"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado".
(Lucas 24, 5-6)
Revelaciones de Jesucristo a la beata Ana Catalina Emmerich.
En proceso de canonización.
Cuando se
acabó el sábado, Juan fue con las santas mujeres, las consoló. Pero no podía
contener sus propias lágrimas por lo que se quedó con ellas solo un corto
espacio de tiempo. Entonces, Pedro y Santiago el menor fueron también a verlas
con el mismo propósito de confortarlas. Ellas prosiguieron con su pena después
de que ellos se fueran.
Vi el alma de Nuestro Señor entre dos ángeles ataviados de guerreros; era luminosa, resplandeciente como el sol del mediodía, la vi atravesar la piedra y unirse con el Sagrado Cuerpo. Vi moverse sus miembros, y el Cuerpo del Señor, unido con su alma y con su divinidad, salir de su mortaja brillante de luz. En ese mismo instante me pareció que una forma monstruosa, con cola de serpiente y una cola de dragón salía de la tierra debajo de la peña, y que se levantaba contra Jesús. Creo que también tenía una cabeza humana. Vi que en la mano del Resucitado ondeaba un estandarte. Jesús pisó la cabeza del dragón y pegó tres golpes en la cola con el palo de su bandera. Desapareció primero el cuerpo, después la cabeza del dragón y quedó solo la cabeza humana. Yo había visto muchas veces esta misma visión antes de la Resurrección y una serpiente igual a la que estaba emboscada en la concepción de Jesús. Me recordó también la serpiente del paraíso, pero esta todavía era más horrorosa. Creo que era una alegoría de la profecía: "El hijo de la mujer romperá la cabeza de la serpiente", y me pareció un símbolo de la victoria sobre la muerte, pues cuando Nuestro Señor aplastó la cabeza del dragón, ya no vi el sepulcro.
Vi el alma de Nuestro Señor entre dos ángeles ataviados de guerreros; era luminosa, resplandeciente como el sol del mediodía, la vi atravesar la piedra y unirse con el Sagrado Cuerpo. Vi moverse sus miembros, y el Cuerpo del Señor, unido con su alma y con su divinidad, salir de su mortaja brillante de luz. En ese mismo instante me pareció que una forma monstruosa, con cola de serpiente y una cola de dragón salía de la tierra debajo de la peña, y que se levantaba contra Jesús. Creo que también tenía una cabeza humana. Vi que en la mano del Resucitado ondeaba un estandarte. Jesús pisó la cabeza del dragón y pegó tres golpes en la cola con el palo de su bandera. Desapareció primero el cuerpo, después la cabeza del dragón y quedó solo la cabeza humana. Yo había visto muchas veces esta misma visión antes de la Resurrección y una serpiente igual a la que estaba emboscada en la concepción de Jesús. Me recordó también la serpiente del paraíso, pero esta todavía era más horrorosa. Creo que era una alegoría de la profecía: "El hijo de la mujer romperá la cabeza de la serpiente", y me pareció un símbolo de la victoria sobre la muerte, pues cuando Nuestro Señor aplastó la cabeza del dragón, ya no vi el sepulcro.
Jesús
resplandeciente, se elevó por medio de la peña. La tierra tembló. Uno de los
ángeles guerreros, se precipitó del cielo al sepulcro como un rayo, apartó la
piedra que cubría la entrada y se sentó sobre ella. Los soldados cayeron como
muertos y permanecieron en el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la
luz brillar en el sepulcro se acercó, tocó los lienzos vacíos y se fue con la
intención de anunciar a Pilato lo sucedido. Sin embargo, aguardó un poco porque
había sentido el terremoto y había visto al ángel apartar la piedra a un lado y
el sepulcro vacío. Mas no había visto a Jesús.
Mientras
la Santísima Virgen oraba interiormente llena de un ardiente deseo de ver a
Jesús, un ángel vino a decirle que fuera a la pequeña puerta de Nicodemo,
porque Nuestro Señor estaba cerca. El corazón de María se inundó de gozo; se
envolvió en su manto y se fue, dejando allí a las santas mujeres sin decir nada
a nadie. Le vi encaminarse deprisa hacia la pequeña puerta de la ciudad por donde
había entrado con sus compañeras al volver del sepulcro. Caminaba con pasos
apresurados, cuando la vi detenerse de pronto en un sitio solitario. Miró a lo
alto de la muralla de la ciudad y el alma de Nuestro Señor, resplandeciente,
bajó hasta su Madre acompañada de una multitud de almas y patriarcas. Jesús,
volviéndose hacia ellos dijo: "He aquí a María, he aquí a mi Madre".
Pareció darle un beso y luego desapareció.
En el mismo instante en que un ángel entraba en el sepulcro y la tierra temblaba vi a Nuestro Señor resucitado apareciéndose a su Madre en el Calvario; estaba hermoso y radiante. Su vestido que parecía una copa, flotaba tras Él, era de un blanco azulado, como el humo visto a la luz del sol. Sus heridas resplandecían, y se podían ver a través de los agujeros de las manos. Rayos luminosos salían de las puntas de sus dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró sus heridas a su Madre, que se posternó para besar sus pies, mas Él la levantó y desapareció. Se veían luces de antorchas a lo lejos cerca del sepulcro, y el horizonte se esclarecía hacia el oriente, encima de Jerusalén.
La Santa Virgen cayó de rodillas y besó el lugar donde había aparecido su Hijo. Debían ser las nueve de la noche. Sus rodillas y sus pies quedaron marcados sobre la piedra. La visión que había tenido la había llenado de un gozo indecible. Y regresó confortada junto a las santas mujeres, a quienes halló ocupadas en preparar ungüentos y perfumes. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado, consoló a las demás y las fortaleció en su fe.
En el mismo instante en que un ángel entraba en el sepulcro y la tierra temblaba vi a Nuestro Señor resucitado apareciéndose a su Madre en el Calvario; estaba hermoso y radiante. Su vestido que parecía una copa, flotaba tras Él, era de un blanco azulado, como el humo visto a la luz del sol. Sus heridas resplandecían, y se podían ver a través de los agujeros de las manos. Rayos luminosos salían de las puntas de sus dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró sus heridas a su Madre, que se posternó para besar sus pies, mas Él la levantó y desapareció. Se veían luces de antorchas a lo lejos cerca del sepulcro, y el horizonte se esclarecía hacia el oriente, encima de Jerusalén.
La Santa Virgen cayó de rodillas y besó el lugar donde había aparecido su Hijo. Debían ser las nueve de la noche. Sus rodillas y sus pies quedaron marcados sobre la piedra. La visión que había tenido la había llenado de un gozo indecible. Y regresó confortada junto a las santas mujeres, a quienes halló ocupadas en preparar ungüentos y perfumes. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado, consoló a las demás y las fortaleció en su fe.
La Santa Virgen se unió a la preparación de los bálsamos que las santas mujeres
habían empezado a elaborar en su ausencia. La intención de ellas era ir al
sepulcro antes del amanecer del día siguiente, y verter esos perfumes en el
Cuerpo de nuestro Señor.
LAS SANTAS MUJERES
Estaban las mujeres cerca de la pequeña puerta de Nicodemus cuando Nuestro Señor resucitó pero no vieron nada de los prodigios que habían acontecido en el sepulcro. Tampoco sabían que habían puesto allí una guardia, porque no habían ido la víspera a causa del sábado. Mientras se acercaban se preguntaban entre sí con inquietud: "¿Quién nos apartará la piedra de la entrada?" Querían echar agua de nardo y aceite aromatizado con flores sobre el Cuerpo de Jesús. Querían ofrecer a Nuestro Señor lo más precioso que pudieran encontrar para honrar su sepultura. La que había llevado más cosas era Salomé, no la madre de Juan, sino una mujer rica de Jerusalén, pariente de san José.
Decidieron que, cuando llegaran,
dejarían sus perfumes sobre la piedra y esperarían a que alguien pasara para
apartarla. Los guardias seguían tendidos en el suelo y las fuertes convulsiones
que los sacudían, demostraban cuán grande había sido su terror. La piedra
estaba corrida hacia la derecha de la entrada, de modo que se podía penetrar en
el sepulcro sin dificultad. Los lienzos que habían servido para envolver a
Jesús estaban sobre el sepulcro. La gran sábana estaba en su sitio, pero sin su
Cuerpo. Las vendas habían quedado sobre el borde anterior del sepulcro, las
telas con que María Santísima había envuelto la cabeza de su Hijo estaban en
donde había reposado esta.
Vi a las santas mujeres acercarse al
jardín, pero, cuando vieron las luces y los soldados tendidos alrededor del
sepulcro, tuvieron miedo y se alejaron un poco. Pero Magdalena, sin pensar en
el peligro, entró precipitadamente en el huerto y Salomé la siguió a cierta
distancia. Otras dos, menos osadas se quedaron en la puerta. Magdalena, al
acercarse a los guardias, se sintió sobrecogida y esperó a Salomé; las dos
juntas pasaron entre los soldados caídos en el suelo y entraron en la gruta del
sepulcro. Vieron la puerta apartada de la entrada y cuando, llenas de emoción penetraron
en el sepulcro, encontraron los lienzos vacíos. El sepulcro resplandecía y un
ángel estaba sentado a la derecha sobre la piedra. No sé si Magdalena oyó las
palabras del ángel, mas salió perturbada del jardín y corrió rápidamente a la
ciudad, donde se hallaban reunidos los discípulos. No sé tampoco si el ángel
habló a María Salomé, que había quedado en la entrada del sepulcro, pero la vi
salir también muy deprisa del jardín, detrás de Magdalena, y reunirse con las
otras dos mujeres anunciándoles lo que había sucedido. Se llenaron de
sobresalto y de alegría al mismo tiempo, y no se atrevieron a entrar.
Casio que había esperado un rato,
pensando quizá que podía ver a Jesús, fue a contárselo todo a Pilato. Al salir
se encontró con las santas mujeres, les contó lo que había visto y las exhortó
a que fueran a asegurarse por sus propios ojos. Ellas se animaron y entraron en
el huerto. A la entrada del sepulcro vieron a dos ángeles vestidos de blanco.
Se asustaron y se cubrieron los ojos con las manos y se postraron en el suelo;
pero uno de los ángeles les dijo que no tuvieran miedo y que no buscaran allí
al crucificado porque había resucitado y estaba vivo. Les mostró el sudario
vacío y les mandó decir a los discípulos lo que habían visto y oído añadiendo que
Jesús les predecería en Galilea y que recordaran sus palabras: "El Hijo
del hombre será entregado en manos de los pecadores que lo crucificarán, pero
Él resucitará al tercer día. Entonces los ángeles desaparecieron. Las santas
mujeres temblando, pero llenas de gozo se volvieron hacia la ciudad. Estaban
sobrecogidas y emocionadas; no se apresuraban, sino que se paraban de vez en
cuando para mirar a ver si veían a Nuestro Señor o si volvía Magdalena.
Mientras tanto Magdalena había ya
llegado al cenáculo, estaba fuera de sí y llamó a la puerta con fuerza. Algunos
discípulos estaban todavía acostados. Pedro y Juan le abrieron. Magdalena les
dijo desde fuera: "Se han llevado el Cuerpo del Señor y no sabemos a dónde
lo han llevado". Después de estas palabras se volvió corriendo al huerto.
Pedro y Juan entraron alarmados en la casa y dijeron algunas palabras a los
otros discípulos. Después la siguieron corriendo; Juan más deprisa que Pedro.
Magdalena entró en el jardín y se
dirigió al sepulcro. Llegaba trastornada por su dolor y sus carreras, cubierta
de rocío con el manto caído y sus hombros descubiertos al igual que sus largos
cabellos. Como estaba sola no se atrevió a bajar a la gruta y se detuvo un
instante en la entrada. Se arrodilló para mirar adentro del sepulcro y al echar
hacia atrás sus cabellos que caían por su cara vio dos ángeles vestidos de
blanco sentados a ambos extremos del sepulcro. Oyó la voz de uno de ellos que
decía: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella gritó en medio de su dolor,
pues no repetía más que una cosa y no tenía más que un pensamiento al saber que
el Cuerpo de Jesús no estaba allí: "Se han llevado a mi Señor y no sé
dónde lo han puesto". Después de estas palabras se puso a buscar
frenéticamente aquí y allá pareciéndole que iba a encontrar al Salvador,
presintiendo confusamente que iba a encontrarlo y que estaba cerca de ella. Ni
la aparición de los ángeles podía distraerla de este pensamiento. Parecía que
no se diera cuenta de que eran ángeles y no podía pensar más que en su Maestro:
"Jesús no está ahí, ¿dónde está Jesús?". La vi moverse de un lado a
otro como el que ha perdido la razón.
El cabello le caía sobre amos lados
sobre la cara, se lo recogió con las manos echándoselo hacia atrás y entonces,
a diez pasos del sepulcro, en el oriente, donde el jardín sube hacia la ciudad
vio aparecer una figura vestida de blanco, entre los arbustos a la luz del
sepulcro y corriendo hacia él oyó que le dirigía estas palabras: "Mujer
¿por qué lloras?" Creyó que era el huertano porque llevaba una azada en la
mano y sobre la cabeza un sombrero ancho, que parecía hecho de corteza de
árbol. Yo había visto bajo esta forma al jardinero de la parábola de Jesús que
contara en Betania a las santas mujeres poco antes de su Pasión. No resplandecía,
sino que era como un simple hombre vestido de blanco a la luz del crepúsculo.
Él le preguntó de nuevo: "¿Por qué lloras?" Entonces ella en medio de
sus lágrimas respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé a dónde.
Si lo has visto dime dónde está y yo iré a por Él." Y volvió a dirigir la
vista frenéticamente a su alrededor. Entonces Jesús le dijo con su voz de
siempre: "¡Magdalena!" Ella reconociendo su voz y olvidando
crucifixión, muerte y sepultura, como si siguiera vivo dijo volviéndose
repentinamente hacia Él: "¡Rabí!" postrándose de rodillas ante Él,
con sus brazos extendidos hacia los pies del Resucitado. Pero Él la detuvo
diciéndole: "No me toques, pues aún no he subido hacia mi Padre. Ve a
decirles a mis hermanos que subo hacia mi Padre y Vuestro Padre, hacia mi Dios y
Vuestro Dios" y desapareció.
Jesús le dijo que no le tocara a causa
de la impetuosidad de ella, que pensaba que Él vivía la misma vida que antes.
En cuanto a las palabras de "aún no he subido a mi Padre" quería
expresar que aún no había dado las gracias al Padre por la obra de la
Redención, a quién pertenecen las primicias de la alegría. Pero ella en el
ímpetu de su amor, ni siquiera se daba cuenta de las cosas grandes que habían
pasado. Lo único que quería era poder besar sus pies como antes.
Después de un momento de perturbación Magdalena corrió al sepulcro, donde seguían los ángeles, que le repitieron las mismas palabras que habían dicho alas otras mujeres, que no buscaran allí al Crucificado porque había resucitado como había predicho. Segura entonces del milagro salió a buscar a las santas mujeres encontrándolas en el camino que conduce al Gólgota.
Después de un momento de perturbación Magdalena corrió al sepulcro, donde seguían los ángeles, que le repitieron las mismas palabras que habían dicho alas otras mujeres, que no buscaran allí al Crucificado porque había resucitado como había predicho. Segura entonces del milagro salió a buscar a las santas mujeres encontrándolas en el camino que conduce al Gólgota.
Toda esta escena no duró más de tres
minutos. Eran las dos y media cuando Nuestro Señor se había aparecido a
Magdalena y Juan y Pedro llegaban al jardín justo cuando ella acababa de irse.
Juan entró el primero deteniéndose a la entrada del sepulcro. Miró por la
piedra apartada y vio que estaba vacío. Después llegó Pedro y entró en la gruta
donde vio los lienzos doblados. Juan le siguió e inmediatamente creyó que había
resucitado y ambos comprendieron claramente todas las palabras que les había
dicho. Pedro escondió los lienzos bajo su manto y volvieron corriendo. Los
ángeles seguían allí, pero creo que Pedro no los vio. Juan dijo más tarde a los
discípulos de Emaús que había visto desde fuera a un ángel.
En ese momento los guardias revivieron,
se levantaron y recogieron sus picas y faroles. Estaban aterrorizados. Yo los
vi correr hasta llegar a las puertas de la ciudad. Mientras tanto Magdalena
contó a las santas mujeres que había visto a Nuestro Señor y lo que los ángeles
le habían dicho; luego se volvió a Jerusalén y las mujeres al jardín creyendo
que allí encontrarían a los dos Apóstoles. Cuando ya estaban cerca Jesús se les
apareció vestido de blanco y les dijo: "Yo os saludo". Ellas se echaron
a sus pies anonadadas. Él les dijo algunas palabras y parecía indicarles algo
con la mano. Luego desapareció.
Entonces las santas mujeres corrieron al cenáculo y contaron a los discípulos que quedaran allí, lo que habían visto. Ellos no querían creerlas ni a ellas ni a Magdalena, calificando todo lo que les decían de sueños de mujeres, hasta que volvieron Pedro y Juan. Al regresar estos se habían encontrado también con Tadeo y Santiago el menor, que los habían seguido y estaban muy conmovidos, ya que Nuestro Señor se les había aparecido a ellos también cerca del cenáculo. Yo había visto a Jesús pasar delante de Pedro y de Juan y me pareció que Pedro lo vio porque lo vi sobrecogerse súbitamente. No sé si Juan lo reconoció.
Entonces las santas mujeres corrieron al cenáculo y contaron a los discípulos que quedaran allí, lo que habían visto. Ellos no querían creerlas ni a ellas ni a Magdalena, calificando todo lo que les decían de sueños de mujeres, hasta que volvieron Pedro y Juan. Al regresar estos se habían encontrado también con Tadeo y Santiago el menor, que los habían seguido y estaban muy conmovidos, ya que Nuestro Señor se les había aparecido a ellos también cerca del cenáculo. Yo había visto a Jesús pasar delante de Pedro y de Juan y me pareció que Pedro lo vio porque lo vi sobrecogerse súbitamente. No sé si Juan lo reconoció.
LOS GUARDIAS
Casio fue a ver a Pilato una hora tras la Resurrección cuando aún el Gobernador romano estaba durmiendo. Le contó emocionado cuanto había visto en el huerto. Le relató sobre el temblor de la peña y cómo un ángel había apartado la piedra del sepulcro y que los lienzos quedaran vacíos. Le dijo que Jesús de Narzaret era efectivamente el Mesías, el Hijo de Dios y que, verdaderamente había resucitado. Pilato escuchó todo el relato con terror escondido y sin querer demostrarlo dijo a Casio: "Eso son supersticiones, has cometido una necedad acercándote tanto al sepulcro del Galileo, sus dioses se han apoderado de ti y te han hecho ver todas esas visiones fantásticas que ahora me cuentas. Te aconsejo que no digas nada de esto a los sacerdotes, porque ellos podrían perjudicarte". Hizo como si creyera que los discípulos hubieran robado y escondido el Cuerpo de Jesús mientras los guardias se habían dormido borrachos y que contaban esas supercherías para no declarar y reconocer su negligencia. Cuando Pilato hubo dicho todo esto y Casio se fue, él corrió a ofrecer sacrificios a sus dioses.
Los cuatro soldados que habían estado
custodiando el sepulcro llegaron a continuación y relataron a Pilato lo mismo
que Casio, pero él no queriendo escucharles más, los envió a Caifás. Los demás
soldados estaban ya en el templo donde se habían reunido muchos ancianos
judíos, ante los que narraban lo que había ocurrido en el huerto del sepulcro.
Después de las deliberaciones, los ancianos cogieron a los soldados uno a uno y
a fuerza de dinero o amenazas, los fueron convenciendo para que contaran que
los discípulos se habían llevado el Cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. Los
soldados dijeron que sus compañeros habían ido a casa de Pilato a contarles lo
mismo y que les iban a contradecir, pero los fariseos les prometieron que lo
amañarían todo con el gobernador. En esto llegaron los soldados que habían ido
a casa de Pilato y se negaron a rectificar lo que le habían contado a este.
Se había ido corriendo el rumor de que
José de Arimatea se había librado milagrosamente de la prisión. Así que cuando
los soldados fueron acusados por los fariseos de haberse dejado sobornar por
los discípulos de Cristo para dejarles llevarse el Cuerpo y amenazados con
fuertes castigos por no presentar el cadáver de Jesús, los soldados dijeron que
cómo era que no castigaran también a los que no habían podido custodiar y
presentar el de José. Algunos que se mantuvieron firmes en lo que habían dicho
y hablaron libremente del juicio inicuo de la antevíspera y del modo en que se
había interrumpido la Pascua, fueron enviados a la cárcel. Los demás
difundieron el embuste que fue extendido por los saduceos, herodianos y
fariseos, esparciéndolo por todas las sinagogas y acompañándolo de injurias
contra Jesús.
Sin embargo, todas esas calumnias no consiguieron
lo que pretendían, porque tras la Resurrección de Jesús, muchos de los judíos
de la ley antigua se aparecieron a muchos de sus descendientes que eran capaces
de recibir la gracia, exhortándolos a que se convirtiesen. Muchos discípulos dispersados
por el país y atemorizados, vieron también apariciones semejantes que los consolaron
y afirmaron en la Fe.
La aparición de los muertos que salieron
de sus sepulcros no tenían el aspecto de Jesús Resucitado, renovado y con su
Cuerpo glorificado, no sujeto a la muerte, con el que subió al cielo ante sus
discípulos; sino que esos cuerpos que habían salido del sepulcro para dar
testimonio de Cristo, eran simples cadáveres, prestados como vestiduras a las
almas que los habían habitado, para luego volver a dejarlos nuevamente en la
tierra, hasta que resuciten como todos nosotros el día del Juicio Final.
Ninguno resucitó como Lázaro, que realmente volvió a la vida y luego murió por
segunda vez.
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