EL CAMINO: "YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, NADIE VA AL PADRE SINO POR MÍ". (JUAN 14:6)

"BUSCAD PRIMERAMENTE EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA, Y TODO LO DEMÁS SE OS DARÁ POR AÑADIDURA". (MATEO 6:33)

"Y EN NINGÚN OTRO HAY SALVACIÓN, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE BAJO EL CIELO DADO A LOS HOMBRES, EN EL CUAL PODAMOS SER SALVOS". (HECHOS 4:12)

lunes, 19 de junio de 2017

No pienso reformarme, sólo santificarme



NO PIENSO REFORMARME, SÓLO SANTIFICARME

Queridos hermanos, el secretario del Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos, Brian Farrell, en una “liturgia interconfesional” en Salamanca (España), dijo entre otras cosas: Si no nos reformamos, no tendremos un camino común hacia la unidad de los cristianos. El ecumenismo depende de la reforma de los cristianos. Lo primero que sentí al oír estas palabras es, ¿en qué he de reformarme? Sobre esta triste y lamentable “liturgia” comentaré lago más adelante. Sólo entiendo una forma de reforma en mi vida, la de desterrar el pecado en ella; la reforma para vivir santamente, para cumplir perfectísimamente con la Ley de Dios, con sus Mandamientos, con los Mandamientos de la Iglesia, la de ser fiel a la Tradición de la Iglesia, al Magisterio de la Iglesia, al depósito de la fe, porque todo ello es camino para la salvación de mi alma. Porque toda reforma en vida es para santificación de mi alma y las almas que Dios pone en mi camino.

¿Se refería a esto el secretario del Pontificio Consejo parea la Unidad de los Cristianos? Me temo que no. La comunidad luterana, que no Iglesia luterana como erróneamente insiste una y otra vez el obispo Farrell, no ha hecho más que reformarse desde sus inicios heréticos; y nunca esa reforma ha sido en la dirección de reconocer su herejía y arrepentirse de ella para volver al seno de la verdadera y única iglesia de Jesucristo, la Iglesia católica, apostólica y romana.

Ellos se reforman siempre, nosotros los católicos nos santificamos. Nos santificamos con los sacramentos, ellos no, sólo se reforman sin interrupción. Buscamos santificarnos, por eso rezamos a Dios Padre, recibimos a Dios Hijo y nos da la gracia Dios Espíritu Santo. En la confesión el sacerdote da el perdón en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Si reformamos esto ya no estamos en la Iglesia de Cristo sino en la del hombre.

Hay que decir que la realidad de la Iglesia postconciliar es la de una Iglesia en constante reforma, reforma hecha por el hombre a su propio criterio. Así nos encontramos iglesias de paredes desnudas, encaladas, sin sagrarios a la vista, sin Cristo crucificado, a lo sumo un Cristo resucitado sin cruz, con una imagen que dicen de la Santísima Virgen, pero que puede ser de cualquier deidad femenina, pero que en ningún caso refleja las devociones tradicionales. Iglesias sin imágenes de santos, sin crucifijos, iglesias que no molesten ni ofendan sentimientos interreligiosos, iglesias que dejaron de ser comunidades vivas de adoración a Dios, Uno y Trino, donde ya no se  ofrece el santo sacrificio de expiación, de adoración, de acción de gracias e impetratorio, donde ya no se reconoce la viva tradición bimilenaria de la Iglesia.

Consecuencia de esta reforma acaecida en la Iglesia, sin control, a capricho del clero y obispos, del veto a lo tradicional, de la introducción de constantes novedades litúrgicas, innovaciones en la vida de piedad, de oración, aceptando cualquier peregrina novedad en detrimento de la consolidad experiencia de la tradición, es la verdadera ignorancia de los fieles, que yo son conscientes de lo que caracteriza su propia fe, su liturgia, su vida de oración. La gente se ha reformado, en vez de santificarse. Lo ven todo bien.

La fe católica se ha cuestionado y ya es irreconocible por una inmensa mayoría. La consigna de la reforma ha devastado la fe, ha creado la confusión y ha establecido su asiento en la iglesia la arbitrariedad. La arbitrariedad es lo que caracteriza hoy día a la Iglesia. Una consecuencia son las “liturgias interconfesionales”.

Lo que se reducía a una semana al año, la semana por la unidad de los cristianos, se está empezando a reproducir poco a poco por todos lados. Una “liturgia interconfesional” por aquí, otra por allí, hasta que ya sea la tónica de la vida parroquial. ¿De dónde han salido? ¿Dónde está la gloria a Dios? ¿Dónde la adoración a Dios presente en la Sagrada Hostia? ¿Qué se está haciendo del lugar sagrado de la iglesia? ¡Vamos a la iglesia a dar culto a Dios!  Las “liturgias interconfesionales” ofenden a Dios Eucaristía, lo relegan al olvido, no se habla de Él. Le dan la espalda. El lugar que debe ser para la gloria de Dios, es para la gloria del hombre en detrimento del culto a Dios, Uno y Trino. El Señor está otra vez en la Cruz. Estamos crucificando a Cristo al lado de delincuentes.

No hacen justicia a nuestro Dios. ¿Podremos derrotar el falso ecumenismo? Si. Hablando la Verdad de Dios, de Dios Uno y Trino y de la Santísima Virgen. Esas son las armas del soldado de Cristo contra la falsa reforma y el falso ecumenismo. El Señor vino a hablarnos de Dios Padre, vino como Dios Hijo y nos dejó a Dios Espíritu Santo, y todo ello gracias a la Santísima Virgen. Todo ello pasa en la transubstanciación: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Con esta verdad nos mantendremos en la fe católica recibida, no reformada, porque la Iglesia de Jesucristo no se reforma, es siempre la misma, como mismo es el Señor, que no cambia, porque sus palabras son siempre las mismas, sus mandamientos permanecen invariables, como su Ley divina.

El Concilio Vaticano II necesita una aplicación más real, dice el obispo Farrell. Una vez más la arbitrariedad que impera por doquier en la Iglesia. ¿Qué quiere decir una aplicación más real? ¿Quién decide esta aplicación más real? ¿Y por qué esa necesidad? Nos encontramos con un lenguaje, que ha hecho asiento para no irse de la Iglesia, indeterminado que no sabemos lo que quiere decir, que sólo tiene sentido en la mente de quien habla. Es un lenguaje retorcido, irregular, capcioso, indeterminado, que no dice, pero que quiere decir, pero que no se decide a decir, porque en realidad no sabe realmente lo que quiere, o sí.

Es un nuevo lenguaje, fruto y consecuencia de la reforma, que también ha afectado a la forma de expresarse, que tiene la necesidad imperiosa de hablar pero sin fijar con claridad lo que quiere. Hablar y hablar. Porque hablando se entiende la gente, dice el dicho popular; por tanto, hay que hablar. ¿Dónde quedó aquel lenguaje claro, preciso, alimento para el alma y goce del espíritu de aquellos verdaderos Pastores de la Iglesia?

Resumiendo, queridos hermanos, tras toda esta vorágine reformadora que ha dejado la gloria de Dios de un lado, que se ha olvidado de la Santísima Virgen, este sacerdote no piensa reformarse sólo santificarse. Y, además, toda “liturgia interconfesional” donde no esté Cristo Eucaristía en el centro y no se rece a la Madre de Dios tiene mi más absoluta y rotunda indiferencia.

No sin mi SagrarioNo sin mi Madre.

Ave María Purísima.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.

Visto en Adelante la Fe.


No hay comentarios:

Publicar un comentario