Meditaciones para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para todos los días del año - Para uso del
clero y de los fieles", P. André Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las
vidas de San Francisco de Sales y del Cardenal Cheverus).
—Tomaremos en seguida la resolución: 1º De guardar mejor
nuestro corazón y nuestros sentidos contra el pecado y la disipación; 2° De
dedicarnos en este tiempo a la reforma del defecto que sea más importante
corregir en nosotros. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San
Pablo: "Llegado es el tiempo favorable, llegado es el día de la salvación".
Transportémonos en espíritu al desierto, donde Jesús pasa
cuarenta días y cuarenta noches. Contemplémosle abismado delante de la majestad
de Dios, su Padre, postrado de rodillas, a menudo con su rostro en tierra,
derramando su alma, ya en adoraciones, homenajes y acciones de gracias, ya en
súplicas, para obtener de su Padre misericordia en favor de los pobres
pecadores y agregando a sus súplicas, hechas con lágrimas en los ojos, una
mortificación incomparable, pues en estos cuarenta días no bebe ni come, no
tiene otra cama que las rocas y la tierra desnuda, ni otro abrigo que la bóveda
celeste. Rindámosle en este estado nuestros homenajes de adoración, de
admiración, de reconocimiento y de amor.
SANTIFICACIÓN DEL TIEMPO DE CUARESMA
Desde luego, Nuestro Señor nos lo enseña con su ejemplo.
Aunque su vida fue siempre eminentemente santa, le da durante estos cuarenta
días un carácter exterior de santidad completamente especial. Pasa sus días en
retiro; en lo cual quiere decirnos que pasemos nosotros un santo recogimiento,
condición necesaria para oír a Dios en el fondo del corazón, estudiarle y
conocerle, amarle y gozarle; y al mismo tiempo, con un espíritu de reflexión,
condición no menos necesaria para conocernos a nosotros mismos y reformarnos;
2º Pasa este tiempo en oración, para decirnos que debemos ser más fieles en
nuestros ejercicios de piedad y orar más y con más fervor; 3° Se somete en este
tiempo a la mortificación más rigurosa, para hacernos comprender que es
necesario, durante la Cuaresma, morir a la sensualidad y a los goces y
placeres, aceptar las privaciones impuestas por la Iglesia y hacer verdadera
penitencia. De esta suerte Nuestro Señor con su ejemplo nos enseña la santidad
del tiempo de Cuaresma; y esta enseñanza del Salvador está confirmada con la de
la Iglesia. Pues ¿por qué esas predicaciones más frecuentes, esos ejercicios
religiosos más numerosos? ¿Por qué esas privaciones obligatorias, sino para
decirnos que es necesario santificar esos días por la penitencia? ¡Oh! ¡Bendita
sea la Iglesia por esta enseñanza! En el transcurso de la vida olvidamos tan
fácilmente la penitencia, que tenemos gran necesidad de que cada año se nos
hable de ella, porque nos es indispensable, sea para expiar nuestros pecados,
sea para evitar las recaídas, a las cuales nuestra debilidad nos lleva
infaliblemente. A estas enseñanzas sobre la obligación de pasar santamente la
santa Cuaresma, añádese una razón poderosa, sacada de los grandes misterios de
la pasión y resurrección del Salvador, para los cuales la Cuaresma sirve de
preparación, pues el fruto de estos misterios debe ser la muerte a nosotros
mismos y una vida nueva toda en Dios y por Dios; estos misterios sólo
producirán estos frutos en nosotros, si la Cuaresma es verdaderamente santa.
Recibiremos la abundancia de gracias agregadas a su celebración, si llegamos
bien dispuestos al fin de la santa Cuaresma; pero, por el contrario, no tendrá
esto lugar, si tenemos la desgracia de pasar días tan santos en la disipación y
la irreflexión, en la cobardía y la tibieza. Comprendamos bien la santidad de
este tiempo y la necesidad de pasarlo mejor, si cabe, que los tiempos
ordinarios del año.
MEDIOS DE SANTIFICAR LA CUARESMA
1º Es necesario dedicarnos más a la perfección de nuestras
acciones ordinarias durante estos santos días, hacer mejor nuestra oración y
demás ejercicios espirituales, emplear mejor nuestro tiempo y vigilar más
nuestras palabras; dar a cada una de nuestras acciones una perfección mayor y
ofrecérselas a Dios en unión de la penitencia de Jesús en el desierto, en
expiación de nuestros pecados y de los pecados de todo el mundo.
2º Es necesario ser puntual en el ayuno y abstinencia que
prescribe la Iglesia, o si no se puede o se ha obtenido dispensa, es necesario
suplirlos por la mortificación interior, haciendo ayunar la voluntad por el
espíritu de abstinencia y de privación; el carácter, por una suavidad siempre
igual; el paladar, por la privación de ciertas sensualidades de ninguna manera
necesarias; los ojos, por la modestia de las miradas; todo el cuerpo, por la
modestia de la postura y del andar; del interior, en fin, por la supresión de
pensamientos inútiles, imaginaciones vanas, deseos desordenados por los cuales
el corazón se deja llevar, si no se le sujeta, Estas mortificaciones no hacen
mal ni a la cabeza ni al pecho, y hacen gran bien al alma.
3° Es necesario sobrellevar de buena gana las cruces que Dios
nos envía, como las enfermedades, el soportar los caracteres, defectos y
voluntades contrarias.
4° En fin, nos es necesario determinar un defecto especial
que trataremos de reformar durante la Cuaresma. Este es, dice San Crisóstomo,
el mejor de todos los ayunos, porque sus frutos son durables, no solamente por
todo el año, sino hasta la eternidad. ¿Estamos bien resueltos a abrazar estos
diversos géneros de mortificación? Tengamos valor para decidirnos.
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