BLASFEMIA CONTRA EL ESPÍRITU SANTO
“Pues
ya demostramos que tanto judíos como griegos están bajo el pecado, como dice la
Escritura: No hay quien sea justo, ni siquiera uno Solo… El camino de la paz no
lo conocieron”. (Rm . 3, 10 y 17)
La Iglesia
católica asiste muda, sin pulso ni reacción visible, a la labor diaria de
demolición de la Fe por parte de Jorge Mario Bergoglio.
Falso Pedro (el papa
sigue siendo BXVI), Bergoglio nos recuerda mucho a otro usurpador del
pontificado, Jasón, impuesto por aquel precursor del Anticristo que fue el rey Antíoco IV Epífanes,
que depuso del solio al Sumo sacerdote Onías para colocarle a él. Este falso
Sumo Sacerdote llevó al pueblo judío a la apostasía, obligándole a aceptar las
costumbres griegas, para lo cual no dudó en construir una palestra y un
gimnasio bajo la acrópolis de Jerusalén, abominio a los ojos de Yahvé.
Como Jasón,
Bergoglio es también un promotor del indiferentismo y de la falsa paz con el
mundo. En su labor de promoción de la apostasía, no ha dudado en firmar hace
unos días, junto con el imán de la Universidad Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb – el
mismo que mantiene que hay que matar a los musulmanes que se conviertan al cristianismo
(1) -, una Declaración titulada “Documento sobre la Fraternidad humana por la
paz mundial y la convivencia común”. Puede consultarse aquí:
Recordemos
que ya en su mensaje navideño (2), Bergoglio abogó por una paz y fraternidad
universales de todos los pueblos, naciones y religiones, al margen de la Verdad
de Cristo, que fue saludado por los masones de todo el mundo (3).
Nuestros
lectores tienen que saber que ése es exactamente el concepto de la fraternidad
masónica, la que supuestamente deben profesarse todos los hombres del orbe,
dejando de lado cualquier supuesta Verdad revelada. Puro relativismo, que niega
la encarnación del Hijo de Dios, que nos trajo la única Verdad y la única
religión verdadera.
“¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación,
que dice a Sión: «Ya reina tu Dios!»” (Is. 52, 7)
“¡He aquí por los montes los pies del mensajero de
buenas nuevas, el que anuncia la paz!” (Nahúm 2, 1)
Los
católicos sabemos que la verdadera paz no es la paz del mundo. Una falsa paz
que se conseguiría, supuestamente, renunciando a aquellos elementos de nuestra
fe que son rechazados por los musulmanes, judíos, ateos, protestantes,
budistas, etc. Es decir, una impostura religiosa que proporcione a los hombres
una solución aparente a sus problemas seculares mediante el precio de la
apostasía de la verdad (Catecismo, 675).
“La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a
ustedes como la da el mundo”. (Jn. 14, 27)
Porque
predicar la Verdad implica pugna y conflicto.
“No crean que he venido a traer paz a la tierra. No
vine a traer paz, sino espada”. (Mt. 10, 34).
Porque la
paz de Cristo no es un irenismo buenista, una entente cordial entre la Cruz y
los enemigos de Cristo, no procede del comercio con falsos credos, sino del
ofrecimiento de la Verdad, por cuya proclamación multitud de santos han dado
testimonio supremo de martirio ante sus perseguidores de las demás religiones,
el comunismo o el fascismo. De forma que el que se bautice y crea en Cristo se
salvará, y el que no crea se condenará eternamente (Mc. 16, 16).
De hecho,
los profetas todos suspiraban por la verdadera paz que traería el Mesías,
Jesús, como nos lo recuerda el precioso Canto de Zacarías, lleno del Espíritu
Santo:
“por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que
harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que
habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino
de la paz.” (Lc. 1, 78-79)
Porque, a la
vista de cómo el pueblo de Israel se había desviado de Dios y de cómo el resto
de los pueblos yacía en la idolatría, solo en la Palabra de Dios, el Verbo,
podía hallarse paz en este mundo:
“Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel,
anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor
de todos.” (Hechos 10, 36)
Y de esta
forma, siguiéndole, tanto judíos como gentiles hemos alcanzado la paz de Dios.
“Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la
incircuncisión, sino la creación nueva. Y para todos los que se sometan a esta
regla, paz y misericordia, lo mismo que para el Israel de Dios”. (Gál. 6,
15-16)
Y solo quien
cumpla sus enseñanzas será feliz y tendrá paz:
“Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto
en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros”. (Fil. 4, 9)
Y la
paz de Cristo se encuentra solo en la Iglesia católica, que es su Cuerpo
místico:
“Que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues
a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo”. (Col. 3, 15)
Estas
verdades que están en la Revelación pública y en el magisterio perenne de la
Iglesia fueron ya oscurecidas en un mal Documento, muy ambiguo, que produjo el
CVII, Nostra Aetate, auspiciado por el cardenal jesuita Agostino Bea (masón de
la lista Pecorelli). En su epígrafe V se encuentra el germen de esta
Declaración ahora firmada, que resalta la fraternidad universal de todas las
religiones y hombres al margen de Cristo (4). El CVII no contiene ningún
error doctrinal expreso y nosotros, como católicos, lo aceptamos en continuidad
con el magisterio anterior de la Iglesia. Pero como Concilio ecuménico que fue,
es criticable en algunas de las declaraciones y omisiones que realizan algunos
de sus documentos, como éste en concreto.
Precisamente,
para reafirmar la exclusividad de la Verdad en Cristo, el Card. Ratzinger
aprobó, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la
Declaración Dominis Iesus, que
recondujo los perversos efectos de Nostra Aetate a sus justos términos.
Cosa muy
distinta es el llamado “espíritu del Concilio”, es decir, la interpretación que
clérigos masones y marxistas hicieron de la letra del mismo (interpretado en
sus lagunas e imprecisiones conforme al magisterio anterior, repetimos),
espíritu que no es ciertamente divino sino satánico en lo que tiene de ruptura
de la tradición y magisterio anterior y al que constantemente apela Bergoglio
para destruir la Iglesia. No es casual que este Documento firmado en los
Emiratos Árabes lo haya justificado Bergoglio en un supuesto seguimiento
“milimétrico” de ese espíritu (5).
El Documento
firmado el pasado 4 de febrero es un auténtico canto a la fraternidad masónica,
una fraternidad sin Padre, ya que los musulmanes no tienen el mismo Dios que
nosotros los católicos, en la medida de que el Dios verdadero, como nos fue
revelado por Cristo, es Uno y Trino. Y los musulmanes, como los judíos, niegan
la divinidad de Cristo… y éstos últimos, incluso, le tienen por un impostor.
Solo son hijos de Dios en sentido estricto los bautizados, los que creemos en
Él:
“Pero a todos los que la recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. (Jn. 1, 12)
Y hay varias
frases de en esa Declaración que son terroríficas, constituyendo auténticos
pecados contra el Espíritu Santo, pues le atribuyen al Paráclito el deseo de
que existan varias religiones, todas ellas igualmente válidas:
“El pluralismo y la diversidad de religión, color,
sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios
creó a los seres humanos”.
En el
documento llama “creyentes” a todos los que crean en Dios, como si el Dios que
les permite a los musulmanes matar cristianos (según literalidad expresa del
Corán y de los hadices) o ejecutar a los que se hayan convertido al
cristianismo fuera el mismo Dios que el Dios católico. O como si pudiésemos
hablar del mismo Dios cuando niegan a Cristo como Dios.
En otra
parte, el Documento se queja de la crisis que lleva a la muerte a millones de
niños y dice que frente a ella “reina un silencio internacional inaceptable”…
¿Se estaría refiriendo a su propio silencio en no condenar el comunismo de
Maduro y las hambrunas que ha provocado en Venezuela?
También
habla de la esencialidad de la familia, pero habría que recordarle a Bergoglio
que con Amoris Laetitia fulmina, literalmente, la indisolubilidad del
matrimonio católico, justificando el mayor ataque a la familia que es el
divorcio y el adulterio, fuente de mayores pecados y de sufrimiento de padres e
hijos.
¡Incluso se
atreve a decir que el Occidente cristiano tiene mucho que aprender de la
religiosidad de Oriente!
Otro de sus
latiguillos, aquí repetido en varias ocasiones, es que hay fundamentalismo
religioso en todas las religiones (también en la Iglesia), igualándolo a los
supuestos fundamentalistas católicos con el fundamentalismo religioso musulmán
(¡!). Y es que para él los fundamentalistas católicos son los que se creen en
posesión de la Verdad (6), ¡como si la Verdad revelada del Evangelio no fuera
absoluta…!
Recordemos
que Bergoglio ya ha negado sibilinamente al Dios católico (es decir, Uno y
Trino) cuando dijo aquello de que Dios no es católico:
“Y yo creo en Dios. No en un Dios católico, no existe
un Dios católico, existe Dios. Y creo en Jesucristo, su encarnación. Jesús es
mi maestro y mi pastor, pero Dios, el Padre, Abba, es la luz y el Creador. Éste
es mi Ser.”
Porque, en
su mente, Dios es solo el Padre y Cristo sería una suerte de encarnación no
divina, sino una que hace de Él solo un mero maestro… Entonces ese Cristo no es
Dios, sino aquel hombre que “fracasó en la Cruz” (¿lo recuerdan?) y que se
“hizo serpiente” (interpretación gnóstica de la Cábala, por cierto). Y si, en
sus serpentinas palabras, por las venas de Cristo corría sangre pagana es
porque se estaba remitiendo a la genealogía de San José, que como sabemos no le
pasó su sangre a Cristo… Pero con esa blasfemia hacía a Cristo hijo natural del
santo esposo de la Virgen… negando también que fuera Hijo de Dios. Y porque si
María no nació santa sino que se hizo santa, como dijo hace poco, ¿podría en
realidad haberse encarnado Cristo en Ella, si tenía pecado original? Pues no,
claro. Vemos claramente cómo este falso cordero que es Bergoglio habla como un
Dragón (Apoc. 13, 11).
Y por si a
alguno no le había quedado claro lo que en realidad piensa Bergoglio, en la
rueda de prensa del avión que le trajo de vuelta desde los Emiratos Árabes (7),
manifestó de manera palmaria sus posiciones alucinadas sobre la fe:
-alabó
a los “sabios del Islam”: “Los sabios del Islam…una cosa profunda”; “Me quedé
con la impresión de haber estado entre verdaderos sabios”.
-aclaró
que le hubiera gustado ir a la Conferencia de la ONU sobre las migraciones
(apoyando la emigración musulmana a Europa, como viene haciendo desde el inicio
de su pontificado, claro);
-apoyó
el diálogo y mediación en Venezuela, negándose a condenar a Maduro y a su
despiadado régimen comunista;
-consideró
que la paz “es una obra de la sabiduría y de la fidelidad. Fidelidad humana, entre
los pueblos y todo esto”, cuando sabemos bien que la paz procede de Cristo;
-dijo
que el documento condena la violencia y considera que el Islam es una religión
de paz, de forma que son algunos grupos integristas los que malinterpretan su
religión. Esto es falso: basta leer el Corán, la Sunna o los hadices para ver
decenas de imprecaciones violentas contra los infieles y justificaciones de su
ejecución;
-alabó
a un chico ateo y le aconsejó que hiciera lo que sintiera, como si hubiera
salvación en hacer la propia voluntad y no la de Dios: “Me dijo:
“Santidad, yo soy ateo, ¿qué tengo que hacer para convertirme en un hombre de
paz?”. Yo le dije: “Haz lo que sientas”, le hablé un poco, pero me gustó la
valentía del chico, es ateo pero busca el bien”.
-confirmó
el fundamento de la ideología de género-feminista cuando afirmó que la mujer
está sometida históricamente, lo cual puede ser cierto en el Islam, pero desde
luego no en el cristianismo: “Yo osaría decir que la humanidad todavía no ha
madurado: la mujer es considerada “de segunda clase”. Comencemos por aquí: es
un problema cultural….”.
-etc…
En fin… Como
resumen, cabe decir que el beso apasionado de Bergoglio con Al Tayyeb, con el
que selló la Declaración firmada, es el beso de los hijos de la viuda. El mismo
beso con que selló la Declaración con los protestantes en Lund de 31 de octubre
de 2016, fiesta de Halloween (recuerden: ninguna confesión católica tiene la
verdad absoluta sino que todas son caras iguales del mismo poliedro).
Ante esta
expresa y patente herejía indiferentista, que se resume en negar a Cristo para
congraciarse con el Islam y el resto de las falsas confesiones a las que llama
“religiones”, para crear una falsa paz y una falsa Iglesia mundial, a Bergoglio
le es perfectamente aplicable aquello sobre lo que ya nos advertía tan
seriamente San Juan, acerca de estos momentos críticos de la Iglesia:
“No os he escrito porque ignoréis la verdad, sino
porque la conocéis y porque ninguna mentira procede de la verdad. ¿Quién es
el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el Anticristo,
el que niega al Padre y al Hijo. Todo aquel que niega al Hijo tampoco
tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre.” (1 Jn. 2,
21-23)
María
Santísima, debeladora de todas las herejías, abre los ojos de los que no
quieren ver la malicia de Bergoglio y a los demás que, por pura gracia, velamos
y vemos, consíguenos albergar un gran amor a la Verdad y odiar con todas
nuestras fuerzas el error pestífero. Por Jesucristo, Nuestro Señor, Amén.
NOTAS AL PIE
(4). “La fraternidad
universal excluye toda discriminación
5-
No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos
fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. la relación del
hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal
forma unidas que, como dice la Escritura: “el que no ama, no ha conocido a
Dios” (1 Jn4,8).
Así se
elimina el fundamento de toda teoría o práctica que introduce discriminación
entre los hombres y entre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a
los derechos que de ella dimanan.
La Iglesia,
por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier
discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o
religión. Por esto, el sagrado Concilio, siguiendo las huellas de los santos
Apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, “observando en
medio de las naciones una conducta ejemplar”, si es posible, en cuanto de ellos
depende, tengan paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos
del Padre que está en los cielos.”
Juan Suárez Falcó
Visto en Como Vara de Almendro
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