"Llegaron a una finca que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir horror y angustia, y les dijo: me muero de tristeza: quedaos aquí y estad en vela. Adelantándose un poco, cayó a tierra, pidiendo que si era posible se alejase de él aquella hora."
(Mc
14, 32-34)
ORIGEN DE LA HORA SANTA
La hora santa es una práctica
de origen divino. En una de sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque Jesús le
dijo; "Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la
mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te
reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para
acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre, te
postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en
demanda de perdón por los pecadores".
Pío XI, al comienzo del
año Santo, exhortó al ejercicio de la Hora Santa como un "obligado y
amoroso recuerdo de las amargas penas que el Corazón de Jesús quiso soportar
para la salvación de los hombres". Ya antes, en su carta encíclica sobre
la expiación que todos deben al Sagrado Corazón de Jesús "Miserentissimus
Redemptor" (8-V-1928) señaló: el Corazón de Jesús "para repararar las
culpas recomendó esto, especialmente grato para El: que usasen las súplicas y
preces durante una hora (que con verdad se llama Hora Santa), ejercicio de
piedad no sólo aprobado, sino enriquecido con abundantes gracias
espirituales". En otra ocasión explicó que "su fin principalísimo es
recordar a los fieles la pasión y muerte de Jesucristo, e impulsarles a la
meditación y veneración del ardiente amor por el cual instituyó la Eucaristía
(memorial de su pasión), para que purifiquen y expíen sus pecados y los de
todos los hombres". (21-III-1933).
Se trata por tanto de
dedicar una hora a meditar los misterios cuando Cristo se sintió sólo y débil,
como nosotros, y pide al Padre aparte el cáliz. Una hora para acompañarle, como
el Ángel del huerto, en cuanto podemos, místicamente, junto al sagrario. Es una
hora para volcar en su Sagrado Corazón todos nuestros afanes y sufrimientos, y
recibir su gracia para sobrellevarlos. Una hora en definitiva, para agradecer su
sacrificio y aprender de Él.
PRÁCTICA DE LA
HORA SANTA
Muchas personas no
practican esta devoción porque envuelve un gran sacrificio. Esta devoción no es
obligatoria. Pío XI facilitó el tiempo para la Hora Santa al fijarlo desde la
puesta del sol hasta su salida, aunque la hora más indicada es la de once a
doce en la noche del jueves a viernes. Cualquier lugar es válido aunque es
preferible la Iglesia y ante el sagrario a ser posible.
En cuanto a las
oraciones, no hay nada fijo establecido, pero a juzgar por las palabras de
Nuestro Señor a santa Margarita, lo más propio parece ser la meditación de su
amarga Pasión y Agonía, su grandísima humillación, su infinito amor no
correspondido, y los ultrajes hechos a su divina Majestad.
La Hora Santa se puede llenar
por tanto, con varias devociones, como por ejemplo: leer por espacio de quince
minutos la agonía de Nuestro Señor y luego meditar otros tantos minutos lo
leído; o hacer el devoto ejercicio del Vía Crucis o del Rosario doloroso. Sea
cual sea la devoción elegida lo importante es que debe ofrecerse todo ello por
la conversión de los pecadores, tal y como Jesús mismo manifestó a santa
Margarita.
1. En el Centro de Evangelización Católica (SCJTM)
se puede consultar el texto de
esta carta encíclica de S. S. Pío XI y cuyo tema central es la expiación que
todos debemos al Sagrado Corazón de Jesús.
- Ofrecimiento
- Acto de reparación
- Meditaciones
El ejercicio de esta piadosa devoción no tiene
unas oraciones y textos reglamentados. Los que aquí se proponen son sólo un
ejemplo que puede complementarse o sustituirse con el rezo del Rosario,
del Vía Crucis o de lecturas bíblicas. En cualquier caso, su
finalidad es la reparación y conversión de los pecadores.
LA HORA DE ACEPTAR LA
CRUZ
Alvaro Ginel
Alvaro Ginel
El lugar era familiar.
Tú conocías bien ese Huerto de los Olivos.
Pero esta noche es diferente.
Esta noche es la hora,
el momento cumbre... y tú lo sabes bien
y por eso estás ahí, donde están los que obedecen...
hasta la muerte.
Tú conocías bien ese Huerto de los Olivos.
Pero esta noche es diferente.
Esta noche es la hora,
el momento cumbre... y tú lo sabes bien
y por eso estás ahí, donde están los que obedecen...
hasta la muerte.
Tú esta noche eres un
hombre...
un pobre hombre con la noche de todos los hombres encima...
Tú esta noche tienes que ser gusano:
para eso has venido...
para marchar como gusano de entre nosotros...
con los huesos bien al descubierto,'
con el corazón totalmente traspasado...
¿Te será esto soportable?
un pobre hombre con la noche de todos los hombres encima...
Tú esta noche tienes que ser gusano:
para eso has venido...
para marchar como gusano de entre nosotros...
con los huesos bien al descubierto,'
con el corazón totalmente traspasado...
¿Te será esto soportable?
Padre, aleja este cáliz.
Pero tú sabes bien que el Padre no quiere alejar el cáliz,
tú sabes que lo tuyo es beberlo...
entero...
Pero tú sabes bien que el Padre no quiere alejar el cáliz,
tú sabes que lo tuyo es beberlo...
entero...
Tú sabes que la única
palabra esta noche es la de Hijo:
No quiero mi voluntad sino la tuya.
Tú esta noche estás llamado a demostrar
que el amor es más fuerte que el pecado,
que el amor es más fuerte que la muerte...
y tienes que ir a tu destino...
el destino que tú sabes bien
y que los profetas marcaron:
Tú estás llamado esta noche a aceptar la Cruz.
No quiero mi voluntad sino la tuya.
Tú esta noche estás llamado a demostrar
que el amor es más fuerte que el pecado,
que el amor es más fuerte que la muerte...
y tienes que ir a tu destino...
el destino que tú sabes bien
y que los profetas marcaron:
Tú estás llamado esta noche a aceptar la Cruz.
Tú serás condenado a muerte
por haber vivido
la justicia y la misericordia:
tu gran pecado es ser el justo de Dios.
la justicia y la misericordia:
tu gran pecado es ser el justo de Dios.
Suda sangre, Señor, Rey de
los judíos...
Mil y mil muertes están sobre ti.
Tu sufrimiento es único: tiene talla de Dios.
Tu amor es único: tiene talla de Dios.
Mil y mil muertes están sobre ti.
Tu sufrimiento es único: tiene talla de Dios.
Tu amor es único: tiene talla de Dios.
Lo imposible así tú ya lo
estás haciendo posible
y los cielos y la tierra volverán a ver la Alianza.
y los cielos y la tierra volverán a ver la Alianza.
ORACIÓN
DE REPARACIÓN
¡Oh
Señor nuestro Sacramentado! Míranos aquí en tu adorable presencia. Venimos a
bendecirte y alabarte en unión de los ángeles que invisiblemente rodean esa
Hostia Divina.
Venimos
a consagrarte esta Hora Santa, gozándonos de estar aquí, en tu acatamiento, a
gustar de tu compañía y a conversar contigo, que tienes palabras de vida
eterna.
Sí,
Dios nuestro. Quisiéramos contemplarte a través de esa Hostia Santa con el
tiernísimo afecto con que os miraba tu Madre: con aquella devoción con que os
seguían tus discípulos, y muy singularmente el Discípulo Amado, cuando la noche
de la Cena reclinó su cabeza sobre tu ardiente Corazón.
Nos
sentimos felices de hallarnos junto a Ti, y queremos aprovechar todos los
momentos de esta Hora Santa para hacerte compañía, que tu presencia nos hace
tan agradable. Concédenos, oh Jesús, no dormirnos, como se durmieron tus
apóstoles la noche tristísima de tu agonía en el Huerto de los Olivos.
Míranos,
Señor; somos tus hijos, a quienes tantas veces habéis alimentado con tu mismo
Cuerpo y Sangre.
¡Señor!
Vuelve hacia nosotros tus ojos misericordiosos; pon en nuestros pensamientos
una ráfaga de la luz de tu Rostro, y en nuestros corazones una centellita
siquiera del fuego que abrasa tu dulcísimo Corazón.
Concédenos,
oh Jesús, sentir hondamente la verdad de aquellas palabras del Real Profeta:
"es mejor una hora en tu Casa, que mil años en compañía de los
pecadores".
ACTO
DE REPARACIÓN
Divino
Salvador de las almas: cubiertos de confusión nuestros rostros nos arrodillamos
en tu presencia soberana, dirigiendo una mirada al solitario Tabernáculo, donde
permaneces cautivo de amor, nuestros corazones se conmueven al contemplar la
soledad y olvido en que os tienen tus criaturas. ¿Habréis derramado en balde
vuestra Sangre bendita? ¿Será inútil tanto amor? Pero ya que nos has permitido
esta noche unir nuestras reparaciones a las tuyas, y acompañarte en tu Sacramento,
donde Tu, que sois el Sol del mundo, irradias silenciosamente sobre nosotros a
todas las horas la luz de la verdad, el calor del amor divino, la belleza de lo
sobrenatural y la fecundidad generosa de todo bien; ya que te has dignado
escogernos de entre todos los hombres para gozar de tu compañía y amistad,
permítenos por los que no os bendicen o blasfeman de Ti, oh pacientísimo Señor
Jesús, adorarte por todos aquellos que os tienen olvidado, e implorar para
ellos de la infinita misericordia de tu Corazón indulgencia para sus olvidos y
para sus crímenes.
La oración de san Sigisberto de Michael Pacher. 1480
Pinacoteca antigua, Munich
- ¡Oh Jesús! Por nuestros pecados,
los de nuestros padres, hermanos y amigos, y por los del mundo entero: Perdón, Señor, perdón.
- Por las infidelidades y
sacrilegios, por los odios y rencores: Perdón,
Señor, perdón.
- Por las blasfemias; por la
profanación de los días santos: Perdón,
Señor, perdón.
- Por las impurezas y escándalos: Perdón, Señor, perdón.
- Por los hurtos e injusticias, por
las debilidades y respetos humanos: Perdón,
Señor, perdón.
- Por las desobediencias a la Santa
Iglesia: Perdón, Señor,
perdón.
- Por los crímenes de los esposos,
las negligencias de los padres y las faltas de los hijos: Perdón, Señor, perdón.
- Por los atentados contra el
Romano Pontífice: Perdón,
Señor, perdón.
- Por las persecuciones levantadas
contra los obispos, sacerdotes, religiosos y sagradas vírgenes: Perdón, Señor, perdón.
- Por los insultos a vuestras
imágenes, profanación de los templos, abuso de los Sacramentos y ultrajes
al Augusto Tabernáculo: Perdón,
Señor, perdón.
- Por los crímenes de la prensa
impía y blasfema, y por las horrendas maquinaciones de las sectas
tenebrosas: Perdón,
Señor, perdón.
- Por los justos que vacilan, por
los pecadores que resisten a la gracia, y por todos los que sufren: ¡Piedad, Señor, piedad!
MEDITACIONES
I. Tú me llamas, ¡oh Jesús!, para ser
testigo de tu agonía; yo lo deseo con ardor. Tú me mandas que vele y ore
contigo durante esta hora: yo lo deseo de todo corazón, pero, ¡ay!, conocida os
es mi debilidad. Sostenme. Sin Ti sería más débil aún de lo que fueron tus
Apóstoles. ¡Oh alma mía, no pierdas un momento de hora tan preciosa y santa!
Con el Corazón de Jesús, adora al Eterno Padre. Yo vengo, ¡Dios eterno e
infinitamente Santo!, a postrarme en compañía de tu querido Hijo delante de
vuestra suprema Majestad, y anonadarme en presencia de tu grandeza; os ofrezco
su agonía, y los intensos dolores de su Corazón para satisfacer a tu justicia y
llorar mis pecados y los de todos los hombres, y, a fin de que te sea mi
oración más agradable, la uno a la que hizo Jesús en el huerto.
II. Para comprender el dolor que sintió
Jesucristo en el huerto de Getsemaní, sería necesario penetrar la grandeza de
su amor. Amaba infinitamente a su Eterno Padre, y le veía ultrajado cruelmente
por los hombres. Amaba profundamente a los hombres y los veía criminales y
destinados a suplicios eternos. ¡Qué desconsolador para el más sensible de los
corazones! ¿Qué le sugirió su infinito amor? Reparar los ultrajes hechos a su
Padre, redimir y librar a los hombres de los castigos merecidos, poniéndose en lugar
de ellos para sobrellevar el rigor de los suplicios que merecían. «Todos los
hombres juntos no son capaces, ¡oh Padre mío!, de satisfacer a vuestra
justicia, e indignas son de Ti las víctimas que podrán ofreceros; aquí me
tienes, pues, dice Jesús: «Tu no rechazarás este holocausto. Herid, omnipotente
Dios; tu justicia ultrajada sea satisfecha y el pecado del hombre expiado.» El
Padre acepta la ofrenda de su Hijo; le carga con todas las iniquidades de los
hombres, y desde entonces ya no le mira como el objeto de sus complacencias,
sino como víctima cargada con todos los pecados del mundo. En ese mismo
instante se siente Jesucristo como oprimido por el peso formidable de nuestras
iniquidades. ¡Qué horrible y qué amargo cáliz para el Santo de los Santos! ¿Lo
beberá? En cuanto le acerca a sus labios, su alma siente dolor, cae en mortal
tristeza, le abruman la angustia y el tedio, y de él se apodera el terror.
«Padre mío, exclama, desviad de mí este cáliz»; sin embargo, de ello, Jesús
bebe el cáliz de la amargura. Crece el dolor y quiere compartirlo con tres de
sus Apóstoles: «Mi alma, les dice, está mortalmente triste; velad, pues, y orad
conmigo.»
III. ¡Oh, qué horrores se le presentan a
los ojos! Ve todos los poderes del infierno desencadenados contra él, y a todos
los pecadores armados contra su sagrada persona. Ve acercarse las iniquidades
del mundo; vendido por uno de sus discípulos, negado por otro y abandonado de
todos. Ve las cadenas, los azotes, los clavos, las espinas y la cruz que le
preparan y cargan sobre sus débiles hombros, y camina por el calvario hasta el
monte, donde, clavado en el madero, exclama: «Perdónalos, porque no saben lo
que hacen.» «Padre mío, Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
¡Oh Jesús mío, crucificado
por mis culpas en ese madero de ignominia! Perdóname, porque, arrepentido, me
postro a tus plantas llorando mis pecados. Cuando contemplo tu Corazón
derramando sangre divina, tiembla mi alma pecadora; cuando veo tus pies y tus
manos clavados y tu sagrada cabeza cubierta de espinas, me confundo y anonado,
porque yo fui la causa de tu dolor.
IV. Considera, alma mía, que un Dios
adorado en el cielo por los Angeles es ultrajado en la tierra por los
pecadores; un Dios de infinita grandeza, es clavado en una cruz; en el cielo,
delicias; aquí, sudor de sangre. ¡Oh Jesús, tanto como habéis amado a los hombres,
y los hombres no se compadecen de Ti! Tu amor a nosotros fue tanto, que
quisiste quedarte en la Sagrada Eucaristía para consolarnos y fortalecernos.
Haz, Señor, que todos te amemos con amor puro y santo para que tu Corazón reine
en el nuestro y seamos tu digna morada.
Bendito sea vuestro santo
nombre en todo el universo; sea tu Sagrado Corazón amado y adorado de todos los
hombres; sea tu Iglesia honrada, respetada y salga siempre victoriosa de tus
enemigos; no se extinga jamás entre nosotros la antorcha de la fe, antes
resplandezca con nuevo brillo; todos nuestros hermanos permanezcan unidos a la
Iglesia Católica Romana; los separados de ella se conviertan a la verdad, todos
los hombres respeten vuestro Evangelio, tus misterios, tus altares; y que nos
sea, en fin, provechosa la sangre derramada en el Huerto y en el Calvario.
¡Oh, Salvador y Redentor
mío! Haced que florezca vuestra Santa Religión y renazca la fe en las almas. No
cese vuestra luz de iluminar los pueblos donde vuestra Ley ha brillado con
tanto esplendor. Envíanos el ángel que vuestro discípulo amado vio atravesando
el cielo con el Evangelio en la mano para evangelizar a los habitantes de la
tierra y decirles: «Temed al Señor y tributadle los homenajes que le son
debidos.» Danos Santos y haced que nuestro corazón sea semejante al vuestro.
¡Oh María! Hijos tuyos
somos: muestra que eres nuestra Madre, reconciliándonos con tu Hijo Jesús. Ángeles
tutelares de esta nación, Santos protectores de nuestra amada Patria: venid en
nuestro socorro, preservados del naufragio, sed nuestros intercesores para con
Dios y suplicadle nos conceda sus misericordias y su amor. Sea el Corazón de
Jesús conocido, amado y adorado en todo el universo. Amén.
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