El
primer regalo que cada uno de nosotros recibe de Dios, aunque no el más grande,
es la vida. Es por ello, que descubrir el sentido de nuestra vida es una
de las tareas más importantes que tenemos que realizar en nuestra
existencia, pues de eso dependen nuestra felicidad en la tierra y luego el
premio eterno del cielo. Por otro lado, es una tarea personal; otras
personas nos podrán orientar, ayudar, encaminar, pero al fin y al cabo, será un
descubrimiento personal, pues junto a una iluminación de nuestro intelecto para
conocer cuál es el sentido de nuestra existencia habrá de acompañarle una
aceptación de la voluntad para seguirlo.
¡Cuántas
personas deambulan sin rumbo durante gran parte de su vida! ¡Cuántas
personas nunca descubren el sentido de su existencia! Hoy día, debido al
materialismo reinante, al desprecio de todo lo espiritual, a la ausencia de
modelos que nos inspiren para seguir el buen camino, a la falta de una Iglesia
que nos enseñe claramente el rumbo…, vivir toda una existencia sin haber
descubierto su sentido es lo más habitual. Y ya sabemos lo que ocurre si el
hombre no descubre el sentido de su vida. Si Dios no ocupa el primer lugar en
su corazón…, pronto, otras cosas vendrán a reemplazarlo, y el hombre sólo
buscará ser lo más feliz posible en el único mundo que él conoce: éste.
Todo hombre puede
llegar a descubrir que Dios existe
Hay
dos conceptos previos que tenemos que analizar y que nos ayudarán a descubrir
el sentido de nuestra vida: la existencia de Dios y la espiritualidad del
alma.
Descubrir
y conocer a Dios es el primer paso que ha de dar el hombre para encontrar el
sentido de su existencia. ¿Existe Dios? ¿Es Dios un ser real o ha sido
inventado por nosotros? El hombre llega a descubrir a Dios cuando se pregunta
por el origen del mundo que le rodea. ¿Quién hizo este mundo? ¿Es la
materia eterna o tiene un principio?
Si
es intelectualmente sincero consigo mismo, pronto descubre que la materia
no es eterna, y si ahora existe algo es porque tuvo un principio; pero ese
principio del cual procede no puede ser material, pues si fuera material
también habría tenido un principio, luego ha de ser espiritual.
Ese
ser espiritual ha de ser especial, pues ha de ser capaz de crear (hacer algo de
la nada); pues si como dice el adagio filosófico, “de la nada, nada sale”. Si
existe el ser y no la nada es porque lo que existe ha tenido que ser creado. Al
ser que crea le llamamos “creador”. Pero este ser espiritual que crea ha de
tener además otras propiedades, y una de ellas es la omnipotencia.
Ahora
bien, por principio, no pueden haber dos seres omnipotentes sino sólo uno, y a
ese ser con capacidad de crear y que es omnipotente lo llamamos Dios. De Él
procede todo cuanto existe, y sin Él no existiría nada de lo que ha sido
creado: “En él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la
tierra, las visibles y las invisibles, sean los tronos o las dominaciones, los
principados o las potestades. Todo ha sido creado por él y para él. Él es antes
que todas las cosas y todas subsisten en él”(Col 1: 17-18).
El
hombre es capaz de descubrir por su mera razón la existencia de Dios, de un
Creador (Rom 1: 20-21). Para ello, los filósofos siguen diferentes vías. Las
más famosas fueron las Cinco Vías de Santo Tomás de Aquino[1]. Santo Tomás, partiendo de conceptos como
la contingencia y la necesidad, el orden, la causa eficiente, el movimiento y
las perfecciones, llega al descubrimiento de un Ser que es principio de todo y
de quien todo depende.
El
hombre puede probar con el mero uso de su razón que Dios existe; pero en cambio nadie
es capaz de probar que Dios no existe. Es por ello que, cuando una persona
niega la existencia de Dios nunca es el resultado de un razonamiento sino un
acto de la voluntad que rechaza que Dios exista, pues no le interesa que
haya alguien que pueda juzgarle y decirle lo que tiene que hacer. El hombre
prefiere convertirse en su propio dios. Pero dado que esta actitud es fruto del
egoísmo, del propio engaño y de la mentira, nunca puede llevar a buen término y
mucho menos proporcionarnos la felicidad.
Así
pues, negar la existencia de Dios nunca es un acto del intelecto sino de
la voluntad, pues ésta ha adoptado una actitud de rechazo de Dios. El
intelecto, si es honesto, descubre un Creador que es bueno, eterno,
omnisciente, omnipotente. Ahora bien este descubrimiento no es el causante
de nuestra fe. La fe es un don de Dios, y éste se lo da a los que conociéndole,
abren su voluntad a Él y no le ponen obstáculo.
Dios,
en su misericordia, ha querido venir en ayuda de los más débiles para que así
pudieran fácilmente descubrirle, y con ello aceptarle y hallar el sentido de la
vida. El hombre tiene capacidad para encontrarlo por las meras luces de su
razón, pero muchas veces con deficiencias, limitaciones y errores, es por ello
que Dios viene en ayuda nuestra a través de sus propias enseñanzas y del
Magisterio de la Iglesia. El concilio Vaticano I lo definió claramente: «La
santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de
todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la
razón humana a partir de las cosas creadas”.[2]
La creación de los
seres espirituales: ángeles y hombres
La
ciencia experimental moderna más heterodoxa rechaza la existencia de los seres
espirituales. De hecho suele afirmar, sin tener prueba científica alguna para
ello, que el espíritu es una “evolución” de la materia. Por lo que reduce el
alma del hombre a una “materia evolucionada” que adquiere ciertas facultades
especiales, a saber: el entendimiento y la voluntad[3]. Es por ello, que al haber reducido el
alma a materia, ésta sería corruptible, y como consecuencia de ello, una vez acontecida
la muerte de la persona, no perduraría ya nada. Con la muerte acabaría todo.
Como consecuencia de ello, la existencia del hombre acabaría con esta vida; y
hablar de premio o castigo no tendría sentido, pues no habría nadie a quien
premiar o castigar.
Como
podrán entender, la consecuencia práctica de esta forma de entender el mundo y
el hombre es evidente: si esta es la única vida para el hombre, fabriquémonos
un paraíso en este mundo y vivamos lo mejor que podamos sin hacer daño a los
demás. ¿No les es familiar esta “filosofía” de la vida? Como podrán ustedes
mismos concluir, es una filosofía materialista y atea. Las conclusiones a las
que llegan no son en absoluto científicas, sino que son el resultado lógico de
haber rechazado en primer lugar a Dios. Al no existir Dios, eliminan también
todos los seres espirituales, todo lo reducen al mundo material; y como
consecuencia de ello, las conclusiones a las que llegan son lógicas pero
falsas, pues han partido de presupuestos que no son verdaderos.
Frente
a esa forma de pensar, nosotros los cristianos defendemos que: Dios
existe, y al conocimiento de su existencia llegamos mediante el uso de la razón
y de la revelación. También defendemos que Dios, en el culmen de su amor por
las cosas creadas, no sólo creó el mundo material sino también los seres
espirituales; unos seres que fueron hechos a su imagen y semejanza (Gen 1:26).
Dios creó no sólo los seres materiales sino también los ángeles y los hombres.
Dios
creó seres puramente espirituales: los ángeles; y también creó otros seres que
eran una composición de materia y espíritu: el hombre. A estos seres, Dios les
dotó de inteligencia y voluntad, para que así lo pudieran conocer y amar
libremente a Él.
Los
ángeles son criaturas puramente espirituales, por lo que una vez creados
ya no pueden morir, ya que el espíritu es simple; al no estar formado por
partes no se puede corromper. El fin principal de los ángeles consiste en
adorar y servir a Dios. Al estar dotados de libertad, y por el modo de
conocimiento que ellos tienen, una vez que fueron creados, sufrieron una
primera u única prueba, la de aceptar o rechazar a Dios. Como sabemos por el
catecismo, algunos ángeles rechazaron a Dios y desde ese momento se
convirtieron en demonios.
Los
hombres son un compuesto de materia y espíritu. El cuerpo es material, y
por lo tanto está formado por partes; partes que se pueden separar, por lo que
es corruptible o dicho en otras palabras, tiene una duración temporal. En
cambio el alma, al ser espiritual, es simple; es decir, no tiene partes, por lo
que una vez que es creada ya no puede morir. Cuando acaba la vida del hombre
sobre la tierra, su alma no muere sino que sigue viviendo para siempre.
El
hombre, al estar dotado de entendimiento, voluntad y libertad, es un ser
responsable de sus actos, por lo que ha de dar cuenta de sus acciones a Aquél
que le creó (Lc 13: 23-27; Mt 13: 47-50; Rom 2: 5-11; Apoc 22: 12).
El
hombre dispone de toda su existencia en la tierra para demostrar a su Creador
cuál es su actitud respecto a Él. Al final de sus días será juzgado. Aquellos
que eligieron amar y servir a Dios y a sus semejantes, y rechazaron el pecado,
recibirán un premio eterno (Mt 25: 31-34).
Al
principio será sólo el alma quien goce de la dicha del cielo; pero como nos
dice la revelación, cuando este mundo acabe se producirá la resurrección de los
cuerpos, del mismo modo que resucitó el cuerpo de Cristo (1 Cor 15:4; Fil
3:21). Estos cuerpos se unirán entonces a sus propias almas para gozar del
premio eterno (Apoc 21: 1-4; Fil 3: 17-21). Por el contrario, aquellos que se
olvidaron de su Creador, de sus leyes y de amarlo y servirlo, recibirán un
castigo que será eterno (Lc 13: 23-28).
El
sentido pues de la vida humana parte del hecho de existir un Creador que lo
hizo todo, nos dio un alma espiritual dotada de libertad y con la facultad de
poder elegir, nos enseñó el camino del bien (Jn 14:6) y nos pide que
le respondamos a su invitación (Jn 15:15).
Buscar
el sentido de esta vida eliminando a Dios de ella, no puede llevar sino al
fracaso, al vacío y a la desesperación. Para San Agustín, encontrar a Dios y el
sentido de la vida fue el resultado de una búsqueda que le ocupó muchos años:
“Oh verdad tan antigua y tan nueva, ¡qué tarde te conocí! ¡Qué tarde te amé!”[4].O como él mismo también nos dice: “Nos
hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”[5].
Padre
Lucas Prados
Bibliografia
[2] Vaticano I, D
1785, DS 3004. Nota: La abreviatura D es para el Denzinger; la abreviatura DS
es para el Densinger-Schonmetzer. En el artículo introductorio de esta serie ya
les dije dónde podían encontrar el Denzinger. El DS lo pueden encontrara quí: http://www.iglesiasdeifre.com/archivos/Denzinger-Schonmetzer.pdf Esta
versión del Denzinger tiene algunos añadidos y modificaciones respecto de la
versión anterior. Por el hecho de que la numeración no coincide en ambos, hay
que acudir al D o al DS según se cite en el artículo.
[3] La ciencia
debería mantenerse en su propio campo experimental y no intentar sacar
conclusiones filosóficas o teológicas. Cuando la ciencia experimental invade el
campo de la metafísica, de la teología y de la filosofía en general, sus
conclusiones nunca serán científicas y como consecuencia dejarán de tener
objetividad, entrando en el campo de la especulación sin tener pruebas ni
métodos para defender ese tipo de conclusiones. Algo similar ocurre cuando la
filosofía o la teología se meten a sacar conclusiones puramente científicas.
Otra cosa diferente es cuando la teología o la filosofía, desde su propio campo
y con sus propios métodos ilumina ciertos principios científicos. Pueden ver la
relación entre la ciencia y la fe en este breve artículo: http://www.adelantelafe.com/puede-haber-contradiccion-entre-la-ciencia-y-la-fe/
Visto en Adelantelafe.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario