María
guardaba en su corazón las Escrituras. Por eso esperaba al Mesías prometido.
Guardaba aquel saludo del ángel: “¡Alégrate llena de gracia! El Señor está
contigo”. Guardaba el asombro de ser escogida para tan alta misión y el “sí”
dado sin mucho entender pero confiando en la acción de Dios (cf. Lc 1, 28-38).
María habla en la anunciación, cuando el ángel le
anuncia que va a ser la madre del Salvador, pero habla para plantear las
verdaderas preguntas: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?"
(Lc. 1,34). Es una pregunta abierta a Dios que no cierra el corazón de María. No
dice: "esto es imposible", sino que se abre a otro pensamiento que
desborda y supera el suyo. En el fondo, deja a Dios ser libre en ella.
En un libro maravilloso, titulado Señor Dios, soy
Anna, Anna se
expresa así: "Por favor, ¡Señor Dios, enséñame a hacer verdaderas
preguntas!" Hay que aprender a repetir indefinidamente a Dios: "Por
favor", para que desgarre las tinieblas en las que estamos encerrados. Hay
que pedir pues luz a Dios, pues no podemos "meditar" acerca de Él sin
una luz y para obtener esa luz, hay que pedir sin desfallecer.
María
guardaba en su corazón el saludo de Isabel: “Bendita eres entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre. ¿Cómo puedo merecer que la madre de mi Señor
venga a visitarme? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de
alegría en mi vientre. Bienaventurada por haber creído pues se cumplirá lo que
el Señor ha prometido” (Lc 1,42-45). El cántico que brota de sus labios
es la expresión más profunda de su fe. Ella primero engrandece al
Señor y expresa su inmensa alegría se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador (cf.
Lc 1,47), es una alegría espiritual, que viene de lo profundo de su ser y que
está llena de agradecimiento. María
es sumamente agradecida de Dios.
María reconoce a Dios como su Salvador, ella es una creatura, como todos
nosotros, y ha recibido la gracia de Dios de manera única, ha recibido la
salvación de Dios y se mantiene dentro de ella. La alegría de María no es en
ella misma, ni en nada material; es en Dios.
María
guardaba en el corazón aquella noche en que vio a su hijo, el Hijo el Altísimo,
nacer a la intemperie… También guardaba todo el misterio que envolvía aquella
noche: algo diferente había en el aire; los pastores acuden y relatan la forma
tan maravillosa en que los ángeles les anuncian acerca del niño… (cf. Lc
2,8-18).
María
guardaba y meditaba en su corazón aquellas palabras del viejo Simeón. “Este
niño va a ser causa de caída y elevación para muchos en Israel. Será una señal
de contradicción. En cuanto a ti, una espada te atravesará el alma…” (cf. Lc 2,
34-35).
María
en la Natividad es silencio. Todos hablan. Y ella es pura contemplación. Hablan
los ángeles, y María permanece en silencio. Hablan los pastores y María calla,
adora, acoge. Hablan los reyes, y toda la ciudad, y María sigue sumergida en su
recogimiento. Habla Simeón y Ana la profetisa. Y María, inundada de asombro,
abraza al niño en su ser silencio. El amor de María pasó a
ser silencio.
María
guardaba en el corazón lo que sus ojos veían: su hijo crecía lleno de
sabiduría. El sobresalto de no encontrarlo en la caravana; el asombro de
encontrarlo discutiendo con los doctores…
El misterio de la filiación de Jesús supera todo
entendimiento humano, aún el más abierto a la palabra de Dios. Al leer los
relatos de la infancia, se ve muy bien que María y José percibieron algo de ese
misterio, pero no les fue plenamente revelado hasta después de Pascua en el
momento en que Jesús resucitado abrió su corazón por el poder de su Espíritu, y
les hizo compartir su experiencia de filiación divina. Así, al 'perder a Jesús en
el Templo, María dice: "Hijo, ¿por qué nos ha hecho esto? Mira, tu padre y
yo, angustiados, te andábamos buscando. El les dijo. «Y ¿por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?»" (Lc. 2,48-49).
Y Lucas añade que sus padres no comprendieron lo que él les dijo.
María
guardaba en el corazón las apreciaciones contradictorias respecto a su Hijo: “es un profeta...”; “es un loco...”; “es un endemoniado...”; “es el
Mesías...”; "es…".
María
guardaba en el corazón las escenas dolorosas de todo el proceso de juicio y condena
de su Hijo. El camino del Calvario… la crucifixión… la muerte…. la sepultura… también
la noticia de la Resurrección. Guardaba las palabras de su hijo en la cruz: “Mujer,
ahí tienes a tu hijo”. Y al
discípulo amado: “Ahí tienes a tu madre”. Jesús le
entrega a María un nuevo hijo, y le pide a ella que así como le ama a él, ame
al discípulo amado, que nos representa a todos los discípulos amados, los que
amamos a Jesús con fidelidad; al mismo tiempo entrega al discípulo su amada
madre, para que la reciba, la acepte en su corazón como a su propia madre.
Tanto María como el discípulo amado escuchan la Palabra de Jesús y le obedecen
con sinceridad. María se presenta como la madre de todos los creyentes en
Cristo, la Nueva Madre de los Vivientes, de los que viven por Cristo, de los
redimidos por el Cordero que dio su vida en la Cruz, de los que están dentro de
la Nueva y Eterna Alianza. María es la
madre de los discípulos de Cristo.
María escucha con atención la palabra que le es
dicha de parte de Dios y responde con pleno compromiso, sin echarse para atrás,
esta respuesta la va a mantener por siempre, comprometida con el plan de Dios,
incluso hasta la muerte de su Hijo, para salvarnos a todos. María escucha la Palabra y la pone en práctica. Ella acepta el plan de Dios en su vida, se acopla a éste,
renuncia al suyo propio y asume el de Dios…
...María
meditaba y guardaba todas esas cosas en su corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario