NO PIENSO REFORMARME, SÓLO SANTIFICARME
Queridos hermanos, el
secretario del Pontificio Consejo para la Unidad de los cristianos, Brian
Farrell, en una “liturgia interconfesional” en Salamanca (España), dijo entre
otras cosas: Si no nos reformamos, no tendremos un camino común hacia
la unidad de los cristianos. El ecumenismo depende de la reforma de los
cristianos. Lo primero que sentí al oír estas palabras es, ¿en qué he
de reformarme? Sobre esta triste y lamentable “liturgia” comentaré lago más
adelante. Sólo entiendo una forma de reforma en mi vida, la de desterrar el
pecado en ella; la reforma para vivir santamente, para cumplir
perfectísimamente con la Ley de Dios, con sus Mandamientos, con los
Mandamientos de la Iglesia, la de ser fiel a la Tradición de la Iglesia, al
Magisterio de la Iglesia, al depósito de la fe, porque todo ello es camino para
la salvación de mi alma. Porque toda reforma en vida es para santificación de
mi alma y las almas que Dios pone en mi camino.
¿Se refería a esto el
secretario del Pontificio Consejo parea la Unidad de los Cristianos? Me temo
que no. La comunidad luterana, que no Iglesia luterana como erróneamente
insiste una y otra vez el obispo Farrell, no ha hecho más que reformarse desde
sus inicios heréticos; y nunca esa reforma ha sido en la dirección de reconocer
su herejía y arrepentirse de ella para volver al seno de la verdadera y única
iglesia de Jesucristo, la Iglesia católica, apostólica y romana.
Ellos se reforman siempre,
nosotros los católicos nos santificamos. Nos santificamos con los sacramentos, ellos no, sólo se
reforman sin interrupción. Buscamos santificarnos, por eso rezamos a Dios
Padre, recibimos a Dios Hijo y nos da la gracia Dios Espíritu Santo. En la
confesión el sacerdote da el perdón en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Si reformamos esto ya no estamos en la Iglesia de Cristo sino
en la del hombre.
Hay que decir que la realidad
de la Iglesia postconciliar es la de una Iglesia en constante reforma,
reforma hecha por el hombre a su propio criterio. Así nos encontramos iglesias
de paredes desnudas, encaladas, sin sagrarios a la vista, sin Cristo crucificado,
a lo sumo un Cristo resucitado sin cruz, con una imagen que dicen de la
Santísima Virgen, pero que puede ser de cualquier deidad femenina, pero que en
ningún caso refleja las devociones tradicionales. Iglesias sin imágenes de
santos, sin crucifijos, iglesias que no molesten ni ofendan sentimientos
interreligiosos, iglesias que dejaron de ser comunidades vivas de adoración a
Dios, Uno y Trino, donde ya no se ofrece el santo sacrificio de
expiación, de adoración, de acción de gracias e impetratorio, donde ya no se
reconoce la viva tradición bimilenaria de la Iglesia.
Consecuencia de esta reforma
acaecida en la Iglesia, sin control, a capricho del clero y obispos, del veto a
lo tradicional, de la introducción de constantes novedades litúrgicas,
innovaciones en la vida de piedad, de oración, aceptando cualquier peregrina
novedad en detrimento de la consolidad experiencia de la tradición, es la verdadera
ignorancia de los fieles, que yo son conscientes de lo que caracteriza su
propia fe, su liturgia, su vida de oración. La gente se ha reformado,
en vez de santificarse. Lo ven todo bien.
La fe católica se ha
cuestionado y ya es irreconocible por una inmensa mayoría. La consigna de la
reforma ha devastado la fe, ha creado la confusión y ha establecido su asiento
en la iglesia la arbitrariedad. La arbitrariedad es lo que caracteriza
hoy día a la Iglesia. Una consecuencia son las “liturgias interconfesionales”.
Lo que se reducía a una semana
al año, la semana por la unidad de los cristianos, se está empezando a reproducir
poco a poco por todos lados. Una “liturgia interconfesional” por
aquí, otra por allí, hasta que ya sea la tónica de la vida parroquial. ¿De
dónde han salido? ¿Dónde está la gloria a Dios? ¿Dónde la adoración a Dios
presente en la Sagrada Hostia? ¿Qué se está haciendo del lugar sagrado de la
iglesia? ¡Vamos a la iglesia a dar culto a Dios! Las “liturgias
interconfesionales” ofenden a Dios Eucaristía, lo relegan al olvido, no se
habla de Él. Le dan la espalda. El lugar que debe ser para la gloria de Dios,
es para la gloria del hombre en detrimento del culto a Dios, Uno y Trino. El
Señor está otra vez en la Cruz. Estamos crucificando a Cristo al lado de
delincuentes.
No hacen justicia a nuestro
Dios. ¿Podremos derrotar el falso ecumenismo? Si. Hablando la
Verdad de Dios, de Dios Uno y Trino y de la Santísima Virgen. Esas son las
armas del soldado de Cristo contra la falsa reforma y el falso ecumenismo. El Señor
vino a hablarnos de Dios Padre, vino como Dios Hijo y nos dejó a Dios Espíritu
Santo, y todo ello gracias a la Santísima Virgen. Todo ello pasa en la transubstanciación:
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Con esta verdad nos mantendremos
en la fe católica recibida, no reformada, porque la Iglesia de
Jesucristo no se reforma, es siempre la misma, como mismo es el Señor, que
no cambia, porque sus palabras son siempre las mismas, sus mandamientos
permanecen invariables, como su Ley divina.
El Concilio Vaticano II
necesita una aplicación más real,
dice el obispo Farrell. Una vez más la arbitrariedad que
impera por doquier en la Iglesia. ¿Qué quiere decir una aplicación más real?
¿Quién decide esta aplicación más real? ¿Y por qué esa necesidad? Nos
encontramos con un lenguaje, que ha hecho asiento para no irse de la Iglesia,
indeterminado que no sabemos lo que quiere decir, que sólo tiene sentido
en la mente de quien habla. Es un lenguaje retorcido, irregular, capcioso,
indeterminado, que no dice, pero que quiere decir, pero que no se decide a
decir, porque en realidad no sabe realmente lo que quiere, o sí.
Es un nuevo lenguaje,
fruto y consecuencia de la reforma, que también ha afectado a la forma de expresarse, que
tiene la necesidad imperiosa de hablar pero sin fijar con claridad lo que
quiere. Hablar y hablar. Porque hablando se entiende la gente, dice
el dicho popular; por tanto, hay que hablar. ¿Dónde quedó aquel lenguaje claro,
preciso, alimento para el alma y goce del espíritu de aquellos verdaderos
Pastores de la Iglesia?
Resumiendo, queridos hermanos,
tras toda esta vorágine reformadora que ha dejado la gloria de Dios de un lado,
que se ha olvidado de la Santísima Virgen, este sacerdote no piensa reformarse
sólo santificarse. Y, además, toda “liturgia interconfesional” donde no esté
Cristo Eucaristía en el centro y no se rece a la Madre de Dios tiene mi más
absoluta y rotunda indiferencia.
No sin mi Sagrario. No sin mi Madre.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.
Visto en Adelante la Fe.
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