LA LIMOSNA
Para
animaros a dar limosna, siempre que vuestras posibilidades lo permitan, y a
darla con intenciones puras, solamente por Dios, voy a mostraros las virtudes
de la limosna:
1.
Cuán poderosa es ante Dios para alcanzar cuanto deseamos;
2.
Cómo nos libra del temor del juicio final;
3.
Cuán ingratos somos al mostrarnos ásperos con los pobres, ya que, al
despreciarlos, es al mismo Jesucristo a quien menospreciamos.
Solamente
el día del juicio final llegaremos a conocer plenamente el valor de la limosna.
Esta es la razón: la limosna se antepone a todas las demás buenas acciones,
porque una persona caritativa ya posee las demás virtudes.
El
profeta Daniel nos dice: «Si queremos inducir al Señor a olvidar nuestros
pecados, hagamos limosna".
Escuchad
lo que el mismo Jesucristo nos dice en el Evangelio: «Si dais limosnas, yo
bendeciré vuestros bienes de un modo especial. Dad, nos dice, y se os dará; si
dais en abundancia, se os dará también en abundancia». El Espíritu Santo nos
dice por boca del Sabio: «¿Queréis haceros ricos? Dad limosna, ya que el sello
del indigente es un campo tan fértil que rinde ciento por uno». El Espíritu
Santo nos dice que quien desprecie al pobre será desgraciado todos los días de
su vida.
Aquellos
que hayan practicado la limosna, no temerán el juicio final. Es muy cierto que
aquellos momentos serán terribles: el profeta Joel lo llama el día de las
venganzas del Señor, día sin misericordia, día de espanto y desesperación para
el pecador.
En
efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos habrá de someter, habla de
la caridad, y de que dirá a los buenos: «Tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba
encarcelado, y me visitasteis. Venid a poseer el reino de mi Padre, que os está
preparado, desde el principio del mundo». En cambio dirá a los pecadores:
«Apartaos de mi, malditos: tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y
no me disteis de beber; estaba desnudo, y no me vestisteis; estaba enfermo y
encarcelado, y no me visitasteis».
Ya
veis pues cómo el juicio versa sobre la caridad y la limosna.
No
cabe duda que la muerte causa espanto a los pecadores y hasta a los más justos,
debido a la terrible cuenta que habremos de dar a Dios, quien en aquel momento
no dará lugar a la misericordia.
Leemos
en los Hechos de los Apóstoles que en Joppe había una viuda muy buena que
acababa de morir. Los pobres corrieron en busca de San Pedro para rogarle la
resucitara; unos le presentaban los vestidos que les había hecho aquella buena
mujer, otros le mostraban otra dádiva. A San Pedro se le escaparon las
lágrimas: «El Señor es demasiado bueno, les dijo, para dejar de concederos lo
que le pedís». Entonces se acercó a la muerta, y le dijo: «Levántate, tus
limosnas te alcanzan la vida por segunda vez». Ella se levantó, y San Pedro la
devolvió a sus pobres. No hallaremos ningún tipo de acciones en atención a las
cuales haga Dios tantos milagros como a favor de las limosnas.
Ya
veis cuán poderosa es la limosna para impedir que el Señor nos castigue a pesar
de que repetidamente seamos merecedores de ello.
¿Mas
quieres saber por qué los hombres hallan tantos pretextos para eximirse de la
limosna? Escucha lo que voy a decirte, que en ello habrás de reconocer la
verdad, sino en estos momentos, al menos a la hora de la muerte: la avaricia ha
echado raíces en tu corazón; arranca esa maldita planta, y hallarás gusto en
dar limosna; quedarás contento al hacerla, cifrarás en ello tu alegría.
¿Sabéis
por qué nunca tenemos algo para dar a los pobres, y por qué nunca estamos
satisfechos con lo que poseemos? No tenéis con qué hacer limosna pero bien
tenéis con qué comprar tierras; siempre estáis temiendo que la tierra os falte.
¡Ah amigo mío, deja llegar el día en que tengas tres o cuatro pies de tierra
sobre tu cabeza, entonces podrás quedar satisfecho!
¿No
es verdad, padre de familia, que no tienes con qué dar limosna, pero lo posees
abundante para comprar fincas? Di mejor, que poco te importa salvarte o
condenarte, con tal de satisfacer tu avaricia. ¿No es verdad, madre de familia,
que no tienes nada para dar a los pobres, pero es porque has de comprar objetos
de vanidad para tus hijas? Ah! me dirás, todo esto es necesario y no pido nada
a nadie; no puede enojarse por ello -Madre de familia, que en el día del juicio
tengas bien presente que te lo advertí: no pides nada a nadie, es verdad, mas
no resultas menos culpable, tanto como si hallases a un pobre y le quitases el
poco dinero que lleva.
Por
otra parte, la caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un
enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la
cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro
piadoso.
Nos
complace que se nos agradezcan las limosnas, que se hable de ellas, que se nos
devuelvan con algún favor, y hasta nos gusta hablar de nuestras buenas acciones
para manifestar que somos caritativos. Tenemos nuestras preferencias; a unos
les damos sin medida, mas a otros nos negamos a darles nada, antes bien los
despreciamos.
Lo
poco que damos, démoslo de corazón, con la mira de agradar a Dios y de expiar
por nuestros pecados. El que tiene verdadera caridad no guarda preferencias de
ninguna clase, lo mismo favorece a sus amigos que a sus enemigos, con igual
diligencia y alegría da a unos que a otros. Si alguna preferencia hubiésemos de
tener, sería para con los que nos han dado algún disgusto.
El
pobre no es más que un instrumento del cual Dios se sirve para impulsaros a
obrar bien.
¿Qué
debemos sacar de todo esto? Vedlo que la limosna es de gran mérito a los ojos
de Dios, y tan poderosa para atraer sobre nosotros sus misericordias, que
parece como si asegurase nuestra salvación. Mientras estamos en este mundo, es
preciso hacer cuantas limosnas podamos; siempre seremos bastante ricos, si
tenemos la dicha de agradar a Dios y salvar nuestra alma; mas es necesario
hacer la limosna con la más pura intención, esto es: todo por Dios, nada por el
mundo.
¡Cuán
felices seríamos si muchas limosnas hechas durante nuestra vida nos acompañasen
delante del tribunal de Dios para ayudarnos a ganar el cielo! Esta es la dicha
que os deseo.
Visto
en Catolicidad
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