“Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el
derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre”. (Juan
10:18)
“Así
que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó
de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la
muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte
estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”. (Hebreos 2:14-15)
En
la cruz se condenaban los más grandes delitos en los tiempos de Jesús; pero en
una de esas cruces murió el hombre más santo que ha nacido y vivido sobre esta
tierra. La cruz que era un símbolo de vergüenza, se convirtió en la más grande
esperanza para la humanidad. Dios puso nuestros pecados sobre su hijo y los
condenó (“Debido a la angustia de su alma,
Él lo verá y quedará satisfecho. Por su
conocimiento, el Justo, mi Siervo, justificará a muchos, y cargará las
iniquidades de ellos”.
Is. 53:11), por esto la agonía de Cristo fue mayor, él recibió la descarga
de toda la ira divina. La cruz sinónimo de maldición, Cristo la convirtió en la
bendición de la cruz. En la cruz Cristo ganó grandes triunfos que deben ser
proclamados.
JESÚS
ANUNCIA SU MUERTE
“Ahora
está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto
he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del
cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba
allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un
ángel le ha hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa
mía, sino por causa de vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el
príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la
tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué
muerte iba a morir. Le respondió la gente: Nosotros hemos oído de la ley,
que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que es
necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre? Entonces
Jesús les dijo: Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto
que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en
tinieblas, no sabe a dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la
luz, para que seáis hijos de luz”. (Juan 12:27-36)
JESÚS
TRIUNFÓ EN LA CRUZ
AL
DESPOJAR A SATANÁS CON SUS DEMONIOS
Ahora
el príncipe de este mundo será echado fuera.
La
muerte de Cristo le quitó el dominio a Satanás:
“ el cual nos ha librado de la potestad de las
tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”. (Col. 1:13)
La
muerte de Cristo es la esperanza para los que viven bajo el dominio de Satanás:
La
derrota de Satanás fue exhibida públicamente. “y despojando a los principados y
a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”.
(Col. 2:15)
La
muerte vergonzosa de Cristo, fue la más grande humillación de Satanás, transformó
un instrumento de tortura en un altar de gloria; transformó el olor a muerte en olor a Cristo, para
los que se salvan. “ Porque para Dios somos grato olor
de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos
ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y
para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2ª Cor. 2:15-16)
JESÚS
TRIUNFÓ EN LA CRUZ
AL
TRAER AL PECADOR HACIA SÍ MISMO
Con su muerte y resurrección atrajo
a todos los hombres de todos los tiempos y edades, todos los que hemos creído
seremos reunidos con Él. “Pero con
respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os
dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por
espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de
que el día del Señor está cerca. Nadie os engañe en ninguna manera;
porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de
pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se
levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios
como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando yo
estaba todavía con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo
que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya
está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo
detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se
manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida;
inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y
prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se
pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto
Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de
que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se
complacieron en la injusticia”. (2ª Tes. 2:1-12)
La
cruz fue el fin de la tragedia del pecado, el triunfo en la cruz es la más
grande invitación a la salvación. La atracción del pecado ha destruido la vida
de muchos. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo
los aliviaré. Carguen
sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de
corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga
liviana". (Mt. 11:28-30)
JESÚS
TRIUNFÓ EN LA CRUZ
Y
CON ELLO ABRIÓ UN CAMINO PARA TODOS LOS HOMBRES
La
cruz se convirtió en el lugar para salvar vidas. La cruz de muerte se convirtió
en cruz de vida; la cruz reveló el lugar para el pecador arrepentido. El buen ladrón
fue el primer fruto de la cruz: “Y
dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces
Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. (Lucas 23:42-43)
Conclusión:
Hay
coronas usadas por monarcas que cortaron miles de vidas y ríos de sangre
humana. Cristo llegó a ser rey en su muerte, llego a su reino por la puerta de
la tumba y ascendió a su trono por los escalones de la cruz. Ahora todos son
atraídos a Cristo, nadie es rechazado por él. Vengan a aquel que triunfó sobre
la cruz.
TE ADORAMOS, ¡OH CRISTO!, Y TE BENDECIMOS,
PUES POR TU SANTA CRUZ REDIMISTE AL MUNDO
Por
lo tanto, acordémonos de venerar la Santa Cruz y a nuestro Divino Redentor que
tanto ha sufrido por nosotros y que con tanto amor vino a salvarnos y se donó
totalmente; oremos el Vía Crucis en reparación. Hagamos esta piadosa devoción
para desagraviar a nuestro Señor de todas las ofensas y blasfemias tan ingratas
que recibe en estos tristes días de Apostasía casi generalizada.
VÍA
CRUCIS
✞ Por la señal de la Santa Cruz,
✞ de nuestros enemigos,
✞ líbranos Señor, Dios nuestro.
✞ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
✞ líbranos Señor, Dios nuestro.
✞ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor
mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser
vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa
de todo corazón de haberos ofendido, también me pesa porque podéis castigarme
con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo
firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera
impuesta. Amén.
ORACIÓN INICIAL
Nosotros,
cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el
camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada
gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que
tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su
muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.
Hoy queremos
reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos
acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al
corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación.
Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de
Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras
de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la
propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez
más por este amor, caminar... Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que
«soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono
de Dios» (Hb 12,2).
Pausa de
silencio
Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros
corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último
camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de
participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]
Primera
Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
«Reo es de
muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar
a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba
razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la
presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo,
crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la
sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para
que fuera crucificado.
San Juan el
evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba
María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo
largo de todo el Vía crucis.
Cuántos
temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde
el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos,
negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin
medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Segunda
Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Condenado
muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron
consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora,
le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le
pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y
salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.
El peso de
la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en
espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su
patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando
sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros,
a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos
dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz
cada día, y sígame».
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Tercera
Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Nuestro
Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación,
debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le
infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar
algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e
imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con
toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su
camino.
Isaías había
profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros
dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros».
El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados,
infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra
parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña
aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que
caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y
confianza buscando su ayuda y perdón.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Cuarta
Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
En su camino
hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes
judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí
María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en
la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de
la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y
afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor
del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y
la compasión que se transmiten.
Nos es fácil
adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y
todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de
las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de
motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una
madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su
misión de corredentora.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Quinta
Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Jesús salió
del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera
caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que
la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto.
Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y
pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de
Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego,
movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con
resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su conversión.
El Cireneo
ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman
su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos
las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de
ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y
desinteresada.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Sexta
Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Dice el
profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto
que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y
sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y
no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús
camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre,
los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica
de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que
limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud,
le dejó grabada en él su Santa Faz.
Una letrilla
tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica
y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros
podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos
hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la
pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños,
conmigo lo hacéis».
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Séptima
Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Jesús había
tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada
calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas,
cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio
en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la
meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su
camino.
Nada tiene
de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado
desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo
tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando
la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni
las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los
suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no
es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las
personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento
de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Octava
Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Dice el
evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran
multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús,
volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad
más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si
la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo
haría con los culpables.
Mientras
muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan
algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de
llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció
los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas
quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la
conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de
los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor
de Dios.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Novena
Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Una vez
llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser
crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para
levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado
sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los
que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un
total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.
Jesús agota
sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre,
hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la
cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos
del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también
nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar
sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Décima
Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Ya en el
Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con
mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad
del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no
quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos
supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin
cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas
en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.
Para Jesús
fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué
manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser
en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus
manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo
querido.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Undécima
Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
«Y lo
crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento
terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de
hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el
cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado
en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de
este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la
condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron
con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
El suplicio
de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes
facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El
espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de
nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la
cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la
paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan
dulce en su corteza!».
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Duodécima
Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Desde la
crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de
mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el
principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron
en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio
del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San
Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre
junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu
hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora
el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo
evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed».
Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando
la cabeza entregó el espíritu.
A los
motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en
la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de
María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte
del hijo de sus entrañas.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimotercera
Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Para que los
cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy
solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y
los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a
Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una
lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el
permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del
Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los
clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de
la cruz estaba la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal
el cuerpo sin vida de su Hijo.
Escena
conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una
Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una
lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón
acabó de atravesar el alma de la María.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé:
Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimocuarta
Estación
JESÚS ES SEPULTADO
JESÚS ES SEPULTADO
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
José de
Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y
lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí
tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron
a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas
mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al
sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después,
hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron
todos a Jerusalén.
Con la
sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de
tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza
cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las
situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la
resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha
convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto
simbolizan.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús,
pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Decimoquinta
Estación
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Pasado el
sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al
sepulcro. Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron
en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que
les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está
aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían
dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la
primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los
discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante
cuarenta días. Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron
muchos los que, siendo testigos presenciales de la muerte y sepultura del
Señor, después lo vieron y trataron resucitado.
En los
planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y
destino el sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida
vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo,
la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con
Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que hemos
recibido en el bautismo.
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y
alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su
santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has
concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión,
muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección;
concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has
enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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