Búsqueda de Dios
Queridos hermanos, Dios busca a su
alma amada en la soledad. Dios la quiere en exclusividad, más la realidad nos
dice que el alma es poco consciente de ello. Y el deseo de Dios es inmutable,
no se adapta a tiempos y costumbres nuevas. Dios siempre espera a su alma en la
intimidad de la oración, en el silencio del recogimiento, en el goce de la
contemplación.
¡Cuántos buscan a Dios sinceramente,
pero no lo encuentran! Van de aquí para allá, y nadie les dice que no han de
moverse, sólo han de estar quietos, silenciar su corazón y esperar. Han de
aquietar tanto ruido de la vida cotidiana, tanto ajetreo que hace olvidarse del
Creador, cercano e íntimo, que les hace olvidar por completo la presencia
constante del Señor, olvidándose, por lo tanto, de hacer su santa voluntad. Lo
importante es el deseo del corazón. Lo importante es el deseo de amar a Dios,
deseo fuerte, vehemente, apasionado, dispuesto a someter cualquier querer,
gusto, ilusión, al amor divino. Porque basta un simple deseo mundano, o carnal,
que arrastre, para que no amenos con toda el alma a Dios, como así quiere
que se le ame, en la plenitud de todos los sentidos. Dios quiere ser amado con
prioridad a cualquier otro querer, por muy bueno y digno que sea. Cuando se
desea amar a Dios de esta manera, estamos en el camino para encontrarle y
gozarle.
Es una realidad que los
conocimientos teológicos, la ciencia teológica, hincha pero no satisface al
alma; el deseo de conocer es necesario e imprescindible para el desarrollo y
conocimiento de la fe; pero sólo el trato íntimo con Dios satisface al alma,
llenándola plenamente en sus deseos y aspiraciones. Bien lo experimentó el gran
Santo Tomas de Aquino, gloria de la ciencia teológica y filosófica, cuando tuvo
la experiencia personal de Dios, pues ya no pudo seguir escribiendo. Sólo Dios
es necesario, y sólo en la intimidad de la oración y del silencio. Porque así
lo desea Él. Dios quiere el silencio en su relación con el alma, porque sólo en
el silencio, cuando el alma está más dispuesta a escuchar, sosegada de la
actividad del mundo y olvidada de él, puede comunicarle sus gracias
Trato con Dios en la soledad en
medio del mundo
Existe una experiencia única del
trato íntimo con Dios, en la soledad en medio del mundo. En cualquier ambiente,
si el alma está dispuesta y quiere, Dios la llevará al retiro. Basta que el
alma esté preparada y dispuesta para que el Señor actúe en ella y tome la
iniciativa. Porque es el Señor quien toma la iniciativa, y lleva de aquí para
allá a su alma, ya no es ella la que deambula de un lado para otro buscando. Es
la experiencia de la presencia de Dios, del señorío de Dios sobre todo o
creado, y sobre el alma. Es la experiencia del trato íntimo con Dios, mano a
mano, los dos a solas. Es la comunicación singular del alma creada y el Creador.
Es la comunicación de Dios con su obra predilecta; cada alma es única para
Dios, experimentando esta realidad ella misma.
Nuestro “yermo” particular
En nuestra propia vida de cada día,
en medio de nuestras actividades y ocupaciones, es posible encontrar el
“yermo” solitario donde compartir a solas con Dios. Podemos tener nuestra
propia celda de retiro y soledad; si de verdad la deseamos Él nos llevará a
ella, sólo nos pide que la queramos. Nada se interpondrá entre el alma y Dios,
si existe el deseo firme del encuentro de parte del alma. Es del todo posible
encontrar nuestro particular “yermo” donde retirarnos en soledad a hablar con
Dios, donde escuchar sus divinas inspiraciones, donde mantener el trato íntimo
que tanto anhela el alma y necesita, y, donde por encima de todo, Dios quiere.
Todo tiene su inicio con la oración
mental, en la meditación, a partir de ese momento el Señor toma la iniciativa
con su alma, y la lleva al encuentro íntimo, y la va guiando, ilustrando,
enseñando, dando lugar a una relación, en la que el alma no podrá hacer otra
cosa que dejarse llevar, siguiendo los impulsos divinos sobre ella. El alma
conocerá quien es ella realmente, sus debilidades y miserias, y sabrá lo que es
el amor de Dios, y lo que este amor puede hacer en ella. El alma quedará
transformada, nunca será ya la misma, es Dios quien habita en ella.
Es posible la soledad con Dios, sólo
basta desearla.
Ave
maría Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de
la Rosa
Visto en Adelante la Fe
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