EL SEXTO MANDAMIENTO: NO COMETERÁS ACTOS IMPUROS
Si el quinto mandamiento del Decálogo es expresión de la absoluta soberanía
de Dios sobre cada individuo, el sexto —no adulterarás (Ex.
20:14)— manifiesta el dominio del Señor sobre la propagación y el desarrollo de
la familia humana. Enseña la Escritura que Dios, después de crear a Adán, le
dio por compañera a Eva, estableciendo así la institución matrimonial,
principio y fundamento de la familia y de la sociedad, llamándoles, por la
distinción de sexos, a participar de su poder creador.
El sexto
precepto del Decálogo protege el amor humano y señala el camino recto para que
el individuo coopere libremente en el plan de la creación, usando de la
facultad de engendrar, que ha recibido de Dios. Al mismo tiempo, traza un cauce
al instinto, de modo que la generación no sea fruto de una fuerza irracional
—como en los animales—, sino una donación libre y responsable, concorde al
decoro y santidad de los hijos de Dios.
Expresado en
forma negativa, señala los límites dentro de los cuales el uso de la facultad
sexual respeta el orden establecido por Dios, convirtiéndose en medio de
santificación.
La virtud de la
castidad consiste esencialmente en la ordenación del instinto sexual al fin que
Dios le ha señalado. Se trata de una exigencia de la misma naturaleza humana,
que pide que lo corporal permanezca subordinado y sujeto a lo espiritual.
El Catecismo de
la Iglesia católica dice:
“La lujuria es
un deseo desordenado de goce excesivo de placer sexual. El placer sexual es moralmente
desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de
procreación y unión matrimonial” (CEC, 2351)
1.- LA VIRTUD DE LA TEMPLANZA ES LA VIRTUD QUE MODERA
LA CONCUPISCENCIA
Para los
cristianos, esta moderación se efectúa por medio de la razón iluminada por la
fe, por lo que tiene exigencias divinas, distintas y más altas, que la
correspondiente virtud humana.
1.1.- LA TEMPLANZA: SU ÁMBITO
En sentido
estricto, la templanza es una de las cuatro virtudes cardinales. Y podíamos definirla
como la virtud sobrenatural por la que refrenamos los deseos desordenados de
los placeres sensibles y usamos con moderación de los bienes temporales.
Decimos virtud sobrenatural, para distinguirla de la correspondiente
natural, que tiene exigencias, como hemos dicho, menos altas. Lo propio de la
templanza es refrenar los movimientos del apetito concupiscible, es decir, los
deseos desordenados de los placeres sensibles, principalmente los que son
propios del gusto y del tacto, que ofrecen la máxima delectación,
como necesarios para la conservación del individuo y de la especie. En
consecuencia, la templanza abarca la moderación de los placeres de la nutrición
y de la generación.
Esa moderación
la hace según la razón iluminada por la fe, por ser sobrenatural. La templanza
humana o adquirida modera según la razón humana. La sobrenatural o infusa va
mucho más allá, puesto que añade las luces de la fe a las propias de la razón
natural, con exigencias más finas, altas y delicadas.
La virtud de la
castidad es aquella parte de la templanza que modera los placeres propios de la
generación. El sexto y noveno mandamiento del Decálogo se refieren a los actos
externos e internos, respectivamente, relacionados con el instinto genésico.
1.2.- LA TEMPLANZA CRISTIANA
La templanza se
vive bien sólo cuando el hombre sabe lo que vale su alma; cuando el hombre
aprecia el don de Dios, al otorgarle un cuerpo que debe alimentar, y al
depositar en él la corresponsabilidad de que crezca, mediante la generación, la
familia de los hijos de Dios.
“Carísimos, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de
arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios: saboread las cosas del
cielo, no las de la tierra” (Col 3: 1-2).
El cristiano
debe esforzarse por hacer realidad de algún modo, ya en la tierra, lo que será
su vida en el cielo. Y esto lo consigue a través de la ayuda del Espíritu Santo
derramado en su corazón (Rom 5:5), y mediante el ejercicio de las virtudes
fundamentales para el desarrollo de esa caridad, como es, por ejemplo, la santa
pureza.
1.3.- LA CASTIDAD, UNA AFIRMACIÓN GOZOSA
Al valorar
debidamente esta participación en el poder creador de Dios, debemos agradecer,
cuidar y administrar este tesoro con grandísima delicadeza y responsabilidad.
La santa pureza no es una renuncia, sino una afirmación gozosa. Sin
embargo, no todos son capaces de entender esto (Mt 19:11). Hace falta tener al
menos una visión cristiana de la vida, y un deseo profundo y eficaz de amar a
Dios con todo el corazón.
No puede
extrañar, por tanto, que para una mentalidad materialista, que intenta borrar a
Dios del pensamiento y de la conciencia, la virtud de la pureza se presente
como algo negativo o se desprecie. Es aleccionador, y asombrosamente actual, el
panorama que describía con dolor San Pablo al hablar de la sociedad más culta y
avanzada de su tiempo.
Por haber “colocado la mentira en el lugar de la verdad de Dios
(…), los entregó el Señor a pasiones infames, pues sus mismas mujeres
invirtieron el uso natural, en el que es contrario a la naturaleza. Del mismo
modo también los varones, desechado el uso natural de la hembra, se abrasaron
en amores brutales de unos con otros cometiendo torpezas nefandas varones con
varones, y recibiendo en sí mismos la paga merecida de su obcecación.
Pues como no quisieron reconocer a Dios, Dios los entregó a un réprobo
sentido, de suerte que han hecho acciones indignas del hombre, quedando
atestados de toda suerte de iniquidad, de malicia, de fornicación …” (Rom 1: 25-29).
La corrupción
de las costumbres y de la conciencia moral, no raramente comienza por los
pecados contra la pureza. La experiencia enseña que el abandono de la lucha
contra esas faltas lleva a cohonestarlas (encubrirlas, camuflarlas),
violentando y deformando el juicio de la conciencia, hasta insensibilizarla por
completo. Pero también esos errores y horrores son la última consecuencia; el
castigo del enfrentamiento con Dios, de la actitud orgullosa que no quiere
someterse a la soberanía divina.
Como decía
Santo Tomás de Aquino:
“Por el vicio de la lujuria…, es lógico que las energías superiores de la
verdad y de la razón se sientan grandemente desordenadas”.
2.- EN LA SAGRADA ESCRITURA
La Biblia describe el castigo de la lujuria carnal, además del adulterio.
En el Génesis, por ejemplo, leemos acerca de la sentencia por la nuera contra
Judá (Gen 38:24); en Deuteronomio dice el precepto, “de las hijas de
Israel que ninguna sea cortesana” (Deut 23:17). Tobías exhorta: “Guárdate,
hijo mío, de todo acto impúdico” (Tob 4:13). Y el Eclesiástico
dice: “Avergüénzate de mirar a la mujer pecadora” (Eclo 41:25). La
ley mosaica, no sólo se refiere al sexto mandamiento: “no cometerás
adulterio”, sino también al noveno mandamiento, “no codiciarás
la mujer de tu prójimo.” (Ex 20: 14-17). En Gen 38: 4-10 se castiga el
Onanismo.
En el Evangelio, Jesucristo señala que del corazón provienen los adulterios
y actos deshonestos que manchan al hombre (Mt 15:19). Jesús reporta la vivencia
de esta virtud a su raíz interna, exigiendo rectitud en el obrar, la moralidad
de la intención, la integridad de la mente: “Se os dijo no adulterarás,
pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con
ella en su corazón “(Mt 5:27). El vientre repleto provoca lujuria, como
dice el Señor: “Cuidad de que vuestros corazones no se emboten por la
crápula, la embriaguez, las preocupaciones de la vida: no caiga de improviso
sobre vosotros este día” (Lc 21: 34).
La impureza carnal es la vía preferida por Satanás para corromper el alma,
puesto que es la más fácil. Por eso necesita vigilancia. Es por ello que Cristo
nos dice: “Velad y orad para no caer en tentación. El espíritu está
dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26:41) porque puede apartarnos
de la fe y la devoción, corrompe cuerpo y alma, lleva al placer desenfrenado,
idolatra a la carne y nos hace malos.
El apóstol San Pablo con frecuencia, se refiere a este vicio, con palabras
fuertes, e insiste en exhortar: “¡Huid de la fornicación!” (1
Cor 6:18). “No se relacionen con los fornicarios” (1 Cor
5:9); “En medio de vosotros, no se mencione ni siquiera la
incontinencia, la impureza de ningún tipo, ni la avaricia” (Ef
5:3); “Deshonestos, adúlteros, afeminados y pederastas, no heredarán el
reino de Dios” (1 Cor 6:9). A los de Tesalónica, San Pablo les dice: “No
os entreguéis a las pasiones como hacen los paganos” (1 Tes 4:5).
La Sagrada
Escritura también nos habla de este mandamiento en su sentido positivo: No
cometer actos impuros significa, en el fondo, educarnos para el amor verdadero,
que respeta al prójimo como hijo de Dios y a sí mismo, como templos del
Espíritu Santo (1 Cor 3: 16-17). Nuestra sexualidad, querida por el Señor, es
una poderosa fuente de energía, si es vivida de forma inteligente y modo evangélico.
Ella nos ayuda a amar a nuestro prójimo en su plenitud humana y espiritual, y
es anticipo del Amor que encontraremos en la eterna Luz del cielo.
3.- EL SEXTO MANDAMIENTO PROHÍBE
El sexto
mandamiento prohíbe toda acción, conversación o mirada contraria a la castidad
dentro o fuera del matrimonio.
El pecado de
impureza pone al hombre por debajo de la condición de los animales, y le
arrastra a otros pecados, pues es uno de los pecados capitales: la lujuria.
Esta consiste de un modo principal en el apetito desordenado de deleites
venéreos (carnales). Se da fuera del matrimonio, o dentro de él quebrantando
sus leyes.
Jesucristo confirmó el precepto divino que prohibía la impureza
externa e interna (Cfr. Ex 20: 14 y 17), poniendo de relieve la gravedad
de la materia, al reprobar la mirada mala y al mostrar en el corazón la mala
raíz (Cfr. Mt 5: 27-28), que mancha el alma con todos sus frutos (Mc 7: 21-22).
No cabe ahí parvedad de materia, es decir, constituye una violación
grave del sexto mandamiento cualquier satisfacción desordenada del apetito
sexual —advertida como tal y consentida—, de pensamiento, de palabra, de deseo
o de obra. Además, los pecados de pensamiento y de deseo están expresamente
prohibidos por el noveno mandamiento (Cfr. Gal 5: 19-21; Rom 13:13; 1 Cor 5:11;
6: 9-20; Col 3: 5; Heb 13: 4; 1 Pe 4: 1-6. etc.)
3.1.- SUS GRAVES CONSECUENCIAS
Sus graves consecuencias están descritas por San Pablo en Rom 1: 25-29, ya
recogidas anteriormente en este mismo artículo.
3.2.- PUNTOS DE DOCTRINA CATÓLICA
En toda su variedad, desde el movimiento desordenado del corazón a la
perversidad más degradante, la impureza es propia del paganismo y
constituye una verdadera idolatría que excluye de la herencia en el Reino de
Cristo (Cfr. 1 Cor 5: 3-5). Tan grave es la materia y tan pegadiza para el
hombre que lleva en sí las heridas del pecado original, que ni siquiera se debe
nombrar innecesariamente (Ef 5: 3-4).
Las razones para la completa descalificación moral de todo acto impuro son
numerosas. Por el pecado de lujuria el hombre queda de tal manera sujeto a los
caprichos de la pasión, que rebaja su dignidad de criatura racional a la de un
simple “bruto” incapaz de dominar el instinto. Además, por la impureza y la
incontinencia, el hombre mancha y pervierte su propio cuerpo, reduciéndolo a
simple instrumento de placer, etc.
Conviene
recordar que la Iglesia ha afirmado, entre otros, los siguientes puntos:
– la existencia
de una verdadera libertad moral en el hombre durante su vida terrena, con la
posibilidad de obrar el bien en el orden natural y de cooperar con la gracia;
– la necesidad
de la gracia para la justificación —y también para poder cumplir siempre y
completamente los preceptos de la ley natural—, y la necesidad del recurso a
los sacramentos (en particular la Confesión y la Eucaristía) para vivir
cristianamente;
– la necesidad
de mortificar los apetitos desordenados, y en general de la práctica ascética
fundada en la oración y en la mortificación: práctica que no va contra la
naturaleza, sino contra el desorden introducido por el pecado y sus
consecuencias, y que, por tanto, se ordena con la gracia a restablecer la
armonía primordial de la naturaleza humana y a consentir el desarrollo de la
vida sobrenatural;
– el valor de la virtud de la castidad, dentro y fuera del matrimonio,
ordenando debidamente lo referente a la vida sexual, como una condición básica
para la santidad, para la vida de oración, para luchar contra el egoísmo y la
soberbia, etc… Y, en consecuencia, el valor y la necesidad de aquellas virtudes
que forman el cortejo y la custodia de la santa pureza: el pudor, la modestia,
la sobriedad, etcétera;
– la necesidad
de huir tanto de la desesperación como de la presunción; por tanto, la
necesidad de luchar contra las tentaciones e invocar el auxilio divino, y
también de evitar las ocasiones y huir del peligro próximo y voluntario de
pecado.
4.- LOS PECADOS EXTERNOS
4.1.- LOS PECADOS EXTERNOS CONSUMADOS SEGÚN LA NATURALEZA
Como son:
– La fornicación es pecado mortal. Es el acto del
que se puede seguir la generación, tenido por mutuo acuerdo y consentimiento
entre hombre y mujer solteros, no relacionados con ningún vínculo familiar o
religioso. Cuando no se reconoce la fornicación como pecado, se debe a la
corrupción de la razón natural, como ocurría con muchos pueblos antes de ser
evangelizados por el cristianismo. Las relaciones sexuales prematrimoniales
pertenecerían a este grupo.
Su ilicitud le viene tanto por derecho natural, a causa de
los daños que sobrevendrían a la sociedad de la unión libre, como por Derecho
positivo divino, que excluye a los fornicarios del Reino de los
Cielos (1 Cor 6:9).
– El concubinato refiere a la relación marital
que mantiene una pareja sin estar casada.
– La prostitución se refiere a la actividad que
realiza la persona que cobra por mantener relaciones sexuales con otros
individuos. Prostituirse, por lo tanto, consiste en tener sexo a cambio de un
pago.
– El adulterio añade a la fornicación una nueva
malicia, pues se peca además contra la justicia. Los maridos que son adúlteros
no pecan menos que las esposas, aunque injustificadamente suelen ser más
indulgentes consigo mismos. Añade a la fornicación la circunstancia de que uno,
o los dos, estén casados con distintas personas. En este caso son dos los
pecados, uno contra la castidad y otro contra la justicia, y es necesario
declararlo en la confesión.
– Incesto es la fornicación tenida entre parientes
dentro de los grados prohibidos por la Iglesia para contraer matrimonio. Se ve
claro que este pecado añade a la fornicación otro especial contra la piedad. También
participan de esta malicia los malos deseos y los deshonestos tocamientos entre
los mencionados parientes.
– Sacrilegio, considerado
como pecado de lujuria, es la violación de una persona, lugar o cosa sagrados
por un pecado deshonesto. Son las tres especies de lujuria sacrílega que pueden
cometerse y que añaden al pecado de lujuria otro contra la religión. Y
este sería doble cuando los dos cómplices estuvieran consagrados a Dios.
– Estupro es la violación
de una mujer contra su voluntad. Al pecado de lujuria se añade otro de
injusticia, en la que se emplea la coacción moral o física.
– Rapto es el secuestro
violento de una persona con fines lujuriosos. Lleva consigo dos pecados graves,
por lo mínimo, uno contra la castidad (por lo menos de deseo) y otro contra la
justicia, por la violencia ejercida.
Estos pecados
“matan” el alma, privan de la vida futura a quien muere sin la absolución
sacramental, arruinan muchas veces las familias y los hogares, significan la
deshonra de los hijos, y privan a los pecadores también de su propia honra.
4.2.- LOS PECADOS EXTERNOS CONSUMADOS CONTRA LA NATURALEZA
Como son: la
masturbación, el onanismo, la sodomía, etc.
– Cualquiera de estos pecados es, en sí mismo, más grave que los
anteriores, en cuanto suponen un mayor desorden moral.
En aquellos
pecados que se requiere cómplice para cometerlo, además de la lujuria, se dan
desórdenes contra otras virtudes como: la piedad, la religión, la justicia,
etc., y siempre contra la caridad para con el prójimo.
– Masturbación o polución: Se la conoce también con el nombre de pecado solitario. Es el acto
deshonesto cometido por una persona en su propio cuerpo por el que busca la
delectación venérea desordenadamente apetecida. Es siempre pecado grave, como
enseña la razón iluminada por la fe, y nos confirma la Iglesia.
– Onanismo: El onanismo
provocó la ira de Dios sobre Onán (Cfr. Gen 38: 9-10) y jamás es lícito. Es la
unión sexual voluntariamente interrumpida para que el semen se derrame fuera
del lugar debido. Además del onanismo natural, que es el que
acabamos de definir, se da además el artificial, que impide también
la concepción usando medios artificiales. Ambos son pecado mortal, porque
frustran por completo la finalidad buscada por la naturaleza con el acto sexual.
La malicia es doble entre solteros. Y, entre casados, el onanismo voluntario es
siempre pecado mortal, porque va contra el fin primario del matrimonio y de la
fidelidad conyugal.
– Sodomía: es un pecado más grave que los otros dos, por su
enorme deformidad. Dios castigó las ciudades nefandas de Sodoma y Gomorra por
este crimen, arrasándolas con fuego llovido del cielo (Cfr. Gen 19: 1-29) y se
castigaba con pena de muerte en la Ley Antigua (Cfr. Lev 20:13). Es el pecado
carnal entre personas del mismo sexo (inversión sexual). Cometen también este
pecado las personas de distinto sexo cuando hacen actos sexuales contra el
orden natural.
4.3.- Los pecados externos no consumados
Los pecados no
consumados contra la castidad, pueden ser internos (se estudian en el 9º
mandamiento) y externos. En este apartado se incluyen los tocamientos
deshonestos, las miradas torpes, las conversaciones impuras, la lectura de
libros malos y la asistencia a espectáculos indecentes: determinados bailes,
cines, teatros, internet, etcétera.
La malicia
moral de estos actos puede variar según las personas y las circunstancias. La
malicia puede provenir de varias fuentes:
-Por el escándalo o cooperación al mal ajeno;
-por la intención: la intención explícita o implícita
(más o menos oculta bajo falsos pretextos) de provocar movimientos sexuales, lo
convierte en pecado directo contra la castidad y es siempre mortal. La
intención de satisfacer la curiosidad, el espíritu de ligereza, el juego o la
burla, constituyen de suyo solamente pecado venial;
-por el consentimiento o peligro de consentimiento en
el placer sexual sobrevenido involuntariamente por los movimientos carnales. En
la práctica, el peligro de estos movimientos —que en sí mismos no son pecado,
pero que llegarían a serlo si se consienten—, es muy diferente según sean las
circunstancias de la persona y las acciones concretas que los provocan. La
intención recta y el fin serio disminuyen grandemente el peligro de los efectos
desordenados; por ejemplo, por razones de estudio, higiene, etc.
Los pecados
externos no consumados son, por tanto, pecados mortales. En cambio los
movimientos carnales, las conversaciones, miradas, besos, etc. no son en sí
mismos pecados, pero sí lo pueden ser si se acompañan de un deseo libidinoso, o
constituyen una ocasión próxima de pecado, o no se rechazan con prontitud; pues
es la voluntad la que lleva al pecado, como nos enseñó Nuestro Señor
(Cfr. Mt 5:28).
4.4.- RESUMEN MORAL
Por lo tanto, se puede decir, como regla general, que la lujuria
querida o consentida no admite parvedad de materia: es siempre
pecado mortal. El motivo está en que la lujuria nos desvía radicalmente de
nuestro fin y de nuestro bien. En cambio, el uso natural de la capacidad de
generación dentro del matrimonio es una realidad querida y bendecida por Dios
que la constituyó en materia de un sacramento (matrimonio) de
su Iglesia (Cfr. Ef 5:32).
5.- LA EDUCACIÓN DE LA PUREZA
Para luchar
eficazmente contra estos pecados es necesaria una constante educación de la
pureza. La santa pureza es corona triunfal, afirmación gozosa, virtud de
hombres que saben lo que vale su alma, y que nace del amor.
“Ved que, por eso, nunca hablo de impureza, sino de pureza, ya que a todos
alcanzan las palabras de Cristo: bienaventurados los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios (Mt 5:8). Por vocación divina, unos habrán
de vivir esa pureza en el matrimonio: otros, renunciando a los amores humanos,
para corresponder única y apasionadamente al amor de Dios. Ni unos ni otros
esclavos de la sensualidad, sino señores del propio cuerpo y del propio
corazón, para poder darlos sacrificadamente a otros”.
5.1.- EVITAR LA OCIOSIDAD, pues el demonio
espera estos momentos para atacarnos. San Jerónimo nos dejó escrito: Haz
que el demonio te encuentre siempre ocupado.
5.2.- LA MODERACIÓN EN LA COMIDA, BEBIDA, dando al cuerpo algo menos de lo justo. Para defender y vivir la pureza es
necesario mortificar todos los sentidos, que son las ventanas por donde la
muerte asalta al alma: la gula, la vanidad, la curiosidad y toda clase de
sensualidad.
5.3.- GUARDAR LA VISTA. David, hombre
según el corazón de Dios, no se perdió en los campos de batalla o en la corte
real trabajando, una mirada en un rato de ocio causó su ruina. Jesús nos
aconseja: Velad y orad (Mt 26:41). Y para no ver,
es preciso prever. Recordemos el caso de Lot cuando huía de
las llamas de Sodoma, a quien el ángel le aconsejó: “No mires atrás, ni te
pares en toda la región circunvecina, sino ponte a salvo en el monte” (Gen
19:17) Y San Agustín refiere el caso de Alipio, que asistió a un
espectáculo pagano, a pesar de haber hecho propósito de no mirar, “vio,
gritó y se encendió en llamas impuras”.
5.4.- CUIDAR LOS DETALLES DE PUDOR Y MODESTIA, en el vestir, en la conversación, en la lectura, en el modo de sentarse y
de andar. La pureza lo abarca todo a la vez: entendimiento, corazón, y cuerpo.
Es una virtud delicada que exige que evitemos aun el peligro y la apariencia de
mal.
5.5.- EVITAR LAS CONVERSACIONES sobre cosas
impuras, ni siquiera para lamentarse: es materia más pegajosa que la pez.
5.6.- DESECHAR LAS LECTURAS de libros,
revistas o diarios inconvenientes. Determinadas lecturas son directamente
pecado y muchas otras, pueden llegar a ser ocasión próxima de pecado.
5.7.- NO ACUDIR A ESPECTÁCULOS Y BAILES cuando tienden a ser deshonestos. No pensar que debemos ser como los demás;
sino que hemos de ser buenos cristianos.
5.8.- NO TENER NUNCA LA COBARDÍA DE SER VALIENTES: así como las tentaciones contra la esperanza hay que atacarlas, las que van
contra la pureza se deben esquivar. La huida en esta materia es valentía,
porque se huye en dirección del amor, en defensa de lo que más nos interesa.
5.9.- PEDIR LA PUREZA con humildad,
frecuentando los sacramentos, que son la medicina de nuestra debilidad. Sin
estos remedios sobrenaturales no es posible vencer en la lucha por vivir la
pureza.
5.10.- SER MUY SINCEROS en la dirección
espiritual:
“Apártate inmediatamente del peligro, en cuanto percibas los primeros
chispazos de la pasión, y aun previamente. Habla además enseguida con quien
dirija tu alma; mejor antes, si es posible, porque, si abrís el corazón de par
en par, no seréis derrotados”.
“Hablar antes”
significa abrir el corazón tan pronto como se perciban los primeros avisos de
peligro. De todas formas, es conveniente hablar siempre con sencillez, claridad
y valentía.
5.11.- NO ESTAR OCIOSOS: No nos debe
sobrar el tiempo, ni un segundo. Trabajo hay siempre mucho por hacer. El mundo
es grande y son millones las almas que no han oído aún con claridad la doctrina
de Cristo.
5.12.- LA MORTIFICACIÓN Y LA ORACIÓN: recordad, como nos dice Jesucristo, que hay demonios que no se echan sino
con la oración y el ayuno (Cfr. Mt 17:21).
5.13.- Y tener siempre una gran DEVOCIÓN A LA VIRGEN
MARÍA.
“Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie —no
desconfíes—; por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono
de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma” (San José María Escribá de Balaguer).
6.- UN BUEN EXAMEN DE CONCIENCIA PARA LOS PECADOS
CONTRA EL SEXTO Y EL NOVENO MANDAMIENTO
Dada la
gravedad y la frecuencia de este pecado, es conveniente realizar un buen examen
de conciencia previo a la confesión. Les dejo aquí algunas de las preguntas que
conviene hacerse con frecuencia antes de confesarse.
¿He sostenido conversaciones indecentes? (Cuentos, chistes o canciones
obscenas…) ¿Cuántas veces?
¿He mirado con mirada lujuriosa? (Objetos obscenos, imágenes, revistas,
dibujos, películas…) ¿Cuántas veces?
¿He leído algo deshonesto, pornográfico, o peligroso?
¿He hecho algún acto impuro: ¿solo?, ¿acompañado?, ¿de distinto sexo?, ¿de
qué estado?, ¿pariente? ¿Cuántas veces?
¿Me he puesto voluntariamente en peligro u ocasión próxima de pecar?
(internet, ciertos bailes, espectáculos, personas, sitios, cines, televisión,
novelas…)
En el matrimonio: ¿cómo son mis relaciones: santas, puras, dignas,
frívolas, peligrosas, por pasatiempo, con libertades, criminales?
También en el matrimonio: ¿he abusado de él? ¿Impido su fruto? ¿Cuántas
veces?
¿Lucho contra la fuerza de la pasión? ¿Procuro resistir a la tentación?
¿Acudo en ellas a Dios y a la Santísima Virgen?
7.- VIVIR LA CASTIDAD
Según el estado
de las personas, se vive la castidad de tres formas diferentes:
-Los sacerdotes y religiosos han renunciado, como
ofrenda a Dios, a casarse y a tener vida sexual para entregarse totalmente al
Creador.
-Los novios y solteros viven la castidad con la continencia.
Los novios a través del dominio de su cuerpo demuestran que respetan el del
otro y que lo aman. Los solteros en la consideración de respeto hacia su propio
cuerpo.
-Las personas casadas han de vivir en castidad que
viene a significar manifestar el respeto hacia el otro, y, estando siempre
abiertos a una nueva vida.
Padre Lucas Prados
Visto en Adelante la Fe
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