SAN JUAN DAMASCENO
Obispo y Doctor de la Iglesia
Año 749
Se le llama "Damasceno",
porque era de la ciudad de Damasco (en Siria).
Su fama se debe principalmente a que
él fue el primero que escribió defendiendo la veneración de las imágenes.
San Juan Damasceno, el primero de la
larga fila de aristotélicos cristianos, fue también uno de los dos más grandes
poetas de la Iglesia oriental, junto con san Román Méloda. San Juan pasó su
vida entera bajo el gobierno de un califa mahometano y este hecho muestra el
extraño caso de un Padre de la Iglesia cristiana, protegido de las venganzas de
un emperador, cuyas herejías podía atacar impunemente, ya que vivía bajo el
gobierno musulmán. Él y Teodoro el Estudita fueron los principales y más
fuertes defensores del culto de las sagradas imágenes en la amarga época de la
controversia iconoclasta. Como escritor teológico y filosófico, no intentó
nunca ser original, ya que su trabajo se redujo más bien a compilar y poner en
orden lo que sus predecesores habían escrito. Aun así, en las cuestiones
teológicas se le considera como la última corte de apelación entre los griegos
y, su tratado «De la Fe Ortodoxa» es aún para las escuelas orientales, lo que
la «Summa» de santo Tomás de Aquino llegó a ser para el Occidente.
Los gobernadores musulmanes de
Damasco, donde nació san Juan, no eran injustos con sus súbditos cristianos,
aunque les exigían pagar un impuesto personal y someterse a otras humillantes
condiciones. Permitían que, tanto los cristianos como
los judíos, ocuparan puestos importantes y que, en ciertos casos, amasaran
grandes fortunas. El médico de cabecera del califa era casi siempre un judío,
mientras que los cristianos eran empleados como escribas, administradores y
arquitectos. Entre los oficiales de su corte, en 675, había un cristiano,
llamado Juan, que tenía el cargo de Jefe del departamento de Recaudación de
impuestos, oficio que parece haber llegado a ser hereditario en su familia. Ese
fue el padre de nuestro santo y el sobrenombre de «al-Mansur», que los árabes
le dieron, fue después transferido al hijo. Juan Damasceno nació alrededor del
año 690. Y fue bautizado en su infancia. Respecto a su
primera educación, si hemos de creer a su biógrafo, «su padre se encargó de
enseñarle no cómo montar a caballo, ni cómo arrojar una lanza, ni cómo cazar
fieras y trocar su bondad natural en una brutal crueldad, como sucede a muchos,
sino que Juan (el padre) buscó un tutor erudito en todas las ciencias, hábil en
todas las formas del conocimiento, que produjera buenas palabras de su corazón
y le entregó a su hijo para que fuera nutrido con esta clase de alimento».
Después le pudo proporcionar otro
maestro, un monje llamado Cosme, «de hermosa apariencia, pero de alma más
hermosa aún», a quien los árabes habían traído de Sicilia entre otros cautivos.
Su padre tuvo que pagar un gran precio por él y muy merecido, ya que, si hemos
de creer a nuestro cronista, sabía gramática y lógica, tanta aritmética como
Pitágoras y tanta geometría como Euclides. Le enseñó al joven Juan todas las
ciencias, pero especialmente la teología, lo mismo que a otro joven a quien su
padre parece haber adoptado, llamado también Cosme, que llegó a ser poeta y
trovador y que por fin acompañó a su hermano adoptivo al monasterio en donde
ambos se hicieron monjes. A pesar de su formación teológica, no parece haber
considerado, al principio, otra carrera sino la de su padre, a quien sucedió en
su oficio. En la corte podía llevar libremente una vida cristiana y ahí se hizo
notable por sus virtudes y especialmente por su humildad. Sin embargo, después
de desempeñar su importante puesto por algunos años, san Juan renunció a su oficio
y se fue de monje a la «laura». De San Sabas, cerca de
Jerusalén.
Es aún un punto discutido si sus
primeras obras contra los iconoclastas fueron escritas mientras estaba en
Damasco, pero las mejores autoridades desde los tiempos del dominico Le Quien,
que publicó sus obras en 1712, son de la opinión de que el santo se hizo monje
antes de que estallara la persecución, y que sus tres tratados fueron
compuestos en la laura de San Sabas. De cualquier manera, Juan y Cosme se
establecieron entre los hermanos y ocuparon su tiempo libre escribiendo libros
y componiendo himnos. Posiblemente se ha pensado que a los otros monjes les
agradó la presencia de tan valeroso campeón de la fe como Juan, pero esto
estaba muy lejos de ser verdad. Se decía que los recién llegados estaban
introduciendo la discordia. Ya era malo el escribir libros, pero aún peor el
componer y cantar himnos, por lo que los hermanos estaban escandalizados. El
colmo llegó cuando, a petición de un monje cuyo hermano había muerto, Juan
escribió un himno fúnebre y lo cantó con una dulce melodía compuesta por él
mismo. Su superior, un viejo monje cuya celda compartía, lo atacó lleno de
furia y lo arrojó de ahí: «¿Olvidas de esta manera tus votos?», exclamó el
viejo, «en lugar de cubrirte de luto y llorar, te sientas lleno de gozo y te
deleitas cantando».
Solamente le permitió regresar
después de varios días, bajo la condición de que recorriera los alrededores de
la laura y recogiera toda la basura con sus propias manos. San Juan obedeció
sin replicar; pero durante el sueño, Nuestra Señora se le apareció al viejo
monje y le ordenó que permitiera a su discípulo escribir tantos libros y tantas
poesías como quisiera. De ahí en adelante, san Juan pudo dedicar su tiempo al
estudio y a su trabajo literario. Añade la leyenda que fue varias veces
enviado, quizás para el bien de su alma, a vender canastas en las calles de
Damasco, donde antaño había ocupado tan alto puesto. Debe, sin embargo,
confesarse, que estos detalles, escritos por su biógrafo más de un siglo
después de la muerte del santo, son de dudosa autoridad.
Si los monjes de San Sabas no
apreciaron debidamente a los dos amigos, hubo otros fuera que sí lo hicieron.
El patriarca de Jerusalén, Juan V, los conocía muy bien por su reputación y
deseó tenerlos entre su clero. Primero tomó a Cosme y lo hizo obispo de Majuma
y después ordenó de sacerdote a Juan y lo llevó a Jerusalén. Se dice que san
Cosme gobernó su grey admirablemente hasta su muerte; pero san Juan regresó
pronto a su monasterio. Revisó cuidadosamente sus escritos y «donde quiera que
se adornaran con flores retóricas o parecieran superfluos en su estilo, los
redujo prudentemente a una más austera gravedad para que no tuvieran ningún
asomo de ligereza o falta de dignidad». Sus obras en defensa de los iconos
habían sido conocidas y leídas dondequiera y le habían merecido el odio de los
emperadores que los perseguían. Sus enemigos nunca lograron lastimarlo, porque
nunca cruzó las fronteras para entrar al Imperio Romano. El resto de su vida lo
pasó escribiendo teología y poesía en san Sabas, donde murió a una edad
avanzada. Fue proclamado Doctor de la Iglesia en 1890.
Antiguamente se asociaba el pasaje
del Evangelio que se refiere a la milagrosa curación del hombre de la mano seca
(Mc 3) con una anécdota sobre la vida de san Juan Damasceno que en un tiempo se
creyó, y que ahora es considerada apócrifa, pero que es bueno conocer, sobre
todo para interpretar alguna iconografía: cuando el santo era todavía oficial
del tesoro en Damasco, el emperador León III, que le odiaba, pero que no podía
hacer nada contra él abiertamente, intentó perjudicarlo por medio de un engaño;
falsificó una carta y pretendió que había sido escrita a él por Juan, en la que
se le informaba que Damasco estaba débilmente defendida y en que le ofrecía su
ayuda, en caso de que decidiera atacar. León envió al califa esta carta
falsificada, con una nota al efecto, diciéndole que odiaba la traición y
deseando que su amigo conociera el comportamiento de su funcionario. El airado
califa hizo cortar la mano derecha a Juan, pero le entregó el miembro mutilado
por petición del mismo. El santo llevó la mano cortada a su cabaña particular y
rezó en versos hexámetros ante una imagen de la Madre de Dios. Por intercesión
de Nuestra Señora, la mano se unió de nuevo al brazo y fue empleada
inmediatamente para escribir una acción de gracias.
Fuente:
El testigo fiel
TEXTO DE SAN JUAN DAMASCENO
Convenía que aquella que en el parto
había conservado íntegra su virginidad, conservase sin ninguna corrupción su
cuerpo después de la muerte. Convenía que aquella que había llevado en su seno
al Creador hecho niño, habitara en la morada divina. Convenía que la Esposa de
Dios entrara en la casa celestial. Convenía que aquellas que había visto a su
Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el dolor de que había estado
libre en el parto, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Convenía que
la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada
como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas (San Juan Damasceno, Homilía
II in dormitionem B. V. Mariae, 14 (PG 96, 742))
ORACIÓN, DE SU DECLARACIÓN DE FE
Me llamaste, Señor, para servir a
tus hijos
De la Declaración de la fe, de san
Juan Damasceno, Cap. 1: PG 95, 417-419
Tú, Señor, me sacaste de los lomos
de mi padre; tú me formaste en el vientre de mi madre; tú me diste a luz niño y
desnudo, puesto que las leyes de la naturaleza siguen tu mandatos.
Con la bendición del Espíritu Santo
preparaste mi creación y mi existencia, no por voluntad de varón, ni por deseo
carnal, sino por una gracia tuya inefable. Previniste mi nacimiento con un
cuidado superior al de las leyes naturales; pues me sacaste a la luz
adoptándome como hijo tuyo y me contaste entre los hijos de tu Iglesia santa e
inmaculada.
Me alimentaste con la leche
espiritual de tus divinas enseñanzas. Me nutriste con el vigoroso alimento del
cuerpo de Cristo, nuestro Dios, tu santo Unigénito, y me embriagaste con el
cáliz divino, o sea, con su sangre vivificante, que él derramó por la salvación
de todo el mundo.
Porque tú, Señor, nos has amado y
has entregado a tu único y amado Hijo para nuestra redención, que él aceptó
voluntariamente, sin repugnancia; más aún, puesto que él mismo se ofreció, fue
destinado al sacrificio como cordero inocente, porque, siendo Dios, se hizo
hombre y con su voluntad humana se sometió, haciéndose obediente a ti, Dios, su
Padre, hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Así, pues, oh Cristo, Dios mío, te
humillaste para cargarme sobre tus hombros, como oveja perdida, y me
apacentaste en verdes pastos; me has alimentado con las aguas de la verdadera
doctrina por mediación de tus pastores, a los que tú mismo alimentas para que
alimenten a su vez a tu grey elegida y excelsa.
Por la imposición de manos del
obispo, me llamaste para servir a tus hijos. Ignoro por qué razón me elegiste;
tú solo lo sabes.
Pero tú, Señor, aligera la pesada
carga de mis pecados, con los que gravemente te ofendí; purifica mi corazón y
mi mente. Condúceme por el camino recto, tú que eres una lámpara que alumbra.
Pon tus palabras en mis labios; dame
un lenguaje claro y fácil, mediante la lengua de fuego de tu Espíritu, para que
tu presencia siempre vigile.
Apaciéntame, Señor, y apacienta tú
conmigo, para que mi corazón no se desvíe a derecha ni izquierda, sino que tu
Espíritu bueno me conduzca por el camino recto y mis obras se realicen según tu
voluntad hasta el último momento.
Y tú, cima preclara de la más
íntegra pureza, excelente congregación de la Iglesia, que esperas la ayuda de
Dios, tú, en quien Dios descansa, recibe de nuestras manos la doctrina inmune
de todo error, tal como nos la transmitieron nuestros Padres, y con la cual se
fortalece la Iglesia.
Oración
Te rogamos, Señor, que nos ayude en
todo momento la intercesión de san Juan Damasceno, para que la fe verdadera que
tan admirablemente enseñó sea siempre nuestra luz y nuestra fuerza. Por nuestro
Señor Jesucristo.
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