LA
CONVERSIÓN DEL RABINO DE ROMA
Por
el R. P. Ángel Peña, O. A. R.
Eugenio
Zolli (1881-1956) nació en 1881 en Polonia. En 1904 va a Viena a seguir la
carrera de rabino, fiel a la tradición familiar, ya que por vía materna se
habían sucedido rabinos por más de dos siglos. En 1913 se casa con Adela
Litwak, una judía polaca muy religiosa, que muere en 1917, dejando una hija:
Dora. En 1920 es nombrado jefe rabino de Trieste (Italia) y, ese mismo año, se
casa con Emma Majonica, de la que tuvo otra hija: Myriam. En 1933 adquiere la
ciudadanía italiana y se cambia el apellido Zoller por Zolli. Fue nombrado
profesor de lengua y literatura hebraica en la Universidad de Padua.
En
1935 escribió una carta al rabino jefe de Roma sobre los actos inhumanos
cometidos contra los hebreos en Alemania, para que informara a Mussolini. En
1938, ante las leyes racistas, introducidas en Italia, Zolli protestó
públicamente. Pero el gobierno italiano le quitó la nacionalidad italiana. En
1940 recibió el cargo de rabino jefe de Roma. Los judíos de Roma estaban
divididos entre filofascistas y sionistas. En Roma, durante los primeros meses
de su cargo, procuró defender a los hebreos de las leyes antisemitas. Pero la
situación empeoró con la llegada de los alemanes a Roma en setiembre de 1943.
El
26 de setiembre, el comandante Herbert Kappler impone a los judíos de Roma el
pago de cincuenta kilos de oro para no deportar a 300 de ellos, que estaban
fichados. La comunidad judía reúne 35 kilos. Zolli acude al Vaticano para pedir
el resto y la respuesta es positiva. Al final, los quince kilos del Vaticano no
harán falta, porque se habían conseguido por otros medios. Pero el oro no
sirvió de nada, pues las deportaciones comenzaron. Sólo se frenaron por
intervención del Papa Pío XII. Por eso, dice él que el hebraísmo mundial tiene
una gran deuda de gratitud con el Papa Pío XII.
En
1944, presentó su renuncia al cargo de rabino de Roma por motivos personales.
¿Qué había pasado? Había decidido convertirse al catolicismo. Su conversión no
fue cosa de un día, sino un largo proceso, que fue madurando a lo largo de los
años. Él cuenta en su Autobiografía algunos de estos momentos importantes, en
su camino hacia su conversión o hacia la plenitud de su amor a Jesús:
“Hacia
fines de 1917 o principios de 1918, una tarde, estaba en casa solo, escribiendo
uno de los acostumbrados artículos para la Lehrerstime. De pronto, dejé la
pluma sobre la mesa y, como arrobado, comencé a invocar el nombre de Jesús,
encontrando mucha paz. Entonces, apareció Jesús en un gran cuadro sin marco, en
el ángulo oscuro de la habitación. Lo contemplé durante largo tiempo sin ningún
nerviosismo, con perfecta serenidad de espíritu. Ni entonces ni ahora, después
de más de treinta años, sabría decir qué pasó en mi alma para producir un
fenómeno semejante. ¿De qué se trataba? Ni entonces ni ahora me hago problemas.
Para mí, me bastaba saber que era la presencia cercana de Jesús. Entonces, no
se me presentó el deseo de hablar de ello con nadie y tampoco me planteé el
problema de mi conversión… Jesús había entrado en mi vida interior como un
dulce huésped, invocado y bien acogido. El amor de Jesús no significaba renegar
de mi fe judía ni abrazar al cristianismo… Yo me sentía judío, naturalmente
judío, y amaba naturalmente a Jesucristo. Y, en este amor mío por Jesús, no
debían entrar ni el judaísmo ni el cristianismo. Yo con Jesús y Jesús en mí.
Una
vez invoqué a Jesús y a María para pedirles la curación de mi esposa,
gravemente enferma. Delante de una imagen de la Piedad, dije: “Tú eres madre,
madre toda santa, toda santa en el dolor y en el amor. La mujer enferma es
madre. Y callé. Vuelto hacia Jesús, le dije: Señor, tú sabes todo. ¿Me
ayudarás? Sí, me dijo”. Me sentía con deseos de correr a casa para ver a la
enferma. Pero tenía que trabajar y hasta me olvidé de haber rezado. Olvidé
hasta el sí del Señor.
Al
llegar a casa, la fiebre y el delirio estaban llegando a su grado máximo y yo
hacía de enfermero, porque estábamos solos. Pero, a medianoche, de un momento
al otro, todo cambió de improviso. No podía creerme a mí mismo. Toqué la mano
de la enferma y era una ex-enferma. Comenzamos a hablar… y razonaba
perfectamente. Me sentí inquieto, como si me faltara algo, descubriendo que era
el Sí de Jesús.
Yo
amaba a Jesús y lo amaba cada vez más. Por muchos años, me parecía que se podía
unir el judaísmo y el cristianismo. ¿Era esto una ilusión?, ¿una idea absurda?
Yo amaba a ambos. ¿Qué podía hacer? El “Día de la Expiación” (Yom Kippur), de
otoño de 1944, estaba presidiendo las liturgias religiosas en el Templo
(sinagoga de Roma). Estaba en medio de una multitud de personas y comencé a
sentir como una niebla espesa en mi alma, y perdiendo contacto con las personas
y cosas que me rodeaban… Era la última función litúrgica y yo estaba con dos
asistentes, uno a mi derecha y el otro a mi izquierda; pero les dejé recitar a
ellos solos las oraciones y el canto. No sentía ni alegría ni dolor. Y, de
pronto, vi con los ojos de la mente un prado con hierba luminosa, pero sin
flores. En ese prado, vi a Jesucristo, vestido con un manto blanco y sobre su
cabeza el cielo azul. Entonces, experimenté una inmensa paz interior. Si
tuviera que dar una imagen del estado de mi alma, diría que era un límpido lago
cristalino entre altas montañas. Dentro de mi corazón, escuché las palabras:
“Tú estás aquí por última vez”. Las tomé en consideración con la más grande
serenidad de espíritu. Y yo respondí. Amén. Así es, así será, así debe ser.
Al
llegar a casa, mi esposa me dijo: “Hoy mientras estabas delante del Arca de la
Ley, me pareció, como si la blanca figura de Jesús, te impusiera las manos
sobre tu cabeza, como si te estuviera bendiciendo”. Yo me quedé sorprendido,
pero muy tranquilo. E hice como si no hubiera entendido. Y ella volvió a
repetírmelo palabra por palabra. En ese momento, nuestra hija Myriam, que
estaba en su habitación, nos llamó y nos dijo: “Esta noche estaba soñando y
veía a Jesús muy alto, blanco, pero no recuerdo nada más”. Unos días después,
renuncié a mi cargo de rabino de la Comunidad judía y busqué un sacerdote
(Padre Dezza) para que me preparara para el bautismo. Mi conversión fue
motivada por el amor a Jesucristo, un amor que vino, poco a poco, por mis meditaciones
de la Escritura”.
Eugenio Zolli y el Papa Pío XII
En
su libro Mi encuentro con Cristo, dice claramente: “Yo había llegado hasta los
confines extremos del reino de la Sagrada Escritura del Antiguo Pacto. Yo me
dije: ¿no era Jesucristo un hijo de mi pueblo? ¿No era espíritu de mí mismo
espíritu? Volví a emprender el difícil camino, camino sembrado de zarzas, que
herían la planta del pie e iba dejando a lo largo de todas las sendas huellas
de mi sangre bermeja, sangre que brotaba de heridas antiguas no cicatrizadas y
de otras que se iban abriendo. Y yo no sabía que ésta era la sangre del Pacto
Nuevo, que gracias a esta sangre yo encontraría el camino y la vida en un
lejano mañana.
Toda
mi vida pasada, ahora lo comprendo, no era más que un fatigoso, largo y
doloroso camino hacia la gran luz de Jesucristo y yo doy gracias a Dios por su
caridad infinita.
Jesucristo
es el camino y el guía sublime. ¡Qué dulzura! ¡Qué suave es nuestro Señor! ¡Soy
tan feliz en este mi amor hacia Jesús! Lo quiero y lo debo decir: “Yo amo mucho
a Jesús. Yo quisiera que todos lo amaran. ¡Qué hermosa sería la vida! ¡Oh, si
el amor de Jesús encendiese e iluminase todos los corazones! En un mundo así,
todos serían felices. Los hombres se amarían todos. Todos seríamos hermanos y
más que hermanos. ¡Dulce Jesús, difunde el amor! Tú, que eres la Bondad, haznos
dignos de amarte y concédenos el don celestial de tu amor. Jesús mío, yo te
amo. Te amo siempre más, siempre mejor. Acoge, acoge, acoge este pobre corazón.
Es tuyo, es todo tuyo. El mismo amor con que te amo, es tuyo. Soy todo tuyo.
Soy feliz de ser tuyo. Quiero serlo siempre, ahora y siempre, ahora y en la
hora de la muerte”.”
El
Padre Dezza, jesuita, rector de la Universidad gregoriana de Roma, fue quien
tomó a su cargo prepararlo para el bautismo. Fue bautizado con su esposa Emma
por Mons. Traglia el 13 de febrero de 1945 con el nombre de Eugenio en honor
del Papa Pío XII. El padre Dezza le dio la primera comunión.
Su
hija Myriam se convirtió y se bautizó un año después. Pero, a raíz de su
conversión, llovieron sobre él toda clase de amenazas y calumnias. Los judíos
lo excomulgaron y declararon apóstata; guardaron ayuno varios días y llevaron
luto, como si hubiese muerto. Algunos judíos americanos hasta le ofrecieron
dinero para que regresara a su antigua fe. Pero él decía: “Después del santo
bautismo, no soy capaz de odiar a nadie. Perdono a todos. Perdono, como Cristo
me ha enseñado”.
Algunos
protestantes también se le acercaron para ofrecerle dinero, si con su estudio
de la Escritura, encontraba una justificación de las tesis protestantes contra
el primado del Papa. Oscar Cullmann, teólogo protestante, en una entrevista al
periódico 30 días, declaró que le hubiera gustado poder ofrecerle una cátedra
en la Universidad de Basilea. Zolli no sólo rechazó la idea, sino que se puso a
escribir un libro para probar el primado del Papa, titulado La confesión y el
drama de Pedro, que quedó inconcluso a su muerte.
Cuando
le preguntaron algunos por qué no se había hecho protestante, respondió: “Protestar
no es testimoniar. ¿Para qué han esperado 1500 años para protestar? La Iglesia
católica fue reconocida por el mundo cristiano como la verdadera Iglesia
durante quince siglos seguidos. Después de estos quince siglos nadie puede
decir que la Iglesia católica no es la Iglesia de Cristo sin plantearse serios
problemas. Yo admito la autenticidad de una sola Iglesia, aquella que fue
anunciada a todos por mis propios antepasados, los doce apóstoles, que, como yo,
han salido de la Sinagoga”.
El
Padre Dezza le ofreció alojamiento a él y a su familia dentro de la Universidad
gregoriana y allí se desempeñó, varios años, como profesor del Instituto
bíblico. El mismo Padre Dezza dice que, siendo profesor, cada mañana asistía a
la misa en la capilla, comulgaba y se quedaba largo tiempo en oración. Cuando,
una vez, le dije que era hora de desayunar, me dijo: “Se está tan bien en la
capilla con el Señor que no quisiera salir jamás”. Y les decía a los católicos:
“Vosotros, que habéis nacido en la religión católica, no sois conscientes de la
riqueza que habéis recibido desde la infancia por la fe y la gracia de Cristo,
pero yo, que he llegado a la fe después de un largo trabajo de años y años, aprecio
la grandeza del don de la fe y siento toda la alegría de ser cristiano”.
Murió
el 2 de marzo de 1956 a los 75 años y sus restos descansan en el cementerio de
Verano de Roma. El gran mensaje que nos deja a todos es: “El judaísmo es la
promesa y el catolicismo el cumplimiento de la promesa; el Mesías, prometido al
pueblo judío, ya vino en la persona adorable de Jesús, nuestro Dios y Señor; a
quien él tanto amó, incluso antes de convertirse”.
Del libro:
Ateos y Judíos Convertidos a la Fe Católica
Autor: R. Padre Ángel Peña, O. A. R.
Nihil Obstat P. Fortunato Pablo Prior Provincial Agustino Recoleto. Imprimatur Mons. José Carmelo Martínez Obispo de Cajamarca (Perú). 2005
Autor: R. Padre Ángel Peña, O. A. R.
Nihil Obstat P. Fortunato Pablo Prior Provincial Agustino Recoleto. Imprimatur Mons. José Carmelo Martínez Obispo de Cajamarca (Perú). 2005
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