EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

miércoles, 20 de abril de 2016

¿Cómo trataba Jesús a los pecadores públicos?


¿CÓMO TRATABA JESÚS A LOS PECADORES PÚBLICOS?


En el corazón de Jesús hay mansedumbre para algunos e indignación hacia otros. (Pío X)

Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren (ver Mt 11, 28), no ha sido para predicarles el celo por una igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (cf. Mt 21, 13; Lc 19, 46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (cf. Lc 17, 2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (cf. Mt 23, 4). Ha sido tan enérgico como dulce; ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (ver Pr 1, 7; Pr 9, 10) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (ver Mt 18, 8-9). […] Estas son enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a la salvación eterna; son enseñanzas eminentemente sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad. (Pío X. Encíclica Notre charge apostolique, n. 38, 23 de agosto de 1910)


La caridad del Salvador incentiva a que detestemos el pecado. (Pío XI)

Tal fue, ciertamente, el designio del misericordioso Jesús cuando quiso descubrirnos su Corazón con los emblemas de su pasión y echando de sí llamas de caridad: que mirando de una parte la malicia infinita del pecado, y, admirando de otra la infinita caridad del Redentor, más vehementemente detestásemos el pecado y más ardientemente correspondiésemos a su caridad. (Pío XI. Encíclica Miserentissimus Redemptor, n. 8, 8 de mayo de 1928)


Jesús no dirige su palabra a Herodes. (Sagradas Escrituras)

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. (Lc 23, 8-9)


Debemos guardar silencio ante aquellos que no quieren cambiar su modo de obrar. (Gregorio I Magno)

Cuando oyamos esto, debemos obrar igual. Cuando los que nos oyen quieran conocer nuestras obras, alabándonos, sin cambiar ellos su modo de obrar, debemos guardar silencio, no sea que mientras hacemos ostentación de la palabra divina, no favorezca ésta a los que son culpables, y sirva para perjuicio nuestro. (Gregorio I Magno citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 23, 6-12)


La pecadora pública recibió el perdón y el amor de Jesús, porque se arrepintió. (Sagradas Escrituras)

Un fariseo le rogaba que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: “Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora”. Jesús respondió y le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. Él contestó: “Dímelo, Maestro”. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?”. Respondió Simón y dijo: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”. Y él le dijo: “Has juzgado rectamente”. Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco”. Y a ella le dijo: “Han quedado perdonados tus pecados”. Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: “¿Quién es este, que hasta perdona pecados?”. Pero él dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. (Lc 7, 36-50)


Nuestro Salvador visitaba con bondad a los otros para hacerlos partícipes de su justicia. (San Gregorio Niceno)

San Lucas, que era más médico de las almas que de los cuerpos, nos muestra al mismo Dios y nuestro Salvador, visitando con bondad a los otros. Por lo que sigue: “Y habiendo entrado en la casa de un fariseo, se sentó a la mesa”, no para tomar algo de sus vicios, sino para hacerlo partícipe de su propia justicia. (San Gregorio Niceno citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 7, 36-50)


Para Jesús el bien es bien y el mal es el mal. (Benedicto XVI)

Para evitar equívocos, conviene notar que la misericordia de Jesús no se manifiesta poniendo entre paréntesis la ley moral. Para Jesús el bien es bien y el mal es mal. La misericordia no cambia la naturaleza del pecado, pero lo quema en un fuego de amor. Este efecto purificador y sanador se realiza si hay en el hombre una correspondencia de amor, que implica el reconocimiento de la ley de Dios, el arrepentimiento sincero, el propósito de una vida nueva. (Benedicto XVI. Homilía en Asís en el VII centenario de la conversión de San Francisco, 17 de junio de 2007)


El Médico celestial no se fija en quienes ve hacerse peores. (San Gregorio I Magno)

He aquí cómo la que vino enferma al Médico se ha curado, pero a causa de su salud, todavía enferman otros. Porque sigue: “Y los que concurrían allí, comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?” Pero el Médico celestial no se fija en aquellos enfermos a quienes ve hacerse peores con su medicamento, sino que confirma por una sentencia de misericordia a aquella que había sanado. Por esto sigue: “Y dijo a la mujer: Tu fe te ha hecho salva”. Ella no había dudado de poder recibir lo que pedía. (San Gregorio citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Luc 7, 36-50)


Como Cristo, los sacerdotes han de distinguir las personas de las cuales deben o no compadecerse. (San Gregorio I Magno)

Algunos sacerdotes, porque ejecutan exteriormente algunos actos de justicia, desprecian a sus subordinados y desdeñan a los pecadores de la plebe. Es necesario, pues, que cuando tratemos con los pecadores, nos compadezcamos antes de su triste situación. Porque también nosotros, o habremos caído en los mismos pecados, o podremos caer. Conviene distinguir con cuidado entre los vicios, que debemos aborrecer, y las personas, de quienes debemos compadecernos. Porque si debe ser castigado el pecador, el prójimo debe ser alimentado. Mas cuando ya él mismo ha castigado por medio de la penitencia lo malo que ha hecho, deja de ser pecador nuestro prójimo, porque éste castiga en sí lo que la justicia divina reprende. El Médico se encontraba entre dos enfermos: uno tenía la fiebre de los sentidos y el otro había perdido el sentido de la razón. Aquella mujer lloraba lo que había hecho. Pero el fariseo, enorgullecido por la falsa justicia, exageraba la fuerza de su salud. (San Gregorio I Magno citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lucam 7, 36-50)


“Vete en paz” significa: “Haz todo lo que pueda conducir a la amistad de Dios”. (Teófilo)

Después que le hubo perdonado sus pecados, no se detuvo en el perdón, sino que añadió un beneficio. Por lo que sigue: “Vete en paz” (esto es, en justicia), porque la justicia es la paz del hombre con Dios, así como el pecado es la enemistad entre Dios y el hombre. Como diciendo: Haz todo lo que pueda conducir a la amistad de Dios. (Teófilo citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 7, 36-50)



A condición de que no peque más, Jesús no condena la adúltera. (Sagradas Escrituras)

Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. (Jn 8, 1-11)


La mansedumbre divina es invitación a la conversión. (San Agustín de Hipona)

Abandonada sola la mujer y, tras marcharse todos, levantó sus ojos hacia la mujer. […] Por su parte, quien con lengua de justicia había repelido a sus adversarios, tras levantar hacia ella ojos de mansedumbre, le interrogó: “¿Nadie te condenó?” Respondió ella: “Nadie, Señor”. Y él: Tampoco te condenaré yo, por quien temías quizá ser castigada, porque no hallaste pecado en mí. Tampoco te condenaré yo. ¿Qué significa, Señor? ¿Fomentas, pues, los pecados? Simple y llanamente, no es así. Observa lo que sigue: Vete, en adelante no peques ya. El Señor, pues, ha condenado, pero el pecado, no al hombre. Efectivamente, si fuese fautor de pecados diría: “Tampoco te condenaré yo; vete, vive como vives; está segura de mi absolución; por mucho que peques, yo te libraré de todo castigo, hasta de los tormentos del quemadero y del infierno”. No dijo esto. […] El Señor es apacible; el Señor es longánime; el Señor es compasivo; pero el Señor es también justo, el Señor es también veraz. Se te da espacio de corrección; pero tú amas la dilación más que la enmienda. ¿Fuiste malo ayer? Hoy sé bueno. ¿Y has pasado en la malicia el día hodierno? Al menos mañana cambia. Siempre aguardas y te prometes muchísimo de la misericordia de Dios cual, si quien te prometió el perdón mediante el arrepentimiento, te hubiera prometido también una vida muy larga. ¿Cómo sabes lo que parirá el día de mañana? Bien dices en tu corazón: “Cuando me corrija, Dios me perdonará todos los pecados”. No podemos negar que Dios ha prometido indulgencia a los convertidos y enmendados. Por cierto, en el profeta en que me lees que ha prometido indulgencia al corregido, no me lees que Dios te ha prometido vida larga. (San Agustín de Hipona. Tratado XXXIII sobre el Evangelio de San Juan, n. 6-7)


Las palabras de Jesús no pueden ser pasadas por alto: “No peques más”. (Juan Pablo II)

Entre las costumbres de una sociedad secularizada y las exigencias del Evangelio, media un profundo abismo. Hay muchos que querrían participar en la vida eclesial, pero ya no encuentran ninguna relación entre su propio mundo y los principios cristianos. Se cree que la Iglesia, sólo por rigidez, mantiene sus normas, y que ello choca contra la misericordia que nos enseña Jesús en el Evangelio. Las duras exigencias de Jesús, su palabra: “Vete y no peques más” (Jn 8, 11), son pasadas por alto. A menudo se habla de recurso a la conciencia personal, olvidando, sin embargo, que esta conciencia es como el ojo que no posee por sí mismo la luz, sino solamente cuando mira hacia su auténtica fuente. (Juan Pablo II. Alocución a la Conferencia Episcopal Alemana, n. 6, 17 de noviembre de 1980)


Jesús se quedó en casa de Zaqueo porque se arrepintió de sus pecados. (Sagradas Escrituras)

[Jesús] Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. (Lc 19, 1-10)


La bondad del Salvador no soporta la hediondez del pecado. (San Juan Crisóstomo)

Considera la excesiva bondad del Salvador. El inocente trata con los culpables, la fuente de la justicia con la avaricia, que es fundamento de perversidad; cuando ha entrado en la casa del publicano, no sufre ofensa alguna por la nebulosidad de la avaricia; antes, al contrario, hace desaparecer la avaricia con el brillo de su justicia. Pero los murmuradores y los amantes de censurar, empiezan a tentarle acerca de lo que hacía. Sigue, pues: “Y como todos vieron esto, murmuraban diciendo que había ido a hospedarse a la casa de un pecador”, etc. Pero Él, acusado como convidado y amigo de los publicanos, despreciaba todas estas cosas, con el fin de llevar adelante su propósito; porque no cura el médico si no soporta la hediondez de las llagas de los enfermos y sigue adelante en su propósito de curarle. Esto mismo sucedió entonces: el publicano se había convertido y se hizo mejor que antes. Prosigue: “Mas Zaqueo, presentándose al Señor, le dijo: Señor, la mitad de cuanto tengo doy a los pobres”, etc. Cosa admirable. Todavía no se le habla y ya obedece. Y como el sol no ilumina una casa con palabras, sino con hechos, así el Salvador con los rayos de su justicia hace huir la niebla de la torpeza; porque la luz brilla en las tinieblas. (San Juan Crisóstomo citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lucam 19, 1-10)


Si alguno ve a Jesús ya no puede continuar con mala vida. (Tito Bostrense)

Había germinado en él la semilla de la salvación, porque deseaba ver al Salvador. Por esto sigue: “Y procuraba ver a Jesús, quien quiera que fuese” a pesar de que nunca le había visto, porque si le hubiera visto sin duda se hubiese apartado de la mala vida de publicano. Por tanto, si alguno ve a Jesús ya no puede continuar con mala vida. Dos obstáculos le habían impedido verle: la muchedumbre, no tanto de los hombres como de sus pecados (o crímenes) y el ser pequeño de estatura. (Tito Bostrense citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 19, 1-10)


El publicano, habiendo dejado el fraude, recibe la bendición. (San Beda el Venerable)

He aquí cómo el camello, dejando la carga de su jibá, pasa por el ojo de la aguja; esto es, el publicano siendo rico, habiendo dejado el amor de las riquezas y menospreciando el fraude, recibe la bendición de hospedar al Señor en su casa. Sigue pues: “Y él descendió apresurado, y le recibió gozoso”, etc. (San Beda el Venerable citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 19, 1-10)


Merecen la salvación quienes renuncian a su maldad primitiva. (Teófilo)

El Señor le dice: “Desciende presto”; esto es, has subido por la penitencia a ese elevado lugar, baja por la humildad para que no te sorprenda el orgullo, porque me conviene descansar en la casa del humilde. En nosotros existen dos especies de bienes (a saber: los corporales y los espirituales); el justo deja todo lo corporal para los pobres, pero no abandona los bienes espirituales; mas si tomó algo de alguno le devuelve cuatro veces más; dando a conocer por esto que si alguno por la penitencia marcha por el camino contrario al de su maldad primitiva, enmienda por sus muchas virtudes todas sus antiguas faltas; y así es como merece la salvación y ser llamado hijo de Abraham, porque renuncia a su propia estirpe, es decir, a la antigua maldad. (Teófilo citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 19, 1-10)


La misericordia de Jesús exige el cambio de vida. (Benedicto XVI)

Cuando Jesús, al atravesar Jericó, se detuvo precisamente en casa de Zaqueo, suscitó un escándalo general, pero el Señor sabía muy bien lo que hacía. Por decirlo así, quiso arriesgar y ganó la apuesta: Zaqueo, profundamente impresionado por la visita de Jesús, decide cambiar de vida, y promete restituir el cuádruplo de lo que ha robado. […] Dios […] ve en cada uno un alma que es preciso salvar, y le atraen especialmente aquellas almas a las que se considera perdidas y que así lo piensan ellas mismas. Jesucristo, encarnación de Dios, demostró esta inmensa misericordia, que no quita nada a la gravedad del pecado, sino que busca siempre salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescatarse, de volver a comenzar, de convertirse. (Benedicto XVI. Ángelus, 31 de octubre de 2010)


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