línea, figura cumbre del humanismo renacentista europeo.
Tomás Moro estudió la cuestión con objetividad y se aseguró concienzudamente en
la verdad. Su conciencia estaba bien formada, su fe era razonable y su
contenido había conocido largas horas de reflexión y de estudio. No murió por defender una simple opinión de
su cabeza ni por un capricho de su conciencia, sino por salvaguardar la
conciencia en la verdad objetiva revelada. Se opuso a una ley dictada al
antojo por intereses del momento. Se le cortó la cabeza porque ella era lo que
sus enemigos no pudieron conquistar en él [10], y necesitaron de un traidor que
con perjurio lo acuse infamemente. Parecería que la verdad venció sobre la
mentira, pero ¿ha sido así? Veritas magna et prevalet. La verdad es grande y prevalece (San Agustín) [11]. Su testimonio
aún sigue hasta nuestros días y nos compromete. El peso de su carácter, de su
energía viril, de su honestidad, de su formación jurídica y sus quince meses en
prisión es abrumador en lo que respecta a sus razones en defensa de la verdad,
de lo que las cosas son realmente, del bien, de la justicia. Había mantenido
con su inteligencia y prestigio humanista, con la tinta de su pluma, la fe de
siempre muchos años antes de librar la última batalla con la sangre de su cabeza
[12].
En
un bote antes de ser apresado, hablando con su yerno William Ropper sobre la
posibilidad de perder su libertad, Moro
le manifestó: "La batalla está ganada". La batalla está ganada, existen muchas interpretaciones de esta
expresión: la batalla de Moro consigo mismo, la batalla frente a la tentación,
la batalla contra los temores, la batalla del bien contra el mal, la batalla de
la verdad contra la mentira, la batalla de la muerte contra la vida, la batalla
que ya Cristo ganó por nosotros.
La batalla está ganada,
pero no abandonemos la lucha. Estamos llamados a ser notables soldados de
Cristo, sobre todo para que no haya más víctimas inocentes del relativismo en
lo concreto. Si Dios
no existe, ya todo está permitido –decía Dostoievsky-. Debemos prepararnos para ello siempre, para anunciar el esplendor de la
verdad en nuestro mundo, hasta las últimas consecuencias.
Para
terminar, quisiera repetir algunas frases de la entrevista sobre Tomás Moro a
Oscar Luigi Scalfaro, expresidente de Italia: "Para ser buenos políticos
hay que ser, ante todo, personas íntegras y formadas; formadas especialmente en
la vivencia según los valores cristianos. De este modo pueden ser fuertes interiormente
para poder resistir a las tentaciones del poder. Fuertes con la gracia de Dios,
que conquista y que se mantiene con la oración y los sacramentos. Cuando Moro tenía entre manos algún asunto
importante o grave, iba a la Iglesia, se confesaba, asistía a Misa y recibía la
Comunión [13]. Reconocía que el poder era un don que venía de lo alto. El
poder por el poder es diabólico; es el pecado de soberbia; es, sobre todo,
pensar en sí, en la propia carrera, en el propio interés. ¡Lo opuesto al
servicio de la comunidad! La formación de la persona forma parte de los
derechos y deberes naturales de la familia, es decir, de los padres. Ahora
bien, también es un deber primario de la Iglesia, que es madre y maestra, y
tiene la tarea formar integralmente a sus propios hijos. La responsabilidad de
la Iglesia en este campo es grande: ¿quién mejor que la Iglesia puede hacer
sentir al cristiano que, como ciudadano, no se puede quedar en casa durmiendo,
que el bien común depende de cada uno y que el sacrificio por la comunidad es
un deber de justicia? El desafío es grande y necesita personas y sobre todo
jóvenes dispuestos a vivir la política como una misión, dispuestos a seguir los
grandes ideales del Evangelio, con generosidad y afrontando todo riesgo.
"¿Simón, tú duermes?"
Pedro y los demás lo amaban con locura, pero estaban en un estado de
somnolencia. "¿Simón, tú duermes?", pongamos en lugar de Simón allí
nuestro nombre y ensimismémonos con esta pregunta de Cristo. Permanezcamos
despiertos.
Estas
Jornadas para muchos en su historia puede marcar un hito muy importante. No es
casual que nos hallamos encontrado. Dios suele llamar con una sutileza muy
especial. Tal vez este llamado se haya dado con la invitación a participar de
estas Jornadas. El compromiso es personal. Es personal. La tarea de la
iluminación de la inteligencia no es fácil, pero es necesaria y apasionante. No
estamos solos, aunque aparentemente lo sintamos así, porque de hecho estamos
llamados en tiempos difíciles.
La batalla está ganada,
pero la lucha continúa. Todos estamos llamados para este desafío, aunque nos
encontremos aparentemente solos contra el poder, Dios Padre nos protege, Dios
Hijo Jesucristo nos acompaña, y Dios Espíritu Santo, nos ilumina con su gracia,
y además tenemos la compañía de todos los santos. El mundo está hambriento de una
respuesta política auténtica, humana, Dios por algo nos hizo nacer en este
tiempo y en esta tierra. Respondamos a su llamado. Muchas gracias.
[3] Cartas
desde la Torre, Introducción, Pág. 16.
[4] Un hombre solo. Cartas desde la Torre. Rialp. Madrid. 1990. Pág. 148.
[5] La Agonía de Cristo. Rialp. Madrid. 1997. Pág. 76
[6] Idem. Päg. 21
[7] Idem, 22
[8] Louis Brouyer. "Tomás Moro. Humanista y mártir". Encuentro. Madrid. Pág. 88.
[9] Carta de Maquiavelo a Francesco Vettoni el 16 de abril de 1527.
[10] La agonía de Cristo. Introducción de Álvaro de Silva. Pág. xxvi.
[11] Louis Bouyer. "Tomás Moro. Humanista y Martir". Encuentro. Madrid. Pág. 91.
[12] La agonía de Cristo. Idem. Pág. xxiv.
[13] Cartas desde la Torre. Pág. 145.
[4] Un hombre solo. Cartas desde la Torre. Rialp. Madrid. 1990. Pág. 148.
[5] La Agonía de Cristo. Rialp. Madrid. 1997. Pág. 76
[6] Idem. Päg. 21
[7] Idem, 22
[8] Louis Brouyer. "Tomás Moro. Humanista y mártir". Encuentro. Madrid. Pág. 88.
[9] Carta de Maquiavelo a Francesco Vettoni el 16 de abril de 1527.
[10] La agonía de Cristo. Introducción de Álvaro de Silva. Pág. xxvi.
[11] Louis Bouyer. "Tomás Moro. Humanista y Martir". Encuentro. Madrid. Pág. 91.
[12] La agonía de Cristo. Idem. Pág. xxiv.
[13] Cartas desde la Torre. Pág. 145.
Carta
del Santo Padre Juan Pablo II
declarando a Sto. Tomás Moro
declarando a Sto. Tomás Moro
patrono
de los gobernantes y políticos.
31
Oct 2000, «motu proprio».
1. De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, «es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella» (Gaudium et spes, 16). Cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana.
Recientemente, algunos Jefes de Estado y de Gobierno, numerosos exponentes políticos, algunas Conferencias Episcopales y Obispos de forma individual, me han dirigido peticiones en favor de la proclamación de santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de los políticos. Entre los firmantes de esta petición hay personalidades de diversa orientación política, cultural y religiosa, como expresión de vivo y difundido interés hacia el pensamiento y la conducta de este insigne hombre de gobierno.
2.
Tomás Moro vivió una extraordinaria carrera política en su país. Nacido en
Londres en 1478 en el seno de una respetable familia, entró desde joven al
servicio del arzobispo de Canterbury Juan Morton, canciller del Reino.
Prosiguió después los estudios de leyes en Oxford y Londres, interesándose
también por amplios sectores de la cultura, de la teología y de la literatura
clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo relaciones de intercambio y amistad
con importantes protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo
Desiderio de Rotterdam.
Su
sensibilidad religiosa lo llevó a buscar la virtud a través de una asidua
práctica ascética: cultivó la amistad con los frailes menores observantes del
convento de Greenwich y durante un tiempo se alojó en la cartuja de Londres,
dos de los principales centros de fervor religioso del Reino. Sintiéndose
llamado al matrimonio, a la vida familiar y al compromiso laical, se casó en
1505 con Juana Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en 1511 y Tomás
se casó en segundas nupcias con Alicia Middleton, viuda con una hija. Fue
durante toda su vida un marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente
comprometido en la educación religiosa, moral e intelectual de sus hijos. Su
casa acogía yernos, nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes amigos en
busca de la verdad o de la propia vocación. La vida de familia permitía,
además, largo tiempo para la oración común y la «lectio divina», así como para
sanas formas de recreo hogareño. Tomás asistía diariamente a misa en la iglesia
parroquial, y las austeras penitencias que se imponía eran conocidas solamente por
sus parientes más íntimos.
3.
En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el
Parlamento. Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también
representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera
en la administración pública. En la década sucesiva, el rey lo envió en varias
ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el
territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del Consejo de la Corona,
juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523
llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la Cámara de los Comunes.
Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica del país, el rey le nombró canciller del Reino. Como primer laico en ocupar este cargo, Tomás afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos.
Estimado por todos por su indefectible integridad moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su erudición extraordinaria, en 1529, en un momento de crisis política y económica del país, el rey le nombró canciller del Reino. Como primer laico en ocupar este cargo, Tomás afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos.
Constatada
su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia,
el Rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a
diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó
prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la
aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno a
un despotismo sin control. Durante el proceso al que fue sometido, pronunció
una apasionada apología de las propias convicciones sobre la indisolubilidad
del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores
cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por el
tribunal, fue decapitado.
Con
el paso de los siglos se atenuó la discriminación respecto a la Iglesia. En
1850 fue restablecida en Inglaterra la jerarquía católica. Así fue posible
iniciar las causas de canonización de numerosos mártires. Tomás Moro, junto con
otros 53 mártires, entre ellos el obispo Juan Fisher, fue beatificado por el
Papa León XIII en 1886. Junto con el mismo obispo, fue canonizado después por
Pío XI en 1935, con ocasión del IV centenario de su martirio.
4.
Son muchas las razones a favor de la proclamación de santo Tomás Moro como
patrono de los gobernantes y de los políticos. Entre éstas, la necesidad que
siente el mundo político y administrativo de modelos creíbles, que muestren el
camino de la verdad en un momento histórico en el que se multiplican arduos
desafíos y graves responsabilidades. En efecto, fenómenos económicos muy
innovadores están hoy modificando las estructuras sociales. Por otra parte, las
conquistas científicas en el sector de las biotecnologías agudizan la exigencia
de defender la vida humana en todas sus expresiones, mientras las promesas de
una nueva sociedad, propuestas con buenos resultados a una opinión pública
desorientada, exigen con urgencia opciones políticas claras en favor de la
familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los marginados.
En
este contexto es útil volver al ejemplo de santo Tomás Moro que se distinguió
por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas,
precisamente porque en las mismas quería servir no al poder, sino al supremo
ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada,
ejercicio de virtudes. Convencido de este riguroso imperativo moral, el
estadista inglés puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente
si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con exquisito sentido
de equidad; tuteló la familia y la defendió con gran empeño; promovió la
educación integral de la juventud. El profundo desprendimiento de honores y
riquezas, la humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la
naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de juicio
basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza interior que lo sostuvo
en las adversidades y frente a la muerte. Su santidad, que brilló en el
martirio, se forjó a través de toda una vida entera de trabajo y de entrega a
Dios y al prójimo.
Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las obras, en la Exhortación apostólica postsinodal «Christifideles laici» escribí que «la unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres» (n. 17).
Refiriéndome a semejantes ejemplos de armonía entre la fe y las obras, en la Exhortación apostólica postsinodal «Christifideles laici» escribí que «la unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres» (n. 17).
Esta
armonía entre lo natural y lo sobrenatural es tal vez el elemento que mejor
define la personalidad del gran estadista inglés. Él vivió su intensa vida
pública con sencilla humildad, caracterizada por el célebre «buen humor»,
incluso ante la muerte.
Éste
es el horizonte a donde le llevó su pasión por la verdad. El hombre no se puede
separar de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la luz que iluminó su
conciencia. Como ya tuve ocasión de decir, «el hombre es criatura de Dios, y
por esto los derechos humanos tienen su origen en Él, se basan en el designio
de la creación y se enmarcan en el plan de la Redención. Podría decirse, con
expresión atrevida, que los derechos del hombre son también derechos de Dios»
(Discurso 7.4.1998, 3).
Y
fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el
ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él vivió de
modo singular el valor de una conciencia moral que es «testimonio de Dios
mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces
de su alma» (Enc. «Veritatis splendor», 58). Aunque, por lo que se refiere a su
acción contra los herejes, sufrió los límites de la cultura de su tiempo.
El
Concilio Ecuménico Vaticano II, en la Constitución «Gaudium et spes», señala
cómo en el mundo contemporáneo está creciendo «la conciencia de la excelsa
dignidad que corresponde a la persona humana, ya que está por encima de todas
las cosas, y sus derechos y deberes son universales e inviolables» (n.26). La
historia de santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la
ética política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a
indebidas injerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la
primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder
político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo
con la naturaleza del hombre.
5.
Confío, por tanto, que la elevación de la eximia figura de santo Tomás Moro
como patrono de los gobernantes y de los políticos ayude al bien de la
sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en plena sintonía con el espíritu del
Gran Jubileo que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
Por
tanto, después de una madura consideración, acogiendo complacido las peticiones
recibidas, constituyo y declaro patrono de los gobernantes y de los políticos a
santo Tomás Moro, concediendo que le vengan otorgados todos los honores y
privilegios litúrgicos que corresponden, según el derecho, a los patronos de
categorías de personas.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy y siempre.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del hombre, ayer, hoy y siempre.
Roma,
junto a San Pedro, el día 31 de octubre de 2000, vigésimo tercero de mi
Pontificado.
IOANNES
PAULUS PP.II
Recreación pictórica de la última despedida
de Tomás Moro y su hija
Me
pongo totalmente en manos de Dios
con
absoluta esperanza y confianza
(De una carta de santo Tomás Moro,
escrita en la cárcel a
su hija Margarita).
Aunque
estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada
es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré
de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado
fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida,
antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha
inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarme
de la libertad (y, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un
favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacar para mi
alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado).
Por esto, espero confiadamente que la misma gracia divina continuará favoreciéndome,
no permitiendo que el rey vaya más allá, o bien dándome la fuerza necesaria
para sufrir lo que sea con paciencia, con fortaleza y de buen grado.
Esta
mi paciencia, unida a los méritos de la dolorosísima pasión del Señor
(infinitamente superior en todos los aspectos a todo lo que yo pueda sufrir),
mitigará la pena que tenga que sufrir en el purgatorio y, gracias a su divina
bondad, me conseguirá más tarde un aumento premio en el cielo.
No
quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la bondad de Dios, por más débil y
frágil que me sienta. Más aún, si a causa del terror y el espanto viera que
estoy ya a punto de ceder, me acordaré de san Pedro, cuando, por su poca fe,
empezaba a hundirse por un solo golpe viento, y haré lo que él hizo. Gritaré a Cristo: Señor,
sálvame. Espero que entonces él, tendiéndome la mano, me sujetará y no dejará
que me hunda.
Y,
si permitiera que mi semejanza con Pedro fuera aún más allá, de tal modo que
llegara a la caída total y a jurar y perjurar (lo que Dios, por su misericordia,
aparte lejos de mí, y haga que una tal caída redunde más bien en perjuicio que
en provecho mío), aun en este caso espero que el Señor me dirija, como a Pedro,
una mirada llena de misericordia y me levante de nuevo, para que vuelva a salir
en defensa de la verdad y descargue así mi conciencia, y soporte con fortaleza
el castigo y la vergüenza de mi anterior negación.
Finalmente,
mi querida Margarita, de lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará
sin culpa mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta
esperanza y confianza. Si a causa de mis pecados permite mi perdición, por lo
menos su justicia será alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo
espero con toda certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma
y hará que sea su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de
relieve.
Ten,
pues, buen ánimo, hija mía, y no te preocupes por mí, sea lo que sea que me
pase en este mundo. Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que él
quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.
ORACION DE SANTO TOMÁS
MORO
Dios Glorioso, dame gracia para
enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para
quienes mueren en Ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza.
Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu.
Dame buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi amor por mí.
Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a Ti.
Y dame, buen Señor, Tu amor y Tu favor; que mi amor a TI, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame Tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido.
Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu.
Dame buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi amor por mí.
Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a Ti.
Y dame, buen Señor, Tu amor y Tu favor; que mi amor a TI, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame Tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido.
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