¿CÓMO
TRATABA JESÚS A LOS PECADORES PÚBLICOS?
En
el corazón de Jesús hay mansedumbre para algunos e indignación hacia otros.
(Pío X)
Ciertamente,
Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a
sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor,
animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan
en la paz y en la felicidad. Pero a
la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad
soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su
doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por
Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados
y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy
sinceras que pareciesen; los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y
salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren
(ver Mt 11, 28), no ha sido para predicarles el celo por una igualdad
quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el
sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para
las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa
indignación contra los profanadores de la casa de Dios (cf. Mt 21, 13;
Lc 19, 46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (cf. Lc 17,
2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas
cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (cf. Mt 23, 4). Ha sido tan enérgico como dulce; ha
reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el
temor es el comienzo de la sabiduría (ver Pr 1, 7; Pr 9, 10) y que conviene a veces cortar un
miembro para salvar al cuerpo (ver Mt 18, 8-9). […] Estas son enseñanzas que se
intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a
la salvación eterna; son enseñanzas eminentemente
sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un
humanitarismo sin consistencia y sin autoridad. (Pío X.
Encíclica Notre charge apostolique, n. 38, 23 de agosto de 1910)
La
caridad del Salvador incentiva a que detestemos el pecado. (Pío XI)
Tal
fue, ciertamente, el designio del misericordioso Jesús cuando quiso
descubrirnos su Corazón con los emblemas de su pasión y echando de sí llamas de
caridad: que mirando de una parte
la malicia infinita del pecado, y, admirando de otra la infinita caridad del
Redentor, más vehementemente detestásemos el pecado y más
ardientemente correspondiésemos a su caridad. (Pío XI. Encíclica Miserentissimus Redemptor, n. 8, 8 de mayo de 1928)
Jesús
no dirige su palabra a Herodes. (Sagradas Escrituras)
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía
bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle
hacer algún milagro. Le hacía
muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. (Lc 23, 8-9)
Debemos
guardar silencio ante aquellos que no quieren cambiar su modo de obrar. (Gregorio
I Magno)
Cuando
oyamos esto, debemos obrar igual. Cuando
los que nos oyen quieran conocer nuestras obras, alabándonos, sin cambiar ellos su modo de obrar, debemos
guardar silencio, no sea que mientras hacemos ostentación de la palabra
divina, no favorezca ésta a los que son culpables, y sirva para perjuicio nuestro.
(Gregorio I Magno citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc
23, 6-12)
La
pecadora pública recibió el perdón y el amor de Jesús, porque se arrepintió. (Sagradas
Escrituras)
Un
fariseo le rogaba que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se
recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse
de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de
alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se
puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de
su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el
fariseo que lo había invitado se dijo: “Si este fuera profeta, sabría quién y
qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora”. Jesús
respondió y le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. Él contestó: “Dímelo,
Maestro”. “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios
y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál
de ellos le mostrará más amor?”. Respondió Simón y dijo: “Supongo que aquel a
quien le perdonó más”. Y él le dijo: “Has juzgado rectamente”. Y, volviéndose a
la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has
dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus
lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz;
ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me
ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con
perfume. Por eso te digo: sus
muchos pecados han quedado perdonados, porque
ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco”. Y a ella le dijo: “Han quedado
perdonados tus pecados”. Los demás convidados empezaron a decir entre
ellos: “¿Quién es este, que hasta perdona pecados?”. Pero él dijo a la mujer:
“Tu fe te ha salvado, vete en paz”. (Lc 7, 36-50)
Nuestro
Salvador visitaba con bondad a los otros para hacerlos partícipes de su
justicia. (San Gregorio Niceno)
San
Lucas, que era más médico de las almas que de los cuerpos, nos muestra al
mismo Dios y nuestro Salvador,
visitando con bondad a los otros. Por lo que sigue: “Y habiendo entrado en
la casa de un fariseo, se sentó a la mesa”, no para tomar algo de sus vicios, sino para hacerlo partícipe de su
propia justicia. (San
Gregorio Niceno citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 7, 36-50)
Para
Jesús el bien es bien y el mal es el mal. (Benedicto XVI)
Para
evitar equívocos, conviene notar que la misericordia de Jesús no se manifiesta
poniendo entre paréntesis la ley moral. Para Jesús el bien es bien y el mal es mal. La misericordia no cambia
la naturaleza del pecado, pero lo quema en un fuego de amor. Este efecto purificador y sanador se
realiza si hay en el hombre una correspondencia de amor, que implica el
reconocimiento de la ley de Dios, el arrepentimiento sincero, el propósito de
una vida nueva. (Benedicto XVI. Homilía en Asís en el VII centenario de la conversión
de San Francisco, 17 de junio de 2007)
El
Médico celestial no se fija en quienes ve hacerse peores. (San Gregorio I
Magno)
He
aquí cómo la que vino enferma al Médico se ha curado, pero a causa de su salud,
todavía enferman otros. Porque sigue: “Y los que concurrían allí, comenzaron a
decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta los pecados perdona?” Pero el Médico celestial no se fija en aquellos
enfermos a quienes ve hacerse peores con su medicamento, sino que confirma
por una sentencia de misericordia a aquella que había sanado. Por esto sigue:
“Y dijo a la mujer: Tu fe te ha hecho salva”. Ella no había dudado de poder
recibir lo que pedía. (San
Gregorio citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Luc 7, 36-50)
Como
Cristo, los sacerdotes han de distinguir las personas de las cuales deben o no
compadecerse. (San Gregorio I Magno)
Algunos
sacerdotes, porque ejecutan exteriormente algunos actos de justicia, desprecian
a sus subordinados y desdeñan a los pecadores de la plebe. Es necesario, pues,
que cuando tratemos con los pecadores, nos compadezcamos antes de su triste situación.
Porque también nosotros, o habremos caído en los mismos pecados, o podremos
caer. Conviene distinguir con
cuidado entre los vicios, que debemos aborrecer, y las personas, de quienes
debemos compadecernos. Porque si debe ser castigado el pecador, el prójimo debe
ser alimentado. Mas cuando ya él mismo ha castigado por medio de la
penitencia lo malo que ha hecho, deja de ser pecador nuestro prójimo, porque
éste castiga en sí lo que la justicia divina reprende. El Médico se encontraba entre dos enfermos: uno tenía la fiebre de los
sentidos y el otro había perdido el sentido de la razón. Aquella mujer lloraba
lo que había hecho. Pero el fariseo, enorgullecido por la falsa justicia,
exageraba la fuerza de su salud. (San
Gregorio I Magno citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lucam 7,
36-50)
“Vete
en paz” significa: “Haz todo lo que pueda conducir a la amistad de Dios”. (Teófilo)
Después
que le hubo perdonado sus pecados, no se detuvo en el perdón, sino que añadió
un beneficio. Por lo que sigue: “Vete en paz” (esto es, en justicia),
porque la justicia es la paz del
hombre con Dios, así como el pecado es la enemistad entre Dios y el hombre.
Como diciendo: Haz todo lo que
pueda conducir a la amistad de Dios. (Teófilo
citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 7, 36-50)
A
condición de que no peque más, Jesús no condena la adúltera. (Sagradas
Escrituras)
Al
amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y,
sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer
sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta
mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para
comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo
en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que
esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. E inclinándose otra vez,
siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno,
empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que
seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus
acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?”. Ella contestó: “Ninguno, Señor”. Jesús
dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en
adelante no peques más”. (Jn 8, 1-11)
La
mansedumbre divina es invitación a la conversión. (San Agustín de Hipona)
Abandonada
sola la mujer y, tras marcharse todos, levantó sus ojos hacia la mujer. […] Por
su parte, quien con lengua de justicia había repelido a sus adversarios, tras
levantar hacia ella ojos de mansedumbre, le interrogó: “¿Nadie te condenó?”
Respondió ella: “Nadie, Señor”. Y él: Tampoco te condenaré yo, por quien temías
quizá ser castigada, porque no hallaste pecado en mí. Tampoco te condenaré yo.
¿Qué significa, Señor? ¿Fomentas,
pues, los pecados? Simple y llanamente, no es así. Observa lo que sigue:
Vete, en adelante no peques ya. El Señor, pues, ha condenado, pero el pecado,
no al hombre. Efectivamente, si fuese fautor de pecados diría: “Tampoco te
condenaré yo; vete, vive como vives; está segura de mi absolución; por mucho
que peques, yo te libraré de todo castigo, hasta de los tormentos del quemadero
y del infierno”. No dijo esto. […] El
Señor es apacible; el Señor es longánime; el Señor es compasivo; pero el Señor
es también justo, el Señor es también veraz. Se te da espacio de
corrección; pero tú amas la dilación más que la enmienda. ¿Fuiste malo ayer?
Hoy sé bueno. ¿Y has pasado en la malicia el día hodierno? Al menos mañana
cambia. Siempre aguardas y te
prometes muchísimo de la misericordia de Dios cual, si quien te prometió el
perdón mediante el arrepentimiento, te hubiera prometido también una vida muy
larga. ¿Cómo sabes lo que parirá el día de mañana? Bien dices en tu
corazón: “Cuando me corrija, Dios me perdonará todos los pecados”. No podemos negar que Dios ha prometido
indulgencia a los convertidos y enmendados. Por cierto, en el profeta
en que me lees que ha prometido indulgencia al corregido, no me lees que Dios
te ha prometido vida larga. (San Agustín de Hipona. Tratado XXXIII sobre el Evangelio de San Juan,
n. 6-7)
Las
palabras de Jesús no pueden ser pasadas por alto: “No peques más”. (Juan Pablo
II)
Entre las costumbres de
una sociedad secularizada y las exigencias del Evangelio, media un profundo
abismo. Hay muchos
que querrían participar en la vida eclesial, pero ya no encuentran ninguna
relación entre su propio mundo y los principios cristianos. Se cree que la Iglesia, sólo por rigidez,
mantiene sus normas, y que ello choca contra la misericordia que nos enseña
Jesús en el Evangelio. Las duras exigencias de Jesús, su palabra: “Vete y
no peques más” (Jn 8, 11), son
pasadas por alto. A menudo se habla de recurso a la conciencia
personal, olvidando, sin embargo, que esta conciencia es como el ojo que no
posee por sí mismo la luz, sino solamente cuando mira hacia su auténtica
fuente. (Juan Pablo II. Alocución a la Conferencia Episcopal Alemana, n. 6, 17
de noviembre de 1980)
Jesús
se quedó en casa de Zaqueo porque se arrepintió de sus pecados. (Sagradas
Escrituras)
[Jesús]
Entró en Jericó e iba atravesando la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo,
jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a
causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se
subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al
llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu
casa”. Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento. Al ver esto,
todos murmuraban diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: “Mira,
Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a
alguno, le restituyo cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo
de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que
estaba perdido”. (Lc 19, 1-10)
La
bondad del Salvador no soporta la hediondez del pecado. (San Juan Crisóstomo)
Considera
la excesiva bondad del Salvador. El inocente trata con los culpables, la fuente
de la justicia con la avaricia, que es fundamento de perversidad; cuando ha
entrado en la casa del publicano, no sufre ofensa alguna por la nebulosidad de
la avaricia; antes, al contrario, hace desaparecer la avaricia con el brillo de
su justicia. Pero los murmuradores y los amantes de censurar, empiezan a
tentarle acerca de lo que hacía. Sigue, pues: “Y como todos vieron esto,
murmuraban diciendo que había ido a hospedarse a la casa de un pecador”, etc.
Pero Él, acusado como convidado y
amigo de los publicanos, despreciaba todas estas cosas, con el fin de llevar
adelante su propósito; porque no cura el médico si no soporta la hediondez de
las llagas de los enfermos y sigue adelante en su propósito de curarle.
Esto mismo sucedió entonces: el
publicano se había convertido y se hizo mejor que antes. Prosigue:
“Mas Zaqueo, presentándose al Señor, le dijo: Señor, la mitad de cuanto tengo
doy a los pobres”, etc. Cosa admirable. Todavía no se le habla y ya obedece. Y
como el sol no ilumina una casa con palabras, sino con hechos, así el Salvador con los rayos de su justicia
hace huir la niebla de la torpeza; porque la luz brilla en las tinieblas. (San Juan
Crisóstomo citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lucam 19, 1-10)
Si
alguno ve a Jesús ya no puede continuar con mala vida. (Tito Bostrense)
Había
germinado en él la semilla de la salvación, porque deseaba ver al Salvador. Por
esto sigue: “Y procuraba ver a Jesús, quien quiera que fuese” a pesar de que
nunca le había visto, porque si le hubiera visto sin duda se hubiese apartado
de la mala vida de publicano. Por tanto, si alguno ve a Jesús ya no puede continuar con mala vida. Dos
obstáculos le habían impedido verle: la muchedumbre, no tanto de los
hombres como de sus pecados (o
crímenes) y el ser pequeño de estatura. (Tito
Bostrense citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 19, 1-10)
El
publicano, habiendo dejado el fraude, recibe la bendición. (San Beda el
Venerable)
He
aquí cómo el camello, dejando la carga de su jibá, pasa por el ojo de la aguja;
esto es, el publicano siendo rico,
habiendo dejado el amor de las riquezas y menospreciando el fraude, recibe la
bendición de hospedar al Señor en su casa. Sigue pues: “Y él descendió
apresurado, y le recibió gozoso”, etc. (San Beda el
Venerable citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 19, 1-10)
Merecen
la salvación quienes renuncian a su maldad primitiva. (Teófilo)
El
Señor le dice: “Desciende presto”; esto es, has subido por la penitencia a ese
elevado lugar, baja por la humildad para que no te sorprenda el orgullo, porque
me conviene descansar en la casa del humilde. En nosotros existen dos especies
de bienes (a saber: los corporales y los espirituales); el justo deja todo lo
corporal para los pobres, pero no abandona los bienes espirituales; mas si tomó
algo de alguno le devuelve cuatro veces más; dando a conocer por esto que si alguno por la penitencia marcha por el camino contrario al de su maldad primitiva,
enmienda por sus muchas virtudes todas sus antiguas faltas; y así es como
merece la salvación y ser llamado hijo de Abraham, porque renuncia a su propia estirpe, es
decir, a la antigua maldad. (Teófilo
citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 19, 1-10)
La
misericordia de Jesús exige el cambio de vida. (Benedicto XVI)
Cuando
Jesús, al atravesar Jericó, se detuvo precisamente en casa de Zaqueo, suscitó
un escándalo general, pero el Señor sabía muy bien lo que hacía. Por decirlo
así, quiso arriesgar y ganó la apuesta: Zaqueo, profundamente impresionado por la visita de Jesús, decide
cambiar de vida, y promete restituir el cuádruplo de lo que ha robado. […]
Dios […] ve en cada uno un alma que es preciso salvar, y le atraen especialmente aquellas almas a
las que se considera perdidas y que así lo piensan ellas
mismas. Jesucristo, encarnación de Dios, demostró esta inmensa misericordia, que no quita
nada a la gravedad del pecado, sino que busca siempre salvar al pecador,
ofrecerle la posibilidad de rescatarse, de volver a comenzar, de convertirse. (Benedicto XVI. Ángelus, 31 de octubre de 2010)
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