San Francisco de Asís, abraza a
Jesús Crucificado
Meditaciones
para la Cuaresma. Tomado de "Meditaciones para
todos los días del año - Para uso del clero y de los fieles", P. André
Hamon, cura de San Sulpicio (Autor de las vidas de San Francisco de Sales y del
Cardenal Cheverus).
Meditaremos en el deber de amar la Cruz: 1° Porque es nuestra salvación; 2º Porque es nuestro único consuelo.
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Tomaremos en seguida la resolución: 1°De estarnos habitualmente a los pies de
la Cruz durante estos días y besarla con frecuencia; 2° De recurrir a la Cruz
en todas nuestras penas. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras de San
Pablo: “Crucificado estoy con Cristo”.
Prostrémonos a los pies de Jesús crucificado; besemos con amor sus sagrados pies. Es allí donde el alma cristiana encuentra con seguridad su salvación para la eternidad y su consuelo para la vida presente: Es decir, la felicidad del cielo y la felicidad de la tierra. ¡A Jesús crucificado adoración, amor, acción de gracias y bendición!
DEBEMOS AMAR LA CRUZ,
PORQUE ES NUESTRA
SALVACIÓN
Hay dos especies de cruces: la Cruz de Jesucristo, en la cual murió, y nuestras cruces personales, que son las penas de cada día. Estas dos especies de cruz merecen todo nuestro amor, porque una y otra son la causa y el instrumento de nuestra salvación. 1º La Cruz de Jesucristo; puesto que, sin ella, hijos de ira que éramos y esclavos del demonio por nuestro nacimiento, estábamos para siempre perdidos, y por su Cruz derribó Jesucristo las potestades infernales, les arrancó de las manos, dice San Pablo, la sentencia que nos condenaba; la borró con su sangre y la enclavó en la Cruz, a fin de que ninguna mano pueda de ahí quitarla. Ha encadenado a su Cruz, como a su carro triunfal, las potestades enemigas; las ha despojado y hecho esclavas, de suerte que, hoy día, se salva todo el que quiere salvarse. La Cruz hace correr en toda la Iglesia, por medio de los Sacramentos, el divino Sacrificio y de los buenos pensamientos y movimientos piadosos, todas las gracias de que es fuente e inextinguible océano; ofrece a todos perdón por lo pasado, valor para lo presente, confianza para lo porvenir. ¿No es esto bastante para merecer todo nuestro amor? 2º Debemos amar bastante nuestras cruces personales, porque la Cruz de Jesucristo las ha elevado al insigne honor de ser el medio más eficaz de perfección y prenda de nuestras eternas esperanzas. “La paciencia que lleva la Cruz, dice el Apóstol Santiago, es la perfección, y una perfección sólida, porque ha sido probada en el crisol”. Es, según San Pablo, la corona de la fe. Es prenda y alegría de la esperanza. Por un momento de ligeras penas nos da una eternidad de gloria. Después de la prueba vendrá la corona de la vida. Una de las bienaventuranzas proclamadas por Jesucristo es: “Bienaventurados los que padecen”. En prenda de elección, que Dios envía a sus mejores amigos, a quienes pone en el camino real del cielo. Basta un poco de fe en las palabras del Salvador para estimar una buena cruz más que todas las riquezas, una buena afrenta cristianamente soportada, más que todos los honores; las humillaciones, aún las más afrentosas, más que todas las coronas; la ignominia, más que todos los aplausos; la confusión, más que todas las alabanzas. Así el Evangelio nos dice: “Recibid las cruces, no sólo con paciencia, sino también con alegría”. Y el Apóstol Santiago agrega: “Recibidlas con todo gozo”, es decir, con la alegría del hombre del pueblo que recibe una corona, con la alegría del labrador que hace abundante cosecha, con la alegría del negociante que hace una gran ganancia, con la alegría del guerrero que alcanza una gran victoria. Así han pensado todos los santos. Así San Pablo decía: “Sobreabundo en alegría a mis tribulaciones”, y San Andrés, cuando la vista de la cruz le arrancaba este grito: “¡Oh buena cruz, sed bienvenida, como habéis sido tanto tiempo deseada!” O ¿Son estos nuestros sentimientos respecto de las cruces?
DEBEMOS AMAR LA CRUZ,
PORQUE ELLA ES NUESTRO
CONSUELO
Un pagano había adivinado esta verdad cuando decía que, aceptando las penas de
buena voluntad se las endulza. Antes que él, el Espíritu Santo había dicho:
“Cualquiera cosa que suceda al hombre justo, no le podrá contristar”: ¿Que será
pues en los tiempos de la Ley nueva, en que Jesús crucificado se presenta al
alma afligida para decirle: “Pobre alma, consuélate: Yo comparto contigo tus
dolores; Yo sé que los padecimientos cuestan a la mísera naturaleza; Yo he
pasado como tú, por la pobreza; y si te falta, para consolarte, un amigo que
comprenda tus dolores, Yo poseo en el más alto grado esta cualidad de verdadero
consolador?”. Una vez, un gran monarca y su ministro, presos en la guerra,
fueron tendidos sobre un brasero encendido, por un vencedor cruel. El ministro
lanzaba grandes gritos. “Y yo, le dijo el monarca, ¿Acaso estoy sobre un lecho
de rosas?”. Jesús puede emplear el mismo lenguaje, ¡Oh alma afligida!: “Ved mi
cabeza coronada de espinas, todo mi cuerpo desgarrado, toda mi persona puesta
en ignominia; todo esto he padecido por tu amor: ¿No querrás tú sufrir
infinitamente menos por amor mío? Cuando he bebido el cáliz hasta las heces,
¿Rehusarás tú gustar siquiera algunas gotas de él? ¡Valor! Ten paciencia; tú
reinarás un día conmigo; llegarás al trono por el mismo camino. Únete a Mí, que
soy tu Dios, y sufre por mi amor”. Gracias, Dios mío, por este bálsamo precioso
que derramáis en mis llagas. ¡Ah! Vos sois el dulce consolador de las almas
afligidas. ¡OH SANTO CRUCIFIJO, OS TOMO EN MIS MANOS, OS ESTRECHO JUNTO A MI
CORAZÓN: APLICARÉ A TI MIS LABIOS Y ME SENTIRÉ CONSOLADO!
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