El
silencio de Dios en la vida espiritual
Queridos
hermanos, quizá muchos de ustedes echan de menos aquellos días de retiro
en la casa de ejercicios espirituales, o en el apacible y silencioso Monasterio
o Abadía. Algunos añoren la vida retirada en los monasterios o incluso la de
los eremitas en sus aislados y solitarios eremitorios. Otros piensan que ya no
tienen edad para cambiar sus vidas, ni es ya el momento de hacerlo; quizá
añoren no haber tomado la decisión cuando pudieron hacerlo. Otros, que nunca
pensaron en la vida retirada, ni religiosa, han descubierto un deseo en su
corazón desconocido, el deseo de la compañía del Señor, pero no saben cómo
satisfacerlo.
Cuando
hay deseo sincero de la compañía del Señor, cuando verdaderamente se le busca,
entonces Él se deja encontrar; y si ya no es posible la vida retirada o
consagrada, porque ya la vida de cada uno ha dado muchas vueltas, sigue
existiendo la posibilidad de vivir la intimidad con Dios, el silencio de
Dios, de gozar de la compañía del Señor en el silencio del alma, en el sagrario
que se ha abierto en el corazón, cuya puerta es inviolable y nadie puede abrir
sólo el alma que íntima con el Señor.
Se
puede vivir la intimidad de Dios en la vida diaria, en plena ciudad, en
medio de las actividades laborales, en medio de la vida ajetreada. Es posible,
si uno lo desea y sabe cómo hacerlo. Mucho más fácil será para la persona
que viva sola; quien tenga familia deberá contar con el consentimiento del
conyugue y atendiendo a las necesidades familiares.
Me
centraré en la persona que viva sola en su casa o apartamento. Cada uno luego
puede amoldar lo que diga a su realidad personal y familiar.
La
persona que quiera vivir, compaginando su actividad laboral y su vida diaria,
la intimidad con Dios, la vida de retiro, la vida de silencio, deberá
considerar su vivienda como su pequeño monasterio, y su habitación su celda,
y ha de contar con su oratorio que será el centro de su vida en casa. Es
importante que la vivienda sea modesta en cuanto a su decoración, y recuerdos
familiares, que carezca de comodidades innecesarias; la misma habitación de
dormir ha de ser muy simple y la cama muy sencilla. En general la modestia ha
de imperar en el hogar; esto es necesario para que esta sencillez y austeridad
le recuerde su vida de oración y silencio. De igual forma, la comida ha de ser
también modesta, comer para alimentarse. La persona que decida vivir la unión
con el Señor en el silencio y retiro de su casa ha de estar desprendida de las
cosas del mundo, de sus atractivos y seducciones. Todo en ella debe indicar ese
desprendimiento. Estas almas son las que mejor experimentan el estar en el
mundo y no ser del mundo.
El
centro de sus vidas, la razón de ser de su existencia serán los momentos de oración y
de intimidad que tenga en su oratorio en particular. Ha de ser un
alma de oración, de oración mental, de oración contemplativa. Ha de gustar del
silencio de la meditación, de la contemplación de los misterios del Señor; se
recogerá en íntima unión con Dios, gracias a la acción del Espíritu Santo.
Cuando el alma se ha acostumbrado al silencio en su corazón, todo cuanto le
rodea desaparece y sólo queda la intimidad del alma con el Señor. Ese silencio
interior que vive en el oratorio día a día, irá formando el preciado
sagrario en el corazón, de forma tal que incluso en la vida diaria,
laboral, podrá recogerse en su sagrario y gozar de la compañía de Dios,
mientras todos a su alrededor viven la angustia del momento, la
desesperación de los problemas cotidianos vividos ajenos a la realidad
divina.
Es
necesario conocer y practicar la oración de meditación para poder
progresar en la unión con Dios, para profundizar en el silencio de Dios, que no
es fácil penetrar sin perseverancia, constancia. Hay que buscar el silencio de
Dios apagando el ruido de nuestro interior, que no es fácil muchas veces. Para
ello esta alma ha de ser de confesión frecuente, sin ella la empresa está
abocada al fracaso; así como la asistencia a la Santa Misa diaria, en la media
de lo posible, pero sería lo ideal. Tanto para la confesión como para el
santo Sacrificio, se prepararán debidamente para recibir el sacramento. En
cuanto al Sacramento de la Penitencias excitará el dolor de los pecados, no
dejará de confesar cualquier falta por pequeña que sea, tendrá un verdadero
propósito de enmienda. Será firme en la periodicidad de la confesión. Tendrá
muy en cuenta la acción de gracias. Es muy importante que el alma alabe a la
Santísima Trinidad por la Obra de Redención al darnos tan excelsos sacramentos
de vida.
El
alma que elija esta forma vida tendrá un gran amor a la Santa Misa, a la que se
ha de preparar con la oración, ha de asistir con grandísima devoción y unción y
ha de dedicar un tiempo a la acción de gracias. Ha de ver en el misterio de nuestra
fe la gracia que Dios le ha dado eligiendo esta forma de vida, ha de entender
que todo le viene del Calvario, que la Pasión de nuestro Redentor sigue
presente y actual en cada Santa Misa. La meditación de la Sagrada Pasión hade
ser una meditación muy recurrente.
No
hay inconveniente si comparten su oración, de forma ocasional, con otra alma
ansiosa de Dios y en búsqueda; en muchas ocasiones los eremitas reciben, en sus
eremitorios, a almas que buscan a Dios. E incluso almas que vivan esta vida se
puedan conocer y compartir juntos la oración.
Esta
particular vocación, supone un especialísimo amor a la Santísima Virgen,
guía y maestra de oración, de silencio y de conformidad con la voluntad divina.
Ella deberá ser como la patrona del oratorio, la que vela porque en ese espacio
se de gloria a la Santísima Trinidad, y el alma se expanda en gozosos coloquios
de amor con cada una de las Divina Personas.
Es
muy conveniente la dirección espiritual con sacerdotes que entiendan
esta especial vocación, que vivan ellos mismos una verdadera vida de oración,
que sean piadosos y virtuosos. La elección de un inadecuado director espiritual
frustrará las ansias de alma que quiera vivir recogida según este tipo de vida,
por la simple razón que hay sacerdotes que no la entienden, ni valoran, porque
no tiene vida de oración.
Evitará
la vida social, se recogerá pronto en casa, se levantará temprano, aprovechará,
si le es posible, un rato de la mañana para la oración. Los días libres, serán
un tiempo especial para la oración y la lectura espiritual, en el que podrá
dedicar su tiempo al Señor con más tranquilidad. Considerará ese tiempo, de
días libres y vacaciones, como un tiempo de especial fruto de santidad, y un precioso
y valioso regalo con que el Señor provee a su alma fiel para que persevere y
profundice en la unión con Dios. El mismo Espíritu Santo irá inspirando santas
mociones en el alma que, discernidas con la ayuda del director espiritual, le
ayudarán y guiarán en su vida, tanto espiritual como material. En su oración
siempre tendrá en cuenta las intenciones de la Iglesia, su santificación, la de
los sacerdotes, la conversión de los pecadores, y muy especialmente a las almas
del Purgatorio.
La fidelidad
a la vida de oración, a los sacramentos, la austeridad de vida y
costumbres, no exenta de penitencia y sacrificio, serán la garantía de esta
especial vocación, su continuidad llena de frutos espirituales y la posibilidad del
gozo inmenso de penetrar el silencio de Dios, donde el alma siente la presencia
del Señor, y con Él toda la belleza que le acompaña, todo el deleite que de Él
se desprende.
El
silencio de Dios es el misterio infinito de la Santísima Trinidad, es la paz
del alma que se siente llena del Creador, es el silencio donde Dios habla
misteriosamente al alma, donde ésta sale ilustrada sobre misterios que de otra
forma nunca llegaría comprender. En este silencio de Dios, el alma crece
espiritualmente, el Espíritu Santo la embellece con dones, y la fortalece
con las virtudes; en definitiva, el alma se alza cada vez más hacia lo
alto en un movimiento absorbente que no puede resistir, ni quiere
hacerlo. Porque el Señor ya empezó a hacer su obra en su alma.
Ave
María Purísima.
Padre
Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
Visto
en Adelante la Fe
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