MISTERIO
DE LA INIQUIDAD EN FÁTIMA. SIMBOLOGÍA OCULTISTA EN FÁTIMA. TERCERA Y ÚLTIMA
PARTE
Concluimos esta tercera parte
el día del Corpus Christi.
Nos resta considerar algo
bastante inquietante relacionado con la visita del obispo vestido de blanco a
Fátima: la presencia de simbología ocultista tanto en los carteles
promocionales, como en las misas y celebraciones durante la visita.
Particularmente, uno de ellos me ha preocupado bastante.
En primer lugar, fijémonos en
el cartel promocional. Aparte de que, por lo general, no me gusta nada en
absoluto la tendencia horizontalista, inmanentista y rallana en el culto a la
personalidad que tienen los carteles utilizados por la Iglesia para cualquier
cosa, sean las JMJ, sean las campañas del IRPF, sean promociones de Cáritas,
sean viajes pontificios, y que tanto me recuerda aquella feliz expresión del P.
Menvielle, “Iglesia de la publicidad”; menos grato es aún que en los carteles
aparezcan, bajo apariencia cristiana, elementos que no lo son. En el cartel de
Fátima figura, bajo apariencia de un “rosario” al que se ha dado forma de
corazón -algo tan del cursi gusto de la Nueva Era-, un mala budista. Fíjense
bien los lectores en la imagen del cartel y verán enseguida que un rosario no
es, porque no tiene las cinco cuentas correspondientes a los padrenuestros, separando
las decenas de avemarías. Dirá el lector que no hay que ser tan exagerado, pues
se trata de una representación esquemática. Pues al menos, aunque sea
esquemático, que tenga el número de cuentas propio y característico del rosario
católico, más aún si el dicho rosario representado esquemáticamente va a
figurar en un cartel relacionado con Fátima. Tuve la ocurrencia de contar las
cuentas del “rosario” del cartel, y resultaron ser 60. Enseguida pensé en el
tabish musulmán e inevitablemente me vino a la mente “ya están promocionando
otra vez el dichoso ecumenismo y el indiferentismo religioso”. Pero no es un
tabish, pues tal como me informó un amigo conocedor de estas simbologías,
resulta ser un mala budista. El mala suele tener 108 cuentas, pero su número
puede ser distinto según sean los rituales en que se utilice. Así, por ejemplo,
según me documenta e informa este amigo, el mala de 60 cuentas se usa en los
rituales fieros de destrucción, se compone con semillas de rudraksha, que
representan los ojos del dios Shiva, el dios de la destrucción: (aquí).
De manera que publicitariamente
el cartel está sugiriendo que se van a practicar rituales de destrucción en
Fátima o de Fátima.
Como hemos estudiado en las
partes primera y segunda, tanto en los días precedentes, como durante la visita
a Fátima, se ha negado la realidad de las apariciones -por parte del sacerdote
portugués Anselo Borges-, se ha negado el dogma de las asunción de la Virgen
María al Cielo -por este mismo-, se ha negado o al menos ridiculizado su
intermediación -directamente por el mismo Francisco- , y por fin, se ha negado
la realidad de los castigos divinos -también por Francisco- , por lo que
podemos decir que se ha llevado a cabo -se continúa llevando a cabo- una tarea
de destrucción del significado y mensaje de Fátima, como un eslabón más inserto
en la tarea de destrucción general de cuanto de católico resta en la Iglesia, a
la que se va vaciando de su contenido sobrenatural cada vez más, reduciéndola a
una suerte de ONG filantrópica y ecologista.
La cruz utilizada en el cartel,
que aparece rematando el mala y sobre la I del nombre Francisco, bajo
apariencia de criz griega, es en realidad una cruz cuadrata, representativa del
equilibrio entre las fuerzas activas y pasivas de la vida, los principios de
Sattwa y Tamas del hinduismo, los equinoccios y los solsticios de la
astronomía, la conciencia sujeta al tiempo. Y no es baladí o carente de
importancia el uso de símbolos no cristianos correspondientes a otras
religiones en toda esa cartelería, como no lo es que cualquier bautizado haga o
participe en rituales de otras religiones, porque hemos de decir con San Pablo:
“¿Qué os digo, pues? ¿Que lo
inmolado a los ídolos es algo? ¿O que los ídolos son algo? Pero si lo que
inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios!, y yo no quiero que
entréis en comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de
la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa
de los demonios” (1 Cor., 10, 20 – 21). De manera que hemos de tener presente y
muy clara esta dicotomía: no hay más religión verdadera y culto grato a Dios
que el ofrecido por la Iglesia Católica, y fuera de ésta no hay salvación. Lo
demás, todo lo demás, absolutamente TODO LO DEMÁS es culto a los demonios.
Compárese ese “rosario” del
cartel con este otro que aparece en la convocatoria a rezar el rosario en
Granada en desagravio por haberse permitido por el ayuntamiento de esa ciudad
que los musulmanes rezaran sus oraciones del ramadán a los pies de una imagen
de la Inmaculada. En este cartel, el rosario aparece dibujado muy
esquemáticamente también, muy estilizado y simplificado. Pero sí es
inequívocamente un rosario, que envuelve un rostro que también inequívocamente
representa a la Virgen Santísima. Desde luego, está clara la diferencia entre carteles
hechos por católicos con intención católica, y carteles que al menos no
responden con claridad por su simbología a una intención católica.
En segundo lugar, durante la
visita del obispo vestido de blanco a Fátima, hemos observado varias cosas,
algunas de las cuales son directa y significativamente, símbolos ocultistas. La
misa del día 13 se celebró ante un “retablo” -es un decir- que tiene una imagen
que quiere o pretende ser de Cristo resucitado en ascensión al Cielo. Esta
imagen está siempre allí, instalada ya en tiempos del feísmo modernista, tan
inclinado a hacer que las iglesias parezcan naves industriales, aparcamientos
de centros comerciales o hangares del Halcón Milenario antes que templos
dedicados a Dios. Esta imagen es lo que Pio XII llamaba “resurrexifixes”, cuyo
uso condenó en 1947 en la encíclica Mediator Dei:
Así, por ejemplo, se sale del
recto camino quien desea devolver al altar su forma antigua de mesa (…) quien
quiere hacer desaparecer en las imágenes del Redentor Crucificado los dolores
acerbísimos que Él ha sufrido”.
Pero lo peor no es que se trate
de un “resurrexifixes”, sino que se trata directamente de una imagen pagana
hábilmente disimulada: es una representación de Ícaro en su vuelo ascendente
hacia el sol. Observénse en las ilustraciones estas otras imágenes de Ícaro y
compárense con el “resurrexifixes” que hay en Fátima. El mito pagano de Ícaro,
resumiéndolo, relata como este personaje, que no era más que un hombre mortal,
haciéndose unas alas con plumas pegadas entre sí con cera, intentó volar hasta
el mismo sol y al acercarse, el calor derritió la cera, cayendo al mar. Es una
alegoría del orgullo humano, del anhelo soberbio de ascender por si mismo y por
las propias fuerzas a las alturas divinas, que tiene su castigo en el
precipitarse al mar. Es, en definitiva, lo mismo que pretende el hombre
moderno: autoredimirse, crear por sus propias fuerzas el paraíso terrenal en
este mundo, sin contar con Dios, o incluso en contra de Dios, por lo que la
presencia de ese Ícaro mal disimulado detrás del altar resulta bastante
significativo, y muy apropiado para las directrices inmanentistas que guían
ahora y desde hace décadas a la Iglesia Católica. Más aún, si nos fijamos bien
en la imagen, tras ella aparece una cruz desnuda y el Ícaro -o el
“resurrexifixes”, si se quiere- está delante de la cruz, separado de la misma y
en posición ascendente o triunfante, como si iconográficamente quisiera
decirnos que hay que superar la cruz, dejar atrás la cruz, lo cual es una
negación visual del misterio de la cruz, y viendo.
Más inquietante todavía que
esto es el altar que se dispuso: a cada lado, tres velas negras o al menos,
recubiertas de un cilindro negro, y el frontal del dicho altar, todo él negro,
dando el conjunto una muy siniestra impresión.
La Iglesia Católica ha utilizado
en el pasado, hasta la reforma litúrgica del Vaticano II, ornamentos negros,
por ejemplo, en las misas de difuntos, pero nunca velas negras. Las velas que
se utilizan en el culto católico son de cera pura de abejas, cuyo color natural
es blanco, amarilleando un poco si tienen algo de polen, pero no se han puesto
nunca en el altar velas negras, cosa propia de los rituales masónicos y de las
“misas” negras.
Obsérvese el color negro de los candelabros, algo
inusual,
como también la ausencia de velas de cera.
Si confieso qué cosa me recordó
la visión del dicho altar negro y con velas negras que se dispuso en Fátima, he
de decir que me vino a la mente la misa negra celebrada en la capilla paulina
del Vaticano el día de los santos Pedro y Pablo del año 1963, y que narra el P.
Malachi Martin en su obra “El último papa” o “La casa batida por el viento”
(Windswept House), cuya cita no excusaré:
“El entronamiento del arcángel
caído Lucifer tuvo lugar en los confines de la ciudadela católica romana el 29
de junio de 1963, fecha indicada para la promesa histórica a punto de
convertirse en realidad. Como bien sabían los principales agentes de dicha
ceremonia, la tradición satánica había pronosticado desde hacía mucho tiempo
que la Hora del Príncipe llegaría en el momento en que un papa tomara el nombre
del apóstol Pablo. Dicha condición, el indicio de que el «tiempo propicio»
había empezado, acababa de cumplirse hacía ocho días con la elección del último
sucesor de san Pedro.
Apenas habían dispuesto de
tiempo para los complejos preparativos desde la finalización del cónclave
pontificio, pero el tribunal supremo había decidido que no podía haber otra
fecha más indicada para el entronamiento del príncipe que el día en que se
celebraba la fiesta de ambos príncipes san Pedro y san Pablo, en la ciudadela.
Y no podía haber lugar más idóneo que la propia capilla de San Pablo, situada
como estaba tan cerca del palacio apostólico.
La complejidad de los
preparativos se debía primordialmente a la naturaleza de la ceremonia. Las
medidas de seguridad eran tan rígidas en el grupo de edificios vaticanos, entre
los que se encuentra dicha histórica capilla, que los actos ceremoniales no
podían pasar en modo alguno inadvertidas. Si se proponían alcanzar su objetivo,
si el ascenso al trono del príncipe debía efectivamente realizarse en el
«tiempo propicio», todos los elementos de la celebración del sacrificio del
calvario serían trastornados por la otra celebración opuesta. Lo sagrado
debería ser profano. Lo profano, adorado. A la representación no sangrienta del
sacrificio del débil innominado en la cruz, debería sustituirla la violación
suprema y sangrienta del propio innominado. La culpa debería aceptarse como
inocencia. El dolor debería producir goce. La gracia, el arrepentimiento y el
perdón debían ahogarse en la orgía de sus contrarios. Y todo debía hacerse sin
cometer errores. La secuencia de acontecimientos, el significado de las
palabras y las acciones, debían constituir en su conjunto la perfecta
representación del sacrilegio, el máximo rito de la traición.
Este texto, aunque
perteneciente a una novela, puede decirse que está corroborado en su veracidad
no sólo por el autor, quien afirma la realidad histórica de la inmensa mayoría
de los hechos narrados por él, sino de alguna manera, indirectamente, por Pablo
VI en su célebre homilía del 29 de junio de 1972 (día de los santos apóstoles
Pedro y Pablo):
¿Cómo ha ocurrido todo esto?
(Que después del concilio viniera para la Iglesia un tiempo de nubes, de
tempestad, de oscuridad, y no de primavera) Nos, os confiaremos nuestro
pensamiento: ha habido un poder, un poder adverso. Digamos su nombre: el
demonio. Este misterioso ser que está en la propia carta de San Pedro —que
estamos comentando— y al que se hace alusión tantas y cuantas veces en el
Evangelio —en los labios de Cristo— vuelve la mención de este enemigo del
hombre. (En este enlace, para el lector curioso, la homilía completa en español).
Está confirmada también la
realidad de la infiltración satánica en la Iglesia por alguien que nos debe ser
digna de toda confianza: la Stma. Virgen María, que en su mensaje de 31 de
octubre de 1973 dijo a sor Agnes, como hemos referido en la parte anterior:
“La obra del demonio infiltrará
hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra
cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán
despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros…iglesias y altares saqueados;
la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el demonio
presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio del
Señor.”
Y está confirmado también por
el P. Gabriel Amorth (que en Gloria esté), exorcista de Roma, quien declaró a
Alexander Smoltczyk en una entrevista que éste la hizo en enero de 2008: “En el
Vaticano hay sectas satánicas, no se ven, pero están allí”.
Por último, para quien esto
escribe, una confirmación indirecta de esta realidad es la supresión de la oración
a San Miguel arcángel al final de la misa, en contra de lo que había sido
establecida por el papa León XIII después de haber tenido el 13 de octubre de
1884 (¡otra vez un 13 de octubre!) aquella visión en que el demonio anunciaba
que podría destruir a la Iglesia en cien años si se le concedía suficiente
poder sobre los que le sirven. La supresión de esta oración con poder
exorcístico tuvo lugar con la reforma litúrgica derivada del concilio. Es
decir, cronológicamente coincide con lo narrado por el P. Malachi Martin.
Soy consciente de que vivimos
una etapa muy racionalista y escéptica en la Historia de la humanidad. Soy
igualmente consciente también de que ese escepticismo tiene su asiento en la
Iglesia: prueba reciente de ello es la negación, por parte del superior de los
jesuitas, de la real existencia y real personalidad de los demonios,
contradiciendo el dogma definido en el concilio de Letrán, en 1214;
contradiciendo los Evangelios y, literalmente, tildando de embustero al mismo
Cristo, Quien expulsó demonios y confirió este poder a los apóstoles. Soy
consciente de todo esto. Por ello, quiero afirmar en contra de ese escepticismo
generalizado, que yo sí creo. Creo en los demonios como seres personales,
enemigos de Dios y de los hombres, creo en el infierno, y creo que existe un
estado de guerra de esos demonios contra Dios, la Virgen María, Sus ángeles y
la Iglesia, estado de guerra cuyo campo de batalla principal está en nuestras
almas, y cuyo botín son nuestras almas, y que durará hasta el fin del mundo
-individualmente para cada uno de nosotros, hasta el instante de nuestra
muerte-; por eso, entra dentro de la lógica aceptar como posible, probable y
verosímil lo que narra Malachi Martin. Por último, dada la infiltración de “la
obra del demonio en la Iglesia”, entra dentro de lo posible, probable e
igualmente verosímil que en Fátima se hayan usado símbolos ocultistas, como
estamos describiendo.
A algún lector puede que le
asuste saber de estas cosas, no tanto por la mención al demonio, que también,
sino sobre todo por la acusación de infiltración satánica en la Iglesia. Por
desgracia, no la hacemos sin fundamento, ni la hacemos por gusto. También
nosotros querríamos que fuera de otra manera, que cada sacerdote, cada obispo,
cada papa, fueran un ejemplo de santidad; pero… ¡tantas veces no estamos en
posición de exigirlo!, puesto que nosotros mismos, los laicos, somos en muchas
ocasiones esa cizaña de la parábola que convive con el trigo hasta el tiempo de
la siega. Es la Palabra de Dios la que nos revela la actuación de este misterio
de iniquidad en la Iglesia desde sus más remotos orígenes:
“5. ¿No os acordáis que ya os
dije esto cuando estuve entre vosotros? 6. Vosotros sabéis qué es lo que ahora
le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. 7. Porque el
misterio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo falta que sea quitado de en
medio el que ahora le retiene,” II Tesalonicenses, 2
Dios permite el obrar de esta
iniquidad, que no es otra cosa que el poder del reino de las tinieblas, el
poder de los infiernos, el poder del pecado y del odio de los ángeles caídos
alimentado por nuestros propios pecados; permite el obrar de esta iniquidad o
impiedad -decíamos- para que se manifieste Su gloria, para que al final se vea
claro que el triunfo es Suyo, y no obra de los hombres, no obra de doctrinas
humanas, ni de sus políticas, ni de suspropósitos. Dios permitirá que la
iniquidad de los infiernos alcance, – en el mundo, por supuesto, que está bajo
su poder-, y dentro de la Iglesia, unas dimensiones tales que:
“8. entonces se manifestará el
Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la
manifestación de su Venida. 9. La venida del Impío estará señalada por el
influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos,
10. y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no
haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado. 11. Por eso Dios
les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira, 12. para que sean
condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad.”
(2 Tes. 2, 8-12)
La dimensión que la iniquidad
alcanzará dentro de la Iglesia es tal que pervertirá la misma razón de su
existencia, cual es servir de medio para la salvación de las almas. Llegará un
momento -está llegando ya- en que dentro de la Iglesia la iniquidad del
infierno tendrá tal dominio y poder que dejará de servir a la salvación de las
almas, para pasar a servir a su perdición. Dado que la redacción de este
artículo en sus tres partes me ha llevado bastante tiempo, hemos podido tener
noticia de un suceso terrible que nos revela, para quien quiera verlo, que el
poder de la impiedad dentro de la Iglesia está llegando a su culmen. En una
diócesis argentina se ha celebrado una misa por el obispo para dar la comunión
a 30 parejas que viven juntas o están casadas por lo civil habiéndose
divorciado previamente de sus verdaderos cónyuges, hecho que Cristo en el
Evangelio califica como adulterio. La noticia no dice que las tales 30 parejas
se confesaran antes de comulgar, haciendo el propósito firme al menos de vivir
en continencia, como dice Juan Pablo II en la Familiaris consortio nº 84, sino
que tras un “camino de discernimiento” en unos encuentros sabatinos durante 6
meses, han llegado a la conclusión de que pueden comulgar.
Si los hechos se han consumado
de tal manera, y ese “camino de discernimiento” es un eufemismo para decir que
no se han arrepentido, ni confesado, ni hecho firme propósito de enmendar su
vida al menos como enseñaba Juan Pablo II, resulta que la celebración de esa
misa y ese dar la comunión ha significado un terrible salto cualitativo
consistente en pasar de la mera negligencia despreocupada del estado del alma
de cada fiel que se acerca a comulgar, al dolo malicioso de consagrar con el
horrible propósito sacrílego de dar de comer a los comulgantes su propia
condenación (aquí).
Y ello, prácticamente al mismo
tiempo que otros obispos, los de Polonia, dicen claramente que no se puede
comulgar estando en pecado, citando la doctrina católica recapitulada en la
Familiaris Consortio nº 84. (aquí).
En palabras del obispo polaco
Pawel Rytel-Andrianik:
«Sin embargo, la Iglesia
reafirma su práctica, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de
no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez
dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de
amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía»,
escribió.
«Hay además otro motivo
pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían
inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la
indisolubilidad del matrimonio».
Quien no tenga el entendimiento
nublado, verá claramente en este hecho Iglesia -el último de una larga serie de
acontecimientos-, una evidencia de la monstruosa dimensión alcanzada por el
misterio de iniquidad dentro de la Iglesia, y el cumplimiento de aquellas
palabras de la Stma. Virgen María en Akita, el 13 de octubre de 1973:
“La obra del demonio infiltrará
hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra
cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán
despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros… la Iglesia estará llena
de aquellos que aceptan componendas y el demonio presionará a muchos sacerdotes
y almas consagradas a dejar el servicio del Señor.”
Pronto Saruman, por inspiración
de Melkhor, consumará su traición instalando en el altar de Dios Eucaristía la
abominación desoladora, entonces, retirado el último obstáculo, Sauron se manifestará,
y sus legiones de orcos marcharán sobre la faz de la Tierra sumiéndola en la
oscuridad de su horrible tiranía. La Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, seguirá
al Señor en su Pasión y Muerte, porque no es mayor el discípulo que Su maestro.
Pero como está prometido que las fuerzas del infierno no prevalecerán, cuando
estas cosas sucedan, que están próximas, cobrad ánimo, pues estará cerca
nuestra liberación: llegarán los días del Rey de reyes, que aniquilará a los
impíos con la manifestación de Su Parousía.
Rafael de Isaba y Goyeneche
Visto en: Como Vara de Almendro.
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