Tú puedes utilizar las
habilidades de tu
Ángel Custodio como lo
hizo el Padre Pío.
Las diversas formas en que los ángeles sirvieron al padre Pío.
El Padre Pío fue uno de los santos que más intensamente se comunicaba con su Ángel Custodio. Se dirigía a su ángel llamándole "Angelino", es decir angelito. Y fue el compañero visible de juegos en su infancia por una dispensación singular de la Gracia Divina.
El
ángel del Padre Pío sentía gran compasión por los terribles sufrimientos del
Santo y sentía una gran alegría a causa de su crecimiento espiritual y la
gloria ofrecida a Dios.
Veamos
algunas historias del Padre Pío de cómo su ángel le ayudaba.
Ángel Traductor
El
ángel le traducía cartas o hacía de intérprete cuando venían personas que no
sabían italiano. El padre Pío no había estudiado lenguas extranjeras, pero las
entendía. No había estudiado francés, pero lo escribía. A la pregunta de su
director, el padre Agustín, sobre quién le había enseñado francés, el padre
respondió: Si la misión del ángel custodio es grande, la del mío es más
grande aún, porque debe hacer de maestro explicándome otras lenguas.
A
principios de 1912 se le ocurrió al padre Agustín valorar la santidad del padre
Pío, escribiéndole en lenguas que él no conocía. Y entre ambos comenzó una
correspondencia en francés y griego. Padre Pío superó brillantemente la prueba,
porque hacía traducir las cartas a alguien. Sobre esto hay un testimonio del
cura párroco de Pietrelcina que, bajo juramento, certificó que el padre Pío,
estando en Pietrelcina, recibió una carta del padre Agustín en griego. El
testimonio firmado dice así: “Pietrelcina, 25 de agosto de 1919. Certifico,
bajo juramento, yo, Salvatore Pannullo, párroco, que el padre Pío, después de
recibir la presente carta, me explicó literalmente el contenido. Al preguntarle
cómo había podido leerla y explicarla, no conociendo el griego, respondió: “Lo
sabe usted. Mi ángel custodio me ha explicado todo”.
En
1940 vino un sacerdote suizo y habló en latín con el padre Pío. Antes de irse,
el sacerdote le encomendó a una enferma. El padre Pío le respondió en alemán: Ich
werde Sie an die gottliche Barmherzigkeit empfehlen (la encomendaré a la divina
misericordia). El sacerdote quedó admirado del hecho.
El
padre Tarsicio Zullo declaró: Cuando llegaban a san Giovanni Rotondo
peregrinos de distintas lenguas, el padre Pío los comprendía. Una vez le pregunté:
“Padre, ¿cómo hace para entender tantas lenguas y dialectos?”. Y respondió: “Mi
ángel me ayuda y me traduce todo”.
Ángel Enfermero
Cuando
estaba enfermo y no había nadie que le pudiera ayudar en un momento
determinado, era su ángel quien le hacía pequeños servicios.
El
padre Paolino cuenta al respecto: Viviendo con el padre Pío, llegué a
tenerle cierta confianza. Cuando estaba enfermo, sudaba mucho y tenía necesidad
de ayuda para cambiarse. Muchas veces yo estaba tan cansado que, apenas iba a
la cama, me quedaba dormido. Un día le dije:
-Si
quieres que te ayude de noche, mándame tu ángel para que despierte.
-Está
bien.
Ese
día a medianoche fui despertado bruscamente. Pensé de inmediato en el padre
Pío, pero me quedé dormido de nuevo. A la mañana siguiente, le dije que había
sentido que me despertaban y de nuevo me había dormido. Le dije:
-¿Para
qué ha venido su ángel a despertarme, si me ha dejado dormir otra vez? Si
viene, que me despierte de modo que me levante.
En
la tarde de ese mismo día, le recordé lo mismo. En la noche me desperté y de
nuevo me dormí. La tercera noche desperté de nuevo y me levanté corriendo para
ir a la celda del padre Pío. Le pregunté qué necesitaba y me respondió:
Estoy
lleno de sudor y no puedo cambiarme solo.
Las
otras noches ¿quién lo cambiaba? Con seguridad su ángel.
En
1965 yo (P. Alessio Parente) pasaba parte de la noche acompañando al
padre Pío y por la mañana debía acompañarlo hasta el altar. Después
guardaba sus guantes y me iba a mi celda a descansar un poco. Muchas veces,
cuando no me despertaba a tiempo, sentía a alguien tocar fuerte en mi puerta. A
veces, sentía en mi sueño una voz que me decía: “Alessio, levántate”. Un día no
me desperté ni para la misa ni para acompañarlo después de las confesiones.
Despertado por otros hermanos, fui a la celda del padre Pío y le dije:
“Discúlpeme, padre, pero no me he despertado”. Y me respondió: “¿Tú crees que
voy a mandarte siempre a mi ángel custodio a despertarte?”.
Ángel Proveedor
En
una oportunidad el padre Pío, vestido de militar, no tenía para pagar el
billete del autobús para ir a su pueblo y el ángel lo pagó por él. Era el año
1917, en plena guerra mundial. El padre Pío había ido a Nápoles para el control
de su salud en el hospital militar.
El
6 de noviembre le dieron licencia por ocho días. Fue a la estación y sacó
gratis el billete en tren de Nápoles a Benevento. Tenía una lira de dieta para
el viaje. Él dice: A la salida del hospital, atravesé una plaza donde
había mercado. Me detuve un poco para observar lo que vendían y se me acercó un
hombre que vendía sombrillas de papel por una lira, pero no podía quedarme sin
nada, pues debía pagar el viaje (de Benevento a Pietrelcina).
Seguí
caminando y vino otro vendedor de sombrillas por 50 céntimos. Viendo a aquel
hombre que tanto me insistía para llevar el pan a sus hijos, le tomé una y le
di 50 céntimos. Él, feliz, se fue. Yo estaba cansado y afiebrado. El tren llegó
a Benevento con mucho retraso. Apenas bajé del tren fui a la estación para tomar
el autobús para Pietrelcina, pero ya había salido. Tuve que hacer noche en
Benevento y pensé en quedarme en la estación para no importunar a los amigos
que conocía. Busqué un lugar en la sala de espera, pero estaba llena de gente.
La fiebre aumentaba cada vez más y no tenía fuerzas ni para tenerme en pie.
Cuando me cansaba de estar quieto, caminaba un poco dentro y fuera de la
estación. El frío y la humedad penetraban en mis huesos y así pasaron muchas
horas. Me vino la tentación de entrar en el bar de la estación, porque allí el
local estaba caliente, pero estaba lleno de oficiales y soldados, esperando
trenes y cada uno gastaba su consumo. Yo solo tenía 50 céntimos y pensaba: “Si
entro, ¿cómo hago?”. El frío se hacía sentir cada vez más y la fiebre me consumía.
Eran las dos de la mañana y no había ni un sitio vacío en la sala de espera ni
para echarme a descansar en el suelo.
Me
encomendé a Dios y a nuestra Madre celeste. No pudiendo aguantar más, entré en
el bar. Las mesas estaban ocupadas y esperaba con ansia que alguno se levantara
para dejarme un sitio vacío. Hacia las tres y media llegó el tren
Foggia-Nápoles, y varias mesas quedaron vacías, pero por mi timidez no me dio
tiempo para ocupar ni siquiera una silla. Yo pensaba: “No tengo dinero ni para
consumir más de un café y, si me siento, ¿qué ganaría este pobre propietario
que se pasa toda la noche trabajando?”. A las cuatro llegaron algunos trenes y
quedaron dos mesas vacías. Me acomodé en un rincón, esperando que no lo notaran
los camareros. Después de unos minutos, llegaron un oficial y dos suboficiales
y se sentaron en la mesa vecina. De inmediato se acercó el camarero y también a
mí me preguntó qué quería. Tuve que pedir un café. Los tres tomaron algo y de
inmediato se fueron, pero yo me decía: “Si lo bebo pronto, tendré que salir y
quiero que el café me dure hasta que llegue el autobús”. Cuando el camarero me
miraba, trataba de mover la cucharilla como para mover el azúcar en el café.
Por
fin llegó la hora, me levanté y fui a pagar. El camarero me dijo gentilmente:
“Gracias, militar, pero todo está pagado”. Pensé: “Como el camarero es anciano,
quizás me conoce y me quiere hacer una cortesía”. También pensé: “¿Habrá pagado
el oficial?”. De todos modos lo agradecí y salí. Llegué al lugar del autobús y no
encontré a ninguna persona conocida que me prestara para pagar el billete de
Benevento a Pietrelcina, sólo tenía 50 céntimos y el billete costaba 1.80.
Confiando en la providencia de Dios, subí al autobús y tomé lugar en uno de los
últimos lugares para poder hablar con el cobrador y asegurarle que pagaría el
porte a la llegada. A mi costado tomó lugar un hombre grande, de bello aspecto.
Tenía consigo una maletita nueva y la apoyó sobre sus rodillas.
Partió
el autobús y el cobrador se iba acercando a mi puesto. El señor que estaba a mi
lado sacó de su maletín un termo y un vaso, echando en el vaso café con leche
bien caliente. Me lo ofreció, pero, agradeciéndoselo, traté de no aceptar. Dada
su insistencia, acepté mientras él se servía en el vaso del mismo termo. En ese
momento llegó el cobrador y nos preguntó adónde íbamos. Todavía no había
abierto yo la boca, cuando el cobrador me dijo: “Militar, su billete a
Pietrelcina ya ha sido pagado”. Yo pensé: “¿quién lo habrá pagado?”. Y le
agradecí a Dios por aquel que había hecho esa buena obra. Por fin llegamos a
Pietrelcina. Varios pasajeros bajaron y también bajó antes que yo el señor que
estaba a mi lado. Cuando me doy la vuelta para saludarlo y agradecerle, no lo
vi más. Había desaparecido como por encanto. Caminando, me volví varias veces
en todas las direcciones, pero no lo vi más.
El
padre Pío contaba muchas veces este suceso a sus hermanos, reconociendo que
aquel joven había sido su ángel de la guarda.
Ángel Chofer
No
faltaron casos en los que su ángel tuvo que ayudar a quienes se dormían al
volante o velar para que no les pasara ningún accidente.
Atilio
de Sanctis, abogado ejemplar, contó un hecho que le ocurrió a él mismo: El
23 de diciembre de 1948 debía ir de Fano a Bolonia con mi mujer y dos de mis hijos
(Guido y Juan Luis) para traer al tercer hijo, Luciano, que estaba estudiando
en el colegio Pascoli de Bolonia. Salimos a las seis de la mañana, pero, como
no había dormido bien, estaba en malas condiciones físicas. Guié hasta Forlí y
cedí el volante a mi hijo Guido. Una vez que recogimos a Luciano del colegio,
nos detuvimos algo en Bolonia y decidimos volver a Fano.
A
las dos de la tarde, después de haber cedido el volante a Guido, quise guiar
otra vez. Una vez pasada la zona de san Lorenzo, noté mayor cansancio. Varias
veces cerré los ojos y cabeceé. Quise dejar el volante a Guido, pero se había
dormido. Después, ya no me acuerdo de nada. A un cierto momento recobré el
conocimiento bruscamente por el ruido de otro coche. Miré y faltaban sólo dos
kilómetros para llegar a Imola. ¿Qué había sucedido? Los míos estaban charlando
tranquilamente. Les expliqué lo sucedido. No me creían. ¿Podían creer que el
auto había ido solo? Después admitieron que yo había estado inmóvil un largo
rato y no había respondido a sus preguntas ni intervenido en la conversación.
Hecho el cálculo, mi sueño al volante había durado el tiempo empleado en
recorrer unos 27 kilómetros. Dos meses después, el 20 de febrero de 1950, volví
a san Giovanni Rotondo y le pedí una explicación al padre Pío, que me
respondió: “Tú dormías y tu ángel guiaba el coche. Sí, tu dormías y tu ángel
guiaba el coche”.
Ángel Defensor
Muchas
veces el ángel lo defendía del poder del maligno. En una carta al padre Agustín
del 13 de diciembre de 1912 le dice: No hubiera sospechado ni lo más
mínimo el engaño de barbazul (diablo), si mi angelito no me hubiera descubierto
el engaño. El compañero de mi infancia trata de aliviarme los dolores que me
dan estos apóstatas impuros.
Y
él mismo asegura: Después de las apariciones diabólicas casi siempre se
aparecen Jesús, María o el ángel custodio.
El
ángel le decía: Defiéndete (del maligno), aleja de ti y desprecia sus
malignas insinuaciones y no te aflijas, amado de mi corazón, pues yo estoy
junto a ti.
Oh,
Señor, ¿qué he hecho yo para merecer tanta amabilidad de mi angelito? Pero no
me preocupo de esto. ¿Acaso no es el Señor el dueño para dar sus gracias a
quien quiere y como quiere? Yo soy el juguete del niño Jesús, como él mismo me
repite, lo malo es que Jesús ha escogido un juguete de poco valor. Sólo me
desagrada que este juguete escogido por Él ensucie sus manos divinas.
Un
día le llegó una carta toda ennegrecida por el diablo, que no se podía leer. Y
le escribe al padre Agustín el 13 de diciembre de 1912: Con ayuda del
angelito he triunfado esta vez sobre el pérfido cosaco. El angelito me sugirió
que a la llegada de la carta, le echara agua bendita antes de abrirla. Así hice
con la última, pero ¿quién puede describir la rabia de Barbazul?
En
otra carta al padre Agustín del 5 de noviembre de 1912, le escribía: El
sábado me parecía que los demonios querían acabar conmigo. No sabía a qué santo
dirigirme. Me vuelvo a mi ángel y, después de hacerse esperar un poco, al fin
viene aleteando en torno a mí y con su angélica voz cantaba himnos a la divina
Majestad. Le grité ásperamente de haberse hecho esperar tanto mientras yo
estaba pidiéndole su ayuda. Para castigarlo, no quería mirarlo a la cara,
quería alejarme y huir de él, pero el pobrecito vino a mi encuentro casi
llorando, me agarró para que lo mirara y lo vi todo apenado. Me dijo:
“Estoy
siempre a tu lado. Estaré siempre junto a ti con amor. Mi afecto por ti no
desaparecerá ni con tu muerte. Sé que tu corazón generoso late siempre por
nuestro común Amado”. ¡Pobre angelito! Él es demasiado bueno. ¿Conseguirá
hacerme conocer el grave deber de la gratitud?
Ángel Predicador
Con
frecuencia, cuando el ángel se le aparecía, le daba consejos espirituales o
pequeñas prédicas para afianzarlo en la fe y en la seguridad de que, por más
sufrimientos que debiera padecer, nunca el Señor lo iba a abandonar. El ángel
estaba siempre a su lado, aunque a veces no intervenía por voluntad de Dios,
para darle oportunidad de triunfar con la gracia de Dios.
Veamos
algunos de sus consejos espirituales. En carta del 18 de enero de 1913 le
escribe al padre Agustín: Jesús, a la prueba de temores espirituales, une
la larga prueba del malestar físico, sirviéndose de los brutos cosacos… Me
quejé a mi ángel y él, después de haberme dado una pequeña prédica, me dijo:
“Agradece a Jesús que te ha escogido para seguirlo de cerca en la senda del
Calvario. Yo veo con alegría esta conducta de Jesús hacia ti. ¿Crees que
estaría tan contento, si no te viese tan golpeado? Yo, que deseo tu progreso,
gozo de verte en este estado. Jesús permite los asaltos del demonio, porque
quiere que te asemejes a Él en las angustias del desierto y de la cruz. Tú,
defiéndete, aleja de ti las malignas insinuaciones y, donde tus fuerzas no
alcancen, no te aflijas, amado de mi corazón, pues yo estoy a tu lado”. Oh,
padre mío, ¿qué he hecho yo para merecer tanta amabilidad de mi angelito?
Mándame tu
Ángel
El
padre Pío recomendaba a sus hijos espirituales que, en caso de dificultad, le
enviaran a su ángel para pedir por sus necesidades y él les ayudaría.
El
padre Alessio Parente declaró: Cuando confesaba, les decía a los
penitentes que, si no podían venir a verlo, le mandaran su ángel. Un día estaba
en la terraza con él. Le pedí consejo para una persona y me respondió: “Déjame
en paz, ¿no ves que estoy ocupado?”. Yo me callé, pero lo veía rezar el rosario
y no me parecía demasiada ocupación. Pero él añadió: “¿No has visto todos estos
ángeles custodios de mis hijos espirituales, que van y vienen?”. Yo le
respondí: “No los he visto, pero lo creo porque usted cada día les repite a sus
hijos que se los manden”.
El
mismo padre Alessio nos refiere otro caso: Una tarde, después de haberlo
ayudado a acostarse, me senté en el sillón, esperando que llegara el padre
Pellegrino a cuidarlo. Mientras estaba esperando, sentía que el padre Pío
rezaba el rosario y, a veces, interrumpía el rezo y decía frases como: “Dile
que rezaré por él. Dile que intensificaré mis plegarias para obtener su
salvación. Dile que llamaré al Corazón de Jesús para conseguir esa gracia. Dile
que la Virgen no le negará esa gracia”.
Una
hija espiritual del padre Pío fue un día al convento para hablar con él, pero
el padre Pío le mandó a decir que no podía ni quería recibirla. Ella dice: Me
sentí dolida por ese trato inhumano y, mientras regresaba a casa, le dije a mi
ángel: “Mañana no asistiré a misa ni comulgaré. Vete y díselo al padre”.
En
la tarde, antes de anochecer, me envió una persona a decirme: “Dile que mañana
no comulgue”. Al día siguiente, me acerqué al convento con Lucietta Fiorentino,
y el padre, desde una ventana, me dijo: “Bravo, el ángel custodio es tu
empleado, lo has enviado para decirme todas tus rabietas. Señorita Lucietta,
¿sabes qué ha hecho esta señorita? Se propuso no venir a misa ni comulgar y le
ha mandado a su ángel para decírmelo”. Yo exclamé:
–
Padre, ¿ha venido a decírselo?
-Claro,
no es desobediente como tú, seguro que ha venido.
Ángel Viajero
El
ángel del padre Pío debía ir muchas veces en su nombre a visitar enfermos o
convertir pecadores. Lo tenía siempre ocupado en hacer obras de bien, no sólo a
los de cerca, sino también a personas lejanas.
El
padre Gabriel Bove declara: Para mí era sorprendente lo que decía la gente
de que el padre Pío tenía mucha familiaridad con su ángel custodio y le pedía
que fuera durante la noche a confortar a los enfermos y socorrer a los
pecadores. Esto me lo confirmó el mismo padre. Un día de verano de 1956,
después de bendecir a los fieles, salía el padre Pío de la iglesia muy
fatigado. Aquel día parecía que estaba más cansado que de ordinario. Caminaba
apoyado del brazo del padre Giambattista y se parecía a san Francisco
estigmatizado bajando del monte. Yo lo tomé del otro brazo, preguntándole:
“Padre, ¿está muy cansado?”.
-Sí,
hijo mío, estoy aplastado por tanto calor.
-Esta
noche descansará. Además pediremos a su ángel custodio que venga a aliviarlo.
Detuvo
el paso y con fuerte voz me gritó: “Pero ¿qué dices? Debe ir de viaje”. Era eso
precisamente lo que yo quería saber. Disimulando mi sorpresa, le respondí:
-¿Qué?
¿Su ángel debe viajar?
-Cierto.
Entonces,
le dije: Padre, si su ángel debe viajar para confortar a los enfermos y
socorrer a los pecadores, permita que nuestros dos ángeles, al menos tomen su
puesto.
-No,
que cada uno de sus ángeles esté con su protegido. Y, sonriendo, añadió: ¿Y si
estos ángeles se ponen celosos?
Otros Servicios
El
ángel del padre Pío le ayudaba en todas sus necesidades. Por la mañana lo
despertaba.
Así
le dice al padre Agustín en una carta del 14 de octubre de 1912: Por la noche
me duermo con una sonrisa de felicidad…, esperando que el pequeño compañero de
mi infancia venga a despertarme para cantar las alabanzas matutinas al Amado de
nuestros corazones.
Y
no sólo rezaba y cantaba con él las alabanzas del Señor en el coro, también le
comunicaba los pecados o cosas ocultas de sus visitantes, aunque en ocasiones
lo hacían los mismos ángeles de sus penitentes.
María
Pompilio declaró: Una mañana el padre Pío, viéndome en la sacristía, me
llamó y me dijo una acción mala que había cometido, ofendiendo al Señor. Yo no
supe qué responderle y no podía negarlo. Le pregunté cómo lo sabía, pero un
día, tanto le importuné que, al final, me dijo con voz baja: “Ha sido tu ángel
custodio”.
Cuando
estuvo de sacerdote joven en su pueblo de Pietrelcina, su ángel le guardaba la
casa. Por eso, la gente del pueblo decía que tenía poco cuidado en cerrar la
puerta de su casa. Les decía: Tengo un ángel que me la cuida.
A
sus hijos espirituales los despedía diciendo: El ángel del Señor te
acompañe, te guíe y te proteja durante el viaje. Les recomendaba que se
cuidaran de no cometer pecados en su presencia.
Ana
Benvenuto certifica que un día fue a dar un paseo con una vecina, quien sintió
varias veces el perfume del padre Pío. Ella se sintió mal por no haberlo
sentido y, al día siguiente, fue al convento a confesarse. El padre Pío, de
inmediato, le preguntó: Ana, ¿llevas medias? Le dije: “Sí, padre”. “Pero
ayer por la tarde, ¿por qué ibas sin medias?”. Traté de excusarme por el mucho
calor, pero el padre me respondió: “Aunque hubieras estado sola, debías haber
ido con medias. Acuérdate que somos espectáculo para el ángel custodio y no
debemos entristecerlo”.
Un
día el papá del padre Pío se cayó por las escaleras de la casa de María Pyle y
no se hizo nada, porque su ángel lo cuidó. El suceso ocurrió en los primeros
meses de 1946. Cuando su papá se lo refirió, el padre Pío le dijo: Agradece
a tu ángel custodio que te ha puesto un almohadón en cada grada para que no te
hagas daño.
Ángel Acólito
Los
ángeles nos acompañan cuando estamos en la iglesia y ayudan al sacerdote para
evitar profanaciones de la Eucaristía por descuido.
El
padre Alessio Parente relata: Una mañana, al dar la comunión, se
terminaron las hostias de mi copón. Cuando lo estaba purificando, del lado
derecho de mi espalda, vi una hostia que, como una flecha, fue a meterse en el
copón. Después de las confesiones, fui a la celda del padre Pío y le conté el
hecho. Y el padre, en tono severo, me dijo: “Agradece a tu ángel custodio que
no te ha hecho caer a tierra a Jesús. Aprende que la comunión se distribuye con
amor y reverencia”.
Otro
día un religioso le presentó esta cuestión al padre Pío: Padre, nuestros
ojos no ven bien los pequeños fragmentos de hostia consagrada que se caen al
distribuir la comunión. El padre respondió: “¿Qué crees que hacen los
ángeles en torno al altar?”.
Todos
entendieron que los ángeles están listos para intervenir y recoger los
pedacitos y llevarlos al copón.
Ángeles Cantores
Es
sabido que los ángeles cantan bien como aquellos ángeles de la noche de Navidad
que cantaban: Gloria a Dios en el cielo. En la misa están presentes todos
los ángeles como en el cielo, pues la misa es el cielo en la tierra. Y se unen
al sacerdote cantando, especialmente en el momento del Gloria y del Santo;
ofreciendo las buenas obras de los asistentes en el momento de las ofrendas y
acompañando a los presentes en el momento de ir a comulgar.
Una
noche, en el convento de san Giovanni Rotondo, los religiosos sintieron
una música extraña en la iglesia sin poder explicarse el porqué, pues en aquel
momento nadie estaba en la iglesia. Fueron a preguntarle al padre Pío y
respondió:
¿De
qué se maravillan? Son las voces de los ángeles que llevan las almas del
purgatorio al paraíso.
¡Cuántas
veces cantarán los ángeles, cuando sus protegidos van al cielo desde el
purgatorio! Y ¡cuántas veces cantarán mientras están por millones adorando a
Jesús sacramentado en todos los sagrarios del mundo!
No
olvidemos que los ángeles rezan por sus protegidos y podemos enviarlos a
visitar a nuestros familiares cercanos o lejanos, incluso hasta el purgatorio,
para que los saluden de nuestra parte y les lleven nuestras bendiciones y obras
buenas por ellos.
Los
ángeles se entristecen al ver nuestros pecados y se alegran y se ríen con
nosotros al ver nuestras buenas obras. El padre Agustín nos cuenta lo que decía
el padre Pío en uno de sus éxtasis del 29 de noviembre de 1911: Ángel de
Dios, ángel mío, ¿no estás tú a mi lado para mi custodia? Dios te ha
encomendado que me cuides. Debes estar junto a mí… ¿Y te ríes? ¿Qué te hace
reír? Dime, ¿quién estaba ayer por la mañana aquí presente? ¿Y te pones a reír
de nuevo? ¿Un ángel que se pone a reír? Dímelo, porque no te dejaré hasta que
no me lo hayas dicho.
gracias
ResponderEliminar