"El amor que no
puede sufrir no es digno de ese nombre".
(Santa Clara)
SANTA CLARA DE ASÍS
1193-1253.
Fiesta: 11 de agosto.
Fundadora de la Orden de las
Clarisas.
Clara significa: Vida transparente.
Clara nació en Asís, Italia, en
1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su
madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy
cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor.
Desde sus primeros años Clara se vio
dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía otra cosa
de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación. Siempre
mostró gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo
por crecer cada día en su vida espiritual.
Ya en ese entonces se oía de los
Hermanos Menores, como se les llamaba a los seguidores de San Francisco. Clara
sentía gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y
hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las
criadas. Le llamaba mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo
y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían
le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su
visión.
SU LLAMADA Y SU ENCUENTRO CON SAN
FRANCISCO. COFUNDADORA DE LA ORDEN
La conversión de Clara hacia la vida
de plena santidad se efectuó al oír un sermón de san Francisco de Asís. En
1210, cuando ella tenía dieciocho años, San Francisco predicó en la catedral de
Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para
seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al
oír las palabras: "este es el tiempo favorable... es el momento... ha
llegado el tiempo de dirigirme hacia Él que me habla al corazón desde hace
tiempo... es el tiempo de optar, de escoger…", sintió una gran
confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.
Durante todo el día y la noche,
meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón.
Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que
ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en
Él toda su fuerza y entereza.
Cuando su corazón comprendió la
amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la
guerra comprendió que esta forma de vida eran como la espada afilada que un día
traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso
otro señor mas que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega
pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente. El que en la
oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro
Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de
una manera total y radical.
Clara sabía que el hecho de tomar
esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la
visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues
el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya
cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres que mantenían
intocables los estratos sociales y sus privilegios. A los pobres les daba una
esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el
Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día. Para
Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su
vinculación con Francisco podía ser mal entendida.
Santa Clara se fuga de su casa el 18
de marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la gran aventura de su
vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta
concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde
Capilla de la Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos
Menores y se consagra al Señor por manos de Francisco.
EMPIEZAN LAS RENUNCIAS
De rodillas ante San Francisco, hizo
Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de
dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer
paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en
la cabeza un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por
allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa.
Para santa Clara la humildad es
pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en
deseos de darse sin límites a los demás.
Días más tardes fue trasladada
temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al
darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de
llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de
sus cortos años de edad, obliga finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla.
Días más tardes, San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla
a otro monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su
hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión de la
Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue
también su prima Pacífica.
San Francisco les reconstruye la
capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón
diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor
habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más grande
anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor, de
su gran "Sí" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy vemos
y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la cual santa Clara se inspiraría
y formaría parte crucial, siendo cofundadora con san Francisco en la Orden de
las Clarisas.
Cuando se trasladan las primeras
Clarisas a San Damián, san Francisco pone al frente de la comunidad, como guía
de Las Damas Pobres a santa Clara. Al principio le costó aceptarlo
pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de
las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga
que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser
verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas
espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.
Desde que fue nombrada Madre de la
Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre
a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en
plenitud.
Siempre atenta a la necesidades de
cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre, son
recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro más rico
de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.
Santa Clara acostumbraba tomar los
trabajos más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de
los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa
verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en
sus manos.
Por el testimonio de las mismas
hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho
frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran más delicadas les
cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba
suficiente su cuerpo.
Cuando hacía falta pan para sus
hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más
viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa
dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un
ejemplo que debe calar en nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por
cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella.
Tenía gran entusiasmo al ejercer
toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo
muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser santa Clara. Este
fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas.
La humildad brilló grandemente en santa
Clara y una de las más grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en
el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección
y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no
la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo
que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección.
Se exigía más de lo que pedía a sus hermanas.
Hacía los trabajos más costosos y
daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies a
las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas
y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con
suprema humildad.
En una ocasión, después de haberle
lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo
aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a
Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar
con ternura el pie de la hermana y lo besó.
Con su gran pobreza manifestaba su
anhelo de no poseer nada más que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas.
Para ella la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y
renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza,
que por fin fue otorgado por el Papa Inocencio III.
Para santa Clara la pobreza era el
camino en donde uno podía alcanzar más perfectamente esa unión con Cristo. Este
amor por la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y
Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey, y, sin embargo, no
tuvo nada ni exigió nada terrenal para sí y cuya única posesión era vivir la
voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su culmen en
la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar.
La vida de santa Clara fue una
constante lucha por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo
lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el
deseo por la salvación de las almas.
La pobreza la conducía a un
verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que san Francisco,
veía en la pobreza ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran
exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y
la manera de mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y su Evangelio.
Siguiendo las enseñanzas y ejemplos
de su maestro san Francisco, quiso santa Clara que sus conventos no tuvieran
riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran
regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso
aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le
escribió: "Santo Padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos
mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo
de ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había
que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi
Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar
también a nosotros".
MORTIFICACIÓN DE SU CUERPO
Si hay algo que sobresale en la vida
de Santa Clara es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como
prenda íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una
cama compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a
cambiar por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.
Los ayunos. Siempre vivió una vida
austera y comía tan poco que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se
explicaban cómo podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba
días sin probar bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente
con ella misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total
al amor que la consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y
desear solamente a su amado Jesús.
Por su gran severidad en los ayunos,
sus hermanas, preocupadas por su salud, informaron a san Francisco quien
intervino con el Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un
pedazo de pan que no fuese menos de una onza y media.
LA VIDA DE ORACIÓN
Para santa Clara la oración era la
alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella
como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su
profesión.
Ella acostumbraba a pasar varias
horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su
silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración,
se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la
adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un
gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los
hombres.
Se postraba rostro en tierra ante el
Señor, y, al meditar la pasión, las lágrimas brotaban de lo más íntimo de su
corazón. Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos
de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que,
cuando Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus
palabras eran tan ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo
y encendido amor por el Señor.
Hizo fuertes sacrificios los
cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se
excedía, ella contestaba: “Estos excesos son necesarios para la redención, Sin
el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación".
Ella añadía: "Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo
viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe
rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese
equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno". Santa
Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.
MILAGROS DE SANTA CLARA
LA EUCARISTÍA ANTE LOS SARRACENOS
En 1241 los sarracenos atacaron la
ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda
de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a
rezar muy asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota al
Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y
se les enfrentó a los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan
terrible oleada de terror que huyeron despavoridos.
En otra ocasión los enemigos
atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas
oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin
saber por qué.
EL MILAGRO DE LA MULTIPLICACIÓN DE
LOS PANES
Cuando solo tenían un pan para que
comieran cincuenta hermanas, santa Clara lo bendijo, y, rezando todas un Padre
Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad
se la repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que
todas comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía,
el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus
esposas pobres?".
En una de las visitas del Papa al
Convento, dándose las doce del día, santa Clara invita a comer al Santo Padre
pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes
para que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "Quiero que seas tú
la que bendigas estos panes". Santa Clara le dice que sería como un
irespeto muy grande de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El
Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la
Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó
la Cruz impresa sobre todos los panes.
LARGA AGONÍA
Santa Clara estuvo enferma
veintisiete años en el convento de San Damiano, soportando todos los
sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía
costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó
"Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene
esta santa monjita".
Cardenales y obispos iban a
visitarla y a pedirle sus consejos.
San Francisco ya había muerto pero
tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Ángel y Fray
León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa
repetía: "Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de
Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino
que me consuelan".
El 10 de agosto del año 1253 a los
sesenta años de edad y cuarenta y un años de ser religiosa, y dos días después
de que su regla sea aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su premio.
En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.
Cuando el Señor ve que el mundo está
tomando rumbos equivocados o completamente opuestos al Evangelio, levanta
mujeres y hombres para que contrarresten y aplaquen los grandes males con
grandes bienes.
Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales, etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.
Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales, etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.
El Señor en su gran sabiduría y
siendo el buen Pastor que siempre cuida de su pueblo y de su salvación, nunca
nos abandona y manda profetas que con sus palabras y sus vidas nos recuerdan la
verdad y nos muestran el camino de regreso a Él. Los santos nos revelan
nuestros caminos torcidos y nos enseñan cómo rectificarlos.
TRAS LOS PASOS DE SANTA CLARA EN
ASÍS
En la Basílica de santa Clara
encontramos su cuerpo incorrupto y muchas de sus reliquias.
En el convento de San Damiano, se
recorren los pasillos que ella recorrió. Se entra al cuarto donde ella pasó
muchos años de su vida acostada, se observa la ventana por donde veía a sus
hijas. También se conservan el oratorio, la capilla, y la ventana por donde
expulsó a los sarracenos con el poder de la Eucaristía.
ORACIÓN
A SANTA CLARA DE ASÍS
PARA
UNA PETICIÓN URGENTE Y DIFÍCIL
Gloriosísima
virgen
y
dignísima madre santa Clara de Asís,
espejo
clarísimo de santidad y pureza,
base
firme de la más viva fe,
llamarada
de perfecta claridad
y
erario riquísimo de todas las virtudes.
Por
todos estos favores con que
el
Divino Esposo os colmó,
y
por la especial prerrogativa
de
haber hecho a vuestra alma
trono
de su infinita grandeza,
alcánzanos
de tu inmensa piedad,
que
limpie nuestras almas
de
las manchas y de las culpas,
y,
destituidas de todo efecto terreno,
sean
templo digno de su morada.
También
te suplicamos por la paz
y
tranquilidad de la Iglesia,
para
que se conserve siempre en la unidad de fe,
de
la santidad y de las costumbres,
que
la hacen incontrastable
a
los esfuerzos de sus enemigos.
Y
si fuese para mayor gloria de Dios
y
bien espiritual mío
concededme,
os ruego
cuanto
pido en esta oración,
y
el favor especial que tanto necesito:
(Hacer
la petición).
Apiadaros
de mí y conseguidme
rápida
y favorable solución
a
esta urgente y apremiante solicitud,
que
agobia y entristece mi corazón.
Vos,
como Madre y protectora,
no
me abandonéis en este difícil trance,
presentad
mis deseos ante el Trono de Dios,
pues
yo confío en la bondad infinita,
que
por vuestros méritos alcanzaré,
para
mayor honra y gloria
de
Nuestro Señor,
que
vive y reina por los siglos de los siglos,
Amén.
Rezar,
con gran confianza y fe en la intercesión
de
santa Clara de Asís,
tres
Padrenuestros, tres Avemarías y tres Glorias.
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