A
PROPÓSITO DEL APARICIONISMO
Por Roberto de Mattei
Por Roberto de Mattei
Por aparicionismo, o revelacionismo,
se suele entender la confianza desordenada de algunas almas en las revelaciones
privadas (y más en general en los fenómenos místicos extraordinarios) y la
consiguiente búsqueda irracional de los mismos. No nos referimos, naturalmente,
a las revelaciones de carácter público demostradas por milagros que cuentan con
la aprobación de la Iglesia.
Más allá del discernimiento para
distinguir las revelaciones verdaderas de las falsas, queremos poner en guardia
contra la búsqueda inmoderada de revelaciones como una especie de atajo místico
para ahorrarse el esfuerzo ascético de la razón y la voluntad, hoy más
necesario que nunca al alma para mantenerse fiel a la Tradición de la Iglesia.
Nadie, que sepamos, ha tratado el asunto con más maestría que San Juan de la
Cruz, doctor místico por antonomasia.
En su escuela se saborea una
doctrina solidísima que no hace concesiones a vanos sentimentalismos y que, por
el contrario, centra la vía espiritual en la vida teologal, de la cual sólo puede
brotar la santidad.
El
gran carmelita dedica un largo capítulo de la Subida al Monte Carmelo (libro 2, cap. 22) a
resolver una cuestión dudosa: si después de la venida de Cristo y la
instauración de la ley de la gracia es lícito consultar al Señor por vías
sobrenaturales como se hacía bajo la antigua ley. En el capítulo anterior ya
había dejado sentado que no era voluntad de Dios que las almas deseasen recibir
locuciones, visiones ni nada de maravilloso o extraordinario.
Este
modo de obrar (la búsqueda de lo maravilloso) –escribe el místico doctor–, “ni es buen término ni gusta
Dios de él, antes disgusta; y no sólo eso, mas muchas veces se enoja y ofende
mucho. La razón de esto es porque a ninguna criatura le es lícito salir fuera
de los términos que Dios le tiene naturalmente ordenados para su gobierno. Al
hombre le puso términos naturales y racionales para su gobierno; luego querer
salir de ellos no es lícito, y querer averiguar y alcanzar cosas por vía
sobrenatural, es salir de los términos naturales. Luego es cosa no lícita;
luego Dios no gusta de ello, pues de todo lo ilícito se ofende“.
Prosigue
afirmando que es muy peligroso para el alma desear adquirir conocimiento por
vía sobrenatural: «Yo
no veo por dónde el alma que las pretende deje de pecar, por lo menos
venialmente (…) Y quien se lo mandase y consintiese, también. Pero no hay
necesidad de nada de eso». Y explica por qué: «Pues hay razón natural, y la
ley y la doctrina evangélica, por donde muy bastantemente se pueden regir, y no
hay dificultad ni necesidad que no se pueda desatar ni remediar por estos
medios muy a gusto de Dios y provecho de las almas. Y tanto nos habemos de
aprovechar de la razón y doctrina evangélica que aunque, ahora queriendo
nosotros, ahora no queriendo, se nos dijesen algunas cosas sobrenaturalmente,
sólo habemos de recibir aquello que cae en mucha razón y ley evangélica. Y
entonces recibirlo, no porque es revelación, sino porque es razón, dejando
aparte todo sentido de revelación [privada]. Y aun entonces conviene mirar y
examinar aquella razón mucho más que si no hubiese revelación sobre ella; por
cuanto el demonio dice muchas cosas verdaderas y por venir y conformes a razón,
para engañar.»
Y
concluye con estas palabras: «Sólo
digo que es cosa peligrosísima, más que sabré decir, querer tratar con Dios por
tales vías, y que no dejará de errar mucho y hallarse muchas veces confuso el
que fuere aficionado a tales modos. Esto más que nada por las trampas que puede
tender –y ciertamente tiende– a esas almas tan desordenadamente inclinadas a lo
maravilloso». «Y puede el demonio [ser sutilísimo] en el injerir mentiras,
de lo cual no se pueden librar si no es huyendo de todas revelaciones y
visiones y locuciones sobrenaturales. Por lo cual, justamente se enoja Dios con
quien las admite, porque ve es temeridad del tal meterse en tanto peligro y
presunción y curiosidad, y ramo de soberbia, y raíz y fundamento de vanagloria,
y desprecio de las cosas de Dios, y principio de muchos males en que vinieron
muchos. Los cuales, tanto vinieron a enojar a Dios, que de propósito los dejó
errar y engañar, y oscurecer el espíritu, y dejar las vías ordenadas de la
vida, dando lugar a sus vanidades y fantasías.»
En
vista de esto, en el capítulo siguiente de la Subida al Monte Carmelo (22) San Juan de la Cruz
demuestra por qué es francamente temerario querer consultar a Dios por vía
sobrenatural: «Ya
que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la Ley Evangélica en esta era de
gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué Él hable ya
ni responda como entonces. Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo, que en
una Palabra suya que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en
esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.»
La
temeridad de quien busca comunicaciones divinas por otras vías procede
precisamente de la centralidad y unicidad de Jesús: «El que ahora quisiese preguntar
a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino
haría agravio a Dios no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra
alguna cosa o novedad».
Imagina
a continuación lo que respondería Dios a un alma tan temeraria: «Si te tengo ya habladas todas
las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo Yo
ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en Él, porque
en Él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que
pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte; y si pones
en Él los ojos, lo hallarás en todo; porque Él es toda mi locución y respuesta,
y es toda mi visión y toda mi revelación». (…) Y concluye
así: «No hallarás qué pedirme ni qué
desear de revelaciones o visiones de mi parte; míralo tú bien, que así lo
hallarás ya hecho y dado todo eso y mucho más, en Él».
Ahora
bien, en el caso de las almas verdaderamente favorecidas con dones
extraordinarios, San Juan de la Cruz recomienda lo siguiente a los directores
espirituales: «Encamínenlas
en la fe, enseñándolas buenamente a desviar los ojos de todas aquellas cosas, y
dándoles doctrina en cómo han de desnudar el apetito y espíritu de ellas para
ir adelante, y dándoles a entender cómo es más preciosa delante de Dios una
obra o acto de voluntad hecho en caridad, que cuantas visiones y comunicaciones
pueden tener del cielo, pues éstas ni son mérito ni demérito, y cómo muchas
almas no tienen cosas de esas están sin comparación mucho más adelante que
otras que tienen muchas».
Teniendo
esto en cuenta, viene bien tomar algún ejemplo de la trampa que puede
ocultarse en los fenómenos místicos extraordinarios y de lo difícil que puede
resultar el llamado discernimiento
de espíritus, es decir, la verificación de la autenticidad de
dichos fenómenos. En el Libro
de su vida, Santa Teresa de Jesús cuenta el caso de una
religiosa, Sor Magdalena de la Cruz, tristemente célebre entre todas las
visionarias de su tiempo, que maravilló a la España del siglo XVI con
prodigios, profecías y respuestas en todo género de ciencias durante nada menos
que treinta y ocho años, engañando a los más grandes teólogos, obispos y
cardenales de su tiempo.
Esta
infeliz monja tenía desgraciadamente trato secreto con el demonio, y aunque al
final obtuvo la gracia para enmendarse, fue expulsada del monasterio y terminó
sus días en el olvido. Más significativo es el caso de Nicole Tavernier que,
también en el siglo XVI, en París, tenía fama de santidad y de obrar
milagros, según un biógrafo suyo: «Era
capaz de predecir el futuro, y tenía visiones y revelaciones. Hacía
frecuentes ayunos y hablaba constantemente de la necesidad de hacer penitencia
para salir de las circunstancias en que se encontraba el París de entonces.
Anunciaba que si se arrepentían de sus pecados verían terminarse las
calamidades. A raíz de su predicación, la gente se confesaba y comulgaba. En
diversas ciudades francesas incluso se mandó celebrar procesiones. Ella misma
mandó celebrar una en París, a la que asistió el Parlamento acompañado de la
corte y de gran cantidad de ciudadanos. Sólo consiguió desenmascararla la beata
Acarie, que demostró que cuanto se veía en Nicole Tavernier era obra del
demonio, al que no le importaba perder un poco para ganar mucho».
No
es nuestra intención negar la existencia de fenómenos místicos extraordinarios
en la Iglesia, lo cual no se podría hacer sin caer en el racionalismo o el
agnosticismo. Todo lo contrario. Sabemos muy bien que el Señor Jesús no sólo
dejó a su Iglesia una jerarquía institucional, sino también los carismas de los
son propios los mencionados fenómenos. Eso sí, esos carismas siempre están supeditados
y subordinados a ella. «La
noción católica de Iglesia –-escribió el P. Calmel– no excluye las
revelaciones privadas, pero exige que no sean ilusiones privadas,
así como que dichas revelaciones se ajusten a la Revelación con mayúscula».
Sin negar que hay carismas, pero aplicándoles una rigurosa disciplina, la
Iglesia siempre ha colocado por encima de los carismas la vida teologal y la
santidad. Los santos extraordinarios, cuya vida se centraba en la perfección de
la caridad en vez de en lo milagroso, son la más elocuente demostración de
dicho principio.
En tiempos de crisis de fe y de
autoridad como los que actualmente vivimos, son muchas las almas que buscan en
el terreno de la mística lo que no les proporciona la jerarquía: la enseñanza
de la verdad objetiva y un camino seguro al Cielo. Ahora bien, la solución de
la crisis no está en fenómenos extraordinarios, sino en la vida teologal, que
se sustenta en los sacramentos tradicionales, el catecismo y la práctica de las
virtudes.
Lanzarse sin criterio a lo
maravilloso entraña, como hemos visto, peligros inimaginables. El remedio
podría ser mucho peor que la enfermedad. En realidad, si atravesamos una crisis
de fe, es más que nada la fe la que tiene que encontrar la solución a la
crisis.
(Traducido por Bruno de la
Inmaculada/Adelante la Fe)
ResponderEliminarIncluyo el comentario de este sacerdote, visto en el artículo original de la propia web de Adelante la Fe, porque este sacerdote lo explica de forma muy clara y sencilla; es un análisis muy edificante para las almas.
"muy bueno este artículo. ¡qué grandes luces se adquiere al seguir las enseñanzas de los grandes doctores y santos fieles a la fe católica! añadiría una cosa más: el espíritu modernista pretende ser precisamente este gran error y peligro para las almas: una nueva revelación. llámese "aggiornamento" "espíritu de renovación" "nuevo paradigma" o cualquier otra sutileza es lo mismo. es alejarse de la sana doctrina, de la tradición ecclesial y evangélica. la "nueva iglesia" no es nada nueva ni tampoco es Iglesia de Cristo. es un terrible engaño del mismo demonio que engaña los espíritus soberbios para que crean que hoy se descubre el verdadero rostro de Cristo, que hoy se descubre el verdadero sentido de las Escrituras, que hoy se descubre el sentido auténtico de la Tradición, mientras se va traicionando todo.
y las pobres almas tan sedientas de Dios se pierden en la búsqueda de tantos falsos pastores. san miguel arcángel, defiéndenos en la batalla..." (Padre Seb)