¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!
Mensajes
del Sagrado Corazón de Jesús a sor Josefa Menéndez, recogidos en el libro “Un
llamamiento al Amor”.
Sor
Josefa Menéndez recibió mensajes dictados por Nuestro Señor Jesucristo en el
convento de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús en Les Feuillants, en
Poitiers, Francia, entre 1920 y 1923.
“Tan
sólo un lugar queda excluido de la corriente de Amor que brota del Corazón de
Jesús: el Infierno. El dogma del Infierno, tantas veces combatido o simplemente
pasado en silencio e ignorado de muchos de nuestros tiempos de fe deficiente,
es sacado divinamente a luz con claridad sobrenatural. ¿Quién podrá dudar, por
ejemplo, de la furia infernal contra Cristo y su Reino, frente a las huellas de
fuego impresas sobre los miembros y en los vestidos de la débil criatura que
Dios quiso oponer a las violencias del Infierno?...
Pero
sobre todas estas enseñanzas doctrinales que parecen ya de gran valor, el
Mensaje directo del Corazón de Jesús es un Llamamiento de Amor y de
Misericordia. Un día preguntaba Sor Josefa a su Maestro: «Señor: No entiendo
cuál es esta Obra que me decís siempre.» «¿No sabes cuál es mi Obra? Pues, ¡es
de amor!...
Quiero
servirme de ti para dar a conocer más todavía la misericordia y el amor de mi
Corazón. Las palabras y deseos que doy a conocer por tu medio excitarán el celo
de muchas almas e impedirán la pérdida de un gran número y comprenderán cada vez
más que la misericordia y el amor de mi Corazón son inagotables”.
“Vengo
a decirte Yo mismo quién soy.
Quiero
que el mundo conozca mi Corazón. Quiero que conozcan mi amor. ¿Saben los
hombres lo que he hecho por ellos?... Quiero decirles que en vano buscan su
felicidad fuera de Mí: no la encontrarán...
Dirigiré
mis llamadas a todos: religiosos y seglares, justos y pecadores, sabios e
ignorantes, gobernantes y súbditos. A todos vengo a decirles: si buscáis
felicidad, Yo lo soy. Si queréis riqueza, Yo soy riqueza infinita. Si deseáis
paz, Yo soy la Paz, Yo soy la misericordia y el amor.
Quiero
que mi amor sea el sol que ilumine y el calor que caliente a todas las almas.
Quiero
que el mundo entero me conozca como Dios de amor, de perdón y de misericordia.
Quiero
que el mundo lea que deseo perdonar y salvar. ¡Que los más miserables no
teman!... ¡Que los pecadores no huyan de Mí... Que vengan todos, porque estoy
siempre esperándolos como un Padre, con los brazos abiertos para darles vida y
felicidad.
* * *
Que
el mundo escuche y lea estas palabras: Un padre tenía un hijo único.
Ricos,
poderosos, vivían rodeados de servidores, de bienestar; perfectamente dichosos,
de nada ni de nadie necesitaban para acrecentar su felicidad, el padre era la
felicidad de su hijo y éste la de su padre.
Ambos
tenían corazón noble, caritativos sentimientos, la menor miseria les movía a
compasión.
Entre
los servidores de este bondadoso señor, uno enfermó gravemente, y estaba a
punto de morir si no se le atendía con remedios enérgicos y con asiduos
cuidados.
Mas
el servidor era pobre y vivía solo.
¿Qué
hacer? ¿Dejarle morir? La nobleza de sentimientos del señor no puede
consentirlo.
¿Enviará
para cuidarle a otro de sus criados? Tampoco estaría tranquilo, porque
cuidándole más por interés que por afecto, le faltarían tal vez mil detalles y
atenciones que el enfermo necesita.
Compadecido
el padre confía a su hijo su inquietud respecto del pobre enfermo, le dice que
con asidua asistencia podría curarse y vivir muchos años aún. El hijo, que ama
a su padre y comparte su compasión, se ofrece a cuidar al servidor con esmero,
sin perdonar trabajo, cansancio, ni solicitud, con tal de conseguir su
curación.
El
padre acepta; sacrifica la compañía de su hijo y éste las caricias de su padre
y convirtiéndose en siervo, se consagra a la asistencia del que es
verdaderamente su servidor. Prodígale mil cuidados y atenciones, le provee de
cuanto necesita, no sólo para su curación, sino para su bienestar, de suerte
que, al cabo de algún tiempo, el enfermo recobra la salud Penetrado de
admiración por cuanto su señor ha hecho por él, el servidor pregunta de qué
manera podría demostrarle su agradecimiento.
El
hijo le aconseja se presente a su padre, y ya que está curado se ofrezca de
nuevo a él como uno de sus más fieles servidores.
Así
lo hace, y reconociéndose su deudor, emplea cuantos medios están a su alcance,
para publicar la caridad de su señor; más aún, se ofrece a servirles sin
interés, pues sabe que no necesita ser retribuido como criado el que es
atendido y tratado como hijo.
Esta
parábola es pálida figura del amor que mi Corazón siente por las almas y de la
correspondencia que espero de ellas. La explicaré poco a poco, pues quiero que
conozcan los sentimientos de mi Corazón.
* * *
Dios
creó al hombre por amor, y le colocó en tal condición, que nada podía faltar a
su bienestar en la tierra, hasta que llegase a alcanzar la felicidad eterna en
la otra vida; para esto había de someterse a la divina voluntad, observando las
leyes sabias y suaves impuestas por su Creador.
Mas
el hombre, infiel a la ley de Dios, cometió el primer pecado y contrajo así la
grave enfermedad que había de conducirle a la muerte.
El
hombre, es decir, el padre y la madre de toda la humanidad fueron los que
pecaron; por consiguiente toda su posteridad se manchó con la misma culpa. El
género humano perdió así el derecho que el mismo Dios le había concedido de
poseer la felicidad perfecta en el cielo; en adelante, el hombre padecerá,
sufrirá, morirá.
Dios
no necesita para ser feliz, ni del hombre, ni de sus servicios; se basta a sí
mismo; su gloria es infinita; nada ni nadie puede menoscabarla. Pero
infinitamente poderoso es también infinitamente bueno. ¿Dejará padecer y al fin
morir al hombre creado sólo por amor?
Esto
no es propio de un Dios; antes, al contrario, le dará otra prueba de amor y
frente a un mal de tanta gravedad pondrá un remedio infinito. Una de las tres
personas de la Santísima Trinidad tomará la naturaleza humana y reparará
divinamente el mal ocasionado por el pecado.
El
Padre entrega a su Hijo; Este sacrifica su gloria y la compañía de su Peche,
descendiendo a la tierra, no en calidad de señor rico, de poderoso, sino en la
condición de siervo, de pobre, de niño.
La
vida que llevó sobre la tierra todos le conocéis.
* * *
Bien
sabéis que desde el primer instante de mi Encarnación me sometí a todas las
miserias de la naturaleza humana.
Pasé
por toda clase de trabajos y de sufrimientos; desde niño sentí el frío, el
hambre, el dolor, el cansancio, el peso del trabajo, de la persecución, de la
pobreza.
El
amor me hizo escoger una vida oscura, como un pobre obrero; más de una vez fui
humillado, despreciado, tratado con desdén como hijo de un carpintero. ¡Cuántos
días, después de soportar mi Padre adoptivo y Yo una jornada de rudo trabajo apenas
teníamos por la noche lo necesario para el sustento! ¡Y así pasé treinta años!
Más
tarde, renunciando a los cuidados de mi Madre, me dediqué a dar a conocer a mi
Padre Celestial. A todos enseñé que Dios es caridad.
Pasaba
haciendo bien a los cuerpos y a las almas.
A
los enfermos devolvía la salud, a los muertos la vida, a las almas... ¡Oh, a
las almas...! Les daba la libertad que habían perdido por el pecado y les abría
las puertas de su verdadera y eterna patria, pues se acercaba el momento en que
para rescatarlas el Hijo de Dios iba a dar por ellas su sangre y su vida.
Y,
¿cómo iba a morir?... ¿Rodeado de sus discípulos?... ¿Aclamado como
bienhechor?... No, almas queridas; ya sabéis que el Hijo de Dios no quiso morir
así. El que venía a derramar amor fue víctima del odio. El que venía a dar
libertad a los hombres fue preso, maltratado, calumniado. El que venía a
traerles la paz, es blanco de la guerra más encarnizada. Sólo predicó la mutua
caridad y muere en la cruz entre ladrones. ¡Miradle pobre, despreciado despojado
de todo! ¡Todo lo ha dado por la salud del hombre!
Así
cumplió el fin por el cual dejó voluntariamente la bienaventuranza que gozaba
al lado de su Padre. El hombre estaba enfermo y el Hijo de Dios bajó hasta él,
y no sólo le devolvió la vide por su muerte, sino que le dio también fuerzas y
medios con qué trabajar y adquirir la fortuna de su eterna felicidad.
* * *
¿Cómo
ha correspondido el hombre a semejante favor? ¿Se ofrece, a ejemplo del
servidor, a trabajar por su dueño con fidelidad y sin interés de retribución?
Preciso
es distinguir las diferentes respuestas del hombre a Dios.
* * *
Unos
me han conocido verdaderamente, y movidos a impulsos del amor, sienten vivos
deseos de entregarse por completo al servicio de mi Padre, sin ningún interés
personal.
Preguntando
qué podrían hacer para trabajar por su Señor con más fruto, mi Padre les ha
respondido: «Deja tu casa, tus bienes, déjate a ti mismo y ven; haz cuanto yo
te pida.»
Otros
sintieron conmoverse su corazón ante lo que el Hijo de Dios ha hecho por
salvarlos y, llenos de buena voluntad se presentan a Él, buscando cómo podrán
publicar la bondad de su Señor y, sin abandonar sus propios intereses, trabajar
por los de Jesucristo.
A
éstos mi Padre les ha dicho: Guardad la Ley que os ha dado vuestro Dios y
Señor. Guardad mis Mandamientos y, sin desviaros a derecha ni a izquierda,
vivid en la paz de mis fieles servidores.
Otros
no han comprendido el amor con que su Dios los ama: no les falta buena
voluntad; viven bajo la ley, pero sin amor; siguen la inclinación natural hacia
el bien, que la gracia depositó en el fondo de su corazón.
No
son servidores voluntarios, pues que no se presentaron nunca a recibir las
órdenes de su Señor; pero como no tienen mala voluntad, les basta, a veces, una
invitación para prestarse gustosos a los servicios que se les pide.
Otros,
en fin, movidos más por interés que por amor, ejecutan lo estrictamente
necesario para merecer, al fin de la vida, la recompensa de sus trabajos.
Pero...
¿Se han presentado todos los hombres para ofrecerse al servicio de su Dios y
Señor?... ¿Han conocido todos el amor inmenso que tiene hacia ellos? ¿Saben
agradecer cuanto Jesucristo les ha dado? ¡Ah!, muchos lo ignoran; muchos, conociéndolo,
la desprecian.
A
todos Jesucristo va a decirles una palabra de amor.
* * *
Hablaré
primero a los que no me conocen: Sí; a vosotros, hijos queridos, que desde
vuestra tierna infancia habéis vivido lejos de vuestro Padre. ¡Venid! Voy a
deciros por qué no le conocéis y, cuando sepáis quién es y qué Corazón tan
amoroso tiene, no podréis resistir a su amor.
Con
frecuencia sucede que hijos que han vivido lejos de sus padres, no los aman;
mas cuando conocen la dulzura que encierra el amor paterno y sus desvelos,
llegan a amarlos con más ternura aún que aquellos que nunca han salido de su
hogar.
A
las almas que no sólo no me aman, sino que me aborrecen y me persiguen,
preguntaré: ¿Por qué me odiáis así?... ¿Qué os he hecho Yo, para que me
persigáis de ese modo?...
¡Cuántas
almas hay que nunca se han hecho esta preguntar Y hoy, que se la hago Yo
tendrán que responder: «No lo sé»!
Yo
responderé por ellas.
* * *
No
me conociste cuando niño porque nadie te enseñó a conocerme, y a medida que
ibas creciendo en edad, crecían en ti también las inclinaciones de la
naturaleza viciada, el amor de los placeres, el deseo de goces, de libertad, de
riquezas.
Un
día oíste decir que para vivir bajo mi Ley es preciso soportar al prójimo,
amarle, respetar sus derechos, sus bienes; que es necesario someter las propias
pasiones... y como vivías entregado a tus caprichos, a tus malos hábitos,
ignorando de qué ley se trataba, protestaste diciendo:
¡No
quiero más ley que mi gusto! ¡Quiero gozar! ¡Quiero ser libre!
Así
es como empezaste a odiarme, a perseguirme.
Pero
Yo, que soy tu Padre, te amo con amor infinito y, mientras te rebelabas
ciegamente y persistías en el afán de destruirme, mi Corazón se llenaba más y
más de ternura hacia ti.
Así
transcurrieron un año, dos, tres, tantos cuantos sabes que has vivido de ese
modo.
Hoy
no puedo contener por más tiempo el impulso de mi amor y, al ver que vives en
continua guerra contra quien tanto te ama; vengo a decirte Yo mismo quién soy.
* * *
Hijo
querido: Yo soy Jesús, y este nombre quiere decir Salvador. Por eso mis manos
están traspasadas por los clavos que me sujetaron a la cruz, en la cual he
muerto por tu amor. Mis pies llevan las mismas señales y mi Corazón está
abierto por la lanza, que introdujeron en él después de mi muerte.
Así
vengo a ti, para enseñarte quién soy y cuál es mi ley.
Soy
tu Dios y tu Padre. ¡Tu Creador y tu Salvador!... Tú eres mi criatura, mi hijo
y mi redimido, porque al precio de mi Sangre y de mi vida te rescaté de la
tiranía de la esclavitud del pecado.
Tienes
un alma grande, inmortal, creada para gozar eternamente; posees una voluntad
capaz de obrar el bien y un corazón que necesita amar y ser amado.
Si
buscas alimentar este amor de cosas terrenas y pasajeras, nunca lo saciarás.
Tendrás siempre, hambre, vivirás en perpetua guerra contigo mismo, triste,
inquieto, turbado.
Si
eres pobre y tienes que trabajar para ganar el sustento, las miserias de la
vida te llenarán de amargura. Sentirás odio contra tus amos y quizá, si
pudieras, destruirías sus bienes, para reducirlos a vivir como tú, sujetos a la
ley del trabajo. Experimentarás cansancio, rebeldía y desesperación, pues la
vida es triste y al fin has de morir.
Sí,
mirando naturalmente, todo eso es triste. Pero Yo vengo a mostrarte la vida
como es en realidad, no como tú la ves.
Aunque
seas pobre y tengas que ganarte tu sustento y el de tu familia, aunque te veas
sujeto a un amo, no eres esclavo. Fuiste creado para ser libre.
Si
vas buscando amor y no logras satisfacer tus ansias, es porque fuiste creado
para amar no lo temporal, sino lo eterno.
Esa
familia que amas, por la que te afanas en procurar su subsistencia, su
bienestar y su felicidad en la tierra, debes amarla sin olvidar que un día
tendrás que separarte de ella, aunque no para siempre.
Ese
dueño a quien sirves y para quien trabajas, debes amarle, respetarle, cuidar de
sus intereses y procurar aumentárselos con tu trabajo y con tu fidelidad; mas
ten presente que sólo será tu señor por unos cuantos años, pues esta vida pasa
pronto y conduce a la otra que no acabará jamás y que será feliz.
Tu
alma, creada por un padre que te ama, no con un amor cualquiera sino con un
amor eterno e infinito, irá al lugar de eterna dicha que este, Padre te
prepara.
Allí
encontrarás el amor que responderá a tus anhelos.
Allí
vivirás la verdadera vida, de la que no es más que una sombra que pasa esta de
la tierra: el cielo no pasará jamás.
Allí
el trabajo que hiciste y soportaste en le tierra será recompensado.
Allí
encontrarás a la familia que tanto amabas y por la que derramaste el sudor de
tu frente: Allí te unirás con tu Padre, con tu Dios. ¡Si supieras qué felicidad
te espera!...
* * *
Quizá
al oír esto dirás: —¡Yo no tengo fe! No creo en la otra vida. ¿No tienes fe?...
¿No crees en Mí?... Pues si no crees en Mí, ¿por qué me persigues?... ¿Por qué
declaras la guerra a los míos? ¿Por qué te rebelas contra mis leyes?... Y
puesto que reclamas libertad para ti, ¿por qué no la dejas a los demás?... ¿No
crees en la vida eterna?... Dime, ¿vives feliz aquí abajo?... Bien sabes que
necesitas algo que no encuentras en la tierra.
Si
encuentras el placer que buscas, no te satisface.
Si
alcanzas las riquezas que deseas, no bastan.
El
cariño que anhelas, al fin, te causa hastío.
¡No!
Lo que necesitas, no lo encontrarás acá... Necesitas paz; no la paz del mundo,
si no la de los hijos de Dios. Y, ¿cómo la hallarás en la rebelión?
Yo
te diré dónde serás feliz, dónde hallarás la paz, dónde apagarás esa sed que
hace tanto tiempo te devora... No te asustes al oírme decir que la encontrarás
en el cumplimiento de mi ley.
Ni
te rebeles al oír hablar de ley, pues no es ley de tiranía sino de amor.
Sí,
mi ley es de amor, porque soy tu Padre.
* * *
Ya
sabes que en el ejército debe haber disciplina y en toda familia bien ordenada,
un reglamento. Así, en la gran familia de Jesucristo hay también una ley, pero
llena de suavidad y de amor.
Vengo
a enseñarte lo que es mi ley y lo que es mi Corazón que te la da, este Corazón
al que no conoces y al que tantas veces persigues. Tú me buscas para darme la
muerte y Yo te busco para darte la vida. ¿Cuál de los dos triunfará? ¿Será tu
corazón tan duro que resista al que ha dado su propia vida y su amor?
En
la familia los hijos llevan el apellido de su padre; así se les reconoce.
Del
mismo modo mis hijos llevan el nombre de cristianos, que se les da al
administrarles el Bautismo. Has recibido este nombre, eres hijo mío y como tal
tienes derecho a todos los bienes de tu Padre.
Sé
que no me conoces, que no me amas, antes, por el contrario, me odias y me
persigues. Pero Yo, te amo con amor infinito y quiero darte parte en la
herencia a la que tienes derecho.
Escucha,
pues, lo que debes hacer para adquirirla: creer en mi amor y en mi
misericordia. Tú me has ofendido, Yo te perdono.
Tú
me has perseguido, Yo te amo.
Tú
me has herido de palabra y de obra, Yo quiero hacerte bien y abrirte mis
tesoros.
No
creas que ignoro cómo has vivido hasta aquí; sé que has despreciado mis
gracias, y tal vez profanado mis Sacramentos. Pero te perdono.
* * *
Y
desde ahora si quieres vivir feliz en la tierra y asegurar tu eternidad, haz lo
que voy a decirte. ¿Eres pobre? Cumple con sumisión el trabajo a que estás obligado
sabiendo que Yo viví treinta años sometido a la misma ley que tú, porque era
también pobre, muy pobre.
No
veas en tus amos unos tiranos. No alimentes sentimientos de odio hacia ellos;
no les desees mal; haz cuanto puedas para acrecentar sus intereses y sé fiel.
¿Eres
rico? ¿Tienes a tu cargo obreros, servidores? No los explotes. Remunera
justamente su trabajo; ámalos, trátalos con dulzura y con bondad. Si tú tienes
un alma inmortal, ellos también.
No
olvides que los bienes que se te han dado no son únicamente para tu bienestar y
recreo, sino para que, administrándolos con prudencia, puedas ejercer la
caridad con el prójimo. Cuando ricos y pobres hayáis acatado la ley del
trabajo, reconoced con humildad la existencia de un Ser que está sobre todo lo
creado y que es al mismo tiempo vuestro Padre y vuestro Dios.
Como
Dios, exige que cumpláis su divina ley.
Como
padre os pide que os sometáis a sus mandamientos.
Así,
cuando hayáis consagrado toda la semana al trabajo, a los negocios y aun a
lícitos recreos, pide que le deis siquiera media hora, para cumplir «su
precepto». ¿Es exigir demasiado? Id, pues, a su casa, a la Iglesia, donde Él os
espera de día y de noche: el domingo y los días festivos dadle media hora asistiendo
al misterio de amor y de misericordia, a la Santa Misa.
Allí
habladle de todo cuanto os interesa, de vuestros hijos, de la familia, de los
negocios, de vuestros deseos, dificultades y sufrimientos.
¿Si
supierais con cuánto amor os escucha! Me dirás, quizá: —Yo no sé oír Misa,
¡hace tantos años que no he pisado la iglesia!— No te apures por esto. Ven;
pasa esa media hora a mis pies, sencillamente. Deja que tu conciencia te diga
lo que debes hacer; no cierres los oídos a su voz. Abre con humildad tu alma a
la gracia, ella te hablará y obrará en ti, indicándote cómo debes portarte en
cada momento, en cada circunstancia de tu vida; con la familia, en los
negocios; de qué modo tienes que educar a tus hijos, amar a tus inferiores,
respetar a tus superiores.
Te
dirá, tal vez, que es preciso abandones tal empresa, tal negocio, que rompas
aquella amistad... Que te alejes con energía de aquella reunión peligrosa... Te
indicará que, a tal persona, la odias sin motivo, y, en cambio, debe dejar el
trato de otra que amas y cuyos consejos no debes seguir.
Comienza
a hacerlo así, y verás, cómo, poco a poco, la cadena de mis gracias se va
extendiendo; pues en el bien como en el mal, una vez que se empiezan las obras
se suceden unas a otras, como los eslabones de una cadena. Si hoy dejas que la gracia
te hable y obre en ti, mañana la oirás mejor; después mejor; después mejor aún,
y así de día en día la luz irá creciendo: tendrás paz y te prepararás tu
felicidad eterna.
* * *
Porque
el hombre no ha sido creado para permanecer en la tierra; está hecho para el
cielo. Siendo inmortal, debe vivir no para lo que muere, sino para lo que
durará siempre.
Juventud,
riqueza, sabiduría, gloria humana, todo esto pasa, se acaba... Sólo Dios
subsiste eternamente..., y las buenas obras hechas por Él es lo único que
perdura y que te seguirá a la otra vida.
El
mundo y la sociedad, están llenos de odio y viven en continuas luchas, un
pueblo contra otro pueblo, unas naciones contra otras, y los individuos entre
sí, porque el fundamento sólido de la fe ha desaparecido de la tierra casi por
completo.
Si
la fe se reanima el mundo recobrará la paz y reinará la caridad.
La
fe no perjudica ni se opone a la civilización ni al progreso, antes, al
contrario, cuando más arraigada está en los hombres y en los pueblos, más se
acrecienta en ellos la ciencia y el saber, porque Dios es la sabiduría
infinita. Mas donde no existe la fe desaparece la paz, y con ella la
civilización y el verdadero progreso, introduciéndose en su lugar la confusión
de ideas, la división de partidos, la lucha de clases, y en los individuos, la rebeldía
de las pasiones contra el deber, perdiendo así el hombre la dignidad, que
constituye su verdadera nobleza.
Dejaos
convencer por la fe y seréis grandes; dejaos dominar por la fe y seréis libres.
Vivid según la fe y no moriréis eternamente.
* * *
Que
todos los hombres sepan cómo mi amor los busca, los desea, los espera para
colmarlos de felicidad.
Yo
voy tras los pecadores, como la Justicia tras los criminales; pero la Justicia
los busca para castigarlos, y Yo para perdonarlos.
Quiero
perdonar. Quiero reinar.
Quiero
perdonar a las almas, y a las naciones; quiero reinar en las almas, en las
naciones, en el mundo entero. Para borrar la ingratitud, derramaré un torrente
de misericordias.
Para
reinar, empezaré por hacer misericordia, porque mi reino es de paz y de amor.
Yo soy la sabiduría y la felicidad.
Yo
soy el Amor y la Misericordia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario