Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).
Meditaremos sobre las tres tentaciones de Jesús en el desierto, a saber: 1º El cuidado excesivo del cuerpo y de la salud; 2º El amor propio, que presume de sus fuerzas y quiere exhibirse; 3º La ambición y el interés personal.
— Tomaremos en seguida la resolución: 1º de Evitar las delicadezas excesivas en el cuidado del cuerpo; y 2º De no buscar sino a Dios en todas las cosas. Nuestro ramillete espiritual será la sentencia del Apóstol Santiago: “Resistid al demonio, y se retirará de vosotros”.
ADOREMOS A JESUCRISTO TENTADO EN EL DESIERTO POR EL DEMONIO
Adoremos a Jesucristo en el desierto, que permite ser tentado por el demonio, para instruirnos en lo que debemos hacer en semejantes tentaciones. Bendigamos a este Pontífice caritativo, que quiso ser bien probado por toda clase de tentaciones, a fin de asemejarse en todo a nosotros, fuera del pecado, y pongamos en Él toda nuestra confianza.
PRIMERA TENTACIÓN:
EL CUIDADO EXCESIVO DEL CUERPO Y DE LA SALUD
El demonio se acerca a Jesús y le dice: “¿Porque no coméis? Vuestro cuerpo no podrá resistir. ¿Por qué no decís a esas piedras que se conviertan en pan?” -"El hombre no vive solamente de pan, contestó Jesucristo; una palabra salida de la boca de Dios basta para hacerle vivir. He dado al Señor mi vida, mis fuerzas, mi salud: todo es suyo, y el cuidará de mí; por lo cual me abandono a su providencia". ¡Qué lección para nosotros en estas palabras! Y las confirma con su ejemplo: Vivió cuarenta días en el desierto, en un lugar horrible, expuesto en una montaña a todas las intemperies del aire; ayunó durante todo ese tiempo, sin probar ni pan ni agua; velaba una gran parte de las noches, y cuando descansaba, era sobre una roca o sobre la dura tierra. No quiere decirnos con eso que tratemos nuestro cuerpo con tal rigor, pues lo destruiríamos. La salud es un tesoro que nos ha confiado y que nos prohíbe malgastar por excesos; pero, tomada esta precaución, nos prohíbe todas las delicadezas y sensualidades del alimento, del vestido, del sueño y de la habitación; quiere que nos encontremos siempre bien, como quiera que estemos, hasta decir con S. Francisco de Sales: "Nunca me encuentro mejor que cuando no estoy bien". Quiere, en fin, que, a ejemplo de San Pablo, no rehusemos castigar nuestro cuerpo y reducirlo a la esclavitud, sea para expiar nuestros pecados, sea para evitar la recaída, sea para apaciguar la cólera de Dios contra los pecadores. ¿Son éstas nuestras disposiciones?
SEGUNDA TENTACIÓN:
EL AMOR PROPIO ORGULLOSO Y EL DESEO DE EXHIBIRSE
El demonio llevó a Jesucristo al pináculo del templo para que se dejase ver de todo el mundo y le propuso precipitarse desde allí, a fin de que, si caía sin herirse recibiese una vana complacencia. Jesucristo, rechazando esta tentación, se hace invisible a todo el pueblo y vuelve tranquilo a su soledad. Bello ejemplo que nos enseña que, en lugar de buscar cómo lucir y atraer las miradas, debemos: 1° No mostrarnos sino por necesidad y procurar siempre, por razones de fe, evitar la estimación y alabanzas, para vivir escondidos y menospreciados; 2° Mantenernos en guardia contra la presunción, que se reputa digna de ser honrada y se cree capaz de soportar el honor sin perderse por el orgullo. Recojámonos dentro de nosotros mismos y juzguémonos.
TERCERA TENTACIÓN:
LA AMBICIÓN Y EL PROPIO INTERÉS
Desde una montaña elevada descubre el demonio a las miradas de Jesucristo todos los reinos del mundo, con sus riquezas y su gloria: “Todo esto te daré, le dijo, si postrándote delante de mí, me adorares”. —“Apártate de aquí, Satanás, respondió Jesucristo, porque está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás”. Así debe obrar toda alma cristiana: Debe tener horror a toda bajeza, a toda intriga, a toda insinuación que tienda, ya sea a obtener favores de quienes pueda concedérselos, sea a elevarla a altos puestos, sea a mantenerla en ellos. Ella no se deja seducir por el aparato de los honores y no sabe doblar la rodilla delante de los que los conceden. Ella dice como el Apóstol: “Nada me importa que vosotros me juzguéis digno de alabanza o de desprecio”; en todo miro sólo mi deber. Si agrado a Dios, esto me basta, y todo lo demás es nada para mí. ¡Oh feliz libertad! ¡Oh santa independencia del alma así dispuesta! Examinemos delante de Dios si son éstas nuestras disposiciones.
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