“Después vi otra bestia
que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero,
pero hablaba como dragón”.
Apocalipsis 13:11
“Cuando yo dijere al
impío: De cierto morirás, y tú no le amonestares, ni le hablares, para que el
impío sea amonestado de su mal camino, para que viva, el impío morirá por su
iniquidad, mas su sangre demandaré de tu mano”.
Ezequiel 3:18
“Y si tu hermano peca,
ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si
no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra sea
confirmada por boca de dos o tres testigos. Y si rehúsa escucharlos, dilo a la
iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil
y el recaudador de impuestos”.
Mateo 18: 16-17
Por Montse
Sanmartí.
Visto en “Como Vara de Almendro”.
Estimados lectores; ayer me
escribía por el interno de messenger un hermano en la fe que me preguntaba en
qué nos basamos para pensar que el 31 de octubre pueda suceder lo que muchos
estamos viendo venir: la supresión de la Eucaristía. Me decía que se había
perdido seguramente algún capítulo por el camino, porque no había encontrado
ninguna página o comentario a este respecto. Y me exhortaba diciéndome que
ahora es tiempo de orar, ayunar y “callar”. Porque “la Iglesia saldrá vencedora
de todas las batallas”, me dijo. Quienes me leen saben que ni de mi boca, ni de
mi pluma, se desprende que yo haya dicho lo contrario. Por el contrario. He
hablado mucho sobre el Triunfo del Inmaculado Corazón de María, que no es otro
que el Triunfo de la Esposa de Jesucristo, su amada Iglesia.
Le dije a mi contertulio que es
obvio que la Iglesia no perecerá, aunque pueda dar la sensación de que esto
va a suceder, pues sé y confío en las palabras del Señor. Pero le recordé al
mismo tiempo que en el propio catecismo se nos habla en el numeral 675 de la
gran crisis que antes de ese triunfo va a tener que soportar. Ante esto, me
respondió muy contento que lo importante es el punto 677. Ahí me quedó
clarísimo algo. Que, de 4 años y medio a
esta parte, los católicos “avestruz” han proliferado y siguen proliferando como
las setas. Y es que claro, es mucho más cómodo mirar para otro lado. Es
mucho más bonito quedarnos con las cosas que nos gustan de los textos
evangélicos y del catecismo y dejar atrás los más “fuertes”. Yo soy madre.
He parido 9 hijos, y sé que el momento de dar a luz no es grato. Pero para que
las madres tengamos el gozo del que nos habla Jesús en el Evangelio, de
llenarnos de amor y ternura cuando nos entregan al hijo recién nacido sobre
nuestro pecho, primero tenemos que pasar los dolores de parto que como dice
Cristo angustian por el dolor. Pero, como ven, es patente que nadie quiere
recordarlo. Pues bueno, señores, aquí, Como Vara de Almendro viene a ser la
piedra en el zapato para esos católicos que prefieren el caramelo a la
medicina. Yo me quiero quedar con la medicina, porque soy pecadora, y me
interesa más que me recuerden la verdad a vivir de sueños y de ilusiones vanas.
Ahora les pondré un ejemplo
gráfico y muy cercano en el tiempo. El sábado pasado estuve presente en la misa
de la tarde. Presidían el celebrante y un concelebrante. Éste último leyó el
relato evangélico de la Parábola del rey que invita a las bodas del
hijo y cuyos invitados, por las más diversas y variopintas
excusas, eluden dicha invitación y no asisten. Durante la celebración yo estaba
sentada en primera fila y vi perfectamente como por unos instantes el sacerdote
se quedó leyendo en silencio la parte final del texto y de repente, sin mediar
palabra, haciendo un brusco parón que omitía esa última parte, dijo: “Palabra
del Señor”…. Yo me quedé unos momentos pensando en el “corte de mangas”,
pensando para mis adentros que había mutilado el texto, hecho que viene ocurriéndome
en algunas ocasiones al escuchar cambios o recortes del Evangelio, según
convenga al sacerdote que proclama la Palabra de Dios. Pues bien. El padre que
presidía la Eucaristía y que era quien preparó la homilía del día, no tuvo
pelos en la lengua para, con toda caridad, exhortar a su hermano sacerdote a no
cercenar la Palabra, recortando aquello que no nos guste, buscando “maquillar”
el Evangelio. Y es que justamente ese trozo que faltaba era el del invitado mal
ataviado para la ocasión, aquel invitado indigno de entrar a la mesa de la boda
y tomar el rico manjar prometido. A él se le echa fuera, a las tinieblas, donde
será el llanto y el crujir de dientes. Eso es algo que, en general, no gusta
escuchar. Y no gusta porque nos recuerda
que Dios es justo, además de misericordioso. Preferimos obviar que nos
puede castigar si al final de nuestros días llegamos con un “traje” sucio, con
harapos, malolientes, sin asearnos y despeinados. Lo que es a la parábola,
llegar en pecado y caer al fuego eterno. El otro sacerdote no sé lo que
pensó al escuchar esta exhortación del padre que presidía la Eucaristía, ni lo
que pensaron el resto de feligreses asistentes a la Misa. A mí me gustó mucho
la valentía de ese sacerdote que, pese al qué dirán, habló la verdad sin tapujos.
Le felicité por ello y me alegré de que haya sacerdotes valientes, de que haya
sacerdotes coherentes. Porque quedarnos
solamente con la parte del banquete, es un engañabobos.
Todo esto que les cuento, viene
también muy al caso para comentar una noticia que he sabido hoy y que me ha
dejado estupefacta: Bergoglio va a hacer
una revisión del catecismo de Juan Pablo II. ¡Como lo oyen!
El 11 de octubre de 2017 (55
aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II), en una conferencia que
promovía la “Nueva Evangelización”, el Papa Francisco hizo conocer su voluntad
de que el Catecismo de la Iglesia Católica se revisara para
Condenar la pena de muerte como “absolutamente inmoral” en principio. Declaró que la pena de muerte era “en
sí misma contraria al Evangelio”.
Dice Francisco:
“Aquí no estamos en presencia
de ningún tipo de contradicción con la enseñanza del pasado, porque la defensa
de la dignidad de la vida humana desde el primer momento de la concepción hasta
la muerte natural siempre ha encontrado su voz coherente y autoritaria en la
enseñanza de la Iglesia. El
desarrollo armonioso de la doctrina, sin embargo, requiere que dejemos de
defender argumentos que ahora parecen decisivamente contrarios a la nueva
comprensión de la verdad cristiana”.
Yo me pregunto ante este hecho,
qué podemos pensar de lo poco que se ha referido a la dignidad humana del niño
recién concebido, y que es condenado a la “pena capital” por sus progenitores,
por las leyes horrendas, por los gobernantes que las auspician y por el
mismo pontífice que pone en la Pontificia Academia para la Vida a personajes
inicuos y promotores de este crimen, y recibe con honores a la presidenta
Bachelet tras aprobar en su país la penosa y dolorosa ley del aborto. Contrariamente,
Juan Pablo II se pasó todo el
pontificado hablando de la dignidad del ser humano desde su concepción hasta su
muerte natural.
También vemos que se quiere
dulcificar y mudar la enseñanza de la Humanae Vitae, tal y
como ya comentamos también en un artículo.
No podemos pasar por alto el
tema de los adúlteros y la comunión. Hemos hablado mucho de ello y de la famosa
Exhortación Amoris Laetitia, y vemos con profunda tristeza
como no se ha respondido ni se responderá a las Dubia ni a
la Correctio Filialis. Es decir, que prefieren hacernos creer
que la Comunión es para todos, especialmente para quienes están viviendo “situaciones
irregulares”, pues según Francisco, “la Comunión no es un premio para
los para los perfectos sino un generoso. remedio y un alimento para los
débiles”. (Evangelii Gaudium 51).
El
año de la Misericordia fue también un año de eludir la palabra justicia de todos los púlpitos,
atriles, encuentros y conferencias y simposios. Edulcorar la doctrina es
hoy día un tema tremendamente serio y preocupante, y lo peor es que viene de
parte de quienes debieran guardar el
depósito de la fe y ya no lo guardan, lo destruyen, lo diluyen y permiten
obrar como lo hace el protestantismo, que interpreta como gusta cualquier
texto.
Con estupor vemos que ya se
aceptan como válidas y sin rubor cosas tan horrendas como “la familia de dos
personas del mismo sexo”, la comunión a los divorciados more uxorio,
la “intercomunión luterano-católica”, y tantas cosas a las que estamos
asistiendo en estos últimos meses de forma realmente precipitada. Pareciera que
se haya destapado la Caja de Pandora definitivamente y ya no hay quien pare
este tren descarrilado hacia el precipicio. Vean, sino, el siguiente artículo que hace
referencia al próximo Encuentro Mundial de Familias 2018 y que me dejó
desgarrada el alma.
Pues bien. Es momento de decir
con claridad a todos los amigos y hermanos en la fe como el que ha generado la
idea de escribir estas líneas, que sí. Que tienen mucha razón en dos cosas: hay
que orar y ayunar. Pero que no compartimos en absoluto la postura cómoda y
buenista del callar. Callar en este
momento es un pecado muy grave. Cada uno sabe cómo y cuándo debe hablar.
Ahí yo no me meteré, y Dios me libre. Pero si usted es un católico con un poco
de discernimiento sabe de sobras que no vale “mirar hacia otro lado”. Cuando tantos católicos de a pie mandan
callar a sus hermanos en la fe que alzan la voz, y no por gusto,
precisamente, quizás debieran preguntarse por qué les molesta que estos últimos
hablen alto y claro. ¿No será un requerimiento que ellos también sienten en
sus conciencias? ¿No será que saben que “callar ahora es pecado grave”? ¿No
será que la conciencia les exige poner su parte en este momento crítico y
acallando a quienes hablan claro tienen una vía de escape para tranquilizarla?
Lo dejo a su análisis y a su examen, ese examen de conciencia, precisamente,
ese pararse y consultar en la soledad del Sagrario, en la intimidad de mi
lecho, ese lecho en el que como dice el salmista, nos acordamos de Él, velando
meditamos en Él. ¿Callando hago lo correcto? ¿Tapando lo duro y mostrando solamente lo bello, contribuyo a que las
almas se salven? Personalmente, yo no puedo traicionar a mi
conciencia que me hace escribir lo que conozco y lo que estoy cierta es la
verdad. Ni puedo, ni quiero traicionar a
Dios.
Respondiendo, pues, a la pregunta
de mi interlocutor sobre si este 31 de octubre tenemos o no la certeza de que
se quiera poner fin a la Eucaristía y se lleve adelante la “Santa Memoria”,
donde ya no estará el Señor porque se habrán cambiado las palabras
consagratorias, decirle que nada es seguro, amigo. Pero lo que sí tengo muy
claro es que todo lo que se ha convocado para este 500 aniversario de la
Reforma Luterana, no es otra cosa que ponerse manos a la obra para cocinar ese
pastel nauseabundo y maloliente, bañado, eso sí, en una apetecible capa de
chocolate negro y brillante donde muchas moscas imprudentes pondrán sus
patitas. Esas moscas imprudentes no son más que los católicos reblandecidos de falsas misericordias y de engaños de
“felicidades imperecederas” en este mundo. Éstos viven sin darse cuenta de
que en esa “Santa Memoria” ya no estará Cristo. Y si nos quitan a Cristo de
la Eucaristía, nos quitan el todo. Nos quitan la fuerza, nos quitan la salud
espiritual, nos quitan la belleza de este mundo, nos quitan la presencia del
Amor, la del único y verdadero Amor.
¡Despierten,
por amor de Dios!
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