EL
CUARTO MANDAMIENTO: HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE (PARTE II Y FINAL)
B.- DEBERES DE LOS PADRES RESPECTO A
SUS HIJOS
Los hijos son fuente
de innumerables alegrías, pero también son causa de permanentes preocupaciones.
A medida que crecen los hijos, aumentan los problemas que ellos plantean.
Problemas de desarrollo, de carácter, de integración, de capacidad, de salud,
problemas económicos. Cuando son pequeños, en general, los problemas son
pequeños… cuando crecen, los problemas son más serios.
Con los años, comienza el natural tira y afloja, entre los padres y los
hijos. Estos, ansiosos por ir estrenando el don de la libertad; aquellos,
colocando límites, porque aún “son muy chicos” y pueden seguir caminos
equivocados. Llegan momentos difíciles para los padres, quienes frente a
diversas situaciones o circunstancias del hijo, se preguntan: ¿Qué hacemos?
¿Mandamos y obligamos? ¿O les tenemos paciencia? ¿Castigamos y mano dura? ¿O
somos comprensivos? ¿Qué hacemos?
La autoridad
está en ayudar a los hijos a desarrollarse como personas, enseñándoles a hacer
uso de la libertad, capacitándoles para tomar decisiones por sí mismos y
mostrándoles por cuáles valores hay que optar en la vida.
La autoridad
debe estar al servicio de la libertad, para apoyarla, estimularla y protegerla
a lo largo de su proceso de maduración. Apoyar y estimular implica la madurez
de los padres que descubren que el hijo es persona, por lo tanto distinto de
los padres y que, en la medida en que ejerzan su libertad, irán tejiendo su
propia realización personal. Protegerla en el proceso de maduración, significa
que el hijo aún no está capacitado para caminar solo por la vida.
Hoy, tal vez,
sea una de las mayores fallas de los padres. No existe una verdadera protección
de la libertad del hijo. Cada vez se desentienden más de los pasos y opciones
de los hijos. Los padres están claudicando muy temprano en la protección de la
libertad del hijo. ¿Causas? No saber cómo hacer; desentenderse porque es más
fácil; querer ser padres “modernos”.
No proteger la
libertad del hijo es arriesgar el proceso de maduración, y tal vez, conducir a
una vida en la cual queden muy comprometidas la felicidad y la realización de
aquel que se dice querer mucho. ¿Se le querrá tanto si no se protege el uso de
su libertad?
Los padres han
de ejercer, pues, su autoridad con respeto a la libertad del hijo. Sin
autoridad no hay sociedad, ni disciplina, ni orden… habría caos, anarquía. En
un último término, la autoridad legítima les viene de Dios.
Los padres
deben pues, crear un hogar donde se viva la fe, el amor, la ternura, la
amabilidad, el perdón, el respeto, la fidelidad, la honradez, la verdad, el
servicio desinteresado… La mejor forma de enseñarles esto es con el ejemplo.
Recuerda que un hijo asimila mucho más lo que ve que lo que se le dice.
Los padres
deben de mirar a sus hijos como a “hijos de Dios” y respetarlos como a personas
humanas. Los padres aunque se enojen, deben siempre dominarse a sí mismos,
nunca maltratar ni humillar a los hijos.
Los padres, más
que tratar toda la vida de controlar a sus hijos, deberán enseñarles cuando
crezcan a hacer buen uso de su libertad, o sea que ellos solos, sabiendo lo que
está bien y lo que no, decidan sus acciones. Hay que educarlos bien, y después
soltarlos progresivamente y conforme ellos vayan mostrando madurez de conducta
y pensamiento.
Los padres
deben enseñar a sus hijos a cuidarse de los peligros y de las cosas malas que
hay en el mundo (incredulidad, alcohol, droga, perdición…).
Los padres
podrán dar su consejo pero nunca presionar a sus hijos cuando escojan una
profesión o cuando escojan aquel con quien quieren casarse. Deberán aceptar con
alegría y respetar a sus hijos si alguno escoge la vocación de seguir a Cristo
como sacerdote o monja.
Los padres han
de recibir con agradecimiento, como una gran bendición y muestra de confianza,
los hijos que Dios les envía. Además de cuidar de sus necesidades materiales, tienen
la grave responsabilidad de darles una buena educación, sólida, humana y
cristiana. Han de llevarles a vivir una vida sencilla, sincera y alegre, de
piedad; hacer que aprendan, la doctrina católica sobre la fe y las costumbres,
y enseñarles a luchar generosamente por acomodar su conducta a las exigencias
de la Ley de Dios.
De esta
responsabilidad no deben desentenderse nunca, dejando la educación de sus hijos
en manos de otras personas o instituciones, aunque sí pueden y deben contar con
la ayuda de quienes merezcan su confianza. En el trato con los hijos es
conveniente usar de cariño, vigilancia, fortaleza, paciencia; un gran respeto y
amor a su libertad, enseñándoles a usarla bien, con responsabilidad. Hay que
evitar tanto la excesiva aspereza como la indulgencia desmedida. Es importante
que los padres se hagan amigos de sus hijos, ganando y asegurándose su
confianza. El ejemplo de su propia conducta es de una eficacia educadora
enorme.
Para llevar a
buen término la tarea de la educación de los hijos, antes que los medios
humanos —por importantes e imprescindibles que sean— hay que poner los medios
sobrenaturales. La responsabilidad de los padres de respetar, después de
haberles aconsejado, las libres decisiones de sus hijos cuando escogen el
camino de su vida, en lo humano y en lo sobrenatural, merece destacarse.
La vocación
divina en un hijo supone un regalo de Dios para una familia; si esta no sabe
apreciarlo, hay que pensar, por su ceguera y falta de fe, que no saben
discernir los dones de Dios.
Los padres
pues, han de ejercer la autoridad dando ejemplo, dialogando con sus hijos,
estimulándoles en las cosas que hacen bien, insinuando y aconsejando en los
problemas, corrigiendo en los errores y sobre todo, marcando los ideales de
vida. Todo ello lo han de hacer con respeto, desinterés y humildad.
Meditad lo que
significa ser padre o madre. Ser padre no es sólo trabajar y llevar
dinero a casa. La esposa necesita un marido que ame su hogar, y los niños
necesitan un padre que sienta preocupación por ellos, que los cuide, que se
interese por sus cosas. Así sería llevadera la obediencia.
¿De qué sirve
un padre que compra una mejor casa, un mejor auto, si su esposa, de quien no se
preocupa, se va alejando de él? ¿De qué sirve que al padre le vayan bien los negocios,
si no sabe qué hace su hijo, cómo le va en la escuela, qué amigos tiene, a
dónde va?
Ser madre no es
sólo trabajar en una empresa, cocinar, lavar…, sino dar cariño, amor, ternura;
es ser luz, piedad, aliento, solicitud, paciencia; ser calor y delicadeza,
intuición y detalle. Así sería llevadera la obediencia a la madre.
Ser padre es
tener una relación de amistad con el hijo, preocuparse por él, ayudarle, darle
ejemplo y buenos consejos; atenderlo material y espiritualmente; vigilar
discretamente las compañías de su hijo, alentarle en sus fracasos y compartir
sus alegrías. ¿Qué mejor “negocio” que su propio hijo, verle crecer, progresar,
alegrarse con sus triunfos?
¿Qué diríamos
de esos padres a quienes no les interesa la primera comunión de su hija, que no
la acompañan en la catequesis, ni en la participación en las misas, que no les
da ejemplo confesándose y comulgando, a quien no le interesa rezar en casa?
¡Qué difícil se
hace la obediencia cuando no hay por delante un ejemplo de vida! ¿Cómo va a respetar
a su padre de la tierra, cuando su mismo padre no respeta al Padre de los
cielos? Los padres deberían sentir que Dios les ha encomendado la suerte
terrena y eterna de sus hijos, ¡Qué responsabilidad!
C.- DEBERES CON LOS QUE GOBIERNAN Y
EDIFICAN LA IGLESIA
Han de ser
honrados, no tan sólo aquellos de quienes hemos nacido, sino también los que se
denominan padres, como obispos y sacerdotes, por ser dignos de recibir muestras
de nuestro aprecio, de nuestra obediencia y de nuestra protección, aunque unos
más que otros. De los obispos y demás padres de almas, dice el Apóstol:
“Los presbíteros que cumplen bien con su deber sean dignos de doble honra,
mayormente los que trabajan en predicar y en enseñar” (1 Tim 5:17).
También se debe
proveerles de las cosas necesarias que requiere la vida. Así mismo, deben ser
obedecidos:
“Obedeced a nuestros prelados y estad sumisos a ellos, pues ellos velan,
como que han de dar cuenta a Dios de vuestras almas” (Heb 13:17).
Se deben poner
en práctica las indicaciones de la jerarquía eclesiástica en materia de fe y
costumbres. La fiel adhesión y unión con el Papa, Cabeza visible de la Iglesia
y Vicario de Cristo en la tierra, y con los obispos en comunión con la Santa
Sede, es garantía de la unión personal con Dios y de la unidad de los
cristianos.
D.- DEBERES DE LOS QUE GOBIERNAN CON
RESPECTO A LA FAMILIA
El Catecismo de
la Iglesia católica dice:
“La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad
natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en
el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el
seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad,
de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que,
desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar
a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida
en sociedad” (CEC nº 2207).
“La familia
debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las
familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales
tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. En
conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben
abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en
sus vidas” (CEC nº 2209).
“La comunidad
política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle
especialmente:
-la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo
con sus propias convicciones morales y religiosas;
-la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución
familiar;
-la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella,
con los medios y las instituciones necesarios;
-el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un
trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
-conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a
la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
-la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se
refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
-la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así
representadas ante las autoridades civiles” (CEC nº 2211).
“Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. “El
que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor” (Mt 20:26).
El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su
naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o establecer lo
que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural” (CEC nº
2235).
E.- DEBERES CON LA PATRIA
“El cuarto
mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro
bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento
determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes
están sometidos a ella” (CEC nº 2234).
A la patria hay que amarla, obedecer sus leyes justas y cumplir los
legítimos mandatos de su autoridad. Es preciso tener en cuenta la gran
importancia que tiene el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los
deberes ciudadanos. Al mismo tiempo, se ha de tener un corazón grande, que
aborrezca todo nacionalismo. De la misma manera, se ha de advertir la
importancia de la responsable intervención de cada ciudadano en la cosa
pública y, de los que tengan esa vocación profesional, en la política
activa. Se debe tener en todo caso afán de servir y de facilitar el servicio de
los que legítimamente mandan.
En cuanto al
deber electoral, no es lícito apoyar a quienes programan un orden social
contrario a la doctrina de la Iglesia católica y, por lo mismo, falso y
contrario a la voluntad divina y a la verdadera dignidad del hombre. La
obligación de votar urge, por lo menos en virtud de la justicia legal, a todos
cuantos tienen derecho al voto.
“Los que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como representantes
de Dios que los ha instituido ministros de sus dones (Cfr Rom 13: 1-2):
“Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana […]. Obrad como
hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la
maldad, sino como siervos de Dios” (1 Pe 2: 13.16.). Su colaboración leal
entraña el derecho, a veces el deber, de ejercer una justa crítica de lo que
les parece perjudicial para la dignidad de las personas o el bien de la
comunidad” (CEC nº 2238).
“Las
autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su
cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas
condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los
emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar
con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a
obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas” (CEC 2241).
F.- DEBERES EN EL TRABAJO
PROFESIONAL
La profesión
ocupa la mayor parte del tiempo, de las preocupaciones y del esfuerzo de cada
día de un individuo normal. En ella se enfrenta con las exigencias de su vida,
con la repercusión social de su trabajo, con la relación de este con Dios y con
la salvación de su alma.
Para cumplir
honradamente con su trabajo, no le es lícito ejercer una profesión para la que
no está preparado, en perjuicio de sus clientes y del bien común. Tampoco debe
querer abarcar demasiados cargos, si no puede desempeñarlos bien. Debe hacer su
trabajo con conciencia recta, sin considerar tan sólo el aspecto económico del
mismo. Cualquier trabajo repercute en la sociedad, por eso quien lo ejerce
tiene que tener el respeto de los derechos de los demás que él quiere que
tengan con los suyos. La justicia y la caridad son dos aspectos principales a
tener en cuenta en el ejercicio de la profesión, con todas las exigencias de
ambas: aquí entra la consideración de la obediencia en los servicios o trabajos
a los que se ha obligado y del actuar con sentido de responsabilidad en la
misión correspondiente.
Por otra parte,
el recto desempeño de la profesión equivale al cumplimiento de la voluntad de
Dios, ya que su providencia fue quien le señaló esa determinada profesión para
ese hombre determinado. Lo que dignifica al trabajador no es la excelencia del
trabajo, sino el amor de Dios que pone en él. En todos los puestos de la
sociedad se puede y se debe servir a Dios como hijo suyo. Es a Él a quien se
sirve.
4.- EL MODELO
DE LA SAGRADA FAMILIA
María y José
cuidaban a Jesús, se esforzaban y trabajaban para que nada le faltara, tal como
lo hacen todos los buenos padres por sus hijos. José era carpintero, Jesús le
ayudaba en sus trabajos, ya que después lo reconocen como el “hijo del
carpintero”. María se dedicaba a cuidar que no faltara nada en la casa de
Nazaret.
Tal como era la
costumbre en aquella época, los hijos ayudaban a sus madres moliendo el trigo y
acarreando agua del pozo y a sus padres en su trabajo. Podemos suponer que en
el caso de Jesús no fue diferente. Jesús aprendió a trabajar y a ayudar a su
familia con generosidad. Él siendo Todopoderoso, obedecía a sus padres humanos,
confiaba en ellos, les ayudaba y quería.
¡Qué enseñanza
nos da Jesús, quien hubiera podido reinar en el más suntuoso palacio de
Jerusalén siendo obedecido por todos! Él, en cambio, rechazó todo esto para
esconderse del mundo obedeciendo fielmente a María y a José y dedicándose a los
más humildes trabajos diarios.
Las familias de
hoy, deben seguir este ejemplo tan hermoso que nos dejaron Jesús, José y María,
tratando de imitar las virtudes que vivía la Sagrada Familia: sencillez,
bondad, humildad, caridad, laboriosidad, etc.
La familia debe
ser una escuela de virtudes. Es el lugar donde crecen los hijos, donde se
forman los cimientos de su personalidad para el resto de sus vidas y donde se
aprende a ser un buen cristiano. Es en la familia donde se formará la
personalidad, inteligencia y voluntad de los niños. Esta es una labor hermosa y
delicada. Enseñar a los niños el camino hacia Dios, llevar estas almas al
cielo. Esto se ha de hacer con amor y cariño.
Así como Jesús
creció en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, en nuestras familias debe
suceder lo mismo. Esto significa que los niños deben aprender a ser amables y
respetuosos con todos, ser estudiosos, obedecer a sus padres, confiar en ellos,
ayudarles y quererlos, orar por ellos, y todo esto en familia.
Recordemos que
“la salvación del mundo vino a través del corazón de la Sagrada Familia”. La
salvación del mundo, el porvenir de la humanidad de los pueblos y sociedades
pasa siempre por el corazón de toda familia. Es la célula de la sociedad.
Es la Sagrada
Familia como un faro que ilumina todas las numerosísimas relaciones familiares
y sus diversos aspectos y circunstancias. Ella es modelo de amor y de obediencia
delicada. Es el amor —a Dios y a los demás por Dios— lo que debe movernos en
todo momento a cumplir gustosamente nuestros deberes. Toda autoridad proviene
de Dios, y pierde su legitimidad cuando, y en tanto, manda contra Dios.
En el seno de
la Sagrada Familia se enseña a santificar los más humildes oficios y todos los
instantes de la vida. Imitando su modelo, la vida se convierte en un caminar
hacia Dios con el alma cargada de méritos y de alegría.
ORACIÓN A LA SAGRADA FAMILIA
Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén.
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén.
Padre Lucas Prados
Visto en Adelante la Fe
Nota: Para profundizar en este tema puede leer mí libro “La Educación Cristiana de los Hijos” , y descargarlo en formato PDF.
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